Inclinada sobre una gran olla de metal mientras perros y gatos hambrientos miran con desesperación, Claudina Enrique, de 76 años, corta en pedazos un chivo para darle de comer a unos 200 escolares.
Aquí, en el noreste de Colombia a lo largo de
la frontera con Venezuela, los chivos son algunos de los pocos animales
que sobreviven en el árido y polvoriento paisaje. La mayor parte de la
comida que se consume en la región se trae de otras partes, y en estos
tiempos es difícil de conseguir.
El gobierno de Venezuela persigue a los
contrabandistas que venden los artículos baratos y controlados del país
de este lado de la frontera. El gobierno ha decomisado enormes cargas
con alimentos de todo tipo, desde papas hasta arroz. Sin embargo, esos
controles tienen consecuencias imprevistas en el estado de la Guajira,
donde viven algunas de las poblaciones más vulnerables de Colombia.
“Ahora todo es muy caro”, dijo Enrique, una
de los casi 90,000 nativos wayúu que viven en la región. El arroz, la
mantequilla y el azúcar que llegaban desde Venezuela han desaparecido,
dijo la anciana, y en las últimas semanas los precios de estos productos
casi se han duplicado.
“La gente ya no puede comer estas cosas”, dijo Enrique.
En un reciente fin de semana, la Patrulla
Aérea Civil de Colombia, la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar y
Conexión Colombia llevaron médicos voluntarios al área.
En dos días, unas 1,365 personas fueron
atendidas en una escuela rústica donde los médicos hacían chequeos
gratuitos y entregaban suplementos nutricionales. Desperdigados en la
muchedumbre de rostros ajados y ropas de colores había niños con
evidentes síntomas de malnutrición: baja estatura, barrigas hinchadas y
cabellos desteñidos.
“Yo diría que desde 1999, no había visto
tantos casos de una malnutrición tan severa concentrados en un área”,
dijo Mónica Rodríguez, pediatra que lleva largo tiempo trabajando en el
grupo. “Desde el punto de vista médico, va a ser muy difícil poder
rehabilitar a algunos de ellos”.
Sin ingresarlos de inmediato, algunos de los niños podrían morir, predijo Rodríguez.
Sin embargo, la crisis en la frontera no es el único factor que provoca el hambre.
Durante largos años, el área ha estado
abandonada por las autoridades y una prolongada sequía ha dejado los
pozos salobres y secos. La oficina del defensor de oficio dijo que la
Guajira tiene la tasa de malnutrición más alta de todo el país con un
11.2 por ciento. De igual modo, 48.5% de todos los niños colombianos que
mueren de diarrea y deshidratación son de esta área.
Las autoridades indígenas locales dicen que unos 4,700 niños wayúu han muerto en los últimos cinco años.
“Tenemos muchas crisis juntas”, dijo Carlos
Costa Medina, del Departamento de Salud de la Guajira. “Tenemos una
pobreza crónica, falta de agua y la situación social en Venezuela”.
Aunque el área es rica en petróleo y carbón,
poco dinero se queda en la comunidad. La Guajira tiene una de las tasas
de pobreza más altas del país y muchas personas se ganan la vida
cuidando chivos o vendiendo carbón. En ese sentido, la política
socialista de Venezuela de mantener baratos los precios de los alimentos
es una constante aquí.
Costa estima que cerca del 90% de los
alimentos de la región vienen del otro lado de la frontera. Sin embargo,
Venezuela no puede culparse por limitar su ayuda humanitaria ya que
tiene sus propios y graves problemas.
Los precios draconianos del país y los
controles del dinero han generado enormes incentivos para los
contrabandistas. Debido a ello, los estantes en los supermercados en
Venezuela están con frecuencia vacíos porque los productos terminan
aquí. Las autoridades estiman que aproximadamente 40% de todos los
productos nacionales se sacan a través de la frontera común de 1,274
millas.
En agosto, el presidente venezolano Nicolás
Maduro puso en vigor nuevas medidas para eliminar el negocio ilícito,
entre otras cerrar los cruces de la frontera por la noche. Desde
entonces, el país ha decomisado 3,879 toneladas de alimentos y 1,068
toneladas de comida para animales, dijeron las autoridades. Los guardias
fronterizos también han detenido a 596 personas. Hace poco, el gobierno
anunció que mantendría cerrada la frontera por la noche durante tres
meses más.
Pero incluso con estas medidas, hay indicios
de que la ilegalidad sigue. Uno de los productos más preciados a todo lo
largo de la frontera es la gasolina. El petróleo de Venezuela es uno de
los más baratos del mundo a cinco centavos el galón y el gobierno
calcula que 100,000 barriles diarios salen a través de la frontera. En
las calles de Uribia, a unas 70 millas de la frontera, los llamados
pimpineros venden sin esconderse gasolina venezolana en recipients
diversos y botellas de Coca-Cola.
Hace apenas unas semanas, un galón de
gasolina costaba cerca de $1.50. Ahora, se está vendiendo a razón de $3,
barato, sin embargo, según los estándares colombianos.
“No creo que haya una actividad ilícita que
rinda más que el contrabando”, dijo Magdalena Pardo, directora de la
Cámara de Comercio Colombiana-Venezolana.
El contrabando, sobre todo de alimentos,
artículos de personal y gasolina, ha causado un gran daño en la economía
local, lo que ha hecho que les cueste trabajo a las compañías
colombianas establecerse, dijo Pardo.
“Se trata de una competencia con gran
desventaja”, dijo Pardo. “Es un gran problema y vamos a tener que
enfrentarlo desde todos los ángulos”.
Sin embargo, mientras más rígidos son los
controles, más dura es la vida para los habitantes de la Guajira. Los
comerciantes locales dicen que los precios cada vez más altos del
petróleo de contrabando están afectando mucho los precios de los
alimentos, toda vez que los camioneros y rastreros aumentan los precios.
Una vez a la semana, Inés Uriana, de 54 años,
se sube a su mula a las 3 a.m. y viaja unas tres horas hasta el pueblo
más cercano para vender carbón y comprar comida. Por 10 bolsas de
carbón, gana unos $15, pero últimamente, dijo, hay menos alimentos que
llevar a la casa.
Uriana no conocía los severos controles de la
frontera pero sí sabe que los alimentos que antes venían de Venezuela
ahora son más difíciles de obtener.
“Todos los precios han subido”, se lamentó la mujer. “La vida se ha puesto muy dura”.
EL NUEVO HERALD