Basta
salir a la calle un día cualquiera de éstos, cualquiera. Montarse en un
transporte público, cualquiera de éstos, cualquiera. Y simplemente ocupar un
espacio -el que encuentres- para entender porqué no es viable para la mayoría
“plantar el país”, mantenerse en la calle con el único propósito, al principio
de ejercer un derecho completamente justo; luego llegar hasta algún lugar
específico; más tarde para entregar un documento exigiendo que se cumplan las
leyes que nos amparan; finalmente para medir fuerzas completa y evidentemente
desproporcionadas entre un grupo uniformado (entrenado para defender/atacar con
sus respectivos equipos) y otro diverso, compuesto por gente con una necesidad
enorme de manifestar sus diferencias, con sentimientos proporcionales a ellas,
con el único deseo de que ocurra un cambio; también dentro del grupo, políticos
representantes de varios partidos que comparten dos objetivos comunes: oponerse
al gobierno y ocupar el poder… y los más atroces, los que salen a la calle con
el único propósito de ver correr la sangre, la muerte, la destrucción, el
vandalismo, el terror, la anarquía, el caos, la barbarie.
Para nadie es un misterio que hace tres años, se instauraron en Mérida y San Cristóbal (por aproximadamente 3 meses) las llamadas guarimbas; el resultado de ellas es de fácil acceso para quienes invierten tiempo en investigar, hacer seguimiento y recordar. Extenderme en el resultado, sería revolver a un pasado que pensé jamás volveríamos a vivir.
Para quienes no lo recuerdan y quienes no lo vivieron fueron 78 días de terror que no valieron para absolutamente mas nada que para reforzar la frustración, para llorar a los muertos, para fracturar -aún más- las relaciones vecinales y familiares; para que mucha gente que confió en que era una protesta pacífica, se retirara y se opusiera con más convicción a que esa no era la forma.
Me encuentro a diario, con una especie de ligereza, el llamado a continuar en la calle (a pesar de los resultados diarios); lo hacen en su mayoría, venezolanxs que se encuentran fuera del país “a salvo” y que seguramente se conectan a la red cuando el trabajo (sustento) diario se los permite; personas que independientemente de la situación, reciben un quince y un último sin movilizarse de sus casas (profesores, jubilados, pensionados, etc.); personas que no necesitan salir a trabajar a diario porque o tienen una herencia (pocos casos), o trabajan por internet, o los mantiene alguien… y muy, muy pocxs los que están haciendo un gran sacrificio, pero que no podrán mantenerlo por mucho tiempo por razones obvias.
Pero además, y aquí sí somos mayoría, estamos quienes si no salimos a diario a trabajar, no comemos (no solo el alimento básico, el insumo que garantiza la satisfacción de tus apetitos físicos, psíquicos, emocionales, espirituales)… así de fácil, no sobrevivimos. No podemos soportar humanamente la paralización del país, por más crisis que exista.
Entonces aparece con más fuerza el deseo enorme de construir una trinchera -donde sobrevivir en medio de estos intereses obscenos de la politiquería y el poder- donde solo depende de ti tu subsistencia, tu salud, tu alimento, tu alegría, tu paz… solo tú y el entorno que construyes te garantizara ese bienestar que necesitas para vivir en medio de tanta porquería… y eso es innegociable. No es complicidad ni silencio.
Para nadie es un misterio que hace tres años, se instauraron en Mérida y San Cristóbal (por aproximadamente 3 meses) las llamadas guarimbas; el resultado de ellas es de fácil acceso para quienes invierten tiempo en investigar, hacer seguimiento y recordar. Extenderme en el resultado, sería revolver a un pasado que pensé jamás volveríamos a vivir.
Para quienes no lo recuerdan y quienes no lo vivieron fueron 78 días de terror que no valieron para absolutamente mas nada que para reforzar la frustración, para llorar a los muertos, para fracturar -aún más- las relaciones vecinales y familiares; para que mucha gente que confió en que era una protesta pacífica, se retirara y se opusiera con más convicción a que esa no era la forma.
Me encuentro a diario, con una especie de ligereza, el llamado a continuar en la calle (a pesar de los resultados diarios); lo hacen en su mayoría, venezolanxs que se encuentran fuera del país “a salvo” y que seguramente se conectan a la red cuando el trabajo (sustento) diario se los permite; personas que independientemente de la situación, reciben un quince y un último sin movilizarse de sus casas (profesores, jubilados, pensionados, etc.); personas que no necesitan salir a trabajar a diario porque o tienen una herencia (pocos casos), o trabajan por internet, o los mantiene alguien… y muy, muy pocxs los que están haciendo un gran sacrificio, pero que no podrán mantenerlo por mucho tiempo por razones obvias.
Pero además, y aquí sí somos mayoría, estamos quienes si no salimos a diario a trabajar, no comemos (no solo el alimento básico, el insumo que garantiza la satisfacción de tus apetitos físicos, psíquicos, emocionales, espirituales)… así de fácil, no sobrevivimos. No podemos soportar humanamente la paralización del país, por más crisis que exista.
Entonces aparece con más fuerza el deseo enorme de construir una trinchera -donde sobrevivir en medio de estos intereses obscenos de la politiquería y el poder- donde solo depende de ti tu subsistencia, tu salud, tu alimento, tu alegría, tu paz… solo tú y el entorno que construyes te garantizara ese bienestar que necesitas para vivir en medio de tanta porquería… y eso es innegociable. No es complicidad ni silencio.