30 de noviembre de 2009

El Capitalismo del Siglo XXI

Conclusiones del libro Capitalismo Global (el transfondo economico de la historia del Siglo XXI) por Jeffry A. Frieden

Desde 1850 la economía mundial ha estimulado un crecimiento económico y un cambio social sin precedentes. Ha acelerado la propagación de la sociedad industrial, de una franja no muy amplia de la Europa noroccidental al resto de Europa y Norteamérica y en las últimas décadas a gran parte de Asia Oriental y Latinoamérica.
La internacionalización de la economía ha transformado empresas, países y continentes enteros. Nokia utilizo su acceso al mercado mundial para reconvertirse, de un pequeño productor de botas de caucho en la Finlandia rural, en líder mundial de la producción de teléfonos móviles. En la década de 1950 Corea del Sur y Taiwán eran países miserablemente pobres cuya propia supervivencia estaba en cuestión; pero en la de 1990 se incorporaron a las filas de los países industriales mas avanzados del mundo. Miles de empresas dependían de sus clientes y proveedores extranjeros para sus beneficios; millones de empleos dependían de las relaciones económicas internacionales.
La economía internacional ha permitido a los países desarrollarse, aliviar la pobreza, mejorar la situación social, alargar la duración de la vida y llevar a cabo reformas sociales y políticas. Lo mejor que pueden esperar las masas empobrecidas de Asia y África es obtener acceso a las oportunidades que ofrece la economía mundial.
Pero hay todavía otro aspecto del capitalismo global. Se puede constatar allí donde en otro tiempo estuvo ubicada la acería Homestead, un hito de la industria estadounidense. Veinte mil personas trabajaban en aquella planta de la U.S. Steel a pocos kilómetros de Pittsburg, Pensilvania, que vertebraba un vasto complejo industrial a lo largo del valle del Monongahela [conocido también como “río Mon.”]. Hoy día el vacío dejado por la fábrica lo ocupa un centro comercial. La población de la ciudad, que entonces tenía más de veinte mil habitantes, es ahora de poco más de tres mil. En cuanto a la población de la vecina ciudad de Pittsburg, apenas llega a la mitad de la que era en su apogeo industrial. La principal esperanza que esa región deprimida deposita en la vieja planta siderúrgica es que el gobierno federal la califique como centro histórico nacional, para atraer así a los turistas.
La competencia extranjera ha cerrado miles de fábricas y acabado con decenas de millones de empleos industriales en Europa y Norteamérica. Las industrias de los países ricos no pueden competir con los productos manufacturados que vienen de Asia, Latinoamérica y Europa del Este, donde el nivel salarial apenas alcanza la décima parte del europeo occidental. Los empleos de cuello blanco también se desplazan lejos, ya que las empresas contratan a indios o filipinos para escribir programas de ordenador, mecanografiar documentos y responder telefónicamente a las quejas de los clientes.
Pero los países en desarrollo tienen sus propias dificultades. Deben más de un billón de dólares a acreedores extranjeros y la incertidumbre financiera ha sumergido a Tailandia, Argentina, Indonesia y Brasil en profundas crisis. En su brega para pagar sus deudas, los gobiernos han jubilado a los funcionarios públicos, han liquidado las propiedades estatales, han recortado el gasto social y han elevado los impuestos. Incluso en los casos de éxito produciendo ropa, muebles y acero para el mercado mundial, se enfrentaron a los efectos de los talleres de sudor, el trabajo infantil y las demandas laborales de los trabajadores. En la mayor historia de éxito, la de China, la brecha entre ricos y pobres ha crecido aunque el país haya progresado.
Los beneficios del capitalismo global llegan acompañados de sus inconvenientes. Las empresas contraen deudas a bajo interés en los mercados financieros internacionales; esto las expone a las demandas de los inversores extranjeros. El comercio permite a los consumidores comprar productos extranjeros baratos; esto acarrea competencia no deseada a los productores autóctonos. Las corporaciones multinacionales aportan nuevas tecnologías y métodos; esto expulsa del mercado a las empresas locales. La deuda exterior permite a los gobiernos gastar más de lo que ingresan; esto puede generar crisis insoportables. Los gobiernos abren sus fronteras a la economía mundial y proporcionan a algunos ciudadanos la posibilidad de enriquecerse; esto puede condenar a otros ciudadanos a pasar apuros y penalidades.
No hay comercio sin competencia, no hay finanzas sin riesgo, no hay inversión sin obligaciones. No hay forma de evitar las compensaciones inherentes al capitalismo global; y no hay una pauta generalmente aceptada con la que contraponer el sufrimiento de un obrero que ha perdido su empleo debido a la globalización al bienestar de otro cuyo empleo depende de la globalización.
¿Es deseable el capitalismo global? ¿Durará? ¿Debe durar? La historia de la economía mundial durante el siglo XX ayuda a ilustrar cuestiones como éstas.
La integración económica internacional expande en general las oportunidades económicas y es buena para la sociedad. Las grandes alternativas a la integración económica fracasaron. Los intentos de aislar este o aquel país del resto de la economía mundial durante la década de 1930 fueron en último término desastrosos. Alemania, Italia y Japón cerraron sus economías y también optaron por la dictadura, la guerra y las conquistas. Los países pobres y antiguas colonias que crearon economías cerradas durante las décadas de 1930 y 1940 se hundieron en el estancamiento económico, la conflictividad social, la crisis y las dictaduras militares en las de 1970 y 1980. Pocos países han conseguido el progreso económico sin acceso a la economía internacional.
Pero la insistencia en la globalización a cualquier precio es igualmente errónea. Durante la Edad de Oro del capitalismo global anterior a 1914, los gobiernos atendieron a la integración económica internacional y poco más. Los partidarios del libre comercio, el patrón oro y las finanzas internacionales querían que los gobiernos se limitaran a salvaguardar esas políticas y sus propiedades; pero esos gobiernos ignoraban las preocupaciones de muchos perjudicados por la globalización. El crecimiento de la clase obrera y la clase media dio lugar a una intensificación de sus reivindicaciones de reformas sociales para mejorar la suerte de los desempleados, los pobres, los niños y los ancianos. El choque entre la ortodoxia clásica y esos nuevos movimientos sociales dio lugar a conflictos encarnizados, a menudo violentos, especialmente cuando golpeo la Depresión. Los intentos de mantener el capitalismo global sin atender a los maltratados por el mercado mundial llevaron a las sociedades a la dolarización y el conflicto.
Después de la Segunda Guerra Mundial el nuevo orden de Bretton Woods intento evitar los fracasos de la autarquía y del laissez-faire del patrón oro. El sistema basado en el patrón oro-dólar, la liberalización gradual del comercio y las instituciones internacionales estableció compromisos entre la integración económica y el estado del Bienestar. Esto permitió a los gobiernos occidentales combinar dosis moderadas de políticas de bienestar social con niveles moderados de integración económica internacional.
El rápido resurgimiento de la economía internacional erosionó los compromisos de Bretton Woods. Los mercados internacionales sin cortapisas y el gasto sin limites de los gobiernos nacionales entraron en conflicto y el orden económico de postguerra se vino abajo a principios de los años setenta, iniciándose una década y media de inflación, déficit presupuestario y estancamiento económico.
En la década de 1990 el capitalismo global floreció de nuevo. Como antes de 1914, el capitalismo era global y el globo es capitalista. La historia del capitalismo global desde su cenit anterior, pasando por su caída después de 1914 hasta su gradual ascenso desde 1970 ilustra las pruebas cruciales que determinaran el futuro de la integración económica internacional. Antes de 1914 los globalizadores rechazaban la protección y la reforma social y esto contribuyo al colapso del sistema. Los gobiernos de entreguerras se alejaron de la economía mundial y esto condujo a su caída. Después de 1945 los países occidentales prefirieron combinar un poco de integración con un poco de reforma social y esto resulto ser sólo ser una solución temporal.
La historia de la economía mundial moderna ilustra dos cuestiones: las economías funcionan mejor cuando están abiertas al mundo. Segunda, las economías abiertas funcionan mejor cuando sus gobiernos atienden a las fuentes de insatisfacción con el capitalismo global.
El reto del capitalismo global en el siglo XXI es combinar la integración internacional con un gobierno políticamente receptivo y socialmente responsable. Los ideólogos actuales con muchos galones –ya sean pro o antiglobalización, progresistas o conservadores-, arguyen que esa combinación es imposible o indeseable; pero la teoría y la historia indican que es posible que la globalización coexista con políticas comprometidas con el progreso social, y corresponde a los gobiernos y a los pueblos poner en practica lo posible.

Jeffry A. Frieden, “Capitalismo Global: el transfondo económico de la historia del siglo XX”, Editorial Critica, Barcelona, España (2007)

Jeffry A. Frieden es Stanfield Professor de Paz Internacional en la Universidad de Harvard.