En
500 años poco ha cambiado. Los de ayer son los mismos hoy. Cambian las
nacionalidades de los invasores, sus métodos, sus tecnologías, pero sus
objetivos son idénticos. Nos cambiaron el maíz de las arepas por el pan de
trigo que ahora se llama hamburger o hot dog. Ya no adoramos al sol, la luna,
los ríos o las montañas; ahora nuestro dios es judío y adoramos un papel que
llaman dólar. Nuestras montañas son minas, nuestros ríos basura. Ya no tomamos
agua sino caca-cola y vendemos nuestra patria por un rollo de papel tualé. Ya
no cazamos, ni pescamos; trabajamos para que un viejo que mientan papá Noel nos
cambie el sudor jornalero por baratijas que nos hacen más esclavos. Ahora somos
“civilizados” porque nos callamos, somos sumisos y envidiamos sus urbanizaciones
privadas, sus restaurantes y hoteles de lujo, sus limusinas, yates y aviones,
que solo vemos por televisión. A la rebeldía la llaman odio. Perdimos nuestras
tierras, nuestras lenguas, nuestra cultura; erigimos estatuas a nuestros
asesinos, le damos su nombre a nuestras calles; celebramos su conquista y
nuestras ciudades llevan el nombre de donde nacieron ellos. Ahora ya no usan
caballos ni arcabuces, sino drones; pero siguen usando la traición, el soborno,
la compra de conciencias de los criollos para hacerlos sus aliados, sus
capataces, sus verdugos. Ya no tenemos derecho a usar nuestras semillas sino
las de ellos, modificadas genéticamente. Pronto tendremos que pagar para poder
respirar.
Nosotros
nos declaramos rebeldes. Reclamamos nuestro derecho a ser libres. Renunciamos a
esa “civilización” construida sobre la mentira y la barbarie. No nos interesa
esa cultura de baratijas, ni de espejitos, ni de pleisteision. Por eso juramos
que mientras tengamos un aliento de vida, ni olvidaremos ni perdonaremos.
¡Váyanse p’al carajo,
conquistadores de mierda!