Por Maya Monasterios Vitols
Desde hace casi dos meses, los venezolanos, sobre todo los que habitamos Caracas y a diario tenemos que llegar a los municipios gobernados por la oposición, hemos sido víctimas de una violencia que nada tiene que ver con los altos índices de criminalidad que azotan al país desde hace varios años.
Y es que, lo que se ha vendido como manifestaciones pacíficas, tienen un transfondo oscuro y lleno de sangre. Recordemos que en casi todos los países del mundo, una marcha callejera, y más aún si se trata de la capital, debe se autorizada por las alcaldías de los municipios por donde pasará y por los organismos de control público, pues generalmente implica cierre de avenidas y el lógico desvío de cientos de vehículos y rutas de transporte.
Pero no en Venezuela. En Venezuela, en opinión de muchos, la libertad es tan absoluta que ha traído caos, destrucción y muerte. El 26 de mayo de 1820, en una carta a su amigo británico Guillermo White, desde su cuartel general en San Cristóbal, el Libertador Simón Bolívar nos advertía de los peligros del ejercico de las libertades sin límites: “Tan tiránico es un gobierno democrático absoluto como un déspota”.
En Venezuela, la oposición agrupada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), decidió en abril pasado “salir a la calle sin retorno” (y sin permiso). Su objetivo es sacar por la fuerza a un Gobierno, que como ellos el 6 de diciembre de 2016, fue legítimamente electo y avalado por el Consejo Nacional Electoral (CNE).
Desde entonces, cientos de miles de personas ven interrumpidas sus vidas: niños que no van a la escuela, personas que no pueden asistir a sus lugares de trabajo, a una cita médica o al encuentro con un viejo amigo, porque a un reducido grupo de manifestantes, que claman por libertad, les dio por restringírsela a toda una ciudad.
“¡Vayan a trabajar cuerda de flojos!”, “¡Puras viejas encopetadas y niñitos ricos en esa vaina, cómo se ve que no tienen que luchar por la arepa!”, son algunas de las frases que se pueden escuchar en las largas caminatas que tienen que emprender los trabajadores cuando la oposición pacífica decide trancar arbitrariamente calles y avenidas, tras ser rechazados por contingentes de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y Policía Nacional Bolivariana (PNB) en su intento por llegar al centro de la ciudad.
Para los que son venezolanos y los que no, es bueno aclarar y traer a colación lo siguiente: En 2014, estos mismos líderes opositores desviaron una marcha permisada hasta la localidad de Chacaíto, en el Municipio Libertador y la dirigieron hacia la sede de la Fiscalía General de la República, en pleno centro caraqueño. Ese día murieron varios venezolanos y la sede del Ministerio Público fue agredida tan salvajemente, que su biblioteca tuvo que ser reconstruida tras ser quemada casi hasta sus cimientos.
Sí, la misma Fiscalía cuya cabeza, Luisa Ortega Díaz, ahora lanza juicios y acusaciones públicas de crímenes en una investigación penal que aún está en proceso y que implica la lamentable muerte de un joven venezolano en circunstancias aún no claras.
Pero hoy, esta misma Fiscal General, se atreve a romper con el principio de inocencia y acusar a priori y sin esperar la sentencia de un tribunal competente, nada más y nada menos que a una de las ramas de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB): La Guardia Nacional.
Esta nueva arremetida violenta ya ha dejado más de 50 muertos que llorar, personas que no volverán a ver a sus madres, padres, hijos y abuelos, entre ellos muchos efectivos militares o traseúntes inocentes asesinados por el odio de un sector contra otro, un odio exacerbado por los medios de comunicación social y por las redes sociales.
Las redes y la propaganda de guerra
Decía Joseph Goebbels, el brillante y cruel propagandista del nazismo “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en verdad”. El bombardeo de “fakenews” sobre Venezuela y su actual situación en medos de comunicación y sus redes sociales dentro y fuera del país en abrumador.
Y como la naturaleza de estas redes es darle voz a los que nunca la tuvieron, se han convertido en un caldo de mentiras mezcladas con medio verdades y contradicciones dignas de estudio.
Por estas plataformas también se lanzan las convocatorias a las manifestaciones que casi siempre terminan en violencia y, últimamente en luto.
Y así está Venezuela, un país al que venden como sometido a una cruel dictadura, que tortura mata y asesina, y de la que se sabe todos los detalles, que permite todo tipo de medios de comunicación, cuyas plataformas digitales, sobre todo Twitter, son algunas de las más activas y usadas del mundo, cuyos “líderes” opositores, supuestamente perseguidos, viajan por lo menos una vez al mes a Estados Unidos, Perú, Argentina, Brasil y hasta se encadenan en Roma, para denunciar qué tan cruel puede ser el régimen de Nicolás Maduro.