por Carlos Aznárez (Resumen Latinoamericano)
Como
ocurriera con Kennedy, con Johnson, con Nixon, con Ford, con Carter,
con Reagan, con Bush padre, con Clinton, con Bush hijo y hasta con el
propio Obama, Donald Trump también se equivoca si cree que con bravatas,
payasadas y “aprietes” belicistas contra Cuba va a lograr lo que todos
los demás intentaron hacer y fracasaron estrepitosamente. Cuba, su
pueblo y su gobierno están hechos de buena madera forjada en base a
teoría y prácticas revolucionarias que vienen llevando a cabo todos los
días del año desde aquel 1 de enero de 1959 en que Fidel "mandó a
parar”. Cuba es la mano tendida cuando encuentra un interlocutor que
comprenda el gesto pero también está hecha de la dureza del acero a la
hora de no aceptar humillaciones o ataques injustificados e
injerencistas como acostumbran los habitantes de la Casa Blanca.
Sin
embargo, pedirle un poquito de racionalidad a un energúmeno como Trump
es perder el tiempo. Convencido de que se debe a la promesa que le
hiciera en plena campaña electoral a los sectores más ultras de la
gusanera anticubana, acaba de anunciar que borra de un plumazo los
tibios acuerdos firmados por Obama con Raúl Castro, salvo dos o tres
ítems que deja en pie, entre ellos que la odiosa bandera de la barra y
las estrellas siga flameando en su embajada en La Habana.
Este
pasado viernes en el teatro miamense que lleva el nombre de uno de los
terroristas que quiso incursionar en Cuba por Playa Girón y fue
capturado, Trump no se privó de nada con tal de coquetear con una jauría
de hombres y mujeres marcados a fuego por el revanchismo y el odio
hacia las gigantescas conquistas de la Revolución. La permanencia digna
de la misma tras casi seis décadas de criminal bloqueo, es algo que no
estaba previsto ni en el peor de sus sueños de los
contrarevolucionarios. Eso ocurre y seguirá ocurriendo porque jamás
lograrán entender al pueblo de Cuba, que está dispuesto a jugarse el
resto para impedir que se atropellen sus conquistas sociales y
políticas. Esos beneficios otorgados por un gobierno "de, por y para los
humildes", como dijera Fidel, que han ido convirtiendo a varias
generaciones de cubanos y cubanas en representantes orgullosos de un
país donde la cultura, la educación, la salud y la justicia social no
son consignas huecas como ocurre en la gran mayoría de los rincones del
planeta.
Desde donde puede el prepotente
Trump jactarse que va a defender la “democracia y los derechos humanos”
en Cuba cuando en su propio patio interno lo único que tiene para
mostrar son las consecuencias execrables del capitalismo. Un micromundo
donde los seres humanos no cuentan, donde la salud es un comercio al que
poco acceden, la educación es ultra elitista, las calles se han
convertido en las viviendas masivas de los excluidos del “America way of
life”, el consumo de drogas es uno de los más altos del mundo, y la
muerte camina habitualmente por sus avenidas como producto de
la “devolución” que producen las interminables guerras imperialistas en
las que Estados Unidos se anota a diario.
Solo
a 90 millas de allí, las estadísticas hablan de vida. En 2016 Cuba
mantuvo el porcentaje récord a nivel mundial del descenso de la tasa de
mortalidad infantil en un 4,3 por cada mil nacidos vivos. Y hablando de
la salud que no tienen sus vecinos yanquis, la Revolución logró desde
sus inicios ser la primera nación
de América Latina en erradicar la poliomielitis, en tanto
desaparecieron, además, enfermedades infecciosas como el paludismo, la
tosferina, rubéola, tétanos neonatal, difteria, sarampión, síndrome de
rubéola congénita y meningoencefalitis posparotiditis. Las vacunas
cubanas contra la meningitis y las investigaciones más avanzadas para
controlar distintos tipos de enfermedades cancerígenas son datos
venerados por los organismos internacionales en la materia. Todo ello,
es producto de un sistema de salud pública que no sólo
llega a todos los confines del país, sino que se extiende a numerosas
naciones mediante convenios de cooperación e iniciativas donde prima la
solidaridad, como lo denota el aporte de Cuba —con su personal médico—
en la lucha contra el Ébola en África Occidental o las decenas de
brigadistas acudiendo a poner en práctica sus saberes obtenidos
gratuitamente con pobladores muy humildes del planeta.
Qué
decir de la educación, no solo en lo que hace a su desarrollo interno,
sino la puesta en marcha de planes de alfabetización a escala mundial
para iluminar de sabiduría a aquellos pobladores a los que el sistema
capitalista preferiría ver excluidos y analfabetos.
Por
otra parte, Cuba ha cumplido gran parte también de los Objetivos de
Desarrollo del Milenio.Erradicó la pobreza extrema y el hambre, logró enseñanza primaria universal, y promovió la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de la mujer. Como resultado de ello, sus índices le sitúan como una nación de alto
desarrollo humano, que ocupa un lugar altamente destacado entre 187 países, todo ello
derivado de las sostenidas políticas de bienestar social impulsada por un gobierno que se deba a su pueblo
A
diferencia de los vientos de guerra e intervención que siempre soplan
desde Washington, Cuba apuesta a la paz para el continente y el mundo, y
es por ello que contrariando las intenciones expuestas por Trump en su
patético discurso, en estos últimos años la política exterior cubana ha
logrado éxitos contundentes. Participa con voz y voto en decenas de
foros y organismos internacionales, es consultada por países que a pesar
de considerarse “desarrollados” no logran acercarse a las metas ya
sobrepasadas por la Revolución en aspectos sociales básicos reclamados
por sus respectivas poblaciones. Todos los países, todos, mister Trump,
rechazan el bloqueo y así lo expresaron en la última reunión para tratar
el tema en la ONU, en la que hasta los más furiosos enemigos de Cuba,
como Israel y el propio Estados Unidos optaron por abstenerse para no
seguir pasando tanta vergüenza. Si faltara algo, el territorio cubano ha
sido utilizado para acercar mecanismos de diálogo y pacificación en
países con conflictos interminables, como ocurriera recientemente con
los diálogos entre las FARC y el gobierno colombiano.Trump podrá gritar y patalear todo lo que quiera en el burdel de Miami, rodeado de un minúsculo grupo de gusanos (en toda la península hay miles de cubano-americanos que no comulgan con ese discurso plagado de amenazas e intenciones intervencionistas) pero lo que jamás logrará es poner de rodillas al pueblo digno y soberano de Cuba. Como bien expresara el comunicado dado a conocer por el gobierno revolucionario: "Cualquier estrategia dirigida a cambiar el sistema político, económico y social en Cuba, ya sea la que pretenda lograrlo a través de presiones e imposiciones, o empleando métodos más sutiles, estará condenada al fracaso”.
No son solo los hombres y
mujeres de Cuba los que están dispuestos a defenderse de esta vuelta de
tuerca de la política imperialista, sino que a su lado estará como
siempre, la solidaridad agradecida de todos aquellos que consideran que
la Revolución Socialista, próspera y sostenible, es el mundo posible por
el que hay que luchar hasta las últimas consecuencias.
Desde
las entrañas del auténtico pensamiento y decisión anti-colonial,
anti-imperialista y anti-capitalista otra vez es hora de decirle a
Trump: “Cuba sí, yanquis no”.