Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.

30 de junio de 2014

Extractos del libro, “Bolchevismo, el camino a la Revolución” de Alan Woods; Ediciones de la Fundación Federico Engels, México 2004


LA REVOLUCIÓN PERMANENTE
… Al llegar a este punto, es necesario resumir las principales tendencias que cristalizaron en la socialdemocracia rusa antes de 1914 acerca de la cuestión central de la naturaleza y las tareas de la revolución rusa. La teoría más importante que surgió sobre esta cuestión fu la teoría de la revolución permanente. Esta teoría fue desarrollada ya en 1904, por Trotsky en primer lugar, en colaboración con el socialdemócrata de izquierdas germano-ruso Alexander Helfand (alias Parvus). La revolución permanente mientras admitía que las tareas objetivas a las que se enfrentaban los trabajadores rusos eran las tareas de la revolución democrático-burguesa, también explicaba cómo en la época del imperialismo, en un país atrasado la “burguesía nacional” estaba unida inseparablemente, por un lado, a los remanentes del feudalismo y, por el otro, al capital imperialista, por lo tanto ésta era completamente incapaz de llevar adelante cualquiera de sus tareas históricas.
La podredumbre de la burguesía liberal y su papel contrarrevolucionario en la revolución democrático-burguesa, ya fue observada por Marx y Engels. En su artículo La burguesía y la contrarrevolución (1848) Marx escribe lo siguiente: 

“La burguesía alemana se había desarrollado con tanta languidez, tan cobardemente y con tal lentitud que, en el momento en que se opuso amenazadora al feudalismo y al absolutismo, se encontró con la amenazadora posición del proletariado y de todas las capas de la población urbana cuyos intereses e ideas eran afines a los del proletariado. Y se vio hostilizada no solo por la clase que estaba detrás, sino por toda la Europa que estaba delante de ella. La burguesía prusiana no era, como la burguesía francesa de 1789, la clase que representaba a toda la sociedad moderna frente a los representantes de la vieja sociedad: la monarquía y la nobleza. Había descendido a la categoría de estamento tan apartado de la corona como del pueblo, pretendiendo enfrentarse con ambos e indecisa frente a cada uno de sus adversarios por separado, pues siempre los había visto delante o detrás de sí misma; inclinada desde el primer instante a traicionar al pueblo y a pactar un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad, pues ella misma pertenecía a la vieja sociedad”.
La burguesía, explica Marx, no llegó al poder como resultado de sus propios esfuerzos revolucionarios, sino como resultado del movimiento de las masas en el que no jugó ningún papel: 

“La burguesía prusiana fue lanzada a las cumbres del poder, pero no como ella quería, mediante un arreglo pacífico con la corona, sino gracias a una revolución” (K. Marx, La burguesía y la contrarrevolución, Obras escogidas de Marx y Engels, Vol. 1, págs. 140-144, pág. 258).
Incluso en la época de la revolución democrático-burguesa en Europa, Marx y Engels desenmascararon sin piedad la cobardía y el papel contrarrevolucionario de la burguesía, e insistieron en la necesidad de que los trabajadores mantuvieran una política de clase completamente independiente, no solo de la burguesía liberal, también de los vacilantes demócratas pequeño-burgueses.

“El partido proletario o verdaderamente revolucionario, pudo ir sacando solo muy poco a las masas obreras de la influencia de los demócratas, a cuya zaga iban al comienzo de la revolución. Pero en el momento debido, la indecisión, la debilidad y la cobardía de los líderes democráticos hicieron el resto, y ahora puede decirse que uno de los resultados principales de las convulsiones de los últimos años es que dondequiera que la clase obrera está concentrada en algo así como masas considerables, se encuentra completamente libre de la influencia de los demócratas, que la condujeron en 1848 y 1849 a una serie interminable de errores y reveses” (F. Engels, Revolución y contrarrevolución en Alemania, Ibid, Vol. 1, p. 340).
En un sentido estricto, Marx no tenía razón cuando atribuyó un papel revolucionario a la burguesía, incluso en 1789. La revolución burguesa en Francia no la realizó la burguesía que quería llegar a un compromiso con la monarquía, sino la pequeña burguesía revolucionaria, cuyos representantes políticos eran los jacobinos, las masas semiproletarias de París y de otras grandes ciudades. El anarquista Kropotkin describió brillantemente el papel de las masas en su historia de la Revolución Francesa. Este hecho también está ampliamente documentado por historiadores actuales como George Rudé. La gran revolución francesa de 1789-93 solo trinfó en la medida en que echó a un lado a los representantes de la gran burguesía conservadora en la Asamblea Nacional y, basándose en las masas, puso en práctica medidas muy radicales que, en el pleamar de la revolución, incluso va más allá de los límites de las tareas democrático-burguesas y amenazan la propiedad privada. Pero al llegar a este punto, la revolución se frenó y dio marcha atrás por la reacción termidoriana y después por el bonapartismo. Las masas plebeyas fueron derrotadas y empujadas a una situación que eran incapaces de defender precisamente porque estaban ausentes las condiciones objetivas para el socialismo. Solo era posible un desarrollo capitalista. Con la bandera revolucionaria de Liberté, Egalité y Fraternité, la burguesía convenció a las masas para que lucharan sus batallas por ella, los ricos comerciantes y los propietarios llegaron al poder y después, dieron el coup de grace a las aspiraciones revolucionarias de aquellos que habían derramado su sangre por la revolución.
Una historia similar se puede contar de la revolución burguesa de Inglaterra en el siglo XVII. La burguesía, representada en el parlamento por los prebiterianos, hizo todo lo que estaba en su poder para llegr a un acuerdo con Carlos I. La contrarrevolución monárquica fue derrotada, no por los grandes comerciantes de la City de Londres, sino por el Nuevo Ejército Modelo de Cromwell que se basaba en los granjeros yeomen de Anglia oriental y en los elementos del incipiente proletariado de Londres, Bristol y otras ciudades y pueblos, que lucharon por la causa parlamentaria. Aquí también, la burguesía se mostró incapaz de llevar adelante su propia revolución. Para triunfar, Cromwell tuvo que dejarla a un lado y poner en movimiento a la pequeña burguesía y las masas plebeyas. Una vez fue aplastada la reacción monárquica, Cromweel dependía del ala radical (los levellers y los diggers) quien, incluso en esta etapa, estaba sacando conclusiones comunistas y cuestionaba la propiedad privada. Finalmente Cromwell dirigió sus armas contra este último sector y al hacerlo, sencillamente, reconocía el incuestionable carácter burgués de la revolución. Realmente, en esta etapa de la historia no podía tener otro carácter. Pero eso no altera el hecho, igualmente incuestionable, de que la victoria de la revolución burguesa en Inglaterra, incluso en su primer período, no fue gracias a la burguesía, sino a pesar de ella.
Los argumentos que daban Marx y Engels con relación a Alemania en 1848, se aplicaban aún más a la Rusia de principios de siglo. El desarrollo tempestuoso de la industria transformó para siempre el rostro de la sociedad rusa. Pero, en primer lugar, este desarrollo se circunscribió a unas pocas regiones, a saber, los alrededores de Moscú y San Petersburgo, Rusia occidental (incluida Polonia), los Urales y la zona petrolera de Bakú. El proletariado creció rápidamente y desde 1890 en adelante se convirtió en una fuerza decisiva. Por esto no se alteró el carácter generalmente atrasado de Rusia, que compartía muchas de las características de un país semifeudal, y hasta cierto punto, semicolonial. El desarrollo de la industria no es un resultado natural y orgánico de la sociedad de Rus, sino el resultado de la ingente inversión extranjera procedente de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica y América. La burguesía rusa, igual que la burguesía alemana a la que Marx y Engels reprobaron en 1848, entró demasiado tarde en la escena de la historia, su base social era demasiado débil y sobre todo su temor al proletariado era tan fuerte que le impedía jugar un papel progresista. La fusión del capital industrial y terrateniente, la dependencia de ambos de los bancos; la dependencia del capital extranjero, todo esto excluía la posibilidad del triunfo de una revolución democrático-burguesa en Rusia.
En todos sus discursos y escritos, Lenin subraya una y otra vez el papel contrarrevolucionario de la burguesía democrático liberal. Pero hasta 1917, no creyó que los trabajadores rusos pudieran llegar al poder antes de que triunfara la revolución socialista en Occidente –una perspectiva que antes de 1917 solo era defendida por Trotsky en su extraordinaria teoría de la revolución permanente-. Esta era una respuesta más completa a la postura reformista y colaboracionista de clase defendida por el ala de derechas del movimiento obrero ruso: los mencheviques. La teoría de las dos etapas fue desarrollada por los mencheviques como su perspectiva para la revolución rusa. Esta teoría afirma, básicamente, que como las tareas de la revolución son las tareas de la revolución democrático-burguesa nacional, entonces la burguesía democrático-nacional debe convertirse en la dirección de la revolución.
Trotsky, sin embargo, señalaba que al ponerse al frente de la nación, dirigiendo a las capas oprimidas de la sociedad (pequeña burguesía rural y urbana), el proletariado tomaría el poder y después llevaría adelante las tareas de la revolución democrático-burguesa (principalmente la reforma agraria, la unificación y liberación del país del dominio extranjero). Sin embargo, una vez en el poder, el proletariado no puede detenerse ahí, debe empezar a poner en práctica las medidas socialistas de expropiación de los capitalistas. Y como estas tareas no se pueden resolver en un solo país, especialmente en un país atrasado, entonces este sería el principio de la revolución mundial. De este modo, la revolución es “permanente” en dos sentidos: porque empieza con las tareas burguesas y continúa con las socialistas, y porque comienza en un país y continúa a escala internacional.
Lenin estaba de acuerdo con Trotsky en que los liberales rusos no podrín llevar a cabo la revolución democrático-burguesa, y que esta tarea solo podía realizarla el proletariado formando una alianza con el campesinado pobre. Desde 1905 hasta 1917, en la cuestión fundamentl de la actitud hacia la burguesía, la posición de Lenin estuvo cerca de la de Trotsky; en realidad, eran idénticas. Como hemos visto, Lenin lo reconoció públicamente en el V Congreso (Londres). Siguiendo los pasos de Marx, que había calificado al “partido democrático” de la burguesía como “mucho más peligroso para los trabajadores que los anteriores liberales”, Lenin explicó que la burguesía rusa, lejos de ser una aliada de los trabajadores como siempre se alinearía al lado de la contrarrevolución. “La burguesía en su mayoría”, escribía en 1905, “se volverá inevitablemente del lado de la contrarrevolución, del lado de la autocracia contra la revolución, contra el pueblo, en cuanto sean satisfechos sus intereses estrechos y egoístas, en cuanto de la espala a la democracia consecuente (y ahora ya comienza a darle la espalda)”.
En opinión de Lenin ¿qué clase encabezaría la revolución democrático-burguesa?

“Queda el pueblo, es decir, el proletariado y los campesinos: solo el proletariado es capaz de ir seguro hasta eso, el proletariado lucha en vanguardia por la república, rechazando con desprecio los consejos necios e indignos de él, de quienes le dicen que tenga cuidado de no asustar a la burguesía” (Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Obras escogidas, Vol. 1, pág. 549).
Lenin no estaba de acuerdo con Trotsky en la posibilidad de que los trabajadores rusos llegaran al poder antes que los trabajadores de Europa occidental. Hasta 1917, Trotsky era el único que pensaba que esto podía ocurrir. Lenin descartaba esta idea e insistía en que la revolución rusa tendría un carácter burgués. La clase obrera, en una alianza con los campesinos pobres, derrocaría a la autocracia y después realizaría un programa muy radical [generalizado] de medidas democrático-burguesas. En el fondo, el programa de Lenin era una solución radical al problema de la tierra. Sin embargo, como explicó Lenin muchas veces, la nacionalización de la tierra no es una demanda socialista sino burguesa, dirigida contra la aristocracia terrateniente. Repitió docenas de veces que la revolución rusa debía detenerse antes de realizar las tareas socialistas, ya que, y todos estaban de acuerdo, las condiciones objetivas para la construcción del socialismo estaban ausentes en Rusia. Pero la posición de Lenin no queda ahí. Lenin siempre fue un internacionalista intransigente. Toda su perspectiva se basaba en la revolución internacional, de la que la revolución rusa era solo una pequeña parte.
Los trabajadores y campesinos rusos derrocarán al zarismo y realizarían la versión más radical de la revolución democrático-burguesa. Esto, entonces, daría un poderoso impulso a los trabajadores de Europa occidental, que llevarían a cabo la revolución socialista. Después, uniendo sus esfuerzos con los trabajadores franceses, alemanes y británicos, los trabajadores rusos transformarían su revolución democrático-burguesa en socialista: “Pero no será, naturalmente, una dictadura socialista, sino una dictadura democrática. Eta dictadura no podrá tocar (sin pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario) las bases del capitalismo. Podrá, en el mejor de los casos, llevar a cabo una redistribución radical de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos, implantar una democracia consecuente y completa hasta llegar a la república, desarraigar no solo de la vida del campo sino también del régimen de la fábrica, todo los restos asiáticos de servidumbre, iniciar un mejoramiento serio en la situación de los obreros y elevar su nivel de vida y por último, aunque no menos importante, hacer que la hoguera revolucionaria prenda en Europa”.
La posición de Lenin es absolutamente clara y diáfana: la próxima revolución sería una revolución burguesa, encabezada por el proletariado en una alianza con las masas campesinas. En el mejor de los casos, de esto se puede esperar la realización de las tareas democrático-burguesas básicas: distribución de la tierra a los campesinos, una república democrática, etc. Por necesidad, cualquier intento de “remover los cimientos del capitalismo” conduciría al proletariado aun conflicto con las masas de pequeños propietarios campesinos. Lenin insistía en este punto: 

           “La revolución democrática es burguesa. La consigna del reparto negro o de tierra y libertad…es burguesa” (Ibid, págs. 513 y 560).
Para Lenin, en un país atrasado y semifeudal como Rusia ningún otro resultado era posible. Hablar de la “evolución” de la dictadura democrática a la revolución socialista es convertir todo el análisis de la correlación de fuerzas de clase en la revolución en algo carente de sentido. Lenin explicó en cientos de artículos su actitud sobre el papel del proletariado en la revolución democrático-burguesa: 

“Estamos muchísimo más lejos de la revolución socialista que los camaradas de Occidente, pero en nuestro país es inminente la revolución campesina democrática burguesa, en la que el proletariado desempeñará el papel dirigente” (Lenin. “Triunfo electoral de los socialdemócratas en Tiflis”, OOCC, Vol. 13, Pág. 118).
¿En qué sentido hace referencia Lenin a la posibilidad de la revolución socialista en Rusia? En la cita arriba mencionada de Dos tácticas de la socialdemocracia, Lenin afirma que la revolución rusa no será capaz de remover los cimientos del capitalismo “sin pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario”.
A partir de todo esto, es evidente que Lenin descartaba la posibilidad de una revolución socialista en Rusia antes de uqe los trabajadores tomaran el poder en Europa occidental. Mantuvo esta opinión hasta febrero de 1917, cuando la abandonó y adoptó una posición que, esencialmente, era igual a la de Trotsky. Sin embargo, incluso cuando Lenin todavía tenía la perspectiva de una revolución burguesa en Rusia (en la que el proletariado jugaría un papel dirigente), explicaba la relación dialéctica entre la revolución rusa y la revolución internacional. La revolución democrático-burguesa en Rusia, escribía:

         “…puede finalmente, lo último en orden, pero no por su importancia, hacer que la hoguera revolucionaria prenda en Europa. Semejante victoria no convertiría aún, ni mucho menos, nuestra revolución burguesa en socialista; la revolución democrática no se saldrá propiamente del marco de las relaciones económico-sociales burguesas; pero, no obstante, tendrá una importancia gigantesca para el futuro desarrollo de Rusia y del mundo entero. Nada elevará a tal altura la energía revolucionaria del proletariado mundial, nada acortará tan considerablemente el camino que conduce a su victoria total, como esta victoria decisiva de la revolución que se ha iniciado ya en Rusia” (Lenin. “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, OOEE, Vol. 1, pág. 513).
En cada una de estas palabras se desprende el internacionalismo de Lenin. Para Lenin, la revolución rusa no era un acto autosuficiente, un “¡camino ruso al socialismo!” Era el principio de la revolución proletaria mundial. Precisamente aquí es donde reside la futura posibilidad de transformar la revolución democrático-burguesa en la revolución socialista en Rusia. Ni Lenin –ni ningún otro marxista- creía seriamente en la posibilidad de que fuera posible construir “el socialismo en un solo país”, y menos aún en un país atrasado, asiático y campesino como Rusia. En otra parte Lenin explica que para cualquier marxista sería abecé que las condiciones para la transformación socialista de la sociedad estaban ausentes en Rusia, aunque si habían madurado completamente en Europ occidental. En su polémica con los mencheviques –Dos tácticas de la socialdemocracia- Lenin reitera la postura clásica del marxismo sobre el significado internacional de la revolución rusa: 

           “Aquí, la idea fundamental es la misma que ha formulado reiteradamente Vperiod, al decir que no debemos temer (como lo teme Martynov) la victoria completa de la socialdemocracia en la revolución democrática, esto es, la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos, pues una victoria tal nos dará la posibilidad de levantar a Europa; y el proletariado socialista europeo, sacudiéndose el yugo de la burguesía, nos ayudará, a su vez, a realizar la revolución socialista” (Ibid, pág. 82).
Esto es lo esencial del pronóstico de Lenin de la venidera revolución en Rusia: la revolución solo puede ser democrática burguesa (no socialista) pero, al mismo tiempo, porque la burguesía es incapaz de jugar un papel revolucionario, la revolución solo puede ser realizada por la clase obrera, dirigida por la socialdemocracia, que conseguirá el apoyo de las masas campesinas. El derrocamiento del zarismo, el desarraigo de todos los restos del feudalismo, y la creación de una república tendrá un tremendo efecto revolucionario sobre el proletariado de los países desarrollados de Europa Occidental. Pero la revolución de Occidente solo puede ser una revolución socialista, debido al tremendo desarrollo de las fuerzas productivas construidas por el propio capitalismo, y la enorme fuerza de la clase obrera y el movimiento obrero en estos países. Finalmente, la revolución socialista en Occidente provocará nuevas agitaciones en Rusia, y, con la ayuda del proletariado socialista de Europa, los trabajadores rudos transformarán la revolución democrática, con plena oposición de la burguesía y el campesinado contrarrevolucionario, en una revolución socialista.

           “Así en esta etapa [es decir, después de la victoria final de la dictadura democrática], la burguesía liberal y el campesinado rico (y parcialmente el campesinado medio) organizan la contrarrevolución. El proletariado de Rusia más el proletariado europeo organizan la revolución.
           En tales condiciones, el proletariado de Rusia puede obtener una segunda victoria. La cosa ya no es desesperanzada. La segunda victoria será la revolución socialista en Europa.
Los obreros europeos mostrarán como se hace eso, y entonces haremos juntos la revolución socialista” (Lenin. Las etapas, el curso y las perspectivas para la revolución. OOCC, Vol. 12, Pág. 159)
Aquí y en docenas de ocasiones más, Lenin expresó con absoluta claridad que la victoria de “nuestra gran revolución burguesa inaugurará la época de la revolución socialista en Occidente” (Lenin. La gran victoria de los demócratas constitucionalistas. OOCC Vol. 12, pág. 358). No importa cómo se presente la cuestión, nada puede alterar el hecho de que, en 1905, Lenin no solo rechazaba la idea de la “construcción del socialismo solo en Rusia” (esta idea jamás habría pasado por su cabeza), también incluso rechazaba la posibilidad de que los trabajadores rusos establecieran la dictadura del proletariado antes que la revolución socialista en Occidente.
Trotsky siempre consideró progresista la postura de Lenin con relación a la teoría de las dos etapas defendida por los mencheviques, pero también señaló sus defectos. En 1909 escribía: Es verdad que la diferencia entre ellos en este asunto es muy considerable: mientras que los aspectos antirrevolucionarios de menchevismo ya son completamente aparentes, los del bolchevismo es probable que se conviertan en una seria amenaza solo en el caso de una victoria”. Los críticos estalinistas con frecuencia han sacado de contexto estas proféticas líneas de Trotsky, pero la realidad es que ésta expresan con precisión lo ocurrido en 1917, cuando Lenin entró en conflicto con los dirigentes bolcheviques, precisamente, por la consigna de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, que Lenin abandonó a favor de una política que era idéntica a la planteada en la revolución permanente. Cuando se publicó este libro después de la revolución, Trotsky escribió lo siguiente en un pie de página: “Esta amenaza como sabemos, nunca se materializó porque, bajo la dirección del camarada Lenin, los bolcheviques cambiaron su línea política en la cuestión más importante (no sin lucha interna) en la primavera de 1917, es decir, antes de la toma del poder” (Trotsky. Nuestras diferencia en 1905. Pág. 262).
Desde un punto de vista materialista, la prueba final de todas las teorías está en la práctica. Todas las teorías, programas y perspectivas que fueron expuestas y defendidas apasionadamente por las diferentes tendencias del movimiento obrero ruso, relacionadas con la naturaleza y la fuerza motriz de la revolución, finalmente, en 1917, fueron sometidas a la prueba de los acontecimientos. Al llegar a este punto, la línea divisoria entre Trotsky y Lenin desapareció completamente. Las ideas de Lenin expresadas en Cartas desde lejos y las Tesis de abril, son absolutamente indistinguibles de las que leemos en los artículos de Trotsky publicados en Novy Mir, escritos al mismo tiempo pero a millas de distancia en EE.UU. Y, como Trotsky había advertido en 1909, el aspecto contrarrevolucionario de la teoría de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado solo fue evidente en el propio curso de la revolución, cuando Kámenev, Zinóviev y Stalin la utilizaron contra Lenin para justificar su apoyo al gobierno provisional burgués. Se desarrolló una división abierta entre Lenin y otros dirigentes del partido que le acusaron de…trotskismo.
En realidad, la corrección de la teoría de la revolución permanente quedó brillantemente demostrada por la propia Revolución de Octubre. La clase obrera rusa –como Trotsky había pronosticado en 1904- llegó al poder antes que los trabajadores de Europa occidental. Llevaron a cabo todas las tareas de la revolución democrático-burguesa e inmediatamente, nacionalizaron la industria y emprendieron las tareas de la revolución socialista. La burguesía jugó un papel abiertamente contrarrevolucionario y fue derrotada por los trabajadores en alianza con los campesinos pobres. Los bolcheviques después hicieron un llamamiento revolucionario a los trabajadores del mundo para que siguieran su ejemplo. Lenin sabía muy bien que sin la victoria de la revolución en los países capitalistas avanzados, especialmente Alemania, la revolución no podría sobrevivir aislada, especialmente en un país atrasado como Rusia. Lo que ocurrió posteriormente, demostró que esto era absolutamente correcto. La creación de la Tercera Internacional (Comunista) –el partido mundial de la revolución socialista- era la manifestación concreta de esta perspectiva.
La situación es más evidente hoy en día. La burguesía nacional en los países coloniales entró demasiado tarde en la escena de la historia, cuando unas cuantas potencias imperialistas ya habían dividido el mundo. La burguesía nacional no era capaz de jugar un papel progresista porque desde su nacimiento estaba completamente subordinada a sus antiguos maestros coloniales. La débil y degenerada burguesía de Asia, América Latina y África depende demasiado del capital extranjero, también a la clase de terratenientes con la que forma un bloque reaccionario que representa un baluarte contra el progreso. Cualesquiera que sean las diferencias entre estos elementos, resultan insignificantes si se comparan con el temor que les une frente a las masas. Solo el proletariado, aliado con los campesinos y pobres urbanos, puede resolver los problemas de la sociedad tomando el poder en sus manos, expropiando a los imperialistas y a la burguesía, y emprendiendo la tarea de transformar la sociedad en líneas socialistas.
Si la Internacional Comunista se hubiera mantenido firme en las posiciones de Lenin y Trotsky, habría garantizado la victoria de la revolución mundial. Desgraciadamente, los años formativos de la Comintern coincidieron con la contrarrevolución estalinista en Rusia, lo que tuvo un efecto desastroso en los partidos comunistas de todo el mundo. La burocracia estalinista, después e conseguir el control de la Unión Soviética, desarrolló una perspectiva muy conservadora. La teoría de que el socialismo se puede construir en un solo país –una abominación desde el punto de vista de Marx y de Lenin- reflejaba en realidad la mentalidad de la burocracia, que ya había tenido suficiente con la tormenta y la tensión de la revolución y ahora quería ocuparse de la “construcción del socialismo en Rusia”. Es decir, quería proteger y expandir sus privilegios y no “malgastar” los recursos del país en perseguir la revolución mundial. Por otro lado, temían que la revolución en otros países pudiera desarrollarse en líneas sanas y representara una amenaza seria para su propio dominio en Rusia, y por lo tanto, en determinado momento, evitaron activamente la revolución en todas partes. En lugar de defender una política revolucionaria basada en la independencia de clase, como siempre había defendido Lenin, propusieron la alianza de los partidos comunistas con la “burguesía nacional progresista” (y si no la encontraban, estaban dispuestos a inventarla) para llevar adelante la revolución democrática, y después, más adelante, en un futuro lejano, cuando el país hubiera desarrollado completamente una economía capitalista, luchar por el socialismo. Esta política representaba una ruptura completa con el leninismo y el regreso a la teoría antigua y desacreditada del menchevismo: la teoría de las dos etapas.

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