Enero 9 de 2016, 4:50 pm
Así quedó Sirte, una de las más importantes ciudades libias después de la invasión de la OTAN
Para
principios de 2011, en toda África, solo un país ostentaba un nivel de
vida más alto que el de muchas naciones europeas. Se dice que entre sus
logros más consolidados, servicios de "primera necesidad" como salud,
electricidad, educación y vivienda no tenían costo alguno, todo gratis.
Los créditos entregados a la población de cualquier clase gozaban de 0%
de interés por ley. La vivienda era considerada un derecho humano
inalterable. La población vivía con sólidos niveles de comodidad y bajo
un estado de bienestar garantizado. Cero problemas mayores en términos
económicos o de gestión. Los planes de justicia social e igualdad
prometidos por su líder se venían cumpliendo.
El 19 de marzo de ese mismo año 2011, aviones cazas de la
fuerza aérea de la OTAN iniciaban un bombardeo sobre Bengasi, y horas
más tarde 110 misiles crucero Tomahawk eran descargados, con toda la
saña, sobre otras ciudades importantes de Libia, ese país con "índices
de desarrollo" impensables en otras naciones del continente africano.
Ocho meses después de ese primer bombardeo, se proyectaba al mundo en
directo una secuencia de las imágenes más nefastas de los últimos
tiempos: momentos antes de ser asesinado de un disparo en la cabeza,
Muammar el Gadhafi, líder por más de 40 años de ese país y político de
alta influencia en el mundo, era sodomizado por sus captores,
combatientes del grupo terrorista Al-Qaeda y demás soldados de
organizaciones multinacionales. Mercenarios teledirigidos desde sectores
del Estado profundo gringo y sus corporaciones, más su colonia la Unión
Europea haciendo la mayor parte del trabajo sucio.
Días antes de ser capturado, Gadhafi, ya consciente de su
destino, escribió un documento con reflexiones claves para el posterior
estudio, no de esta guerra cantada años atrás por los poderes
corporativos y militares occidentales, sino de los motivos profundos que
la hicieron posible desde adentro.
Decía Gadhafi: "Durante 40 años, o aún más, hice todo lo
que pude para darle al pueblo casas, hospitales, escuelas, y cuando
tenían hambre, alimentos. Incluso en Bengasi convertí el desierto en
tierras de cultivo (…) hice todo lo que pude para ayudar a la gente a
entender el concepto de democracia real, donde comités populares dirigen
nuestro país. Pero eso no alcanzó, incluso las personas que tenían
casas de 10 habitaciones, nuevos trajes y muebles, me dijeron, nunca
estuvieron satisfechos y tan egoístas eran que aún querían más. Fueron
ellos quienes dijeron a los estadounidenses y otros extranjeros, que
necesitaban ‘democracia’ y ‘libertad’ sin reconocer que es un sistema
salvaje, donde el pez grande se come al chico, pero estaban encantados
con esas palabras".
Dos años antes de la invasión, en 2009, Gadhafi sostenía
una propuesta para la integración económica y política del norte de
África. Con el respaldo de 140 toneladas de oro y más de 170 mil
millones de dólares en reservas, proponía una nueva moneda africana que
provocaría un alto grado de independencia económica de la región, tal
como lo indican cables desclasificados por el Departamento de Estado
cinco años después.
Libia ostentaba una economía sólida, abundante en recursos
líquidos en bancos internacionales y reservas naturales bastante
considerables, su población, como se señala arriba, gozaba de un estado
de bienestar pleno. ¿Impidió esto la criminal invasión de 2011? No. Las
razones fundamentales de su fracaso no fueron económicas. Fueron
políticas. En los últimos años Gadhafi (influenciado por políticos
locales al servicio de Europa y Estados Unidos) había decidido acercarse
a las potencias financieras y corporativas de Occidente.
¿Puede un país fundar una sociedad nueva satisfaciendo las necesidades infinitas de la vieja?
Hoy Libia no existe como Estado-nación. Gran cantidad de
sus habitantes están muriendo en el Mar Mediterráneo huyendo de la
matanza que aún hoy realizan múltiples grupos mercenarios. Sus reservas
petroleras están siendo saqueadas y vendidas en el mercado sin ningún
tipo de regulación internacional y sus reservas de casi 200 mil millones
de dólares desaparecieron misteriosamente de las bovedas de los bancos
europeos. El oro con el que proponían golpear el sistema financiero
artificial, soportado en el dólar, también fue saqueado. No existe nada
que se parezca a la era Gadhafi. La clase media que en 2011 pedía
democracia y libertad hoy no existe, muchos son cadáveres producto del
daño colateral de los bombardeos. Otros probablemente estén trabajando
en Alemania o Francia, esclavo o empresario, según la clase y su
destino.
Términos y conceptos tan enunciados a lo largo de la
historia como estado de bienestar, justicia social, estado de derecho,
democracia directa, buena gestión, eficiencia, gobernanza, estabilidad,
confort, felicidad social, gestión social, atención integral, derechos
humanos y otros tantos, en el caso de Libia, por mencionar sólo ese
ejemplo, no impidieron el desmantelamiento de su aparato de gobierno a
la fuerza por dos cuestiones fundamentales: 1) Una parte de la población
libia acompañó las condiciones para su invasión; 2) La comunidad
internacional tiene total libertad (y recursos militares y financieros)
para pasarse por el forro todos y cada uno de estos "logros" e imponer
sus planes, sean cuales sean, por los métodos que sean, en el país que
sea.
A la razón corporativa y financiera mundial la acompaña el
obligatorio ejercicio de la fuerza. El aparato militar además de abrazar
al poder político funciona como bomba de oxígeno a la debilitada
dinámica capitalista. Afganistán, Irak, Libia, Siria y siglos de
historia lo demuestran. La brutalidad de las circunstancias en las que
cada una de estas operaciones y sus contextos particulares se
desarrollaron dejan abiertas muchísimas preguntas en el marco de nuestra
realidad propia.
¿Es cierto que saldar eso que llaman "deuda social"
garantiza la sustitución de la lógica cultural que sostiene al
capitalismo y sus aparatos de dominación? ¿Debemos dedicar por completo
grandes recursos, esfuerzos y planes de todo un país a esa categoría
abstracta del "bienestar social"? ¿Tomamos el poder para administrar las
estructuras fundacionales del sistema capitalista? ¿Es la
redistribución de la riqueza el fin último de una sociedad que se
plantea cambiar? ¿Después de haber redistribuido las riquezas, qué pasa
con las nuevas ambiciones? ¿Puede un país fundar una sociedad nueva
satisfaciendo las necesidades infinitas de la vieja?
De 1999 a 2016 la Revolución Bolivariana ha sido el único
proyecto político que ha alcanzado, por la solidez de su esfuerzo,
superar las condiciones de pobreza heredadas de un siglo entero de
saqueo. Los datos estadísticos son, de hecho, públicos. Ningún país del
planeta, por ejemplo, puede darse el lujo de ostentar una cifra como la
nuestra en el sector vivienda: 1 millón de casas entregadas a la
población más necesitada. Lo mismo pudiéramos decir de los planes
educativos, de salud, de alimentación, etc. En la lógica del pensamiento
tradicional resulta incomprensible una crisis como la actual.
Parece necesario entonces volver a las preguntas de arriba.
Han logrado instalar en gran parte de nosotros la teoría que indica que
la guerra es sólo un ejército contra otro, bombas contra bombas y
aviones silbando en el aire. La abstracción argumental de la guerra
económica es una realidad. Es de hecho un error agregarle la extensión
"económica". La guerra es la guerra y se aplica en toda su ley. Como
apunta El Cayapo, toda guerra es nueva en el marco del capitalismo.
Perceptual, híbrida, líquida, comunicacional, mediática, militar, de
cuarta generación, financiera; es la guerra lo que sucede no sólo de
este lado del planeta.
Podríamos estar dando vueltas alrededor de la soga que tarde o temprano irá al cuello colectivo
La historia lo indica, viejos y nuevos ejemplos sobran. La
palabra sabia intenta decirnos que no debemos cuestionarla, repetirla
una y otra vez no importa los resultados. Pero, ¿de verdad debemos
condenar al chavismo a repetir la historia de cientos de miles de
pueblos que intentaron superar el sistema capitalista en su exacta
lógica cultural, social y política? ¿Por qué no nos damos el chance de
cuestionar sus columnas vertebrales, sus bases fundacionales?
¿Superaremos el desastre capitalista reproduciendo con mayor esfuerzo
sus símbolos resumidos en la "necesidad"?
¿Construiremos otra sociedad sin tocar el aparato y la
lógica de producción del capitalismo y sus modos de producir? Si el
aparato de producción de un sistema es el que determina las relaciones
sociales y por lo tanto las raíces de su cultura, entonces ¿por qué no
hacer un esfuerzo y pensar, diseñar, experimentar otro modo de producir,
otro diseño del trabajo y por lo tanto de las necesidades?
Podríamos estar dando vueltas alrededor de la soga que
tarde o temprano irá al cuello colectivo. No se puede agarrar mal esta
curva cerrada del momento y no proponernos discusiones responsables e
históricas. Los resultados de la palabra al aire en la lucha por la
mejor consigna estéril están a la vista. No suma, no resuelve, no da
resultados, no moviliza. El chavismo ha demostrado, aún en la crisis
existencial más grande de los últimos 100 años, tener un ejército de más
de 5 millones de personas dispuestas a cambiar, a discutir, a pensar, a
activar. Pero no es lo mismo proponerse discutir sobre el reloj de un
ministro cualquiera, a proponerse discutir cómo abandonar el aparato de
producción capitalista y todo su sistema cultural.
Si el chavismo es una fuerza histórica, debe proponerse
discusiones y planes históricos, conformarse en la crónica enfermedad
del presente es por lo menos irresponsable. La crisis del planeta entero
no es responsabilidad nuestra. El desastre mundial corresponde a sus
creadores y a su sistema en metástasis.
Esta no es una discusión para apurados; con o sin gobierno,
con o sin poder, con o sin apoyo internacional, la Revolución seguirá.
Queda de nosotros decidir dónde invertir la energía vital, los años, el
esfuerzo. Seguimos regalando tiempo y oxígeno al sistema capitalista y
sus corporaciones transnacionales, o nos proponemos saltar al vacío de
la otra discusión, la que ahora mismo no existe producto de la neurosis
económica y del chantaje irresponsable de los dogmáticos.
Enormes batallas se vienen, no tengamos duda. Pero hagamos
el esfuerzo, ocupemos el cerebro para las grandes tareas; las pequeñas,
dejémosla para seres rendidos en la queja. El chavismo está para más.