por Rafael Escudero Alday Se
esconderá el comunicado que la Casa del Rey emitió el 18 de julio de
1978: “Hoy se conmemora el aniversario del Alzamiento Nacional"
La abdicación del rey es una prueba más de que
el régimen de la transición se encuentra en crisis. Pero, lo que no
está tan claro es que sea la Cultura de la Transición la que también
esté en crisis. Lo podremos comprobar estos días, cuando escuchemos
elogios y loas de los apologetas de la monarquía en los medios de
comunicación del establishment. Escucharemos también a los partidos del
régimen -PP y PSOE- ir de la mano alabando las virtudes del rey y, lo
que es peor, vinculando monarquía y democracia. Oiremos a sus líderes y
portavoces recordarnos la trascendencia de la figura del rey en la
“reconciliación nacional”, su defensa de la democracia el 23-F o el gran
papel que cumple como “conseguidor” de negocios para empresas de
capital español. Les escucharemos decir que se cumplirán las previsiones
constitucionales y que la sucesión, como la transición, será
“modélica”. Todo ello, Cultura de la Transición en estado puro.
Pero no les escucharemos relatar los detalles de esa monarquía cuyo
timbre de “legitimidad” proviene de la legislación franquista. Se
ocultará el hecho de que el todavía monarca juró dos veces los
principios fundamentales del movimiento nacional: una, en 1969, cuando
Franco le designó sucesor en la jefatura del Estado; y dos, en 1975,
tras la muerte del dictador, en el momento de acceder a la corona. Y se
ocultará también que, en consonancia con lo anterior, el rey ni siquiera
consideró oportuno jurar o prometer la Constitución cuando esta fue
aprobada.
En los publirreportajes a los que asistiremos estos días no se
contará que el mantenimiento de la monarquía fue una de las “líneas
rojas” del proceso de transición, pilotado desde sectores de la propia
dictadura. Tampoco se recordará que se impidió presentarse a las
elecciones de junio de 1977 -las que dieron lugar a las cortes que
aprobaron la Constitución- a los partidos que no renunciaran
expresamente a la ideología republicana. Eso sí, se insistirá hasta la
saciedad en caracterizar la actuación del rey durante la transición como
imparcial, objetiva e independiente. Todo lo contrario. No sólo porque
en ningún momento puso su cargo a disposición de la ciudadanía para que
esta se pronunciase sobre la continuidad o no de esa monarquía sucesora
de la dictadura, sino porque además durante aquel período reinó y
gobernó para mantener su privilegiado estatus.
Se intentarán borrar de la memoria colectiva las imágenes del monarca
al lado de Franco o sus declaraciones -nunca críticas- sobre la figura
del dictador. Se esconderá el comunicado que la Casa del Rey emitió el
18 de julio de 1978: “Hoy se conmemora el aniversario del Alzamiento
Nacional que dio a España la victoria contra el odio y la miseria, la
victoria contra la anarquía, la victoria para llevar la paz y el
bienestar a todos los españoles. Surgió el Ejército, escuela de virtudes
nacionales, y a su cabeza el Generalísimo Franco, forjador de la gran
obra de regeneración”. Releer y volver a escuchar estas declaraciones
refuerza la tesis -afortunadamente, cada vez más extendida en la
sociedad española; sobre todo, entre la gente más joven- de que el
resultado de la transición estaba predeterminado desde un principio,
impidiéndose así un verdadero proceso constituyente y un corte radical
con el franquismo.
Tampoco se recordarán los siniestros detalles de lo sucedido los días
previos al golpe del 23-F. Por ejemplo, la ambigüedad del monarca
durante las primeras horas de la asonada militar; las relaciones entre
el rey y uno de los cabecillas, el general Alfonso Armada, su persona de
confianza durante muchos años; o el porqué del nombramiento de Armada
como segundo jefe del Estado Mayor del Ejército días antes del golpe. Un
consumado golpista condenado a 30 años de reclusión mayor, de los que
finalmente no llegó a cumplir ni siquiera un tercio al ser indultado por
el gobierno socialista de Felipe González en 1988. Todos estos aspectos
serán silenciados en la biografía oficial del monarca.
Asimismo, lo que no escucharemos de boca de los líderes de los
partidos del régimen -de la “casta”, utilizando la palabra de moda- es
la petición de dar la voz y la palabra a la ciudadanía. Que sea la gente
quien decida qué modelo de jefatura de Estado quiere para este país:
monarquía o república. Aunque la Constitución carece de mecanismos para
preguntar de forma vinculante a la ciudadanía sobre esta cuestión,
debido al rechazo que en el constituyente de 1978 generaba la democracia
directa, sí existe una forma de saber la voluntad ciudadana al
respecto. Es el art. 92 del texto constitucional, que habilita al
presidente del Gobierno para proponer referéndum consultivo sobre
decisiones políticas de especial trascendencia; y esta, no cabe duda de
que lo es. Aunque no vinculante, utilizar este instrumento serviría para
conocer de primera mano el sentir y voluntad de la ciudadanía. ¿No era
esto la democracia?
Es altamente improbable que Mariano Rajoy ponga en marcha este
mecanismo. Y es muy probable que en este punto cuente, de nuevo, con el
apoyo del PSOE. Los partidos del régimen saldrán en su defensa,
encarnada ahora en la figura del monarca y en la institución de la
monarquía. Pero ello no es óbice para que no exijan este referéndum las
fuerzas políticas de la izquierda transformadora, las que vienen
reclamando un proceso constituyente para este país. El silencio sobre
esta petición, el rechazo a la democracia real, es también Cultura de la
Transición. Por tanto, mientras no se formalice ese referéndum que
escuche al pueblo, no podremos decir que la transición y su cultura
política hayan llegado a su fin. Más bien al contrario. Seguirá en pie.