Un editorial de la revista uruguaya Caras y caretas
plantea que el Frente Amplio, la organización política de cuyo gobierno
fue canciller el actual Secretario General de la OEA, debe pedir su
renuncia y disculparse con Venezuela.
El
Frente Amplio tendría que pedir la renuncia de Luis Almagro a la
secretaría general de la OEA. Debería bastar una declaración sencilla de
la Mesa Política o, mejor aún, del Plenario Nacional. No es necesario
ingresar el asunto al Parlamento ni intentar propiciar una solicitud
formal del Estado uruguayo que, como miembro pleno de ese desprestigiado
organismo puede, naturalmente, elevar sus quejas y reclamos de dimisión
cuando lo considere oportuno. Pero no tendría mucho sentido embarcar a
nuestro país en una campaña de ese tenor para enmendar un error que es
pura y exclusivamente del Frente Amplio. Acá no le cabe responsabilidad a
más nadie. Ni a la oposición ni a los medios de comunicación ni a
ningún otro actor importante de la política nacional. Almagro como
secretario general de la OEA es un horror íntimo del Frente Amplio, un
mamarracho de nuestra prosapia. Y por eso, y por la vergüenza que
debería producirnos la gestión de nuestro ex ministro al frente de la
OEA, sería apropiado un acto reparatorio, un honesto mensaje con
intención de desagravio a toda América Latina, pero especialmente a la
República Bolivariana de Venezuela, con la que está ensañado.
Es
bien conocido que Luis Almagro no representa al Frente Amplio ni al MPP
ni a Uruguay ni al presidente ni a José Mujica, su descubridor y
principal promotor hasta que le cayó la ficha de que Almagro era otra
cosa distinta a la que él creía, y le propinó públicamente un
decepcionado adiós por mail. Pero es tan cierto que no nos representa en
la OEA como que no habría alcanzado su cumbre sin un empujoncito
frenteamplista. Hemos cometido una grosera estafa al resto de nuestros
hermanos del continente y sólo no exculpa la certeza unánime de que no
teníamos idea del bicho que estábamos traficando. Algo debimos haber
sospechado cuando el Departamento de Estado se pronunció calurosamente a
favor de su candidatura, y algo más cuando nuestro canciller se alzaba
con 33 de los 34 votos, en una abrumadora votación que lo ungía como
secretario general de la organización moribunda.
Y
hasta ahí llegó el señor Almagro, a caballo del prestigio de José
Mujica, y muchos creíamos que íbamos a tener por primera vez una OEA en
sintonía con los cambios, con un aroma o por lo menos un dejo a
antimperialismo, y sin embargo nos encontramos con un feroz
representante de la posición política de Estados Unidos hacia el
gobierno de Venezuela. Todas las cartas de Almagro sobre Venezuela son
entrometidas e irrespetuosas con el gobierno y con el pueblo venezolano.
Son irresponsables, extralimitadas, absurdas. Algunos tramos de sus
larguísimas misivas son escandalosos y, además, soberbios: se atreve a
analizar los procesos judiciales, penales, electorales, y hasta los
procedimientos de asignación de bancas en ese país, con un grado de
osadía asombroso. Pero el último de los pronunciamientos de Almagro,
referido al fallo del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela en
el que se anulan las resoluciones de la Asamblea Nacional hasta tanto
no se dé marcha atrás con la juramentación en desacato de tres
legisladores opositores, cuya elección había quedado en suspenso por
decisión del propio TSJ, tras ser impugnados a fines del año pasado, ha
resultado un papelón monumental. Porque hasta la propia oposición
venezolana aceptó el fallo y dio marcha atrás con las juras irregulares.
Almagro quedó estaqueado en una ubicación más extrema que los propios
interesados. Más realista que el rey. Ridículo en su papel de peón del
Departamento de Estado. Una vergüenza para la OEA -que, de todos modos,
ha sido muy afecta a las actitudes vergonzosas- y, lamentablemente, una
vergüenza para Uruguay y para el Frente Amplio.
Yo
me pregunto qué pasaría si nos sucediera algo similar. Si el PSUV
hubiera hecho lobby para que acompañáramos la postulación de uno de sus
dirigentes y exjerarcas de sus gobiernos, y hoy ese sujeto hipotético
fuera secretario de la OEA con nuestro voto. ¿Qué nos produciría a
nosotros si ese supuesto secretario chavista cuestionara nuestros
procesos electorales, nuestros proyectos de reforma constitucional,
nuestros procesos judiciales penales? ¿Qué nos habría producido si un
secretario bolivariano de la OEA nos atacaba como país por la prisión
del ex intendente Zimmer -prisión absurda y cuestionable- o por el
decreto de esencialidad en la Educación o por la existencia en nuestro
marco jurídico del delito de abuso innominado de funciones? Hagamos uso
de nuestra imaginación e intentemos recrear los sentimientos y
pensamientos que nos provocaría que un secretario de la OEA nos
cuestionara por causas incluso respetables y compartibles para muchos,
como la existencia de la ley de caducidad, o por otros motivos
polémicos, como la legalización de la marihuana. Hagamos de cuenta que
eso se produce. Que un día alcanza la secretaría general de la OEA un
supuesto chavista, y comienza a hacer campaña por carta a favor de
blancos y colorados, en nombre de la alternancia y del respeto de los
derechos humanos.
Está
claro lo que pasaría. Nos produciría furia, rechazo, indignación. Por
cierto, lo denunciaríamos nacional e internacionalmente e iniciaríamos
las gestiones pertinentes para que tal personaje no continuara al frente
del organismo internacional y, por supuesto, pediríamos explicaciones
al Partido Socialista Unido de Venezuela. Porque se supone que son
amigos, que son compañeros en la brega histórica por una sociedad más
justa, y aunque puedan ser bien distintos y tengamos diferencias más o
menos importantes, son aliados. No les perdonaríamos fácilmente que nos
hubieran vendido un candidato a secretario general de la OEA que luego
de asumir se dedicara a felicitar a #POTUS (acrónimo de President of The
United States) por Twitter y denostarnos a nosotros en extensas
epístolas que revelaran un desprecio visceral por lo que representamos
para América Latina y el mundo.
Pues
bien, creo que el Frente Amplio debería designar una misión oficial que
se dirigiera a Venezuela, se reuniera con la directiva del PSUV y le
expresara que las últimas actitudes de Almagro no sólo no nos
representan -aunque él se diga frenteamplista- sino que además cuentan
con nuestra profunda reprobación, y como muestra de buena fe y tributo a
la vieja amistad entre el FA y el PSUV, y en homenaje a la memoria del
comandante Chávez, la delegación debería llegar con un ramo de rosas
rojas al Cuartel de la Montaña a pedir perdón ante la tumba de Hugo por
este bochorno, y en conferencia pública exigir la renuncia de Luis
Almagro, por sus tremendos actos de injerencia y de violación del
principio de autodeterminación de los pueblos. Tal vez algunos piensen
que eso sería alcahuete, pero yo creo, por el contrario, que sólo algo
así sería digno de la mejor historia del Frente. Digno de la trayectoria
de una fuerza política unitaria, que fue construida por obreros y
estudiantes, cimentada con la sangre democrática y revolucionaria de
mártires y desaparecidos, crecida en la solidaridad irrenunciable con
los pueblos del mundo. Y una fuerza política que aun cuando ha cometido,
en muchas ocasiones, errores, nunca ha visto empañado su prestigio con
la abyección, por dejar sola a una revolución en marcha o por el
terrible pecado de la traición.