13 de junio de 2014

Obama estudia ataques aéreos para frenar a los yihadistas


La escalada violenta ha desconcertado a EE UU, embarcado en una estrategia de repliegue



El presidente Obama durante la reunión bilateral este jueves con el primer ministro australiano en la Casa Blanca. / MANDEL NGAN (AFP)
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuyo ascenso fue indisociable del no a la guerra de Irak, estudia intervenir con ataques aéreos en este país para ayudar al Gobierno de Bagdad a frenar el avance de los yihadistas. Entre las opciones que Obama estudia figura el envío de drones —aviones sin piloto— o aviones de guerra, pero no el despliegue de tropas.
Las victorias del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) trastocan la estrategia de repliegue en Oriente Próximo de la Administración de Obama, desmienten los diagnósticos optimistas sobre el país de colaboradores del presidente y obligan a EE UU a ocuparse con reticencias de una guerra que quería olvidar.
La Casa Blanca, ante las críticas por haberse marchado antes de tiempo, se ha esforzado el jueves por aclarar por qué EE UU se desentendió de Irak, en qué condiciones podría ahora regresar y cómo la escalada de violencia y sectarismo en este país puede alterar los planes de la primera potencia para retirarse de Afganistán en 2016.
“No descarto nada porque nos jugamos mucho a la hora de asegurarnos de que estos yihadistas no se asienten ni en Irak ni en Siria”, ha declarado Obama. El presidente ha añadido que su equipo de seguridad nacional “estudia todas las opciones”. “No contemplamos poner tropas en el terreno”, ha precisado su portavoz, Jay Carney.
Barack Obama llegó al poder en 2009 con la bandera de su oposición a la invasión de Irak en 2003. Prometió la retirada y cumplió: desde finales de 2011, tras fracasar un pacto entre Washington y Bagdad para dejar unos miles de tropas, no quedan militares norteamericanos. Pero lo que esgrimía como un éxito en su política exterior amenaza con manchar su legado.

La violencia de los últimos días coloca al presidente ante un dilema: o se abstiene de intervenir y permite una escalada que deja en entredicho los resultados de la retirada, o envía aviones o drones y reaviva el recuerdo de una intervención que, aunque sin tropas, se comparará con la que él rechazó, dividió a EE UU y encendió el antiamericanismo.
“Durante años, el presidente Obama se ha atribuido el mérito de ‘acabar guerras’ cuando, en realidad, estaba sacando a Estados Unidos de guerras que estaban lejos de haber acabado”, escribe The Washington Post en un editorial. En Siria, el presidente paró en septiembre una intervención aérea ya programada, pero las matanzas han continuado.
Obama decidió entonces someter a un voto en el Congreso de EE UU el ataque al régimen de Bachar el Asad. Al suspenderse la intervención, el voto no se celebró. Pero la decisión de consultar sentó un precedente que el Congreso podría citar en el caso de una intervención aérea en Irak.
Irak expone los límites de la doctrina Obama: la idea, que el presidente formuló en un discurso reciente en West Point (Nueva York), de que EE UU liderará el mundo sin necesidad de resolver los problemas de otros países con intervenciones militares. Quienes en EE UU se oponían a la retirada completa en 2011, ven ahora reivindicada su posición.
“Lo que los americanos dejaron fue un Estado iraquí incapaz de funcionar por sí solo. Lo que construimos ahora se desmorona”, dijo en un discurso ante el Senado el republicano John McCain, senador por Arizona y rival del demócrata Obama en las elecciones presidenciales de 2008. McCain pidió la dimisión del equipo de seguridad nacional del presidente.
La escalada en Irak es un augurio inquietante para Afganistán, la otra guerra en un país musulmán que EE UU lanzó tras los atentados de 2001. Obama ha anunciado la retirada completa a finales de 2016, pero el riesgo de que el Afganistán posamericano se parezca al Irak  posamericano —dividido, corrupto, violento— reabre el debate sobre el calendario.