En eso de estar
buscándole la madre a la seudoburguesía venezolana se nos atravesó una noticia
que no me reprimo en mostrar. Aniquesos anuncia
que pronto se agotarán “materiales” necesarios, por lo que la fabricación y
distribución de quesos está comprometida, en lo que también incide la deuda que
tienen con los proveedores internacionales.
¡Mala leche!, porque los materiales que se están agotando son cuajos,
fermentos, bolsas y repuestos, y en no se cuántos años fabricando quesos no han
sido capaces de haber hecho surgir procesos industriales para la fabricación de
insumos que no precisan de gran tecnología e inversión (nos consta) pero cuya
provisión los hace participar en la apropiación de la renta petrolera. ¿Se le puede llamar burguesía a los
“industriales” de Aniquesos? Compran
leche barata en el mercado interno y la someten a procesos con tecnología
conocida, añadiéndoles insumos importados y sobrepreciados, determinando el precio de venta, no según los
costos de producción, sino con la
referencia de los productos importados, caros a más no poder por intervenir en
su comercialización mafias del mismo pelaje.
Y ay del gobierno si no les garantizan “la continuidad del flujo de
insumos para que la industria no se paralice.
Fue este un ejemplo
que se nos atravesó del desempeño de un sector de la seudoburguesía venezolana,
que servirá para apoyar afirmaciones posteriores, porque ahora nuestra búsqueda apenas va por el período
colonial.
La burguesía se
perfila definitivamente como clase durante la llamada Primera Revolución Industrial,
y en ese tiempo éramos una colonia del reino español; por aquí, ni rastros de
burguesía, y por las Españas, tampoco. Allá,
unos pujos de industrialización estatal desenfocados y socialmente en el aire,
no hacían capitalismo ni modificaban el mercantilismo y la concepción señorial
del trabajo que continuaban permitiendo la acumulación en los países donde
reventaba la Revolución Industrial; aquí, algunas reformas económicas fueron
introducidas, en función de racionalizar la economía para ponerla al servicio
de la estrategia escogida para la metrópoli.
En el caso de Venezuela, estas reformas que quizá hicieron crecer un poco las fuerzas productivas, provocaron la reorientación de la producción del contrabando a la legalidad del comercio con la metrópoli, lo que le valió convertirse en productora de excedente fiscal y dejar el papel de colonia improductiva, receptora de situado para atender los gastos burocráticos. Los protagonistas de este cambio fueron los factores de la Compañía Guipuzcoana (empresa a la que se otorgó el monopolio comercial de la colonia) a quienes se les ha hecho valer como los inicios de la burguesía en nuestro país. Pero nada más lejos de la realidad, pues de burgueses, ni pelo. Los comerciantes, con su arte de comprar barato y vender caro sin agregar valor a la mercancía, han existido en todos los modos de producción, sin determinarlos.
El arribo de la
Guipuzcoana lo que hizo fue arrebatarle el papel de comerciantes que los
productores de bienes exportables habían ejercido por circunstancias
históricas, con la generación de contradicciones que este despojo
conllevó. Exportados de contrabando por
los productores criollos o legalmente por la Guipuzcoana, los productos objeto
de estas prácticas eran producidos bajo relaciones de producción
precapitalistas, conceptualmente y en la realidad.
Las relaciones
precapitalistas de producción no cambiaron una vez que se produjo la
independencia política. A pesar de las
promesas y esfuerzos de personajes de la
gesta, la esclavitud no se abolió, y sobrevivió como relación de producción
fundamental, y en la medida en que fue debilitando, era remplazada por el
peonaje, la aparecería y otras formas de relaciones de trabajo igualmente
precapitalistas. No fue sino hasta la
segunda mitad del siglo XIX cuando comenzó a aparecer el salario en algunos
procesos de la producción de bienes agropecuarios exportables. En algunas tareas urbanas y en la minería
había aparecido antes, pero su condición de enclave y de afectar a un
porcentaje pequeño de mano de obra, no le permitía calificar la formación
económico-social. El consumo de bienes
del secundario era satisfecho por la importación y por la producción local bajo
formas de elaboración artesanal, que no evolucionó a industria, por lo que de burgueses
ni rastros. Es más, las características
del mercado hicieron que artesanales fueran los procesos de algunos de los
espacios excepcionales de posible producción industrial que permitía la
división internacional del trabajo impuesta, lo que veremos más adelante.
Y era que la
oligarquía de la segunda mitad del XIX había aceptado sin cortapisas la
imposición de los países industrializados de incorporarse al mercado mundial
bajo una implacable división internacional del trabajo: los países de América se
especializarían en la producción y exportación de bienes del sector primario, a
cambio de la importación de bienes manufacturados, capitales y migrantes
provenientes de los países industrializados.
Esta coerción extrema, aceptada por oligarquía, imposibilitaba que
surgiese burguesía o algo parecido a ella, lo que quiere decir que el siglo XIX
terminó sin antecedentes de esa clase de medio pelo que estamos tratando, que
ha sido capaz de desfigurar la historia para justificar su posición menguada en
la historia reciente del país.