JM.
Rodríguez
El viernes pasado, sentado entre la porfía que se daba en la sala
Rómulo Gallegos del CELARG, recordé a José Manuel Briceño Guerrero. Aprecio
mucho su escritura, tan contundente como ensoñadora, tan diáfana como profunda.
Anhelaba tenerlo allí como desenredador de nuestros lenguajes
imposibles.
Recordé El laberinto de
los tres minotauros. Sentía como en los aires de esa sala, chocaban,
como pequeñas nubes tormentosas, los tres discursos de fondo del pensamiento
americano. De esos breves encontronazos brotaban destellos eléctricos, que a
pesar de sus precaridades, tuvieron la capacidad de frustrar cualquier
posibilidad, como dirían Briceño Guerrero, de dirigirnos hacia formas coherentes y
exitosas de organización.
El sabio, de Palmarito como El Carrao, describe esos tres discursos
de la siguiente forma (y cometo el atrevimiento de sintetizarlos): el que
llama, segundo europeo que
promovió los positivismos, las tecnocracias y los socialismos por estas tierras,
sirviendo tanto a las intervenciones extranjeras como a las reivindicaciones
nacionales. El discurso
mantuano asociado a la nobleza heredada o asumida y al privilegio. Y
por último, el discurso
salvaje que con la nostalgia de mundos originarios y el resentimiento
histórico, excusa, más que la rebeldía, la viveza permanente.
Leamos las propias palabras de Briceño Guerrero: Esos tres discursos se interpenetran, se
parasitan, se obstaculizan mutuamente en un combate trágico donde no existe la
victoria… pues, cada uno es suficientemente fuerte para frustrar a los otros dos
y los tres son mutuamente inconciliables e irreconciliables…
En las ponencias presentadas para el simposio “Pensar la ciudad”, y
en su discusión, afloraron esos tres discursos. Pero fue en la última jornada,
dedicada a “La Nueva ciudad y el poder popular”, donde el discurso salvaje se
aposentó. Exaltar al poder popular más como expresión desatada de la arrechera
acumulada, que como forma organizativa que deberá construir un nuevo poder
territorial, fue la manera que encontró de corroer la
oportunidad.