GILBERTO RÍOS El poeta estaría cumpliendo hoy 78 años

Por Gonzalo Fragui

25 de enero de 2014 ·

Gonzalo Fragui

I

Un día caminaban por el hombrillo de una avenida en Maracaibo los poetas Gilberto Ríos, Le Comte Bleu y Julito Jiménez. Cantaban con voz destemplada “Madreselvas en flor”, imitando la voz de Gardel.
Fue Gilberto Ríos quien primero habló de Gardel. En Maracaibo había gente que aseguraba que el poeta Gilberto era hijo del cantante de tangos. Incluso sacaban cuentas. Gardel estuvo en el Zulia (en Maracaibo y en Cabimas) en mayo de 1935, y Gilberto había nacido el 25 de enero de 1936.
Gilberto dijo que él creía que Gardel, en ese viaje del 35, se había hospedado en el Hotel Granada. Y era una pena que ese hotel hoy sólo fuera unas ruinas, ya que lo poco que quedaba había sido saqueado. De pronto pasó un carro que se detuvo como a doscientos metros y luego retrocedió. Del carro se bajó un pintor, amigo de ellos, que le traía un regalo a Gilberto. Se trataba de una cajita de madera con cubiertos de plata. La cajita decía por fuera: “Hotel Granada”.

II

Gilberto Ríos desconfiaba de todo. Un día me dijo:
“Hace tiempo que desconfío de las bienales, de los encuentros, de las reuniones, y hasta de los vegetarianos, porque toda la comida sabe a jabón azul. Yo últimamente no soy más que la nueva versión del Flautista de Hamelin. Yo tengo una flauta de oro que hace germinar las semillas. A mi paso despiertan los sembradíos pero de igual manera me persiguen toda clase de borrachos, prostitutas, vagos, mendigos y poetas para pedirme cigarros. Yo no tengo cama para dormir pero si llego a tener una platica lo primero que voy a hacer es comprarme una mesa de billar. El que quiera ser poeta que se trague tres anzuelos de oro azul y empiece a sacarse todo tipo de basura, gasas sucias, neumáticos lisos, sentimientos retorcidos y así por mil años. Luego puede empezar a escribir”.

III

Gilberto, ya en su lecho de muerte, una noche se quejaba suavemente. Nosotros, sin saber qué hacer, nos acercamos a preguntarle qué le dolía, qué necesitaba.
-Poeta, ¿desea algo?.
Y Gilberto respondió:
-Ay, sí, hermanito, un Mercedes Benz.