Desde la Guerra Fría hasta hoy varios
proyectos de investigación con financiación militar han buscado estudiar
posibles alteraciones del orden social para poder cortarlas de raíz. Y
nosotros aquí planteando el fin del bipartidismo…
¿Recuerdas ese capítulo de Los Simpson en
el que la Tierra iba a estallar y el Gobierno de EE UU tenía un plan
secreto de evacuación? Sí, ese en el que había dos cohetes, uno para los
cerebros más privilegiados del planeta y otro para los peores artistas,
este último directo hacia el Sol. La ficción siempre ha recreado,
incluso con cierta sorna, que EE UU tiene planes para todo. Incluso para
el fin del mundo.
En las películas aparece siempre ese
fichero con un cuño de ‘Top Secret’ y un montón de folios clasificados
en su interior. O ese sobre con instrucciones que lleva un sello de
lacre y se autodestruye al poco rato. Pero la verdad es menos glamurosa que las películas de espías. Quizá haya protocolos de evacuación del planeta (vete tú a saber dónde, porque no hay mucho allá afuera donde elegir),
o planes secretos en caso de plaga mundial o invasión extraterrestre.
Lo que sí es seguro es que hay planes para un hipotético colapso de la
civilización, pero son cualquier cosa menos discretos.
El fiasco del ‘Proyecto Camelot’
El Gobierno de EE UU empezó a
interesarse por el colapso de la vida social tal y como la conocemos en
la época de mayor riesgo militar que ha conocido nuestra era: la Guerra
Fría. En la década de los 60 lanzó un proyecto de investigación con
financiación del Departamento de Defensa orientada a estudiar, seguir,
tipificar y analizar los movimientos disruptivos en la sociedad. Era la
época del Ché Guevara, de Fidel Castro y de Latinoamérica como un
tablero de ajedrez global con dictadores jaleados por la CIA para evitar
que la URSS ganara influencia en la zona a través de gobiernos de
izquierdas.
Entonces se fijaron en cinco países y en
uno especialmente, que iban a usar como conejillo de indias: el Chile
del conservador Eduardo Frei, elegido en 1964. El plan consistía en
financiar las investigaciones de destacados académicos sociales en
Latinoamérica que harían el papel de una especie de espías para EE UU
sin saberlo: se les pagaba para investigar en qué condiciones y de qué
manera podían producirse movimientos sociales que amenazaran el statu
quo político, pero desconocían que el origen del dinero era militar y
estadounidense, y tampoco sabían que los resultados de sus
investigaciones serían materia reservada para la contrainsurgencia.
El experimento saltó por los aires cuando se enteraron y
las consecuencias fueron temporalmente demoledoras: los investigadores
latinos empezaron a mirar con desconfianza las becas y financiaciones
norteamericanas, el proyecto acabó siendo repudiado… Y a Frei le sucedió
en el poder Salvador Allende. El resto -cómo todo volvió por la senda
que EE UU quería años después- es historia.
Tres décadas después se inició un
proyecto de similares características, aunque algo más blanqueado:
se trataba de un grupo de trabajo orientado a la inestabilidad políticaconocido por sus siglas PITF.
Recabó información de los servicios de inteligencia desde mediados de
los 50 y comenzó a elaborar investigaciones y estudios a mediados de los
90, describiendo cinco posibles escenarios de colapso -revoluciones,
guerras étnicas, cambios de régimen contrarios a los intereses de EE UU,
genocidios y crímenes de Estado-.
En sus inicios fue un proyecto más o
menos abierto, con un enorme set de datos que acabó diciéndose que se
había alterado y dañado y pasó a clasificarse, al menos en parte.
Aquí se puede acceder a algunos de sus sets de datos públicos (previa inscripción).
Un escenario incierto
Todo lo anterior encuentra explicación
en varios principios. Primero, que EE UU es el dominador del tablero de
juego mundial, y todo líder quiere conservar su dominio y vigila las
posibles amenazas. Segundo, que en un contexto de permanente escalada
bélica con confrontación no directa, como fue la Guerra Fría con la
URSS, la información y la influencia eran las armas, y la propaganda y
el espionaje, las pistolas. Tercero, el terrible precedente que condujo a
la Guerra Fría: cómo la devastación alemana en la Primera Guerra
Mundial propició que un líder mesiánico y populista pudiera transformar
un país hundido en una temible maquinaria de guerra que a punto estuvo
de conseguir la aniquilación aliada en Europa.
Esa amenaza, la de un movimiento antisocial, es la más temida por quien ha instaurado el sistema de vida del mundo actual.
En estas décadas han cambiado muchas
cosas. Por ejemplo, una crisis económica sin precedentes desde el
hundimiento del 29 ha recorrido el primer mundo y ha hecho que en
algunos rincones surjan voces alternativas, diferentes, casi siempre
populistas, y siempre preocupantes para el ‘establishment’: desde el Tea
Party hasta Podemos, pasando por los ultras en varios países europeos o
los antipolíticos como Beppe Grillo. Además, si en la Guerra Fría
existieron los No-Alineados, ahora un grupo de países con enorme (e
inestable) crecimiento económico y aún mayor peso demográfico se abren
entre los resquicios del dominio estadounidense: Brasil, India o la
propia China. Malos hay, como siempre: ayer Afganistán o Irak, hoy Siria
o Corea del Norte, pero no son ni la Alemania nazi ni la URSS. Ahora
los malos son más difíciles de controlar.
Los enemigos ahora están, para EE UU, en
la convulsión social. Turquía, Ucrania, la Primavera Árabe o los
movimientos antisistema son buenos ejemplos de lo que más miedo da al
sistema.
Minerva: estudiar para controlar
Así nació el Proyecto Minerva,
que debe su nombre a la diosa griega de la sabiduría y la guerra, en
una muy gráfica descripción de lo que es: una nueva iniciativa militar
para estudiar desde las ciencias sociales qué tipo de movimientos pueden
desestabilizar a la sociedad en el clima de convulsión actual para,
llegado el caso, poder predecir o controlar estallidos violentos.
Minervas hay muchas (desde un proyecto académicotambién estadounidense hasta una iniciativa andaluza), pero la del cuento de espías es solo una: esta.
Lo describen como un organismo de
investigación cuyo foco se centra en cinco núcleos, como aquel Proyecto
Camelot, solo que distintos: Irak, China, el terrorismo, el Islam y
otros «eventos diversos». Para este año, cuyo encuentro tendrá lugar en septiembre, losobjetivos de investigación eran
concretos. Uno, propagación de ideas y movimientos por el cambio; dos,
modelos de resiliencia social y cambio; tres, teorías del poder; y
cuatro, términos emergentes respecto a conflicto y seguridad.
Dicho así suena muy abstracto, pero el año pasado las líneas de investigación trazadasse concretaron en todo esto. Por destacar algunos trabajos elaborados, el foco está puesto en China y Asia (por algo Obama cambió la línea militar hacia Asia), así como en temáticas relativas a energía, el cambio climático y a los efectos de ambas cosas en el descontento social.
Algunos títulos de las investigaciones desarrolladas son tan elocuentes como La evolución de la revolución, Globalización oscura y formas emergentes de guerra oDesterrando amenazas complejas: los efectos de la asimetría, interdependencia y multipolaridad en la estrategia internacional. Da miedo echar un vistazo a un listado que bien podría ser una guía para adivinar guerras futuras.
Las críticas no se han hecho esperar:
los investigadores sociales desconfían de que se apliquen métodos
científicos bajo mando militar, porque sospechan que los fines de dichos
estudios no serán pacíficos. Así lo expresaba por carta en 2008 el presidente de la Asociación de Antroplogía de EE UU,
mostrando su rechazo a la iniciativa. Otros, ya en 2001 y en vista de
los anteriores proyectos, ya planteaban en foros científicos si es
legítimo y posible usar la investigación científica para predecir
convulsiones sociales con fines militares. El título del artículo de Nature, ‘La bola de cristal del caos‘, era bastante elocuente.
El debate científico no acaba ahí,
porque no parece una locura hablar de energía o clima como motivo de
convulsión social, a la luz de diversos informes que se han ido
filtrando y que apuntan hacia una posible situación no muy lejana en la
que los cimientos de la sociedad se vinieran abajo.
El primero fue un informe de la ONU, centrado en el cambio climático,
que alertaba de un inminente colapso de la civilización si no se
solucionan las necesidades más básicas de la sociedad. Se trata de
satisfacer demandas que hasta ahora han estado más o menos aseguradas en
el primer mundo, pero cuya carestía podría, según los expertos, prender
la mecha.
El caso más evidente parece el del agua potable.
Hay voces que ya abogan por considerar un recurso imprescindible para
la vida y menos numeroso de lo que se cree como una ‘commodity’. La
carestía de agua puede suponer, según algunos, el motivo de guerras
inminentes, como hasta ahora la gestión de recursos petrolíferos ha
supuesto en Oriente o el nuevo colonialismo chino en África para
controlar recursos naturales y explotaciones mineras.
Should water be traded as a commodity? #watersecurity @Telegraph http://t.co/50BbYoklkF pic.twitter.com/FnKdLkQvXQ
— World Economic Forum (@davos) julio 21, 2014
También se centraba en esta idea una investigación publicada hace un par de años en Nature sobre
que el mundo se acerca a un punto de no retorno en materia ambiental,
que puede tener repercusiones en la gestión de las materias primas y,
por tanto, en la estructura social de la humanidad como civilización. No
son pocos los científicos que abogan por la teoría de que hay
extinciones masivas cíclicas en el planeta, y que la próxima puede estar causada por nosotros mismos.
Hay mucha literatura científica con tintes apocalípticos, vinculando un supuestocolapso social o político a causas ambientales. Alguna real, y otra discutida, como un supuesto informe sufragado por una entidad de la NASA en la que se incidía en que la humanidad estaba condenada a corto plazo, algo que la propia NASA quiso matizar marcando distancias.
¿Qué sentido tiene todo esto?
El caso paradigmático del temor de EE UU
ha sido durante años Al Qaeda: no era una guerra contra un país, ni
contra una religión, sino «contra el terror». Al Qaeda no pertenece a un
país, sino que es trasnacional; no responde a una religión, sino a una
visión ultra dentro de un determinado culto; no se organiza con una
jerarquía estable, con grandes bastiones o territorios que se pueden
bloquear o atacar, sino que son ellos quienes atacan usando las propias
redes del sistema, desde líneas de tren hasta aviones. La amenaza no es
un país, sino un enemigo descentralizado y deslocalizado.
Incluso en esa situación de miedo EE UU
sigue dominando, quizá incluso con más comodidad, operando en la sombra y
espiando incluso a los aliados, hasta que su propia contrainsurgencia
les traiciona, como pasó con Edward Snowden o Julian Assange. Pero
también hay ‘peros’.
Ahora hay un gigante con pies de barro
que le hace de acreedor y contrapeso en influencia, que es la -de
momento- discreta China. Lo que antes fue Latinoamérica para EE UU ahora
lo era medio mundo islámico: una suma de países con caudillos a los
mandos, muchas veces apoyados indirectamente por EE UU, que completaba
su control de la zona con su bastión militar en Israel y con el aliado
económico saudí. Pero igual que los dictadores latinoamericanos cayeron,
una oleada de inestabilidad sacudió el mundo árabe: la heterogenea
Primavera Árabe visibilizó el poder de determinados movimientos civiles
cuando triunfaron, o abrieron cruentas guerras en las que los islamistas
han acabado reforzando posiciones cuando fracasaron. Y de nuevo, como
pasó en Chile entonces, en Egipto, donde fue más icónica la revolución,
el líder surgido de la reacción social acabó siendo depuesto nuevamente
por un heredero del régimen anterior.
El poder de EE UU, por tanto, sigue
existiendo, pero con un enemigo que ya no es tangible. Ya no hay
imperios nazis, ni comunistas. Hay corrientes ciudadanas de descontento
que pueden ser pacíficas, como el 15M, políticas, como los movimientos
euroescépticos o el Tea Party, o en ocasiones religiosos, como los del
mundo árabe. Y la respuesta de EE UU ha sido volver al punto de origen:
investigación social para prevenir e intentar ganar las guerras del
mañana.
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