Ya se ha dicho bastante sobre algunos crímenes macro que perturban los precios de los bienes de consumo en Venezuela: el contrabando de extracción,
Puestos a explorar en otros
fenómenos de la misma perversión viene uno a detectar casos más
domésticos, que precisamente por no ser perpetrados por criminales
organizados, sino por gente del común, resultan más difíciles de
controlar y de evitar su masificación.
La "justicia" de los cafetaleros
Ya
se sabe también cómo funciona el juego de tensiones entre los
empresarios importadores y el Estado importador. El Estado regula y el
otro vende más caro, y el bachaqueo de todo calibre hace el resto, es
decir, revende a precios absurdos lo que debería estar al alcance de
todos los consumidores. Y "consumidores" nos llaman a todos, incluso los
bachaqueros que suben el precio para después quejarse por lo altos que
están los precios.
Pero
está el otro ámbito que es el de los productores. Contrariamente a lo
que andan propagando los "analistas" proempresariales, sí hay gente
produciendo alimentos en el campo venezolano, sí hay una producción
activada y es mentira que el Gobierno destruyó todo el aparato
productivo para matar de hambre a la gente, para después pedirle el
voto. No hay necesidad de explicar el chiste del "análisis".
En
un tiempo en que todo está caro los productores sienten que es
necesario multiplicar sus precios para poder "resolver". Con ello sólo
consiguen que los precios aumenten más (uno lo dice fácil, pero anda,
trata de convencerlos...). A ver cómo funciona.
La
coreografía universalmente conocida y aceptada del capital comienza en
el momento en que el productor vende lo que produce a un precio
ridículo, fijado desde las grandes ciudades. Viene un transportista
(intermediario, lo llaman también), le paga al productor ese precio
ridículo y procede a inflarlo para tener su ganancia por "hacer la
carrerita". El transportista viaja a la ciudad y le vende el producto a
otro sujeto, que puede ser un mayorista (sírvase acercarse al Mercado de
Mayoristas de su ciudad y los verá en acción), éste comprará a ese
precio ya inflado y volverá a inflarlo, para que los expendedores
compren y le pongan otro precio final, muchas veces superior al que el
productor o campesino cobró por producir ese producto. Pero ahora se ha
activado un procedimiento o mecanismo entre los productores de algunos
rubros que parece justiciero, pero que, buscando equilibrar la tiranía
de los intermediarios y mayoristas, sólo está consiguiendo agravar las
cosas para el comprador, incluyéndolos a ellos mismos.
En
el eje cafetalero Altamira de Cáceres-Calderas ocurre de la siguiente
manera. El Gobierno nacional, para poder fijar un precio regulado del
café (46 bolívares el kilo hasta la fecha) ha establecido el siguiente
convenio con los productores. 1) Le venden casi regaladas las matas o
plántulas del cafeto. El año pasado las vendía a un bolívar; este año
las compraremos a 6 bolívares, y siguen siendo demasiado baratas. 2) El
Gobierno le entrega al productor todos los fertilizantes, abonos e
insecticidas que necesita la planta para que dé su primera cosecha. Le
dan asesoría técnica y facilidades para transportar la cosecha cuando se
produzca. 3) Finalmente le compran al productor el 70 por ciento de su
producción; el precio que le paga el Gobierno al cafetalero es de 39
bolívares el kilo. 4) El otro 30 por ciento puede venderlo el productor
al precio que le parezca, eso que llaman "al precio del mercado". Esto
último es otro acto de justicia, ya que de aquí saca el productor su
ganancia. ¿Por qué el productor tiene que ganarle al café que el Estado
le ha puesto a un precio irrisorio y en condiciones tan fáciles? Lo
llaman trabajo: usted tiene que dedicarse todo el año a cuidar las
matas, a abonarlas, a combatir la plaga, a torear las mapanares y los
gusanos.
Entonces
comienza a funcionar la perversa magia del mercado, la especulación y el
capital. Hasta hace muy poco (no más de un año y medio) cuando llegaba
el intermediario con sus camiones, éste era el que fijaba el precio a
pagar, que era superior al que paga el Gobierno pero no tanto. Un
intermediario pagaba el kilo aquí a 60 bolívares y cuando llegaba a
Barquisimeto o Caracas lo revendía en 120; el café terminaba llegándole
al consumidor a 180 bolívares. Los productores activaron entonces el
contraataque justiciero, y en lo que va de año ya no es el intermediario
quien fija el precio sino el propio productor. No crean que no entra un
fresquito el ver llegar a un coñoemadre con su gandola a querer comprar
el café a 80 bolívares, y ser rebotado por un campesino que le dice:
"No miamor, el café te cuesta ahora 500 bolos". El intermediario
tradicional ha preferido largarse y no volver más.
Ahora
el dueño del mecanismo especulativo es el dueño del café, el sujeto que
se parte el lomo cultivándolo, y miren por dónde va ya la justicia
cafetalera: en Calderas los productores grandes o artesanales ya venden
el kilo de café en 1.000 bolívares (hace dos meses lo vendían en 700).
Pero la maquinaria no se ha detenido, así que en Caracas ya hay quien
vende el café en 2.500 bolívares.
¿Por qué no se consigue café regulado? Habrá que responder cuando el cierre de la frontera surta efectos más duraderos
Resumen
ejecutivo: el Gobierno vende café en operativos y en algunos expendios
en 46 bolívares, pero como es casi imposible conseguirlo ya la gente lo
está comprando en 2.500. ¿Por qué entonces no se consigue el café
regulado? Habrá que responder cuando el cierre de la frontera comience a
surtir sus efectos más duraderos. Mientras tanto, como los
intermediarios han decidido no venir, porque no pueden fijar el precio
que les da la gana, está surgiendo un megaintermediario de mil cabezas:
gente que viene, compra al precio que le dice el productor y va y lo
vende en las ciudades en más del doble.
Anécdota
con chiste incorporado. Hay una planta y una torrefactora de Café
Venezuela a las afueras de Altamira de Cáceres. Se supone que allí es
donde el productor (de Altamira de Cáceres y Calderas) arrima el 70 por
ciento de su producción, esa que está obligado a vender en 39 bolívares
el kilo. Ahora mismo hay una discusión con los Consejos Comunales para
que esa planta le venda el café regulado a cada hogar de Altamira de
Cáceres (ustedes saben, esos hogares donde viven los productores de
café) en 46 bolívares. El acuerdo logrado hasta ahora es que a cada
hogar (de esa gente que le vende café al Gobierno en 39 bolos) le toca
un kilogramo al mes de café a 46 bolívares. Pero hay molestia en el
ambiente: la gente quiere que le vendan más kilos de café al mes.
Empiecen ustedes a sacar cuentas y a detectar las cosas que "no
cuadran".
Los otros rubros
Insisto: es
una sabrosura ver a los intermediarios perder su negocio, pero aterra
también ver en qué consiste la venganza del productor. Con el rubro
pescado de río, por ejemplo, ocurre lo mismo pero con algunas variantes.
Hace un año el kilo de cachama se vendía en 120 bolívares en la ciudad
de Barinas. Hoy el Gobierno lo vende en 550 bolívares en operativos, y
algunos pescadores que tienen cómo transportarlo lo venden desde 580
hasta 700 bolívares. Lo chocante de este caso es que una parte de esas
cachamas provienen de criaderos, pero otra parte es gratis. Usted baja
al llano en tiempo de ribazón (por ahí viene, a finales de octubre) y,
si sabe pescar o está dispuesto a intentarlo, puede comerse gratis el
pescado que quiera. El problemita lo va a tener cuando intente sacarlo
por las carreteras, pues la Guardia Nacional está vigilando y si usted
no es un transportista legalmente registrado (es decir, un maldito
intermediario capitalista) le van a retener su pesca si está por encima
de 50 kilos.
La última
señal de alarma me ha llegado vía cartón de huevos criollos. El
campesino siempre ha vendido a precios más que justos sus producciones
domésticas de lo que sea. En enero uno podía comprar un cartón de huevos
criollos (más nutritivos, más sanos y más gustosos que los
industriales) en 50 bolívares, mientras en los expendios los huevos de
mentira estaba ya en 80. Hace unos días me pasó algo más o menos
gracioso, más o menos alarmante, bastante doloroso y no precisamente por
mi caso particular de mamazón. Fui a comprarle huevos a la viejita de
siempre y me dijo que el cartón estaba en 550 pero que su hijo le había
dicho otra cosa. "Espérese un momentico", me dijo. Agarró el teléfono y
conversó con su hijo que vive en Caracas. Al cortar la llamada me dijo:
"Son 800 bolos". Es decir, que cuando lleguen los neointermediarios, o
los intermediarios de siempre, el precio de los huevos en Caracas se
disparará a casi 2 mil bolívares.
¿Cómo se detiene eso? ¿Con policía? ¿Regalándoles más dólares a los empresarios? ¿O activando la inteligencia comunal y lo que quede de sentido ético de las relaciones sociales?
Esa es la hermosísima e impostergable discusión que nos debemos y nos merecemos.