Recuerdos de mi adolescencia
En estos tiempos, quién no ha estado preso es porque no es honrado
(oído en una celda de la policía de Mérida, en tiempos de la IV Republica)
Tenía yo entre quince y dieciséis años cuando conocí por primera vez una celda de la policía. Durante toda la mañana, en la ciudad de Mérida, estuvimos los estudiantes del Liceo Libertador, manifestando contra el primer gobierno de Caldera. A mediodía regresé a mi casa, con la mala suerte para mí, que mamá me mandó a comprar pan. De mal humor por el bajón que le habían dado a mi persona (de revolucionario enardecido a mandadero), descuidé la guardia que había tenido en máxima alerta durante toda la mañana. Una camioneta de la policía frenó en seco a mi lado mientras cruzaba la avenida Bolívar a la altura de la calle Junín. Un par de policías se bajaron y a golpes me subieron a la camioneta. Era una nueva experiencia, estaba asustado pero me sentía orgulloso. Un golpe seco en la cabeza que me dio un policía con su casco blanco, me devolvió a la realidad.
La camioneta se detuvo frente al edificio sede de la policía. Al bajar por la parte de atrás, un policía con complejos de boxeador nos recibía con un gancho al hígado. Gracias a mis reflejos su puño se estrelló contra mi cadera y una mueca de dolor se reflejó en su cara. Tuve que haberme sonreído al menos pues el hábil púgil se cuadró de nuevo. Se quedó con las ganas. Corrí hacía adentro del edificio donde me protegería (pensaba yo) la institucionalidad. Una vez adentro pude corroborar que la policía había detenido tantos estudiantes que superábamos en número a los otros presos. Eso me tranquilizó.
Como hace tiempo de estos sucesos no recuerdo en detalle el orden de los acontecimientos mientras estuve detenido (tres días). Recuerdo que se llevaban a los estudiantes por lotes para reseñarlos en la policía política (DISIP). Yo me salvé gracias al desorden que impera en toda la administración pública venezolana. No había listas de detenidos, el disip simplemente se paraba frente a la reja y gritaba: ¡Los que faltan por ir a reseñar! Yo siempre me hice el loco y no fui reseñado (sucedió un año después en otra historia que algún día contaré). También recuerdo con mucha claridad los grasientos y fríos barrotes y la sensación de estar encerrado como una bestia. Las comidas transcurrían rutinariamente. Salíamos de la celda hacia al comedor entre dos filas de policías “cascos blancos” que nos golpeaban. Era más degradante que doloroso. Además, podíamos ver claramente, que los cascos de los policias, antes inmaculadamente blancos, cada día mostraban más abollamientos con manchas oscuras, producto de las certeras pedradas de los estudiantes. Se estaba librando una batalla y la policía no llevaba la mejor parte.
Una noche nos despertaron los ruidos de disparos. Se oían muy cerca y muy seguidos. ¡Están atacando la policía! Grito un muchacho muy joven y sin camisa. Pero no. Los ruidos de disparos se siguieron oyendo durante horas.
Al salir, supe que el cuerpo de cazadores del ejército había allanado la universidad y que había muchos muertos y heridos. Era afortunado por estar preso. Mi tío Juan Ramón, que hizo diligencias personal ante el gobernador Briceño Ferrigni para sacarme, me hizo saber que en la gobernación le habían dicho: “Déjelo preso que ahí estará más seguro que afuera”. Ante los hechos podría incluso decir que el gobernador Ferrigni pudo haberme salvado la vida