La escalada violenta ha desconcertado a EE UU, embarcado en una estrategia de repliegue
Marc Bassets Washington 12 JUN 2014
El
presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuyo ascenso fue
indisociable del no a la guerra de Irak, estudia intervenir con ataques
aéreos en este país para ayudar al Gobierno de Bagdad a frenar el avance
de los yihadistas. Entre las opciones que Obama estudia figura el envío
de drones —aviones sin piloto— o aviones de guerra, pero no el
despliegue de tropas.
Las victorias del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) trastocan
la estrategia de repliegue en Oriente Próximo de la Administración de
Obama, desmienten los diagnósticos optimistas sobre el país de
colaboradores del presidente y obligan a EE UU a ocuparse con
reticencias de una guerra que quería olvidar.
La
Casa Blanca, ante las críticas por haberse marchado antes de tiempo, se
ha esforzado el jueves por aclarar por qué EE UU se desentendió de
Irak, en qué condiciones podría ahora regresar y cómo la escalada de
violencia y sectarismo en este país puede alterar los planes de la
primera potencia para retirarse de Afganistán en 2016.
“No
descarto nada porque nos jugamos mucho a la hora de asegurarnos de que
estos yihadistas no se asienten ni en Irak ni en Siria”, ha declarado
Obama. El presidente ha añadido que su equipo de seguridad nacional
“estudia todas las opciones”. “No contemplamos poner tropas en el
terreno”, ha precisado su portavoz, Jay Carney.
Barack
Obama llegó al poder en 2009 con la bandera de su oposición a la
invasión de Irak en 2003. Prometió la retirada y cumplió: desde finales
de 2011, tras fracasar un pacto entre Washington y Bagdad para dejar
unos miles de tropas, no quedan militares norteamericanos. Pero lo que
esgrimía como un éxito en su política exterior amenaza con manchar su
legado.
La violencia de los últimos días coloca al presidente ante un dilema: o se abstiene de intervenir y permite una escalada que deja en entredicho los resultados de la retirada, o envía aviones o drones y reaviva el recuerdo de una intervención que, aunque sin tropas, se comparará con la que él rechazó, dividió a EE UU y encendió el antiamericanismo.
“Durante
años, el presidente Obama se ha atribuido el mérito de ‘acabar guerras’
cuando, en realidad, estaba sacando a Estados Unidos de guerras que
estaban lejos de haber acabado”, escribe The Washington Post en un editorial. En Siria, el presidente paró en septiembre una intervención aérea ya programada, pero las matanzas han continuado.
Obama
decidió entonces someter a un voto en el Congreso de EE UU el ataque al
régimen de Bachar el Asad. Al suspenderse la intervención, el voto no
se celebró. Pero la decisión de consultar sentó un precedente que el
Congreso podría citar en el caso de una intervención aérea en Irak.
Irak
expone los límites de la doctrina Obama: la idea, que el presidente
formuló en un discurso reciente en West Point (Nueva York), de que EE UU
liderará el mundo sin necesidad de resolver los problemas de otros
países con intervenciones militares. Quienes en EE UU se oponían a la
retirada completa en 2011, ven ahora reivindicada su posición.
“Lo
que los americanos dejaron fue un Estado iraquí incapaz de funcionar
por sí solo. Lo que construimos ahora se desmorona”, dijo en un discurso
ante el Senado el republicano John McCain, senador por Arizona y rival
del demócrata Obama en las elecciones presidenciales de 2008. McCain
pidió la dimisión del equipo de seguridad nacional del presidente.
La
escalada en Irak es un augurio inquietante para Afganistán, la otra
guerra en un país musulmán que EE UU lanzó tras los atentados de 2001.
Obama ha anunciado la retirada completa a finales de 2016, pero el
riesgo de que el Afganistán posamericano se parezca al
Irak posamericano —dividido, corrupto, violento— reabre el debate sobre
el calendario.