UN ANÁLISIS SOBRE NUESTRA CONSTITUYENTE Y EL LLAMADO DE BOLÍVAR A LA CONVENCIÓN DE OCAÑA EN 1828
Mario, te
escribo rápidamente sobre un ambiente y un escenario de los primeros
meses del año de 1828, profundamente parecidos a lo que estamos viviendo
en este momento. Entonces casi nadie se atrevía a hablar bien del
Libertador, y se fue haciendo válido y una constante decir en público
(calles, caminos, aldeas, plazas, mercados) toda clase de
monstruosidades contra la patria, y si añadido a esto, se contaba para
estas barbaridades con el apoyo y las mentiras de ciertos intelectuales
tanto internamente como en el exterior, entonces el estado de enervación
de los confundidos se hizo aterrador. En este punto comienza nuestra
debacle, porque como decía el propio Bolívar: el crimen ostenta CARÁCTER
mientras que la moderación, además de verse como debilidad, insolenta a
las bestias.
Lo que te
escribo, Mario, es historia viva, no se inventa nada aunque resulte en
ocasiones tenebroso, pero el pueblo tiene que saberlo.
Dice A. Thiers en su “Historia de la Revolución Francesa”:
-cuando un partido moderado quiere contener a un partido violento, se
encuentra en un círculo vicioso del que no puede salir jamás. El grupo
que apoyaba al Libertador tenía por fuerza que contemporizar con sus
enemigos, y esto era una posición débil ante los santanderistas, y de la
que éstos se aprovecharon para hacer aparecer —¡qué contrasentido!— a
los amigos de Bolívar como los violentos y los perniciosos a la
República. Temblaban los moderados ante el descaro de los
santanderistas, y acabaron por no saber si lo que proponían era justo o
bueno para el país.
Las
revoluciones requieren, al lado de mentes sagaces, actitudes rápidas y
arriesgadas. Con una voluntad vacilante se es presa de la inmovilidad y
el desconcierto. Sin un poco de locura, cualquier empresa se torna
imposible, por lo que las revoluciones implican riesgos inevitables.
Esto lo sabía Bolívar, pero no los diputados a la CONSTITUYENTE.
Aquel
estremecedor razonamiento al general Pedro Briceño Méndez el 23 de abril
de 1828, que resume toda su agónica visión sobre nuestra DEBILIDAD: “No
veo más que derrotas y desaires, los contrarios están erguidos llenos
de satisfacción,.. Ustedes por el contrario parece que defienden un
crimen esperándolo todo de la compasión y de la humanidad… Ustedes se
van a transar porque no tienen bastante fuerza para sostener lo útil y
lo justo y porque LA VIRTUD ES MODESTA Y EL CRIMEN VIOLENTO. ¿Pero qué
patria se puede salvar en medio de tantos monstruos que lo dominan todo,
CUANDO LA VIRTUD SE LLAMA SERVIL Y EL PARRICIDIO LIBERAL, y cuando el
más atroz de los ladrones (SANTANDER) es el oráculo de la opinión y de
los principios?”.
“Siempre nos
han de calumniar y a la magnanimidad no la ven los criminales sino como
flaqueza. No es justo sacrificar la república a las charlatanerías de
los maldicientes”. Y al general O’Leary (8 de mayo de 1828) esta
fulminante coletilla: “NO QUIERO SER MÁS LA VÍCTIMA DE LOS PERVERSOS NI
DE LOS MODERADOS TÍMIDOS”.
En lo que vas a leer, Santander es la MUD, y Bolívar es el chavismo.
Ante Páez,
que está alzado, ante Santander que comienza a conspirar provocando una
rebelión en el Sur, decide el Libertador llamar a una CONSTITUYENTE.
Inmediatamente los santanderistas se pronunciaron en su contra,
advirtiendo que no acudirían a la convocatoria. Pero Bolívar comprendió
claramente la situación: “Si no acuden se rebelarán, y si aceptan
procurarán destruirla internamente. Ellos no están para hacer patria
sino para imponer sus intereses personales y sus negocios”.
He aquí los sentimientos del Libertador ante aquel terrible cuadro:
Día 3-4-28,
al historiador José Manuel Restrepo: “Estamos en situación muy crítica y
no debemos dormirnos. Nuestra apatía y la de los buenos es un veneno
mortal. El opio es menos dañoso. Yo recomiendo a todos los sustentáculos
de la patria más que celo entusiasmo y exaltación porque de otro modo
no hay salud”.
Día 10-4-28,
al doctor Miguel Peña: “(Los santanderistas) tienen en sus manos todos
los resortes del mal. Ellos se ligarían con los españoles (-hoy los
gringos-) con tal de destruirnos”.
Día 11-4-28,
al diputado José María del Castillo: “Crea Usted, el hombre es hijo del
miedo, y el criminal y el esclavo aún más… ellos saben que mi
magnanimidad es muy superior a cuanto exige la política… La imprudencia
de algunos de mis amigos no son comparables con los atentados enormes de
esa facción… Amenazan destruir nuestra obra cuando nosotros
representamos la fuerza del león y ellos la malicia de la zorra”.
Día 12-4-28,
al general Páez, “… no veo entre mis amigos ese calor fanático que
tienen nuestros enemigos, y si la Convención se deja arrastrar de los
malvados muchos males caerán sobre la patria,… porque desde el momento
que le falta la legitimidad a una institución nueva, todos sus enemigos
se consideran con derecho y potestad para arruinarla y los hombres
honrados muestran poco interés por ella y aún califican de justo el
proyecto de destruirla… de ninguna manera aceptaré el titulo de
ciudadano en un país inconstituido y por consiguiente discorde y débil…
el proyecto de la oposición es hacer tan débil al gobierno central que
sea ingobernable… mientras seamos viciosos (débiles, cobardes) no
podemos ser libres… Montesquieu lo ha expresado. Por lo tanto nuestra
lucha será eterna y nuestros males se prolongarán en busca de lo
imposible”.
En aquel entonces, el Congreso, (como hoy
la Asamblea Nacional), estaba dominado por los santanderistas. Bolívar
que se encontraba en 1827 en Caracas, marcha indignado a Bogotá, por la
cobardía de una parte del Congreso. Entonces solicita su renuncia a este
cuerpo, pero no le es admitida por cincuenta votos contra veinticuatro
(¡insólito!), mientras que Santander resulta ratificado por setenta y
cuatro, lo que muestra el contundente poder del Vicepresidente sobre el
parlamento.
Bolívar no
podía estar en todas partes aunque conoce en detalle el plan que se urde
para desintegrar Colombia. Dispone marchar inmediatamente a Bogotá y
está decidido a impedir la desintegración de la patria. De manera
determinante dice en una proclama que va a libertar a la República “de
los pérfidos que después de haber hollado sus más sagrados deberes, han
enarbolado el estandarte de la traición”.
En aquellos
días, Santander desplegó otra espiral más en el vórtice de su histérica
autodefensa, puesto que Bolívar en lugar de fusilar a Páez lo había
“perdonado”. Viendo que no podía luchar contra el influjo del
Libertador, dirigió un mensaje al Congreso diciendo que estaba decidido a
no entregar el mando pidiendo al Congreso que se disolviera
declarándolo mediante un Acta.
Entonces, al
no encontrar apoyo en el Ejecutivo, dirige una circular a los ministros
extranjeros protestando contra “los actos ilegales del Libertador”,
acción típica de los traidores a la patria. Ya en este punto estaba
decidido a echar mano de la potencia norteamericana, con la que estaba
en tratos para desplegar una acción conjunta contra el “tirano”.
Estaba nada menos que solicitando la intervención extranjera en los negocios de la política interna.
Entonces
aquel furibundo anti-federalista de Santander opta por defender con
ahínco el sistema federal. Que está dispuesto a irse al sur con aquellos
que quieran hacerle la guerra a Bolívar. “Repitió por centésima vez que
tal guerra la deseaba ardientemente, y que en el sur le opondría al
Libertador las barreras formidables del Juanambú” —allí donde quedaban
los recursos de los más recalcitrantes pro-realistas.
Además, dijo
al Congreso su frase preferida, la misma que utilizó contra Nariño
cuando echó sobre éste el calvario de su infinita perversidad:
“Aborrezco de muerte a Bolívar y todo cuanto le pertenece”[1].
La propuesta
de la CONSTITUYENTE por parte del Libertador atraía la atención de los
partidos. Mientras Bolívar no veía en ella sino una forma de fortalecer
la unidad. Ante su llamado la reacción inmediata de los “liberales” (la
ultra-derecha), fue catalogarla de ilegal. Que sólo buscaba la
perpetuación del “tirano” en el poder.
No obstante,
esos mismos opositores que al principio criticaron esta convocatoria,
extrañamente y de un día para otro, optaron por recorrer todo el
territorio para procurarse una buena representación. Igualmente
propagaron la especie entre sus seguidores que de no conseguir la
mayoría, harían lo imposible por sabotearla y declararla espuria.
Los amigos
del Libertador se confiaron demasiado, pensando que la imparcialidad y
la nula interferencia del Gobierno en los debates sería el mejor aval
para demostrar los pérfidos intereses de los revoltosos. Error grave en
un país donde los fariseos se autodenominan y se autoerigen
“representantes del pueblo” (de la democracia). Fue así como, con
argucias y mentiras, los “liberales” se hicieron con una buena
representación.
No amainaron
sin embargo las duras acusaciones al Libertador, sino que por el
contrario, en la calle, en los salones de gobierno, a través de libelos,
hablaban del “terror del tirano” y del movimiento de tropas en los
departamentos del centro para amenazar a la CONVENCIÓN. Aquello de las
tropas era sin duda una alarma angustiosa que Santander supo utilizar
para crear un peligroso estado de tensión en la república. Por ello
aventuró una jugada para desarmar a Bolívar —porque su vida y su poder
pendían de una hábil jugada—. Ahora, cualquier arma sucia podía usarla
contra el Libertador ya que estaba declaradamente por la disolución de
la Gran Colombia.
La más
poderosa era aquella que, apoyada en el artificio legal, proclamaba que
había un estado insufrible de tiranía y que los movimientos militares
del Libertador eran injustificables en un país que se llamaba a sí mismo
CONSTITUCIONAL. Aquella palabra atraía fuertemente a los incautos; la
juventud bogotana fue tomando a Santander como un adalid de la libertad.
El diputado Vicente Azuero, desde el Congreso, mantenía un tono
insultante contra los venezolanos y pedía que fuesen expulsados de la
Nueva Granada.
Los nervios de Santander llegaban a los cuarteles, al
Congreso; se percibían en la “Gaceta Oficial” y
en los periódicos. Los amigos de Bolívar en la capital vacilaban ante
estas alarmas y no sabían si supeditarse a Santander o atacarle.
Directamente
nadie era capaz de hacerle frente porque no escatimaba medios para
insultar o golpear con frases horriblemente humillantes a sus
adversarios. Así que todos temblaban ante su presencia.
Se urdían
contra el Libertador los chistes y expresiones más insolentes, y se
hacía difícil, por esta propiedad corrosiva de las chanzas y las
vulgaridades, pedirle algo noble a los opositores. Liberado de su cargo
en la Vicepresidencia, Santander buscó ser diputado para la Convención
de Ocaña, con toda la fuerza de su agitada elocuencia. Lo grave era que
su objetivo era desintegrar Colombia, lo cual era previsible por la
actitud pasiva y contemporizadora y débil, de los bolivarianos. Los
nuestros, ¡maldita sea! carecían de carácter, de determinación para
frenar y enfrentar con valor a las aviesas intenciones de los
santanderistas. Éstos no se andaban por las ramas y eran violentos y
descarados para exigir sus prerrogativas; audaces en sus ataques y
excesivamente atrevidos. En realidad, habían descubierto la profunda
calidad humana y política del Libertador, su amplia generosidad para
perdonar, como para sostener los valores más sagrados de la libertad. El
Decreto de Guerra a Muerte nos puso al descubierto un Libertador
decidido a convertirse en el verdugo de los godos, pero al mismo tiempo a
sufrir con paciencia, tolerancia y hasta con el martirio cualquier
reclamo, cualquier exceso, cualquier locura de sus compatriotas. Hay un
momento en que viendo arder la nave de su querida Colombia, se lleva la
mano al cinto para sacar su espada, se paraliza y exclama: “¿Pero cómo
hago, si ahora estos nuevos criminales se llaman americanos?”
Bolívar
estuvo atento al grupo de sus diputados, muchos de ellos miembros de su
gabinete, y comprendió que no estarían en condiciones de resistir la
crispación y el caos al que los someterían. Se dio cuenta de que sus
diputados se manejaban con una prudencia rayana en la cobardía. No
querían muchos de sus ministros quedar mal del todo con Santander —a
quien avizoraban como el sucesor nato de Bolívar.
Entonces, lo
tenía muy claro, el único que podía inteligente, valiente, decidida y
organizadamente sustituirle en la pesada carga de gobernar Colombia era
Sucre, pero estaba tan lejos y a la vez tan asediado.
La ley de la
supervivencia le advertía que los más débiles acabarían por colocarse
bajo las órdenes de los que sabían agredir, insultar y maldecir, de los
violentos, de los más sanguinarios y asesinos que había parido aquella
tierra aún de esclavos. Fue así cómo Santander se haría con un escuadrón
de la muerte al mando de José María Obando y José Hilario López para
planificar el asesinato de Sucre.
Mientras
Bolívar viviera podía contener a este par de monstruos, pero muerto él,
este binomio avanzaría sin conmiseración desde el sur hasta Bogotá y
tomaría la capital, es decir, el poder. El Libertador sabía que el
general Rafael Urdaneta no era el hombre indicado para dar una batalla
cruenta y feroz contra los horrendos criminales de Obando y López.
Cavilando
sobre una salida desesperada, sintió que el mal ya estaba hecho y que
seguramente no quedaba otra cosa que hundirse en una guerra civil, y que
en tal caso era preferible aceptar la derrota, y que los santanderistas
asumieran el poder, y que la evolución propia de aquellos pueblos, a la
postre, algún día, acabarían por buscar un giro, alguna forma más
acabada, mejor elaborada y profunda de lo bueno que podía quedar en su
esencia.
Trágicamente,
los elementos morales de toda aquella élite de funcionarios, con la
carga de la servidumbre dejada por los realistas, con sus costumbres y
miserias, habían aletargado al gobierno hasta dejarlo brutalmente
inutilizado. Que el jesuitismo, la hipocresía, la mala fe, el arte de
engañar y de mentir; que muchos vicios funestos de la politiquería goda
se iban a imponer desde el alto poder. Que el nuevo tipo de esclavitud
sería peor que el coloniaje de los españoles, porque se haría en nombre
del republicanismo y de la propia libertad.
Fue
excesivamente bondadoso el Libertador, quien viendo que se iba a
ventilar una acusación en el Congreso contra Santander, le permitió que
se trasladara a la Convención de Ocaña.
Bolívar se
debatía en medio de una penosa inmovilidad, producto de tantos
desengaños. Son grandes sus recursos (25 mil hombres sobre la armas)
para cambiar el rumbo de la opinión a su favor y, sin embargo, cae en
ese estado de melancólico desconsuelo. Tenía claro que un continente no
puede depender de un solo hombre. Podía, sin duda, triunfar, pero ¿a qué
costo?, él no era un cínico; allí radicaba el origen de su vacilación,
de la versatilidad que se le endilgaba.
En cuanto a
la Convención de Ocaña, las elecciones habían sido preparadas por los
violentos, quienes coronaron a Santander como el artífice moral de la
convocatoria.
La campaña
electoral la centró Santander, en visitar conventos en el momento en que
se oficiaba misa. Se hacía ver en las horas más concurridas en
compungido estado de rezo, arrodillado, hundida la cabeza en sus manos.
Luego de acabada la misa invitaba a conversar al sacerdote, y se hacía
rodear de jóvenes previamente entrenados para la ocasión. Recorrió los
caminos ofreciéndole casa y haciendas a los diputados, o amenazándolos
con las consecuencias de su ira si no le hacían caso. Una espantosa
predicción que se cumplió contra muchos pobres hombres que no le
obedecieron.
El
Libertador y sus amigos se conformaban con aconsejar al pueblo que
escogiera hombres de luces y de virtud, a verdaderos patriotas.
Procuraba no interferir para nada en los colegios electorales.
- M. Restrepo dice que la conducta de los seguidores del jefe supremo fue en este sentido errónea. Dice que si Bolívar hubiera empleado el grande influjo que tenía en Colombia para que se nombraran diputados de su bando, él habría podido asegurarse una muy poderosa mayoría. Que acaso entonces la existencia de Colombia se habría salvado. Que en justicia nada se podía objetar contra el influjo del Ejecutivo en las elecciones porque así obran los gobiernos republicanos en EE UU, también en Francia e Inglaterra y en cualquier lugar donde se haya establecido el sistema representativo.
Bolívar, que
rechazaba toda imitación de las políticas extranjeras, prefirió seguir
su propia naturaleza, y fue precisamente por esta imparcialidad por lo
que acabó siendo llamado el “tirano”, y a la postre se consumó la muerte
de Colombia. Se le irrespetó horriblemente con los sobrenombres más
vulgares, como Longaniza, igual que a un loco que andaba por las calles de Bogotá vestido con harapos militares.
Los primeros
días de marzo de 1828 estuvieron llenos de una tensión agobiante para
el gobierno. Cualquier medida era vista con recelo y criticada con
provocadores panfletos.
El menor movimiento del despacho del Presidente era recibido con una fuerte descarga.
Cuando el
Libertador envió su mensaje a la Convención, dice el general Joaquín
Posada Gutiérrez, su voz ya no se oía; la pureza de sus intenciones fue
desconocida y, como él mismo lo había previsto, sus exhortaciones fueron
siniestramente interpretadas”.
Se decía que
las recomendaciones para adoptar un gobierno fuerte estaban dirigidas a
reforzar sus aspiraciones tiránicas. La Nación toda estaba secuestrada
por los perros rabiosos del santanderismo. Lo único que podía hacerse
era disolver la Convención y expulsar del país a los renegados y
traidores, pero era ésta una tarea contraria a la naturaleza del
Libertador.
Producto de aquella malhadada Convención surgieron todos los desastres de la futura América:
- se engendró el atentado del 25 de septiembre contra el Libertador, que produjo muertes y fusilamientos;
- se propagó la guerra a muerte entre los partidos
- la urgencia entre los opositores por asesinar a Bolívar y Sucre,
- la desintegración de la Gran Colombia como lo más saludable para la estabilidad política de la región.
- la sublevación de José Hilario López y José María Obando en Pasto
- la rebelión de José María Córdova en Antioquia
- la espantosa crisis del gobierno de Joaquín Mosquera,
- el acto criminal de la defección de Páez pidiendo no sólo la proscripción de Bolívar de su propia patria sino aliándose con quien le había humillado y ofendido: SANTANDER,
- el odio inconmensurable entre venezolanos y neogranadinos
- la pertinaz división política que arrasó nuestros pueblos durante casi dos siglos.
[1] José Manuel Restrepo (1952) “Historia de la Nueva Granada”. Editorial Cromos.