Chris Ray - Morning Herald (Nueva Gales Del Sur, New South Wales) - Traducción para Cubainformación de Rafael Ángel Pessini Sánchez (especialmente dedicada al filocubano Vincenzo Basile) - Foto: Edwina Pickles.- ¿Pueden los educadores de un país con una de las tasas de alfabetización más altas del mundo ayudar a mantener a jóvenes excarcelados en el interior de Australia? Reservado y modesto, Hogan Shillingsworth luce como un extraño modelo cuando espera bajo un calor agobiante unirse a personajes importantes en la rotonda de un parque en el interior de la ciudad de Bourke, en Nueva Gales del Sur. Cuando llega su turno, Shillingsworth entra en la rotonda entre aplausos de un superintendente de la policía y otras personalidades notables de la ciudad. Es un elogio poco usual para un veterano de tres años del centro de detención juvenil de Nueva Gales del Sur, quien se enfrenta a otra pena privativa de libertad, cuando tiene todavía sólo 21 años de edad. ¿Cómo Shillingsworth, bajo fianza por “discutir y pelear”, como él señala, llegó a estar compartiendo tribuna con una selección de gente muy importante, incluidos un representante del Departamento del Primer Ministro y el Embajador de Cuba? Bajo guía cubana, en la persona de la monitora Lucy Núñez, una exuberante abuela habanera de 54 años, los aborígenes residentes en Wilcannia, Bourke y Enngonia han sido movilizados para ir a clase a través de una estrategia de “campaña masiva” de la que fue pionera en los primeros años de la Revolución Cubana. Probablemente llegará a Brewarrina el próximo año. Más de 6 millones de personas que hablan diversos idiomas en 28 países han aprendido a leer y escribir a través de “Yo Sí Puedo”, pero no se había intentado nunca en Australia, donde hasta el 65 por ciento de la población aborigen es “analfabeta funcional” en lengua inglesa. Si la iniciativa es sostenible, puede extenderse a las poblaciones aborígenes a lo largo de Australia, dice su director, Jack Beetson, quien asimismo lidera la recién formada Fundación para la Alfabetización por la Vida, que se hace cargo este mes de la campaña. Una referencia de Beetson ayudó a convencer a una magistrada para que permitiese la excarcelación de Shillingsworth, con el fin de que éste asistiera a clases de alfabetización. Shillingsworth fue más lejos, al arte, y completó uno de los programas de clases postalfabetizadoras. Sus dibujos decoran los certificados de graduación y la fundación lo ha empleado como instructor de lecciones de arte, su primer empleo auténtico. Shillingsworth dice que la intervención de la fundación supuso “la primera vez que obtuve apoyo de alguien en el ámbito judicial. La magistrada me dio una oportunidad. Ella pudo ver lo que yo estaba tratando de hacer. De lo contrario, habría ido derecho a la cárcel”. Menos del 5 por ciento de los jóvenes australianos son indígenas; aún aportan casi la mitad de la población juvenil penitenciaria. Un aborigen de entre 10 y 17 años tiene 16 veces más probabilidades que un joven no indígena de estar bajo supervisión comunitaria, y 28 veces más de estar privado legalmente de libertad. La desproporción continúa entre los adultos: los aborígenes componen el 2,5 por ciento de la población adulta, pero el 26 por ciento de todos los reclusos adultos. El analfabetismo es la principal causa de este desequilibrio, en particular porque tiende a evitar que los aborígenes obtengan licencias de conducir, descubrió un comité de la Cámara de Representantes cuando investigaba la sobrerrepresentación de la población aborigen en el sistema judicial. Muchos aborígenes no saben leer suficientemente bien para hacer online los tests de conducción, oyó el comité. Como señala la magistrada de Nueva Gales del Sur Margaret Quinn, “Ellos podrían ser los conductores más seguros/responsables de todos; sólo carecen de licencia. Muchos no saben leer ni escribir”. Una serie de magistrados identificó conducciones sin licencia como una de las principales vías hacia la cárcel, a través de multas por incumplimiento y mayor condena por incumplimiento persistente. Este oscuro escenario podría haber sido guionizado por el joven de 21 años Samuel Shillingsworth, quien vive con su pareja, Brooke Edwards, y su hijo Sam, de 4 años, en una reserva aborigen en las afueras de la ciudad de Enngonia. Ocupan una de las cabañas de fibra cubiertas de cemento colocadas alrededor del edificio del consejo territorial, que funciona como aula del “Yo Sí Puedo”. Como su primo artista Hogan, Samuel tiene complicaciones con el sistema judicial, con graves multas por conducir sin licencia; pagarlas le llevará “un par de años”, cree él. Samuel no conducía por diversión: Enngonia tiene un pub, una comisaría y una escuela primaria, pero ni supermercado, ni médico, ni banco ni oficina Centrelink. Los más cercanos están en Bourke, 100 kilómetros al sur por la Autopista Mitchell. El único transporte público a Bourke es un minibús subsidiado por el gobierno a modo de pensión quincenal. Nunca hay bastantes asientos y el autobús no transportará a niños pequeños. Samuel está a punto de graduarse en “Yo Sí Puedo” y practica conocimientos de conducción en un test computarizado sobre una pantalla. Espera empezar el proceso de obtener licencia una vez pagadas sus multas. “Hice un par de tests de prácticas de conducción pero fueron demasiado duros. Confío en que serán más fáciles ahora porque podré leer las preguntas y responderlas correctamente”, dice. Obtener una licencia o un permiso no es lo que más motiva a Samuel para aprender a leer. “ Tengo un coleguita ahora. Quiero ayudarle a aprender cuando crezca”, dice. A Sammy le gustan los libros. Le gusta escribir y dibujar. En algún momento acudirá a mí con un libro y querrá que se lo lea”. Edwards, de 20 años, acude a clase por la misma razón. “El pequeño Samuel está empezando a leer”, dice. El otro día trajo a casa dos libros de cuentos de la escuela: “El Dragón Blanco” y “La oruga hambrienta”. Sé leerlos con él ahora; no podía hacerlo antes”. Melissa Harrison, directora de la Escuela Primaria de Enngonia dice que “Yo Sí Puedo” “ha promovido un ambiente positivo de aprendizaje en la escuela. Más padres me están hablando de la escuela y preguntándome si sus chicos están haciendo las tareas. Nuestros alumnos de preescolar están utilizando más la biblioteca, también”. Los estudiantes de Enngonia oscilan desde adolescentes a ex granjeros de 67 años. La coordinadora de campaña local, Mary Edwards, de 33 años, fue casa por casa invitando a las familias a acudir a clase. A algunos vecinos les avergonzaba admitir que no sabían leer ni escribir, pero aceptaron tomar parte una vez que otros miembros de la familia se inscribieron. “Al final del programa teníamos a todo el mundo feliz por redactar y leer frases en voz alta y por escribir en la pizarra”, dice Mary. Yo Sí Puedo está ganando amplio apoyo y forjando alianzas que cruzan límites políticos. El contratista de construcción Brookfield Multiplex se ha inscrito como socio corporativo de la fundación, y el logo de la Fundación de la Alfabetización por la Vida luce como blasón sobre el jersey del equipo de la liga de rugby Penrith Panthers. John Williams, de los Nacionales de Nueva Gales del Sur, miembro y jefe de grupo parlamentario por Murray-Darling, que probablemente llegó a ser la primera coalición MP en felicitar a la Cuba socialista, accedió a la Asamblea Legislativa para “reconocer el gran trabajo” hecho por el embajador cubano Pedro Monzón, visitante regular de las comunidades aborígenes de Darling River, y quejarse de que “Desafortunadamente, no se ha reconocido bastante a los cubanos”. Monzón era un estudiante de 13 años en 1961 cuando la nueva administración de Castro cerró el sistema educativo de Cuba durante un año y envió a estudiantes urbanos a extender la alfabetización entre los pobres del campo. Hijo de un médico de La Habana, fue asignado a una familia campesina de Sierra Maestra, donde recogía tabaco durante el día y enseñaba el alfabeto por las noches. “Perdimos un año escolar, pero ganamos una sociedad más justa y crecimos como mejores seres humanos”, dijo Monzón, resaltando la declaración de la UNESCO sobre Cuba como el único país latinoamericano en lograr el ciento por ciento de alfabetización adulta. Otra persona que ayuda es el superintendente de policía Greg Moore, Comandante de Área Local de Darling River. Dice que Yo Sí Puedo ha generado “enormes beneficios entre algunas de las personas más vulnerables de nuestra comunidad”. Le impresiona que algunos graduados hayan ganado suficientes confianza y destrezas para alejarse del crimen, y que se hayan unido a un Comité Consultivo Aborigen de la Policía, donde ellos “impulsan soluciones de justicia social en nombre de los miembros de la comunidad menos alfabetizados”. ¿Cuánto es de malo el analfabetismo entre los indígenas australianos? La Infraestructura de las Mejoras del Núcleo identifica cinco niveles de alfabetización y desempeño de habilidades. El nivel Tres se considera como “el mínimo requerido para individuos que encuentren exigencias completas en su vida cotidiana”. Todavía, al menos, se estima que el 40 por ciento de los aborígenes está en el Nivel Uno o por debajo de él. Esta deprimente estadística ayuda a explicar por qué Australia se sitúa por debajo de Cuba en algunos listados mundiales, a pesar de ser 10 veces más rica en renta per cápita. Jack Beetson, quien una vez hizo funcionar el Colegio Aborigen Tranby, de Sydney, dice que el analfabetismo entre los adultos aborígenes es a menudo la mayor barrera para la formación para el trabajo, para el empleo, para una salud mejor y unas comunidades mejor gestionadas. “La alfabetización es un derecho humano en que la educación tradicional ha fracasado a la hora de otorgarlo a esta gente. Es un paso enorme para la mayoría de ellos incluso venir a clase”, dice. Beetson, de 57 años, un hombre de Ngemba procedente de Nyngam, recuerda que en partes del Occidente de Nueva Gales del Sur los aborígenes fueron excluidos de las escuelas oficiales hasta la década de los setenta del siglo XX, y después solamente ingresaban si la Asociación de Padres y Ciudadanos locales lo aprobaban. “Cuando yo iba a la escuela estaba en el aula D, para todos los chicos de piel negra y blancos pobres. Yo quería estudiar Historia, pero me dijeron: “Eso no es para ti, hijo”. Hace una generación o dos generaciones, los hombres aborígenes analfabetos en el lejano Oeste podrían haber encontrado trabajo cuidando ovejas y reses, manteniendo la vía del tren, o cortando y deshuesando en un matadero local. La decadencia de tareas pastoriles, el fin de actividades propias de la carnicería y la pérdida de los enlaces ferroviarios a la zona oriental eliminó empleos para los iletrados, reduciendo a la mayoría de las familias aborígenes a una dependencia semipermanente de las prestaciones sociales. Con ello vino un alza de los subproductos de la impotencia: enfermedad crónica, abuso de sustancias, y violencia comunitaria y doméstica. Beetson cree que la estrategia cubana de aprendizaje puede funcionar donde la educación tradicional ha fracasado con muchas poblaciones aborígenes, porque hace del analfabetismo una responsabilidad de toda la comunidad más que un problema individual. “Aspiramos a construir una cultura comunitaria que valore y apoye el aprendizaje”, dice él. La campaña Yo Sí Puedo se desarrolla poco a poco en tres fases. En la Fase Uno la fundación se une a una organización aceptada localmente, normalmente un consejo territorial, y emplea a locales respetados como organizadores y facilitadores de clase o aula. Hay un largo período de habla y escucha orientado a conseguir que familias enteras se inscriban. “Tienes que construir confianza y respeto antes de que puedas hacer algo con nuestra gente. El programa cubano ha hecho eso”, dice Lilian Lucas, quien coordina la sección de Bourke del proyecto. Algunos de sus 27 graduados viven en la Ciudad de Alice Edwards, donde Lucas creció, una antigua y sucia reserva en el exterior del dique de Darling River. “Hay mucha negatividad aquí; nuestra comunidad está rota”, dice Lucas, de 37 años, cuando conduce por la ciudad con sus viviendas casi derruidas y patios cubiertos de vegetación, salpicados de coches desguazados. “Pero estamos obteniendo resultados con niños que han egresado de la escuela superior, pero que no saben leer ni escribir”. La Fase Dos es la clase de alfabetización basada en un conjunto de 64 lecciones de una hora de duración en soporte DVD. Cada lección muestra un aula de alumnos iletrados, interpretados por alumnos angloparlantes de Grenada, que están siendo instruidos por un profesor experto. Los facilitadores de la clase o del aula ayudan a los estudiantes a hacer ejercicios orales y escritos que están sirviendo de modelo en la pantalla. Las palabras y las frases se “rompen” en sonidos que se componen y letras luego reunidas. Cada letra se asocia con un número; se da por hecho que la mayoría de las personas de baja alfabetización tiene alguna familiaridad con los números. El profesor asociado Bob Boughton, experto en educación adulta en la Universidad de Nueva Inglaterra, que ayuda a gestionar la campaña de alfabetización, dice que los estudiantes tienden a identificarse con los estudiantes negros de Grenada y ganan confianza desde el conocimiento de que su propia comunidad es parte de una campaña global. Boughton asesoró al gobierno de Timor Oriental/Timor Leste cuando Cuba desarrolló y puso en funcionamiento una campaña alfabetizadora en la recién independizada nación. “Más de 120.000 estudiantes timorenses obtuvieron alfabetización básica en los cuatro años comprendidos entre 2007 y 2011, en condiciones de pobreza extrema y a pesar de la agitación política”, dice él. La Fase Tres de Yo Sí Puedo es una gama de actividades postalfabetizadoras que incluyen computación, cocina saludable de recetarios, arte y lecturas infantiles. Estas actividades están diseñadas para consolidar el aprendizaje y abrir caminos para el empleo, la educación avanzada y la participación comunitaria. Cada domingo una familia extensa se reúne en La Habana. Viene por una llamada telefónica de la madre y la abuela de Lucy Núñez, una afrocubana que ha dedicado los últimos 10 meses a ayudar a personal aborigen a poner en marcha Yo Sí Puedo. Es una persona entre millares de cubanos que trabajan en el exterior en los campos de la educación y la asistencia sanitaria; Núñez no fue preparada para el aislamiento que conllevaba ser la única cubana enviada al interior. “Cuando llegué a Wilcannia lloré durante una semana”, dice ella. “Me sentí muy triste porque estaba sola. Todavía echo muchísimo de menos a mi familia, y también el olor a mar”. Núñez, que ha trabajado entre maoríes en la Nueva Zelandia rural, no estaba preparada para la desintegración social que halló. “Aprendí cómo la gente aborigen había sufrido por la colonización, cómo habían sido separados de sus familias, trasladados de ciudades y colocados en reservas. Sus comunidades están rotas, tienen adicciones y carecen de trabajos. La vida es muy dura”, dijo ella. Obviamente popular -tiene un fajo de cartas de agradecimiento de estudiantes-, Núñez cree que el color de su piel y una experiencia compartida de colonización le ayudó a ganarse la confianza de comunidades escépticas. “Dicen: “Eres negra, pensamos lo mismo”. Me dicen que las personas negras piensan con sus corazones y que los blancos piensan con sus cerebros. Les digo que si queréis respeto tenéis que aumentar vuestros conocimientos”. La madre de Enngonia, Betty-Anne Edwards, esperaba graduarse desde Yo Sí Puedo con sus hijos Justin, de 21 años, y David, de 23. Justin, que abandonó la escuela en el séptimo año, aspira a hacer un curso y conseguir un vale de montacargas y unirla a la rotunda del Parque Central de Bourke, pero David ha desaparecido tras “meterse en problemas con la Ley”. “David lo estaba haciendo realmente bien; sólo le faltaban nueve lecciones para superar las 64”, dice Betty-Anne. “Eso lo estaba apartando del alcohol y estaba mucho más tranquilo. Solía despertarme temprano para ir a clase”. Ella es clara acerca de su propio y “reciente” futuro: “Quiero estudiarlo todo ahora, sea lo que sea lo que arrojen a mi camino”. From Cuba with love Chris Ray - Morning Herald (New South Wales) - Photo: Edwina Pickles.- Can educators from a country with one of the highest literacy rates in the world help keep young people out of jail in outback Australia? Reserved and unassuming, Hogan Shillingsworth looks an unlikely role model as he waits in oppressive heat to join dignitaries on a park rotunda in the outback NSW town of Bourke. When his turn arrives, Shillingsworth enters the rotunda to applause from a police superintendent and other town notables. It is a rare accolade for a three-year veteran of the NSW juvenile detention system, who faces another possible prison term while still only 21. How did Shillingsworth - on bail for "rowing and fighting" as he puts it - come to be sharing a platform with an assortment of VIPs, including a representative of the Prime Minister's Department and the Cuban ambassador? Hogan comes from Enngonia, a remote settlement of fewer than 150 people, mostly Aboriginal, on the red-sand floodplain of the Warrego River, 97 kilometres north of Bourke. He and 40 other Aboriginal men and women are celebrating their graduation from a Cuban-designed adult literacy program called Yo Si Puedo, or Yes I Can. They are among the first Australians to learn to read and write through Yes I Can as it spreads campaign-style among marginalised and blighted Aboriginal communities along the Darling River system in north-west NSW. Under Cuban guidance - in the form of adviser Lucy Nuñez, an exuberant 54-year-old grandmother from Havana - Aboriginal residents of Wilcannia, Bourke and Enngonia have been mobilised to go to classes through a "mass campaign" approach pioneered in the early years of the Cuban revolution. It will likely come to Brewarrina next year. More than six million people speaking various languages in 28 countries have learnt to read and write through Yes I Can but it has never been attempted in Australia, where up to 65 per cent of Aboriginal people are "functionally illiterate" in English. If early outcomes can be sustained, the initiative may be extended to Aboriginal populations across Australia, says its director Jack Beetson, who also heads the newly formed Literacy for Life Foundation which takes charge of the campaign this month. A reference from Beetson helped persuade a magistrate to allow Shillingsworth bail, providing he attended literacy classes. Shillingsworth went further, completing one of the program's post-literacy classes, in art. His drawings decorate the graduation certificates and the foundation has employed him as an art-class instructor - his first real job. Shillingsworth says the foundation's intervention was "the first time I ever got support from someone in court. The magistrate gave me a chance. She could see I was trying. I would have gone straight to jail otherwise." Less than 5 per cent of young Australians are indigenous, yet they supply almost half the juvenile prison population. An Aborigine aged 10-17 is 16 times more likely than a non-indigenous youth to be under community-based supervision, and 28 times more likely to be in detention. The disproportion continues into adulthood: Aborigines account for 2.5 per cent of the adult population, but account for 26 per cent of all adult prisoners. Illiteracy is a major cause of this imbalance, not least because it tends to prevent Aborigines from getting driver licences, a House of Representatives committee found when investigating over-representation of Aboriginal youth in the justice system. Many Aborigines cannot read well enough to do the online driving tests, the committee heard. As NSW Magistrate Margaret Quinn put it, "They might be the safest drivers of all, they just do not have a licence. Many of them may not be able to read or write." A succession of magistrates identified driving without a licence as one of the main pathways to prison, via fine default and further conviction for persistent offending. This bleak scenario might have been scripted for 21-year-old Samuel Shillingsworth, who lives with his partner Brooke Edwards and their four-year-old son Sam on an Aboriginal reserve outside Enngonia township. They occupy one of 14 fibre cement-clad cottages arranged around the land council building, which functions as the Yes I Can classroom. Like his artist cousin Hogan, Samuel is entangled in the court system with heavy fines for unlicenced driving that will take 'a couple of years' to pay off, he thinks. Samuel wasn't driving for fun: Enngonia has a pub, police station and primary school, but no supermarket, doctor, bank or Centrelink office. The nearest are in Bourke, 100 kilometres south along the Mitchell Highway. The only public transport to Bourke is a government-subsidised mini bus on fortnightly pension day. There are never enough seats and the bus won't take small children. Samuel is about to graduate from Yes I Can and peers intently at a practice driver knowledge test on a computer screen. He hopes to start the process of getting a licence once he starts paying off his fines. "I did a couple of practice driving tests but they were too hard. I reckon it'll be easier now because I'll be able to read the questions and answer them properly," he says. Getting a licence is not Samuel's main motivation for learning to read. "I got a little fella now. I want to help him learn as he grows up," he says. "Sammy likes books; he likes writing and drawing. Sometimes he'll come to me with a book and want me to read it to him." Edwards, 20, comes to class for the same reason. "Little Samuel's starting to read," she says. "The other day he brung home two story books from school, The White Dragon and The Hungry Caterpillar. I can read them with him now - I couldn't do that before." Enngonia Public School principal Melissa Harrison says Yes I Can has "promoted a positive learning environment in the school. More parents are talking to me about school and asking for their kids to be given homework. Our preschoolers are using the library more, too." Enngonia students range from teenagers to a 67-year-old ex-shearer. Local campaign co-ordinator, Mary Edwards, 33, went house-to-house asking families to come to class. Some neighbours were ashamed to admit they could not read and write, but agreed to take part once other family members signed up. "At the end of the program we had every person happy to stand up and read sentences aloud and write on the board," Mary says. Yes I Can is winning broad support and forging alliances across political boundaries. The construction contractor Brookfield Multiplex has signed on as the founding corporate partner and the Literacy for Life Foundation logo is emblazoned on the Penrith Panthers rugby league team jersey. The NSW Nationals' John Williams, member for Murray-Darling and party whip, likely became the first Coalition MP ever to praise socialist Cuba when he rose in the Legislative Assembly to "acknowledge the great work" done by Cuban ambassador Pedro Monzón, a regular visitor to Darling River Aboriginal communities, and complain that "Unfortunately, not enough credit has been given to the Cubans." Monzón was a 13-year-old schoolboy in 1961 when Castro's new administration shut Cuba's education system for a year, sending urban students to spread literacy among the rural poor. The son of a Havana doctor, he was billeted with a peasant family in the Sierra Maestra, where he picked tobacco by day and taught the alphabet by night. "We lost a school year but we gained a fairer society and we grew up better human beings," says Monzon, pointing to UNESCO's declaration of Cuba as the only Latin American country to achieve 100 per cent adult literacy. Another supporter is police superintendent Greg Moore, the Darling River Local Area Commander. He says Yes I Can has produced "tremendous outcomes among some of the most vulnerable people in our community". He is impressed that some graduates have gained enough confidence and skills to move away from crime and join a Police Aboriginal Consultative Committee where they "champion social-justice issues on behalf of less literate community members". So how bad is illiteracy among indigenous Australians? The Core Skills Framework identifies five levels of literacy and numeracy performance. Level Three is held to be the "minimum required for individuals to meet the complex demands of everyday life", yet at least 40 per cent of Aborigines are estimated to rank at or below Level One. That dismal statistic helps to explain why Australia ranks below Cuba on some world literacy tables despite being 10 times richer on a per capita basis. Jack Beetson, who once ran Sydney's Tranby Aboriginal College, says illiteracy among adult Aborigines is often the biggest barrier to job training, employment, better health and better-managed communities. "Literacy is a human right that traditional education has failed to deliver to these people. It's a huge step for most of them to even come to class," he says. Beetson, 57, a Ngemba man from Nyngan, remembers that in parts of western NSW, Aborigines were excluded from mainstream schools until the 1970s and then only got in if the local Parents & Citizens Association approved. "When I went to school I was in the D class for all the blackfellas and poor white kids. I wanted to study history but was told, 'That's not for you, son.' " A generation or two ago, illiterate Aboriginal men in the far west might have found work mustering sheep and cattle, maintaining rail track, or slicing and boning at a local abattoir. Declining pastoral industries, closures of meat works and the loss of rail links to the east eliminated jobs for the uneducated, reducing most Aboriginal families to semi-permanent dependence on welfare. With that came a rise in the by-products of powerlessness: chronic illness, substance abuse, and community and domestic violence. Beetson believes the Cuban approach to learning can work where traditional education has failed many Aboriginal populations, because it makes illiteracy the responsibility of an entire community rather than an individual problem. "We aim to build a community culture that values and supports learning," he says. The Yes I Can campaign unfolds in three phases. In Phase One the foundation teams up with a locally accepted organisation, typically a land council, and employs respected locals as organisers and class facilitators. There is a long period of talking and listening aimed at getting whole families to sign up. "You have to build trust and respect before you can do anything with our people. The Cuban program has done that," says Lillian Lucas, who co-ordinates the Bourke arm of the scheme. Some of its 27 graduates live at Alice Edwards Village, where Lucas grew up, a squalid former reserve on the Darling River outside the town levee. "There is a lot of negativity here, our community is broken," says Lucas, 37, as she drives around the village with its decaying dwellings and overgrown yards studded with wrecked vehicles. "But we are getting results with kids who have come out of high school but can't read and write." Phase Two is the literacy class based on a set of 64 one-hour lessons on DVD. Each lesson shows a class of non-literate learners - played by English-speaking actors from Grenada - being taught by an experienced teacher. Class facilitators help students do oral and written exercises being modelled on screen. Words and phrases are broken down into component sounds and letters and then re-assembled. Each letter is associated with a number, on the assumption that most people of low literacy have some familiarity with numbers. Associate Professor Bob Boughton, an adult education expert at the University of New England, which helps manage the literacy campaign, says students tend to identify with the black Grenadian actors and gain confidence from knowing their own community is part of a global campaign. Boughton advised the East Timor government when Cuba developed and ran a literacy campaign in the newly independent nation. "Over 120,000 adult Timorese gained basic literacy within four years from 2007 to 2011, in conditions of extreme poverty and despite political upheaval," he says. Phase Three of Yes I Can is a range of post-literacy activities that include computing, healthy cooking from recipes, art and reading to children. These are designed to consolidate learning and build pathways into jobs, further education and community participation. Every Sunday, an extended family gathers in Havana. They come for a telephone call from their mother and grandmother Lucy Nuñez, an Afro-Cuban who has spent the past 10 months helping Aboriginal staff to run Yes I Can. One of thousands of Cubans working abroad in education and health care, Nuñez was unprepared for the isolation of being the only Cuban posted to the outback. "When I arrived in Wilcannia I cried for a week," she says. "I felt very sad because I was alone. I still miss my family very much, and also the smell of the sea." Nuñez, who has worked among Maoris in rural New Zealand, was unprepared for the social disintegration she encountered. "I learnt about how Aboriginal people suffered from colonisation, how they have been separated from their families, moved out of towns and put on reserves. Their communities are broken, they have addictions and no jobs. Life is very hard," she says. Obviously popular - she has a sheaf of thank-you letters from students - Nuñez believes her skin colour and a shared experience of colonisation helped her win the trust of sceptical communities. "They say, 'You are black, we think the same'. They tell me black people think with their hearts and white people think with their brains. I tell them if you want respect you have to increase your knowledge." Enngonia mother Betty-Anne Edwards hoped to graduate from Yes I Can with her sons Justin, 21, and David, 23. Justin, who quit school in year 7 but now aims to do a course and get a forklift ticket, joins her on the rotunda in Bourke's Central Park but David has disappeared after "getting into trouble with the law." "David was doing really well, he only had nine lessons to go to out of 64," says Betty-Anne. "It was keeping him off the alcohol and he was a lot calmer. He used to wake me up early to go to class." She is definite about her own newly literate future: "I want to study everything now, whatever they throw my way." |
“La sabiduría de la vida consiste en la eliminación de lo no esencial. En reducir los problemas de la filosofía a unos pocos solamente: el goce del hogar, de la vida, de la naturaleza, de la cultura”. Lin Yutang
Cervantes
Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.
MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.
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