En un país donde pareciera que el tonto es el único que sigue las
reglas, el más vivo –o el que le interesa serlo- se inventa cualquier
artimaña para llevarle ventaja a los demás.
“Te tengo el cuento que es. Te lo echo, pero no pongas los nombres porque, si no, imagínate”.
“Ahorita está supercagada porque no sabe si a ella le toca una sanción por haber mandado la tarjeta. Dice que, en tal caso, el que se friega es el que se las lleva, porque es el que hace el negocio, pues. Obviamente a mí no me gustaría que le pase nada porque es mi amiga, pero ese negocio no funcionaría si falta apenas un eslabón de la cadena, es decir, que es culpable tanto el que se lleva las tarjetas como el que la manda en el avión, y también las aerolíneas, en caso de que igualmente estén metidas en el chanchullo”. El cuento es así: Había una vez seis oficinistas de una empresa transnacional. Dos de ellas pasaban los 40 años y formaban parte de familias pequeñas —mamá, papá, hijo, hija. Las otras cuatro oscilaban entre los 25 y 35 y aún no se preocupaban —monetariamente— por nadie más que no fueran ellas. Pero, al parecer, el salario mensual —más las comisiones— no eran suficientes para sus gastos y consumos que, sin juzgar, eran más que todo polvo y rubor para la cara (colorete). Entonces, un buen día, una de las muchachas —la más jovencita, la más manipulable— llegó con una propuesta a su compañera de escritorio: “Chama, sabes que la hermana de mi novio trabaja en una agencia de viajes y tienen el negocio de mandar a viajar a las tarjetas. Nada más hay que pagar una comisión de 9% y mi cuñada se encarga de conseguir los pasajes, y todo lo demás, baratísimos. Total que terminas gastando nada en comparación con todo lo que te vas a ganar cuando vendas los dólares”. Lo único que la joven oficinista no le contó a su compañera —en ese momento— fue el otro trato que ella y su novio hacían con la empresa-de-viaje-raspa-tarjeta: cobrar comisión por cada tarjeta que conseguían. “¿Y yo mando mi tarjeta y ya?”. “Sí, eso es lo único, pero tú tranquila que eso siempre lo hacen, chica”. El mochilero millonario Ansioso y lleno de expectativas salió el joven Juan una noche. Un veinteañero. Maiquetía se le iba haciendo más pequeña. “Qué bonitos se ven los ranchitos de noche”, pensó. Se acomodó en su butaca sin ponerse el cinturón —con la actitud de que ya se había montado muchas veces en un avión— y se arropó con una cobijita —típico souvenir para la casa— que regalaban las azafatas. Juan empezó a soñar con el cliché europeo: tomarse fotos con un montón de edificios viejos de fondo e irse a rumbear con un grupo de estudiantes de intercambio con las hormonas alborotadas. Soñó con todas las birras que se iba a tomar en Berlín, con las catiras caucásicas que tienen fama de ser fáciles, con todos los porros que se fumaría en Ámsterdam. En fin, el joven Juan viviría la experiencia. Pero en sus pensamientos no dejaban de rondar la retahíla de recaudos que le había pedido su mamá durante todo el viaje en carro hasta Maiquetía, sin mencionar la “pequeña” lista que le metió en el bolso de mano cuando lo dejó ir en las puertas del duty-free. “En lo que llegues a Madrid llamas a tu tía, Juan José, haces lo que ella te diga sin desviarte, porque el amigo de ella que tiene el punto se va de viaje al día siguiente. Ahí tienes todos los datos: los míos y los de tu papá. En aduana ya sabes lo que vas a decir: que vas de viaje de graduación o qué se yo. Pero igual seguro ni te preguntan nada. Luego, ese dinero se lo das a tu tía para que lo deposite en su cuenta y listo. Acuérdate, por favor Juan José, de traer las facturas”. El joven Juan se sentía como Charlie Brown en clases. En un momento le pasó por la mente la posibilidad de fugarse con ese montón de lucas en el bolsillo. La familia estafadora Erase una vez una familia tan, tan, pero tan estafadora que se estafó a sí misma. La matrona de la familia, la señora María de los Ángeles, nunca le rindió tributo a su nombre. Era una regordeta con barba, mandona, malcriada y manipuladora. El papá era tan nulo que ni siquiera tiene nombre en este cuento. Y los niños, de tanto ver televisión, hablaban como unas comiquitas: en vez de decir “torta”, decían “pastel” y, también, tenían fama de insolentes. El negocio de la familia era la “compra-venta” de ropa importada, según ellos, pero decían las lenguas vecinas que solo revendían ropa que compraban en El Cementerio. La vendían por mucho más de lo que habían pagado por ella. En ese entonces, en aquel país de locos, existía la creencia de que solo los tontos cumplían las normas. Es así como la familia estafadora siempre estaba pendiente de aumentar sus finanzas por la vía rápida. Siguiente plano: un avión despegando hacia Ecuador. Los niños, que en algún momento parecían un estorbo, esta vez contribuyeron inconscientemente al negocio familiar: se quedaron en casa. Mamá y papá fueron vistos —mamá caminando adelante y papá, más atrás, arrastrando un montón de peroles— portando un permiso para utilizar los dólares asignados a sus hijos menores de edad, pero abordaron sin ellos. En el avión la mamá comió por tres. El que pagó por inocente Noticia de última hora. “Ciudad CDSM. Varios venezolanos se quedaron sin medio, varados en el extranjero debido a que Cadivi les bloqueó sus tarjetas de crédito. La razón de lo ocurrido tiene que ver con las medidas de seguridad tomadas por la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) como reacción a la repentina multiplicación de los ‘raspacupos’”. “Era la primera vez que viajaba a un país tan lejano en el que hablaban distintos idiomas, donde el único código de entendimiento era el money, y justo me quedé sin medio. Casi me da un infarto”, cuenta la joven Gabriela Bolívar, quien se fue un mes de vacaciones fuera del país y sintió como si se hubiese ido un año. Otro caso muy sonado fue el del joven Antonio Mora, quien pasó todo un día sin comer porque su vuelo se retrasó y ya tenía las tarjetas bloqueadas un día antes de regresarse a Venezuela. “Gracias a Dios que en la cola me encontré un pana que todavía tenía unas moneditas, con eso me compre un sánduche de máquina y un Zumo”, comenta el joven con cara de trauma. Según las autoridades “antiraspacupos”, los que sean encontrados con las manos en la masa o incurriendo en “ilícitos cambiarios” podrán ir tras las rejas durante seis años o más. El caso de los “raspacupos” en el exterior se ha incrementado durante los últimos meses, tanto así que ya no hay pasajes para ningún destino —en el planeta— hasta febrero del año entrante. Curiosamente, tampoco hay pasajes para la isla de Margarita hasta febrero de 2014. La religión económica Hay algunos que no son empresarios pero hablan con autoridad de economía. Son aquellos, y aquellas, que saben que jode del dólar. Tienen esa altiveza, mezclada con la viveza del tremendo esfuerzo intelectual, que da comprar con pocos bolívares y de cualquier modo dólares baratos y después, en un esfuerzo aún mayor, derrochando cacumen, los venden más caros, obteniendo de este modo muchos bolívares. Son genios y genias de la economía, que te miran con desprecio por ignorante, porque, según, todo el mundo lo hace. “Si no lo haces, ¿qué te queda?” le preguntaron a un amigo “La dignidad”, respondió. Y los otros que saben demasiado de economía son los empresarios. Estos tienen más autoridad que aquellos. Tienen más viveza y, en consecuencia, muchísima más altiveza. Usufructúan las conveniencias de los maletines en una empresa que casi se pierde de vista. Entre unos y otros, hay gente que no está dispuesta a calársela. El presidente Nicolás Maduro nos ha dicho, en medio de esta guerra económica: “Vamos bien. Paciencia”. Hay confianza en él, quien también ha dicho que cuenta con nosotros. Pero algunos prefieren leer, en el reverso del billete de un dólar: “En Dios confiamos”. (Épale Ccs) |
“La sabiduría de la vida consiste en la eliminación de lo no esencial. En reducir los problemas de la filosofía a unos pocos solamente: el goce del hogar, de la vida, de la naturaleza, de la cultura”. Lin Yutang
Cervantes
Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.
MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.