La rebelión popular de
Venezuela en 1814 no fue un simple acontecimiento local, natural en la lucha,
sino el suceso social de más envergadura que registra la Historia de la
Emancipación americana. No encontramos un hecho igual en ninguna parte del
continente, si exceptuamos al Santo Domingo colonial, que pueda ser comparado
con el de Venezuela.
En ningún momento se vio
algo semejante en la lucha por la Independencia de las otras repúblicas. Los
ilustres libertadores de Argentina, Cuba, Estados Unidos, Uruguay etcétera, no
se llegaron a ver en el terrible caso de Bolívar y los suyos. Por todas partes
se decidían independencias con dos o tres batallas importantes contra las
autoridades españolas. El pueblo o era patriota o indiferente, o luchaba como
simple mercenario, sin ideal y sin sentimientos por la causa realista. Pero en
Venezuela, y eso es lo interesante del asunto, hubo además de la guerra de
Independencia una revolución, estructuralmente hablando, contra los patriotas
que hacían la Independencia. Revolución ésta que no tuvo nada que ver con el
rey de España ni con el realismo, sino todo lo contrario, tuvo características
democráticas y niveladoras.
Por eso el estudio de
la rebelión popular se resalta de manera poderosa la labor de Bolívar y de sus
lugartenientes. Pues, además de sostener nuestros libertadores una guerra a
muerte con España, mantenían una lucha contra los mismos venezolanos, que
peleaban por la libertad social. El Libertador ha tenido que ser un hombre
extraordinario, superior, para haber podido resistir aquella oleada de sangre,
imponérsele y dominarla, haciéndola suya, para luego ir a luchar contra la
autoridad despótica del rey de España. Él supo aprovecharla y domarla como un
potro cerrero y hasta llevarla por las vías de la Independencia de la patria. Y
hay que señalar que esa rebelión fue un movimiento tanto o más sangriento que
la Jacquerie y que la misma
Revolución Francesa.
Lo que resulta bastante
extraño es que hasta ahora, si exceptuamos las formidables lineadas de nuestro
gran sociólogo Laureano Vallenilla Lanz, nadie había presentado el fenómeno de
la rebelión como un acontecimiento social de primera magnitud. Las pocas veces
que se le ha hecho mención en la historia, es para presentar a 1814 como una
explosión del realismo frenético de nuestros llaneros, pero sin ahondar jamás
en las verdaderas causas.
No me explico cómo ha
sido posible interpretar como “realismo” la rebelión, por el solo hecho de
decirse realista. El que haya observado un poco al pueblo venezolano,
democrático hasta los tuétanos, no puede afirmar que hubiese sido éste capaz de
ser partidario del rey y de los privilegios. En América, portavoces de la
autoridad del monarca, los que inculcaban el amor al rey, eran los sacerdotes.
En aquellas regiones americanas, como Pasto (Colombia), donde el cura tenía un
estrecho contacto con sus feligreses se daba la posibilidad del caso que por
presión del párroco se lanzaran los habitantes de la comarca a luchar en favor
del rey. Pero en Venezuela, si se exceptúan algunas de las principales ciudades,
no habrá religiosidad en el verdadero sentido de la palabra. En sitios como los
llanos o en los lejanos campos donde era muy difícil que llegara la voz del
sacerdote, donde apenas se tenían nociones vagas de lo que era el cristianismo,
mal iban a saber lo que significaba el rey. Aquellas insurreccionadas
montoneras que iban saqueando y matando blancos, cometiendo sacrilegios en las
iglesias, ensangrentando altares, no podían ser jamás realistas, ni
representantes del orden y la religión. Lo que sucedía era que aquellos hombres
abrazaban las banderas realistas como un pretexto para satisfacer sus odios de
clase, para realizar la libertad social que anhelaban. Porque de haber estado los
poseedores del lado de los realistas ellos hubiesen sido, sin lugar a dudas,
fervorosos patriotas. La rebelión, pues, bajo las banderas del rey, no fue más
que un pretexto.
En realidad, si
observamos bien la actitud de nuestros promotores de la Independencia, veremos
que sentían una intuición muy clara de lo que iba a suceder. Todos temían que
se repitiese, en caso de darse libertades, las mismas escenas que azotaron a
Santo Domingo a final del siglo XVIII, isla ésta donde los esclavos degollaron
a los blancos dueños de las plantaciones. Temían, pues, y lo decían
abiertamente, que la igualdad política significaba en cierta manera abrir el
dique a las “castas”, y que éstas irían a perseguir, como consecuencia lógica,
la igualdad social. Preveían inconscientemente lo que luego sucedió. Pues
todavía estaban frescas las hazañas del zambo Chirino, todavía se conocían las
heroicas aventuras de Andresote, aún se comentaban con terror con temor las
matanzas del negro Miguel. Diariamente se veían esclavos que se escapaban de
las plantaciones de sus amos para refugiarse en los bosques y llevar allí una
vida de asesinatos camineros. Hasta que un buen día traían al negro cimarrón, y
en el patio de la hacienda, amarrado a un botalón, le daban delante de todo el
negraje doscientos buenos latigazos que hacían brotar la pulpa roja de la
espalda del condenado.
Y solamente gracias a
los discursos demagógicos de la Sociedad Patriótica, tal como lo veremos en
estas páginas, es que se provoca una declaración de absoluta independencia.
Pues si bien estaba en los corazones de todos aquellos congresantes, que en
realidad la querían, a la vez temían que para sus intereses fuera más
perjudicial que una moderada separación de España. Y luego, por sus decisiones,
aquellos hombres iban a ser víctimas de un “terror” mucho más sangriento y
espantoso que el del 93. Pues si bien en Francia la revolución fue
exclusivamente en París, en Venezuela fue todas partes, principalmente en el campo.
La nuestra fue mucho más popular entre las masas que la francesa. Más agraria
que citadina. Boves, Rosete, Antoñanzas, Diegote, Morales y el zambo Machado
penetraron mucho más dentro de la psicología de su ambiente que Robespierre,
que el carnicero Legendre, que Marat, que Saint-Just, que Maillard-Baboeuf y
tantos otros. Fueron estructuralmente más revolucionarios y mucho más
emprendedores que los apóstoles del jacobismo. Prueba de esto fue el cariño que
las turbas revolucionarias sintieron por ellos a la hora de la desaparición.
Cuando murió Boves, sólo hubo un inmenso silencio a su alrededor. Nadie entre
sus hombres aplaudió el lanzazo que le sacó las entrañas. En cambio, cuando Robespierre
fue guillotinado y su cabeza destilando sangre fue ofrecida al público, el
pueblo aplaudió hasta calentarse las manos, y las viejas tejedoras rieron hasta
más no poder enseñando sus dientes negros al cielo de París.
Por eso es injusto
callar la rebelión del año catorce. No solamente en lo que respecta al interés
social que significa tal movimiento, sino porque es necesario destacar que los
triunfadores de La Puerta, la Villa de Aragua, San Marcos y Urica fueron tan
venezolanos como los de Carabobo, Vigirima, Araure y San Mateo. La rebelión es
un hecho venezolano, provocado por condiciones extrañas a nuestra verdadera
conciencia nacional, tal como fue el clasicismo colonial. Pero nunca por estar
aquellos sangrientos lanceros en contra de la patria que le vio nacer. Los
hombres de Bolívar y los de Boves luchaban regando generosamente su sangre por
ideales que, aparentemente distintos, convergían en la libertad.
En la elaboración de
este trabajo he seguido un orden hasta cierto punto clásico en la narración de
los acontecimientos. Pero, como lo notará el lector, he saltado por todos
aquellos sucesos que, sin poseer un interés extraordinario para la Historia, no
tenían nada que ver con la rebelión popular, propósito de estas páginas. Por
eso aquí se encuentran algunos puntos que corrientemente apenas se mencionan,
bastante desarrollados, y otros, en cambio, apenas esbozados.
En la composición de
los capítulos he buscado más que todo el suceso, el hecho destacado, el lugar o
la frase. En la realización de los acontecimientos y en las descripciones he
seguido una sistemática moderna que exige el origen y la fuente de cada
afirmación que se hace. En la bibliografía, a pesar de no encontrarse casi
libros ni documentos de la época que estudiamos por la ausencia prácticamente
total de hombres que escribieran memorias o conservasen apuntes, hemos
preferido el “yo vi” o el historiador de la época que conoció a los actores y a
las víctimas, que el especialista moderno. Al propio tiempo de haber destacado
el sentido estructural de los acontecimientos, tanto sociales como económicos,
he tratado de remozar, de darle nueva vida, al viejo método de “colorido”
ambiental que tan bien le va a la Historia, y, en especial, a la pequeña
historia de una época determinada, de un individuo o de un momento, siempre y
cuando semejante color no signifique fantasía y sobre todo fantasía que pueda
perjudicar la realidad.
Antes de terminar,
quiero dedicar estas páginas al pueblo venezolano. A simón Bolívar, el
Libertador, símbolo de la libertad y de la unidad de la patria. Y a todos
aquellos hombres que, luchando ardientemente contra la dominación española,
lograron un día conquistar la Independencia y el bienestar para esta heroica y
gloriosa tierra de Venezuela, mi Venezuela.
Juan
Uslar Pietri
París,
Diciembre de 1953