(I)
Luego de cuatro años, no es cuestión de fe, ni tampoco
de discutir lo que las autoridades del partido fundado por Hugo Chávez, hoy
velado por los acertijos de sus expresiones internas y moldeado por algunas
expresiones que sus dirigentes más conspicuos quieren establecer como matrices para
que sus militantes debatan en torno a ellas y, finalmente, escojan a sus jefes
políticos. “…la militancia de la organización política se ha ganado el derecho
a elegir esta vez a la Dirección Nacional”, ha dicho Elías Jaua
categóricamente. Creo que en esas dos palabras está la clave para desgranar la
mazorca.
Me parece que el IV Congreso debería abrirle la puerta
al miedo para que salga. Ese miedo que está en su seno y muerde como un bicho.
El miedo de perder el control de la llamada maquinaria. No es la hora de estar
jugando a sellar un cuadro de caballos y apostar a la suerte de uno o más
“nuevos” jinetes para dirigir a nadie. Para mí, si el Psuv está consciente de
los sesos que Chávez dejó –y las esperanzas que tuvo- al proponer la fundación
de un partido que avanzara en la construcción de una cultura política
influyente en el socialismo, debería alejarse del síndrome de Robespierre y
entender, de una vez por todas, que sin vanguardia real no va a contribuir a
transformar ni a enderezar al país.
Ni siquiera menciono la llamada clase obrera.
(II)
Chávez, aludiendo a Alfredo Maneiro, lo alertó en
distintas etapas del proceso político. No hay que profundizar mucho en la
naturaleza del Psuv después de la muerte de su fundador, para saber que el
partido no ha sabido pulsear ni concebir ofensivas más allá de lo clientelar y
el brochazo populista de la bonificación de la pobreza que ha venido sepultado
a las mayorías. ¿Por qué no reconocerlo e invertir los términos de la llamada
“discusión”? ¿Por miedo o porque se está convencido de la asertividad de sus políticas?
Jaua habla de la “re-legitimación” de los liderazgos.
De los anteriores y de los procedimientos que vienen. ¿A Cuáles liderazgos se
refiere? Y lo aún más delicado y poco ético, es decir que ahora sí las bases se
ganaron el derecho de hacerlo. ¿A cuáles derechos se refiere que no los tenían
antes? ¿Será porque las grandes y más importantes decisiones se establecían por
el consabido consenso, por el peso de la figura de la autoridad democrática
dentro del aparato? ¿Alguna vez se ha promovido en el pueblo la necesidad de
comenzar a visualizar, a discutir y a ejercer una dirección colectiva, comunal?
En contrario, cuando menos se espera, el gobierno anuncia una nueva elección
que, sin duda, alejaría cada vez más la organización comunal del estado: esas
elecciones de concejales o la ya conocida figura de las Alcaldías y
gobernaciones que sólo sirven para tributar la llamada fiesta democrática y la
tradición electoral.
De la Comuna no se habla, o sí, se menciona, pero no
es un tema para las vértebras de la revolución. Es absurdo, por eso, invocar el
ideario de Chávez. Si no se asume desde la dirigencia, dejemos que el pueblo lo
haga.
“La
militancia no quiere sólo escuchar a un dirigente que llega y les habla varias
horas, nuestra militancia quiere hablar, opinar, y uno de los grandes cambios
que debe producir el Congreso es que haya espacios para debatir, escuchar a la
militancia, sus críticas, observaciones, porque además si los escuchamos
promovemos una política de promoción de formación de cuadros”, argumenta
el ministro.
Es verdad, pero eso no es ahora, ha sido siempre.
Con Chávez fue así. Chávez tocaba las puertas de las
casas de los militantes, se metía en el barro hasta el cuello, usaba el
megáfono para ampliar los decibeles de sus angustias por el pueblo, pero sobre
todo para buscar salidas a las distintas crisis que nos tocó vivir a su lado y
para que la dirigencia del partido que fundó lo escuchara a viva voz y en el
seno del pueblo.
¿Por qué ahora no lo es? Es a eso a lo que me refiero.
La
procrastinación como método
La peligrosa y abusiva característica de posponer
todo, o de anunciar los anuncios, ha convertido al gobierno es una especie de
zoológico en decadencia.
Se pospone sin argumentación el tema de los precios de
los productos básicos que hasta nombre tiene: El plan 50. Se pospone la urgencia de una verdadera ofensiva
económica y se sustituye por bonificaciones con nombres emblemáticos. Ni se
pospone ni se sustituye la creación de un gabinete que dé la cara a la crisis
y, como quien esconde la ropa sucia debajo de la cama, se nombran ministros o
ministras fracasados en sus anteriores responsabilidades.
Los dirigentes, en sus declaraciones, dan rodeos
ornamentales. Pero la peor de todas las postergaciones es la de asumir la
responsabilidad de una gestión gris, por no decir pálida o somnolienta. Excepto
aquella vez que el Presidente Maduro dijo que había que partir de cero, que no
se había hecho nada.
Pero esta verdad fue sustituida por una consigna: “Vamos
hacia un nuevo comienzo”.