Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
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14 de enero de 2018

El rojo cargamento de un barco


La cochinilla producía un tinte rojo que teñía los textiles más caros de España, Francia, Inglaterra, Italia y Flandes


Por Flor Tejo 
Las bodegas de los galeones que surcaban los océanos hace más de cuatrocientos años llevaban un cargamento que enloquecía a Europa y Asia. Si han pensado en el brillo de la plata y el oro han errado. Cada vez que una flota llegaba a Sevilla o Cádiz o el galeón de Acapulco arribaba a Filipinas, un destello rojo asomaba entre cajones y zurrones llenos de grana cochinilla. Ese pequeño insecto, cultivado cuidadosamente en los nopales de Tlaxcala y Oaxaca, producía un tinte rojo que teñía los textiles más caros de España, Francia, Inglaterra, Italia y Flandes.
¿Cómo era transportada en aquellos buques de madera? El añil, palo de Campeche y la grana eran colorantes muy apreciados en el viejo mundo; sin embargo, el cuidado de los inspectores en el embarque del pequeño insecto demuestra lo valioso del producto. Desde Oaxaca y Tlaxcala llegaban en mulas a los puertos de Veracruz y Acapulco los costales o zurrones con la grana.
Los inspectores o veedores, como se les conocía en ese entonces, debían verificar que no estuviera mezclada la grana con un producto alterado. Para ello utilizaban un palo hueco, a manera de jeringa, y lo metían hasta el fondo del costal, a fin de obtener una muestra del producto. Lo revisaban y cernían para comprobar que sólo hubiera grana fina. Si descubrían algún «maleficio», quemaban el producto defectuoso y procedían al arresto del vendedor más una multa por el engaño.
Una vez verificada la grana por varias autoridades, se cosían las bocas de los costales y pegaban sobre la costura el sello de la ciudad que garantizaba su pureza. Se metían los costales en cueros y cajones para que una vez embalados pudieran ser registrados por el maestre de la embarcación donde viajarían para conquistar el mundo.
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