Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.

1 de agosto de 2010

He aquí por qué Colombia está tan jodida


por José Sant Roz

En Venezuela, en Quito y en Nueva Granada hay partidiarios del gobierno monárquico, y lo peor es que un estado de perpetua agitación, de inestabilidad y anarquía, corroboran fácilmente esta opinión y la propagan sin esfuerzo. Qué de males ha hecho Bolívar a nuestra pobre patria. - Francisco de Paula Santander, 19 de enero de 1832.

No es fácil concebir las formidables circunstancias a las cuales hubo de enfrentarse un puñado de patriotas para hacer de la nada una república. Y lo peor: comenzar desde lo más difícil, con instituciones de corte griega o romana, teorías del enciclopedismo y liberalismo europeo, fundamentos de la Revolución Francesa, federalismo norteamericano, etc., todo al mismo tiempo e implantándose de prisa, creyendo que en poco tiempo podríamos tener instituciones "sólidas y respetables" como la estadounidense, la inglesa o la francesa.

No quisimos entender que sobre la gran mayoría de nuestro pueblo pesaban siglos de esclavitud, ignorancia y taras morales y que estas pestes alegaban títulos de legitimidad superiores a cualquier razón o valor espiritual.

Nuestras instituciones se quedaron en la congestión de un simbolismo desquiciante, porque los vagos reflejos de cuanto tenemos de europeo chocaban con una elocuencia fantástica de injertos con mulatos, zambos, mestizos, zamburrios, chichorrenudos, cuarterones, octavones, patas amarillas, saltos atrás, tentes en el aire, cucarachas blancas, güebos de burros, además de los indios goajiros, caribes, botocudos, guaiqueries; frente a esta gente que conformaba el ochenta por ciento de la población, sin "tradición republicana", los pocos oligarcas que eran precisamente los más refractarios a las instituciones de tipo liberal, nos lanzaron por el despeñadero de las últimas reformas políticas que llegaban del extranjero. Los europeos tenían "razones" para matarse que todavía viven ahogados en pantanos de sangre, pues están unidos por las refinadas barbaries de las horcas, Inquisición, hogueras, crematorios, guillotinas y campos de concentración.

Y sobre las osamentas de millones de crímenes ellos elevan orgullosos los santuarios más "nobles de progreso y la espiritualidad cristiana"; ésos sobre los cuales los turistas maricones del sombrerito, la camarita al hombro y los pantalones cortos de cuadros lanzan sus sonoros: ¡Oh!, ¡terrific!, ¡great!

Qué de sacudimientos y de conflictos podían esperarse de naciones políticamente en el aire, con poblaciones indígenas y negras desencajadas de su medio e envilecidas por las servidumbres del coloniaje; con mezclas enfermas de ociosidad, la soberbia y una tradición de guerras, crueldades y los vicios que engendran la dominación.

Parecíamos a los ojos de los "civilizados" seres sin alma ni patrón de moral alguna; amanerados en todo; ridículamente anticuados; estábamos hechos de cera, muñecos de poses; títeres, ventrílocuos, monos o loros; cualquier cosa de estas, menos hombres seguros de sus actos o dispuestos al sacrificio para establecer un régimen fuerte que corrigiera o enfrentara las perversiones y las diferencias sociales que, después de cinco siglos, aún siguen angustiándonos, perturbándonos.

Los signos de la locura política que hoy oprime al pueblo de Colombia son cada vez más imprevisibles: guerra en el campo, una república en permanente estado de sitio, gobiernos pervertidos o débiles; narco-terrorismo, sicariato, alarmas sobre inestabilidad económica y social, despilfarro, inseguridad, indisciplina, improvisación e incoherencia en cuanto se emprende; corrupción generalizada en las instituciones religiosas y políticas.

Un panorama desgarrador de idiotez, abulia o indiferencia total en el pueblo, un dejar hacer enfermizo. Y sobre este infernal cuadro (como sobre un fabuloso pantano de aberraciones, bochorno y sangre), el emblema sublime de Democracia.

Colombia es un Estado democrático made in USA.

Pero como los tratados o juramentos jamás han tenido valor alguno para los paracos como Uribe, el simple ciudadano se cruza de brazos a la espera de lo peor.

Ya hoy no se pueden formar montoneras para cambiar el mundo, y en esto la guerrilla está fuera de lugar.

El mundo, la guerra y la paz se arreglan en Washington y es totalmente inútil arrecharse.

El problema es muy viejo: desde los primeros días de la revolución independentista nos dedicamos a hablar sobre Constituciones, Derechos del Hombre; sobre las brillantes reformas liberales y las doctrinas que propugnaban un refinado humanismo europeo. Nuestros fundadores estaban imbuidos de ilusiones "progresistas", pero carecían del suficiente don de comprensión, de ecuanimidad, de prudencia y experiencia administrativa; otras veces estas "finuras" eran sencillamente el resultado de una pose intelectual que desde el punto de vista de la "utilidad" reportaban buenos dividendos políticos, y de paso, aseguraban un sitial entre las figuras egregias de la naciente estructura social que se forjaba.

Hemos transitado por un campo plagado de tumbas estériles y de inacabables combates ideológicos; han sido casi dos siglos de lucha con nosotros mismos, pues padecemos los males de una servidumbre interior: la que heredamos de la colonia.

Y la "Democracia" es la deidad que nos ha dotado de una pretensión de sabihondos progresistas.

Es la "democracia" que buscamos afanosamente desde el mismo día en que la vimos establecer con "cualidades tan gloriosas" en EE.UU.; entonces, exceptuando al Libertador, entre nuestros patriotas, comenzó un afán por ver esa deidad establecida vigorosamente entre nosotros.

Se creyó que para conseguirla bastarían declaraciones de principios, redactar largos documentos sobre la justicia y la libertad, vivir en extenuantes combates legislativos y decir cada vez que se diera un discurso que éramos demócratas.

Que estábamos regidos por un gobierno popular, representativo y autónomo y con una Carta Magna soberana, flexible, ecuánime y respetable. Y tal ha sido su flexibilidad y tal su respetabilidad que no existe hoy una sola cosa que no haya sido degradada, de la cual los gobernantes colombianos se hayan burlado.

Hasta el punto que la originalidad del verbo ha dado por introducir dos nuevos términos: "Democracia Buena" y "Democracia Mala".

Hay distinguidos políticos latinoamericanos que hablan de la necesidad de evolucionar de la actual democracia que es mala, hacia una que sea buena.

Pendejos que se hacen los locos, porque la única democracia "buena" es la que aprueban los marines del Pentágono.

No sólo no meditan juiciosamente sobre qué clase de gobierno podría estar acorde con las locura implantadas por los terroristas del Norte.

Nuestras mezclas llevan elementos contradictorios tremendos; trescientos años de esclavitud o colonialismo, luego quince años de guerra a muerte. La independencia nos condujo absurdamente a la inercia del crimen; miles de soldados ociosos, cientos de miles de indios desencajados de su medio natural (ahora pendiendo de una civilización que los considera deleznables para su existencia); centenares de diabólicos caudillos empecinados en imponer su ley y sus bárbaros caprichos y, una población alimentada con los espectáculos más envilecedores y sangrientos.

No deja de producir cierta sonrisa la ridícula pose de aquellos infatuados grupos de "republicanos", "liberales" por más señas, que llamaron al filibustero y orate (esclavista) William Walker para que rigiera el destino de Nicaragua. Los "liberales" granadinos intentaron algo parecido: El furibundo "revolucionario" Florentino González, habiendo probado las mieles de la redención que buscaba y por cuya consecución atentó contra el Libertador en 1828, después de haber saboreado los placeres del mando, asesorando a su país durante más de una década y donde sus trabajos eran verdaderas biblias políticas para los universitarios, pedirá a gritos, en 1858, que su país sea anexado a los EE. UU.

Otro hijo de puta como Uribe.

Era el único recurso que quedaba, según don Florentino, frente a la impotencia del Congreso para reorganizar la república.

Que Colombia acabara por ser otra Puerto Rico.

Aquellos "liberales", que no encontraban en qué palo ahorcarse, después que convirtieron a su nación en un estercolero de increíbles crímenes y fabulosas impunidades, buscaron una especie de protectorado gringo. Decía el eminente jurista Florentino González, hijo político de Santander y tatarabuelo de Uribe: "Pasando a ser parte de la Unión Americana, los Estados Granadinos, se hallarían en la misma condición que los Estados de Nueva York, Pensilvania y los demás de la Confederación gozarían de la protección que en el exterior pueden darles el poder de aquel gran pueblo, y conservarán su gobierno propio, y los medios de mejorar su condición interior, sin los riesgos de esas incursiones vandálicas de que ahora estamos amenazados"(4).




(4)Jaime Duarte French, FLORENTINO GONZALEZ - Razón y Sinrazón de una lucha. Banco de la República, Departamento de Talleres Gráficos, Bogotá, 1971, pág. 660.

La "tragedia" que padeció Colombia con la cesión de inmenso territorio de Panamá era algo que los "liberales" granadinos venían incitando desde la década de los años treinta. El eminente legislador, Francisco Soto, padre ideológico de Santander, presidente vitalicio de cuantos congresos y convenciones hubo en la Nueva Granada desde 1821 hasta 1836, abrió las puertas para que los yanquis iniciaran sus abusos y desmanes en territorio panameño. En mayo de 1836, los "liberales" confeccionaron ciertas leyes que concedían privilegios exclusivos a los gringos para que navegaran el río Chagres con buques a vapor; tal privilegio concedía también la construcción de un camino de carriles de hierro, o carretera por el sistema de Mac Adams, desde el punto en que terminaba la navegación. Solicitó este privilegio el coronel norteamericano Carlos Biddle, autorizado por el gobierno de los Estados Unidos. Ya estaba concedido en ambas Cámaras por el término de cincuenta años regalándole 144.000 fanegas de tierras baldías, y vendiéndole 720.000 a peso la fanega, pagadera en dinero o en vales de la Deuda consolidada. Biddle nada ofrecía en retorno por tan enormes concesiones y podía formar a su arbitrio las tarifas de derechos, de peajes.

Sostiene el historiador José Manuel Restrepo, que esta concesión envolvía la entrega del precioso Istmo de Panamá a merced de los ciudadanos de los Estados Unidos. "Fue mucha la sorpresa que causó al público de Bogotá cuando supo que el Secretario de Hacienda dijo en pleno Senado: la independencia y pérdida del Istmo era inevitable, y que desde ahora se debería obrar bajo esta inteligencia, promoviendo sin embargo con liberalidad el engrandecimiento de aquellos pueblos, que sin duda provendría de la concesión del privilegio a Biddle. Aunque el Secretario no habló con tanta indiscreción, como el de Hacienda, ambos sostuvieron el proyecto de privilegio a Biddle que no se alteró en sus principales artículos".

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