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No
creo que en Venezuela exista un estado de guerra civil todavía. Sí
aprecio una situación en extremo peligrosa que requiere ser atajada
rápidamente.
Está
en marcha el guion del Comando Sur de Estados Unidos, cuyo objetivo es
no solo acabar con la revolución sino convertir a Venezuela en otra
Libia u otra Siria y ha conseguido algunas de sus metas. Tal vez la más
importante sea el desabastecimiento de alimentos y medicinas, creado
artificialmente por las grandes empresas alimentarias, cuyos dueños,
junto a otros oligarcas y funcionarios corruptos, han ganado fortunas a
costo de los fondos asignados por el Estado para la compra de insumos y
materias primas.
Este
conjunto de problemas afecta severamente la vida cotidiana, ha creado
irritación en sectores populares y aminorado el enorme caudal de apoyo
popular que logró conquistar el chavismo con el genio estratégico de
Chávez al mando y altos precios del petróleo. En aquella etapa,
Venezuela incluyó como ciudadanos plenos, con dignos salarios, atención
médica, servicios educativos, pensiones decorosas, viviendas de calidad
y, sobre todo, participación y protagonismo políticos a las grandes
mayorías hasta entonces marginadas y en muchos casos discriminadas por
el color de su piel.
Pocas
veces en la historia se pusieron en marcha en tan poco tiempo programas
sociales de esa envergadura. Pero aunque mejoró ostensiblemente el
nivel de vida de grandes masas, no parece haberse elevado por igual la
conciencia política, sin contar el inherente culto al consumo del modelo
rentista petrolero aun vigente, arraigado incluso en los sectores
anteriormente más desfavorecidos.
Cuando
Chávez fue electo nuevamente presidente en 2012 ya existían barruntos
de guerra económica aunque lejos de llegar al grado de perfeccionamiento
y rigor a que ha sido llevada por la contrarrevolución bajo la
presidencia de Maduro.
La
gran diferencia de votos a favor de Chávez entre esa elección y la de
Maduro en 2013, evidenció los daños adicionales de la guerra económica,
pero también el insuficiente trabajo político del PSUV para esos
comicios e, igualmente, confirmó el relevante papel de los grandes
liderazgos carismáticos y aglutinadores.
Con
esas condiciones en contra, Nicolás Maduro ganó limpia e
indiscutiblemente la elección presidencial pero inmediatamente se
desencadenaron protestas de tinte golpista por el candidato opositor
Capriles que condujeron a actos violentos y la muerte de nueve personas.
Maduro se entregó a una vorágine de trabajo sin pausa en cinco años.
Debió construir su propio liderazgo, fortalecer la unidad cívico
militar, combatir la guerra económica con soluciones de masa y, pese a
las dificultades, continuar y restaurar las grandes misiones sociales
creadas por Chávez. No menos importante, su esfuerzo honesto por
encaminar un diálogo con la oposición.
Tuvo
que soportar las guarimbas de febrero de 2014, que con saldo de 43
muertos y astronómicos daños materiales fueron instigadas por Leopoldo
López, de nuevo con el sesgo golpista invariable en la oposición. Poco
después vino otro rudo revés para el chavismo al perder las elecciones
parlamentarias de diciembre de 2015, su primera derrota electoral en 17
años.
La
derecha se sintió con el derecho de derribar a Maduro mucho antes de
cumplir su mandato e inició una serie de acciones sediciosas desde el
cuerpo legislativo, que llevaron al Tribunal Supremo a declararla en
desacato hasta hoy.
El
mayor aliento a la contrarrevolución en su permanente propósito de
derrocar a Maduro y a la revolución viene con la llegada de Almagro a la
secretaria general de la OEA, secundado por el frustrado candidato
presidencial republicano Marcos Rubio. Desde ese infecto lugar, el
uruguayo ha articulado una coalición antivenezolana de gobiernos de
derecha, entre ellos los de México, Colombia, Brasil y Argentina, en
ciega obediencia a los planes de Estados Unidos.
Esa
y no ninguna preocupación por la democracia y el orden constitucional
es lo que ha movido a la derecha a la criminal espiral de violencia
fascista en curso, que ya se ha cobrado medio centenar de vidas. No cabe
duda que si no se desmantela esta feroz embestida con urgencia, la
contrarrevolución hará cuanto esté a su alcance para deslizar al país
hermano hacia la guerra civil y la intervención extranjera. El golpe a
la derecha violenta fortalecerá la posición chavista hacia la Asamblea
Nacional Constituyente y facilitará encausar el gran diálogo nacional
que se busca.
Twitter:@aguerraguerra