En el tapete por Gustavo A. Jaime
30 enero 2014
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Estaba en una reunión típica. Amigos, conocidos y compañeros de
labores. De esas de la dinámica del trabajo, en las que cada cual trata
de imponer el tema de conversación y en las que inevitablemente se habla
de política.Bien lo impulsó el comandante Hugo Chávez, había que politizar el país, alcanzar la independencia política y no solo permitir sino promover que el pueblo se expresara y participara directamente en todos los procesos, en todos los niveles.
Y surge el tema: la corrupción. Y los comentarios; este o aquellos “son unos ladrones”, el que está en el Gobierno, el que vende más caro, el que acapara, el que especula, etc.
Alguien como siempre, sale en defensa de los pobres comerciantes que especulan o acaparan por ser un “modo de subsistencia”, mientras otro explicaba la teoría impuesta de la sustitución de mercancía y cómo repone el capitalista sin aumentar cada día la existencia en perjuicio de las y los consumidores.
Hasta ahí, algunos lideraban la tertulia y otros eran simples testigos. Pero a alguien se le ocurrió hablar del cupo Cadivi. A partir de ese momento, empezaron a desfilar las excusas más extrañas que he escuchado para justificar la corrupción generalizada que se desató con lo que el presidente Maduro llamó “cadivismo”.
“No robo”; “no soy corrupto pero raspo la tarjeta sin salir del país”; “viajo y traigo dólares, el mercado lo impone”; “gano dinero más rápido y sin sudar”; “no estoy robando a nadie”; “el Gobierno no regula”; “es que no hay dólares”; “llevo gente a cambiar sus cupos y hasta le pago alojamiento y comida”.
Estas son solo las que recuerdo, de una gran cantidad de mentiras acuñadas en una clase media que se permite autojustificar esta conducta fraudulenta adornada con cierta bohemia, la de visitar países y hasta hacer el favor a quienes no han salido del país.
Afortunadamente son pocas, aunque parecieran muchas. Somos más los que al necesitar moneda extranjera hacemos los trámites respectivos, decimos verdades, aprovechamos el dólar preferencial para las actividades programadas y no nos escudamos en increíbles argumentos rebuscados para disculpar una forma de corrupción castigable y despreciable.
Me recuerda al contrabando de gasolina en la frontera colombo-venezolana, una práctica común y nada mal vista por un sector de la población, quienes incluso llegan esgrimir que con la ganancia han pagado la educación de sus hijos.
¡Qué contradicción!