Todo apunta a que será un mes explosivo
El análisis es de Matthew Lynn, director de Strategy Economics, lo publica en 'El Economista' y vaticina sin ambages que España 'arderá' durante este mes de agosto.
A pesar de la fama de ciencia casi exacta que tiene la Economía,
sería ingenuo aceptar a pies juntillas, como si fuera palabra divina,
todo lo que sueltan y vaticinan los expertos.
Lynn, además de periodista financiero, es autor de 'thrillers' en los que siempre se mezclan las grandes tramas con las más perversas conspiraciones.
Si fueran tan listos y previsores, tyodos nadaría en millones gracias a sus jugadas en la Bolsa y en general, con todas excepciones, pasan por los mismos apuros que casi todos nosotros.
En cualquier caso, esto es lo que augura Matthew Lynn, basándose entre otras cosas en que casi todos los meses de agosto son bastante 'malos':
Pues echemos un vistazo a la historia. En agosto de 2011, hace un año, Standard & Poor's rebajó la calificación triple A de EEUU y aquello sentó como una bomba que provocó el redireccionamiento de la bolsa en otoño.
En agosto de 2007 empezó la crisis de los créditos cuando BNP Paribas cerró varios de sus fondos de cobertura en medio de una escasez de liquidez. Una década antes sobrevino el colapso financiero asiático, en agosto de 1998. No siempre hay una crisis en el octavo mes del año, pero lo más normal es que sí.
¿Será este agosto una excepción?
Ni lo sueñe. Todo apunta a que será tan tempestuoso como sus predecesores. La cuestión real no es si habrá crisis en agosto sino de qué clase.
En la actualidad hay cuatro volcanes activos que podrían entrar en erupción en cualquier momento y amargarnos a todos el verano.
El primero y más obvio es el euro. Está claro que la moneda única ha estado en crisis todos los meses de los últimos dos años, pero ahora está entrando en la sala de enfermos críticos.
Los rendimientos de los bonos españoles se han disparado por encima del 7 por ciento y van derechos al 8 por ciento. Han sobrepasado ese nivel anteriormente y el Banco Central Europeo y los Gobiernos de la eurozona han conseguido amañar un acuerdo para que vuelvan a bajar, pero esta vez parecen decididos a quedarse en esos niveles.
La calificación crediticia de EEUU ya había bajado antes. Estados Unidos tiene un índice neto de deuda/PIB del 70 por ciento, algo más que el español, con un 68 por ciento en 2011.
Evidentemente, España tiene amplias cantidades de deuda bancaria y personal, al igual que EEUU. La lección que hemos aprendido de la crisis en la eurozona en los dos últimos años es que recesión y deuda son una combinación mortal.
Si la economía no crece y la deuda sigue aumentando, tarde o temprano la carga se vuelve claramente insostenible.
Cuando eso ocurre, los mercados se vuelven en contra. EEUU no ha llegado ahí, pero se acerca. Otra rebaja de la calificación podría ser todo lo que hace falta para provocar otra crisis de confianza en el dólar, la moneda internacional de las reservas. Y eso es más que suficiente para mandar a los mercados a la quiebra.
Luego está Japón. Durante toda la crisis financiera de los últimos cuatro años, Japón no ha preocupado a los mercados: ninguna crisis bancaria, ninguna quiebra. Pero tengamos en cuenta que se trata del país más endeudado del mundo.
La deuda estatal alcanza el 225 por ciento del PIB y las deudas totales superan el 500 por ciento. Es curioso que, en esta supuesta crisis de la deuda global, se haya librado con tanta facilidad.
Lo cierto es que el país ha estado protegido por su alto nivel histórico de ahorro familiar y por la fortaleza del yen. Es mucho más fácil pedir prestado a tu propia gente que a los mercados globales de capital porque no hacen tantas preguntas incómodas.
Aun así, no hay línea defensiva que aguante para siempre. Japón se ahoga en las deudas. Todo lo que hace falta es un detonante (una subasta fallida de bonos, por ejemplo) para que salga a la luz.
Por último, tenemos el conflicto latente entre Israel e Irán, que podría estallar en cualquier momento. Si Israel lanza un primer ataque contra Irán, Oriente Medio arderá en llamas y el precio del petróleo subirá. No hace falta explicar las consecuencias para el resto del mundo.
¿Qué ocurrirá al final?
Agosto suele ser un mes de cambios históricos para Europa: acuérdense de agosto de 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial. O de agosto de 1941, cuando Alemania invadió Rusia. O de agosto de 1968, cuando la Unión Soviética envió sus tanques a la entonces Checoslovaquia.
Pero también puede ser un gran mes para la historia asiática. Pensemos en agosto de 1945, cuando terminó la guerra contra Japón.
También es un momento decisivo en las relaciones de EEUU con los mercados financieros. En agosto de 1971, el presidente Nixon cortó el último eslabón que unía al dólar con el oro.
Y no olvidemos que puede ser un mes decisivo en Oriente Medio. Acordémonos de agosto de 1990, cuando Irak invadió Kuwait.
Seguramente sea el euro. Los problemas de la moneda única son tan intensos que difícilmente podrá aguantar mucho más.
Las contradicciones en el corazón de la unión monetaria han quedado expuestas de forma dolorosa y los mercados ya no están por la labor de confiar en las perogrulladas de las interminables cumbres para salvar el euro.
Lynn, además de periodista financiero, es autor de 'thrillers' en los que siempre se mezclan las grandes tramas con las más perversas conspiraciones.
Si fueran tan listos y previsores, tyodos nadaría en millones gracias a sus jugadas en la Bolsa y en general, con todas excepciones, pasan por los mismos apuros que casi todos nosotros.
En cualquier caso, esto es lo que augura Matthew Lynn, basándose entre otras cosas en que casi todos los meses de agosto son bastante 'malos':
El euro es el mayor riesgo para este agosto; los mercados no creerán en más cumbres. Europa, la economía de EEUU, la deuda japonesa o la tensión entre Irán e Israel, otros posibles focos de 'fuego estival'.¿No se convence?
Tal vez sea este calor sofocante. O tal vez el hecho de que la mayoría de los líderes mundiales estén de vacaciones y hayan dejado sus despachos en manos de un par de becarios, demasiado ocupados actualizando sus páginas de Facebook como para molestarse en hacer su trabajo.
O quizá sólo sea coincidencia. Sea cual sea la razón, agosto es el mes más turbulento del año para los mercados financieros, y a veces también para la política.
Pues echemos un vistazo a la historia. En agosto de 2011, hace un año, Standard & Poor's rebajó la calificación triple A de EEUU y aquello sentó como una bomba que provocó el redireccionamiento de la bolsa en otoño.
En agosto de 2007 empezó la crisis de los créditos cuando BNP Paribas cerró varios de sus fondos de cobertura en medio de una escasez de liquidez. Una década antes sobrevino el colapso financiero asiático, en agosto de 1998. No siempre hay una crisis en el octavo mes del año, pero lo más normal es que sí.
¿Será este agosto una excepción?
Ni lo sueñe. Todo apunta a que será tan tempestuoso como sus predecesores. La cuestión real no es si habrá crisis en agosto sino de qué clase.
En la actualidad hay cuatro volcanes activos que podrían entrar en erupción en cualquier momento y amargarnos a todos el verano.
El primero y más obvio es el euro. Está claro que la moneda única ha estado en crisis todos los meses de los últimos dos años, pero ahora está entrando en la sala de enfermos críticos.
Los rendimientos de los bonos españoles se han disparado por encima del 7 por ciento y van derechos al 8 por ciento. Han sobrepasado ese nivel anteriormente y el Banco Central Europeo y los Gobiernos de la eurozona han conseguido amañar un acuerdo para que vuelvan a bajar, pero esta vez parecen decididos a quedarse en esos niveles.
Si ocurre, España habrá perdido en efecto el acceso a los mercados de capital. Como Grecia, Irlanda y Portugal antes que ella, ya no será capaz de pedir dinero. El problema es que España es demasiado grande para ser salvada y para quebrar.Después, EEUU puede caer de nuevo en recesión. No hay ningún dato alentador, y la Reserva Federal no parece dispuesta a embarcarse en otra ronda de facilitación cuantitativa o, por lo menos, no enseguida. Y aunque lo hiciera, la fe en su efectividad se desvanece.
Si el país tiene que aplicar un rescate a gran escala al estilo del de Grecia y Portugal, el resto de Europa tendrá que decidir si quiere dar el paso inmediato a una unión fiscal y política completa o dejar que se hunda el euro. Será una decisión fatídica y cargada de riesgos en cualquier caso.
La calificación crediticia de EEUU ya había bajado antes. Estados Unidos tiene un índice neto de deuda/PIB del 70 por ciento, algo más que el español, con un 68 por ciento en 2011.
Evidentemente, España tiene amplias cantidades de deuda bancaria y personal, al igual que EEUU. La lección que hemos aprendido de la crisis en la eurozona en los dos últimos años es que recesión y deuda son una combinación mortal.
Si la economía no crece y la deuda sigue aumentando, tarde o temprano la carga se vuelve claramente insostenible.
Cuando eso ocurre, los mercados se vuelven en contra. EEUU no ha llegado ahí, pero se acerca. Otra rebaja de la calificación podría ser todo lo que hace falta para provocar otra crisis de confianza en el dólar, la moneda internacional de las reservas. Y eso es más que suficiente para mandar a los mercados a la quiebra.
Luego está Japón. Durante toda la crisis financiera de los últimos cuatro años, Japón no ha preocupado a los mercados: ninguna crisis bancaria, ninguna quiebra. Pero tengamos en cuenta que se trata del país más endeudado del mundo.
La deuda estatal alcanza el 225 por ciento del PIB y las deudas totales superan el 500 por ciento. Es curioso que, en esta supuesta crisis de la deuda global, se haya librado con tanta facilidad.
Lo cierto es que el país ha estado protegido por su alto nivel histórico de ahorro familiar y por la fortaleza del yen. Es mucho más fácil pedir prestado a tu propia gente que a los mercados globales de capital porque no hacen tantas preguntas incómodas.
Aun así, no hay línea defensiva que aguante para siempre. Japón se ahoga en las deudas. Todo lo que hace falta es un detonante (una subasta fallida de bonos, por ejemplo) para que salga a la luz.
Por último, tenemos el conflicto latente entre Israel e Irán, que podría estallar en cualquier momento. Si Israel lanza un primer ataque contra Irán, Oriente Medio arderá en llamas y el precio del petróleo subirá. No hace falta explicar las consecuencias para el resto del mundo.
¿Qué ocurrirá al final?
Agosto suele ser un mes de cambios históricos para Europa: acuérdense de agosto de 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial. O de agosto de 1941, cuando Alemania invadió Rusia. O de agosto de 1968, cuando la Unión Soviética envió sus tanques a la entonces Checoslovaquia.
Pero también puede ser un gran mes para la historia asiática. Pensemos en agosto de 1945, cuando terminó la guerra contra Japón.
También es un momento decisivo en las relaciones de EEUU con los mercados financieros. En agosto de 1971, el presidente Nixon cortó el último eslabón que unía al dólar con el oro.
Y no olvidemos que puede ser un mes decisivo en Oriente Medio. Acordémonos de agosto de 1990, cuando Irak invadió Kuwait.
Seguramente sea el euro. Los problemas de la moneda única son tan intensos que difícilmente podrá aguantar mucho más.
Las contradicciones en el corazón de la unión monetaria han quedado expuestas de forma dolorosa y los mercados ya no están por la labor de confiar en las perogrulladas de las interminables cumbres para salvar el euro.
Lo que está claro es que agosto será un mes explosivo, como siempre.