foto: Partidarios del Ku Klux Klan se manifiestan en Columbia, Carolina del Sur, en julio de 2015
La extrema derecha estadounidense aprovecha el nuevo clima político para buscar savia joven en las universidades, que pueda reforzar su causa y dotarla de continuidad
Primero fue el lavado de imagen. La extrema derecha de EEUU ha logrado que se le llame “alt-right” o “derecha alternativa”. Ya no es racista o supremacista blanca, sino “identitaria”, y sus líderes de vaqueros estrechos, americana y pelo rapado a los lados pero largo por arriba bien podrían figurar en un catálogo de Urban Outfitters.
La victoria del “Dios-emperador” Donald Trump fue saludada por muchos de ellos al estilo nazi, y ahora, entusiasmados, están de campaña. La extrema derecha ha lanzado un esfuerzo “sin precedentes”, en palabras de la Liga Antidifamación (ADL), para reclutar estudiantes universitarios por todo el país.
“Los supremacistas blancos se están sintiendo muy energizados por el clima político actual de EEUU”, dice a El Confidencial Marilyn Mayo, investigadora y experta en extremismo de la ADL. “Sienten que es el momento adecuado para llegar a los jóvenes, en los campus. Creen que serán más receptivos a las ideas nacionalistas blancas”.
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Uno de los principales ideólogos de extrema derecha, Richard Spencer, presidente del National Policy Institute y autoproclamado “Karl Marx de la alt-right”, habló en un aula de la Universidad de Texas A&M alquilada por el neonazi local Preston Wiginton. Fue en diciembre; Spencer llegó escoltado por otros skinheads que formaron una barrera en torno a él para protegerle de las protestas, incluso durante la conferencia.
Spencer explicó a este diario que no se considera ni “racista” ni “supremacista blanco”, pero sostiene que los afroamericanos son menos inteligentes y están genéticamente predispuestos a delinquir. No es racista, dice, pero sueña con crear un “etnoestado” para europeos blancos, “como el Imperio Romano”, mediante una “limpieza étnica pacífica”.
Reservas para no blancos y otras “propuestas”
Otro racista activo es Nathan Damigo, natural de Silicon Valley, en California. Damigo fue invitado a hablar en una clase de “estudios étnicos” de la Universidad Cal State Stanislaus. Los estudiantes, muchos de ellos latinos y negros, escucharon a Damigo decir que a la raza blanca está amenazada por las minorías y que necesita algo parecido a lo que tienen los nativos americanos: una reserva, un territorio sin mezclar.“Fue educado y bienhablado, y creo que eso fue parte de la ‘desconexión’”, dice a El Confidencial Jon Grammatico, uno de los estudiantes presentes en la charla. Grammatico dice que muchos compañeros se quedaron impactados por la rotundidad de sus ideas y por su forma de expresarlas. “La gente tiene en su cabeza esa idea de que los racistas son gente desconectada e ignorante. Él desafió esta noción (bueno, sigue siendo un ignorante, pero no de la manera en que la mayoría de la gente cree)”, matiza.
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Hoy Damigo, de 30 años, va a la universidad y dirige Identity Evropa; como Spencer, niega ser un racista o supremacista y dice que estas etiquetas son un “discurso de odio antiblanco”. Como Spencer, cree que la victoria de Trump inicia una nueva era. Su plataforma usa pegatinas con la imagen de Alejandro Magno y pide que la raza blanca sea “grande de nuevo”. Sólo admite socios de “ascendencia europea, no semítica”.
¿Libertad de expresión en las aulas?
El esfuerzo de la ultraderecha llega a un paisaje universitario polarizado y sospechoso, en muchos casos, de hipersensibilidad política: facultades que modifican su nombre por un vago eco racista de hace dos siglos, manuales de lenguaje aséptico o muchedumbres de alumnos progresistas que vetan o acosan a los ponentes que no son de su gusto. Pese a ello, movimientos progresistas y conservadores coinciden en rechazar el radicalismo.Los dos movimientos jóvenes más fuertes de la Universidad de Wisconsin-Madison, la izquierdista Coalición Estudiantil para el Progreso (SCP, por sus siglas en inglés) y los conservadores Jóvenes Americanos por la Libertad (YAF), se llevan notoriamente mal. Pero están de acuerdo en rechazar la campaña de un alumno de pasado violento, Daniel Dropik, que pasó cinco años en prisión por prender fuego a dos iglesias afroamericanas.
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“Hay una línea muy marcada entre el discurso libre y el discurso de odio”, dice una de las organizadoras de SCP, Kat Kerwin. “Estudio ciencias políticas y me especializo en derecho constitucional; valoro la Constitución, valoro más que nadie la primera enmienda, pero creo que cuando el discurso está tan lleno de odio crea efectos negativos para grupos marginales y ahí está la raya”, declara a El Confidencial.
“Lo mejor es cuestionarles en un foro”
Kara Bell, portavoz de YAF, asegura que su organización no tiene nada que ver con Dropik. “La YAF no cree que una organización del American Freedom Party deba de ser admitida en la Universidad de Wisconsin-Madison”, declara por email. “La libertad de expresión es importante en el campus universitario, pero cuando bordea el discurso de odio, no debe de ser permitida”.Este debate alcanzó su auge el pasado enero cuando el ultraderechista Milo Yiannopoulos se disponía a hablar en la Universidad de Berkeley. Yiannopoulos, entonces editor del portal conspirativo Breitbart News y troll contra cualquier forma de feminismo o discriminación positiva, había sido invitado por una organización de estudiantes conservadores y la universidad optó por hacerse a un lado.
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“La universidad es un mercado de ideas, pero no tienen por qué ofrecer una plataforma a racistas y antisemitas”, dice Marylin Mayo, de ADL. “Cuando hemos visto conferenciantes controvertidos, la mejor forma de rechazarlos no es la protesta violenta, sino cuestionar sus ideas en un foro. Las universidades no tienen que darles espacio, pero si son invitados por estudiantes, deben de ser confrontados”. De momento, explica, es difícil saber si esta campaña de reclutamiento está teniendo resultados.