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- junio 5º, 2017
Cada vez que hay crisis económica -y en el
capitalismo siempre hay crisis cíclicas cada vez más agudas- el statu
quo aprieta las clavijas para mantener sus beneficios.
Cuando ya no puedes apretar a los países
del sur -incluso con guerras, como la que están preparando en
Venezuela-, a la naturaleza y a las generaciones futuras -vía deuda-, la
explotación regresa a la vieja Europa que apenas aguantó medio siglo
precisamente exportando los problemas afuera, al futuro o a la
naturaleza.
La democracia liberal, asentada sobre una
economía guiada por el beneficio y articulada por el mercado, siempre
pone en marcha cuatro tipos de estrategias en las crisis,
jerarquizándolas en virtud del peligro que represente la alternativa.
Cada una tiene su momento, pero suelen aparecer rasgos de todas en cada
situación histórica concreta.
La primera es convencer de que no hay ninguna otra salida. Los premios Nobel y los académicos son muy útiles en esa fase.
En segundo lugar, articular una gran
coalición entre los dos grandes partidos y sus satélites -que es otra
manera de decir que no hay alternativa-, de manera que se junten las
lógicas de “centro-izquierda” y “centro-derecha” en un remix cargado
grasas saturadas.
Es el momento de los periodistas del
establishment y de los beneficiados por el sistema, también, claro está,
de la universidad. La tercera, buscar a un populista de derechas
-Trump, Rivera, Le Pen-, que agitará los excesos del sistema pero nunca
cambiará el sistema (ahí están los vacíos cien días de Trump), y que
ofrecerá identidad y más identidad para que la gente sacie el hambre
real que tiene y va a seguir teniendo. Es el momento del periodismo
pantuflo y de la telebasura.
El cuarto, cuando fallan los demás, es el
autoritarismo, la represión policial o militar, el estado de excepción o
las bandas fascistas, neonazis o paramilitares toleradas por el poder.
En todas ellas, las mayorías van a pagar los platos rotos por las minorías.
Le Pen es la fase del populismo de derechas.
Muy evidente. Macron es la fase de la gran coalición, que siempre es una mentira encubierta.
El neoliberalismo aún no ha sido desenmascarado.
Y por eso llegamos a callejones sin salida como el de este domingo en Francia.
Cuando un fascista da una paliza, niega el Holocausto o desprecia a los inmigrantes es muy fácil identificar el acto de fuerza.
Cuando Macron afirma, como recuerda Olga
Rodríguez, que “hay que dejar de proteger a los que no pueden y no van a
tener éxito”, genera y justifica mucho más dolor que las bandas
fascistas, pero es más difícil identificarlo.
Era echar por la borda medio siglo de
lucha contra la inhumanidad de los campos de concentración, del
colaboracionismo, del exterminio y el genocidio.
Pero ese gesto de tantas francesas y
franceses que han ido a votar a Macron con el alma rota, tiene que
servir para lograr desenmascarar a ese nuevo enemigo de la gente.
Porque Macron son las privatizaciones, los
recortes, la pobreza y la angustia de los ancianos, la venta de armas a
países en conflicto, el apoyo a las guerras en Siria o Irak, el sostén
de dictaduras en África, el aliento a la guerra civil en Venezuela, la
banlieu de las grandes ciudades francesas donde el Estado ya no existe,
el fin de las universidades públicas, el reinado incuestionado del
capital financiero y el mantenimiento de una Europa al servicio de los
mercaderes.
La patronal francesa tiene a Macron para
seguir apuntalando el nuevo contrato social sin derechos, y sigue
teniendo el plan B de Le Pen.
Por eso, desde este mismo lunes, toca desenmascarar a Macron.
Porque, de lo contrario, el Plan B se
activará más temprano que tarde y cogerá desprevenida a la Francia
demócrata. Ponerlos en el mismo saco es inadmisible para mucha gente.
Y la apuesta meridiana de Le Pen por el
odio de raza la convierte, incuestionablemente, en enemiga de cualquier
demócrata. Ya hemos arreglado cuentas con Le Pen.
Ahora, para que no siga recibiendo apoyos,
vamos a arreglar cuentas Macron y su defensa del neoliberalismo. Vamos a
arreglar cuentas con ese, en palabras de Boaventura de Sousa Santos,
“fascismo social” que envuelto en ropajes democráticos prepara el camino
para la violencia, la exclusion y la guerra.
Nunca una derrota fue tan necesaria ni una
victoria tan amarga. Ojalá este dolor sirva para que Francia sepa
reinventar su revolución francesa, su Comuna de París, su resistencia y,
como ocurrió con La 9 y la División de LeClerc, entremos juntos a
liberar nuestros países de los enemigos de ayer ahora que ya sabemos que
obedecen órdenes de los mismos amos.