A los venezolanos se nos ha dicho, nos hemos dicho, durante
décadas, algo que somos pero que no somos. Hemos creído eso que nos han
dicho que somos. En algún momento en nuestra reflexión colectiva como
país caímos en la trampa y en los dilemas del "subdesarrollo".
Noviembre 17 de 2014, 2:47 pm
Dicho
de otra forma, cuando Venezuela se circunscribió en el sistema-mundo
capitalista se consolidó como factoría petrolera, generadora de materias
primas, con un talante de brindar a otros condiciones para su
desarrollo. A expensas de la desigualdad social desatada, la pobreza y
sus flagelos, nos consolidamos al tiempo como un país sumergido en el
atraso y en el subdesarrollo.
Nos vendieron el modelo desarrollista para luego decirnos que no
vamos pa'l baile. Nos preocupamos en mirar cómo "deberíamos ser", sin
mirar lo que ya éramos. Luego de eso vino el complejo nuestro de vivir
en un país tropical, despelotado, donde el jolgorio caribe y la
informalidad son entendidos como condicionantes que nos impiden ir al
pináculo del país desarrollado como "deberíamos ser".
La sensación de malestar de país siempre se conjuga con el
reconocimiento de nuestros problemas, pero también con la no valoración
de nuestra realidad nacional. A los venezolanos se nos ha dicho, nos
hemos dicho, que no valoramos lo que tenemos, que tenemos escasa memoria
para recordar de dónde venimos, que no somos capaces de crear mejores
condiciones para nosotros teniendo nuestro caudal de recursos, y esto
puede ser parcialmente cierto.
Lo que sí es totalmente cierto es que nos lo creemos, muchos de
nosotros. Esto, en el imaginario social, se conjuga con nuestros
complejos. En algún punto, los venezolanos comenzamos a creer que todo
el mundo está mejor que nosotros, son mejores que nosotros, hacen todo
mejor que nosotros. Empezamos a compararnos y a ocuparnos poco de
construir nuestra propia vía, a nuestro propio estilo, rumbo al
bienestar social.
Atacar el alma nacional ha sido un arma de chantaje y de
desmoralización proveniente de quienes verdaderamente destruyeron el
cuerpo nacional. Me refiero a la vieja lógica adeca, anquilosada en
nuestra cultura, que hoy conocemos desde el imaginario oposicionista.
Hablar mal del país es casi un deporte opositor. La queja, el malestar
eterno, la inconformidad absoluta, se conjugan con los complejos del
subdesarrollo. Consiste en asumir siempre que estamos mal, que todo lo
hacemos mal, que no servimos para un carajo, que todos en otras partes
están mejor, que no somos felices, que somos flojos, que somos
amargados, que todo es un desastre y que seguiremos así, a menos que
pongamos a un tipo de la derecha para que nos resuelva la vida y nos
brinde ese estadio de felicidad esperada.
La desmoralización es un arma muy bien usada por la derecha. Es
efectiva, e incontrolable. Penetra nuestro imaginario social, se
resemantiza, se hace verbo común en cada circunstancia, se convierte en
nuestra manera de pensar y de analizar lo que hacemos, lo que vivimos.
Si bien Venezuela ha tenido y sigue teniendo problemas objetivos,
concretos, reales, que hay que reconocer y afrontar, lo cierto es que
quienes políticamente quieren verse de vuelta en el poder, intentan
tergiversar nuestra forma de comprenderlos y afrontarlos, usando la
desmoralización como herramienta, como elemento discursivo, como
elemento sociocultural que viene a formar parte de nuestro sentido
identitario: ese que reza que todo está mal y el problema somos
nosotros.
Ya basta. Ya tuvimos bastante de eso. Un día comenzamos a mirar a
los demás países y luego nos concentramos en nuestro ombligo, sin mirar
lo que hacemos con las manos y lo que resulta de nuestro sudor. Ya
basta. Ya tuvimos bastante de eso.
Casi sin darnos cuenta, algo ocurrió en nosotros. Me refiero a la
ruptura de nuestra lógica sostenida de "pensar en pequeño", pues
comenzamos a mirarnos como una sociedad que empieza a ocuparse de sí
misma. Sin lugar a dudas, la Revolución Bolivariana vino a darle un giro
dramático a nuestro imaginario de país. Y esto tiene mucho que ver en
el hecho de que los venezolanos, quizá de manera desarticulada, pero de
manera colectiva y según la perspectiva de cada quien, hemos comenzado a
repensar nuestra identidad, nuestras aspiraciones y nuestras cualidades
(buenas y malas) como sociedad. Los opositores desde su malestar
perenne, los chavistas desde nuestra inconformidad a querer lograr todo y
a indignarnos porque muchos hacemos las cosas mal.
El complejo del subdesarrollo nos ha inhibido de encontrarnos con
eso que estamos comenzando a ver: el potencial nuestro como gran
comunidad identitaria, llamada venezolana, y que es en esencia creadora,
que hoy se ocupa de sí misma y está dejando de mirar a los lados.
Hay un memorable documento histórico, con unas frases inocultables
como el sol por su belleza. Se trata de una carta que Bolívar escribe a
su maestro Simón Rodríguez en 1824. Entre ellas destacan unas líneas en
las que Bolívar le dice a Robinson: "Usted formó mi corazón para la
libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso". Creo que
por nuestra casi patológica actitud colectiva de trivializar y pasar por
alto lo mejor de nosotros, no nos dimos cuenta de que Chávez forjó
nuestro corazón para lo grande y para lo bueno. Para lo hermoso.
En algún punto se pierde de vista que Chávez no vino a nosotros
como mesías obligado a proveernos la felicidad tan ansiada. No vino a
"desarrollarnos". Vino a conducirnos y a enseñarnos a hacerlo por
nosotros mismos. Vino a explicarnos lo que necesitábamos comprender,
para madurar y ocuparnos de nosotros mismos como sociedad. Chávez nos
convocó a superar la trampa del tercermundismo y el subdesarrollo, para
construir un sistema de bienestar social a nuestra manera, siguiendo
nuestras aspiraciones. Chávez bautizó esa aspiración como "Socialismo
Bolivariano".
Venezuela es el país que gracias a Chávez tiene más sistemas de transporte masivo en construcción en América Latina (13 en total, por ahora)
Nuestros complejos de país nos impiden ver que en un año
alfabetizamos a 1 millón 700 mil venezolanos(as) que estaban excluidas
de su derecho a leer y a escribir. En sólo 10 años rompimos todo
pronóstico en materia de superación de la pobreza, logrando en ese
tiempo lo que otros países de economías industrializadas tardan 30 años,
llegando al piso de pobreza extrema por Índice de Necesidades Básicas
en 6% cuando en 1999 era de 24%.
En poco más de tres años de la Gran Misión Vivienda se han
entregado 642 mil viviendas, al tiempo que otras 400 mil estarán en
construcción en 2015, siendo esa una labor que supera tres veces lo
construido en tres años en Europa luego de la Segunda Guerra Mundial en
el marco del Plan Marshall. Venezuela es el país que gracias a Chávez
tiene más sistemas de transporte masivo en construcción en América
Latina (13 en total, por ahora), que se erigen de manera sostenida y
simultánea.
Nuestra población universitaria pasó en menos de 8 años, a ser de
700 mil estudiantes a 2 millones 400 mil, siendo el país de Sudamérica
que tiene más estudiantes universitarios per cápita, quinto lugar a
nivel mundial en el tamaño de nuestra matrícula. La escolaridad en todos
los grupos de edad y estratos sociales despegó, pues somos hoy, luego
de Cuba, el país del continente más escolarizado, donde más personas
forman parte de un programa educativo.
Somos el tercer país del continente que más lee. Somos el país que
tiene la más grande política de abordaje cultural del continente, con
programas que van desde el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles
hasta las Redes de Cultores Populares, aumentando a niveles
exponenciales la difusión y sensibilización del hecho artístico.
Venezuela, sin ser un país plenamente industrializado, cuenta con la
cuarta economía más grande de América Latina, sólo detrás de Brasil,
México y Argentina.
Venezuela es el país con el más consolidado sistema de seguridad
social, universal y adecuado al ingreso de salario mínimo (incluyendo
aguinaldos). Nuestro desempleo de 18% en 1999, alcanza en 2014 el 7%, la
única vez que una proeza similar se realizó fue precisamente en Europa
luego del Plan Marshall de reconstrucción. La cifra de médicos por
habitante en Venezuela en 1999 era similar a la de un país africano y en
2013 era idéntica al promedio estándar de Europa. Pasamos de ser el
país más desigual del continente, a ser el más igualitario según la
forma del Coeficiente de Gini. Y las proezas siguen siendo incontables.
Venezuela tiene paradojas y contradicciones económicas generadas
también desde las políticas recientes. Cuenta con la gasolina más barata
del mundo, superada sólo por Arabia Saudita. Es la primera en
generación eléctrica por habitante en América Latina, pero es al mismo
tiempo la que más consume. Igualmente sucede con el agua potable.
Venezuela cuenta con los servicios de telefonía y datos más baratos del
continente, porque son proveídos por su propio satélite, pues somos el
primer país de América Latina que ha contado con un satélite de
telecomunicaciones de propiedad estatal, hoy día hay dos satélites y
pronto vendrá un tercero.
Las paradojas de nuestro modo de consumo no se han hecho esperar:
en 90 años de historia automotriz venezolana el parque automotor alcanzó
su pico de 2 millones 200 mil unidades de vehículos particulares en
1999, esa cifra es hoy de 4 millones 300 mil unidades, sólo 15 años de
revolución bastaron para duplicar la cifra, "pero no hay carros".
Nuestras mujeres son las que más gastan en promedio de sus ingresos
mensuales en belleza en todo el continente, superando a las gringas.
Somos un país que en promedio gasta el 22% de sus ingresos mensuales en
entretenimiento y diversión, cosa que no sucede en otro país de la
región.
Excluyendo la harina de trigo, producimos el 75% de los alimentos
que consumimos e importamos el diferencial. En 1999 consumíamos 11 kg de
harina de maíz por habitante al año, en 2014 la cifra es de 24 kg por
habitante al año; producimos más maíz que nunca, pero consumimos más que
nunca y debemos importar. Pasamos del problema de la desnutrición
infantil al de la obesidad infantil. Los niveles de población adulta con
sobrepeso eran de 19% en 1999, y pasaron a 35% en 2014. Importamos el
92% de la ropa, calzado que consumimos, pero en 1999 importábamos el
98%. Somos un país monoexportador, pero a diferencia de los demás países
monoexportadores de petróleo en el mundo árabe, nosotros sí queremos
dejar de serlo y tenemos con qué. Nos pesa mucho ser monoexportadores.
Nuestras grandes proezas y contradicciones se pierden de vista. No
conformes con eso, Chávez nos dijo en 2012 que había que encaminar todo
el esfuerzo nacional para hacer posible una meta de exportación de 6
millones de barriles de petróleo al día para 2019. Esto indica que
siendo nuestro nivel actual de exportación de 3 millones de barriles de
petróleo al día, virtualmente duplicaríamos en 6 años nuestra mayor
fuente nacional de ingresos. En una economía industrializada como
Brasil, Francia o Alemania, las metas para duplicar sus ingresos en
divisas se proyectan entre 30 y 40 años. Nosotros queremos hacerlo en 6.
Lo logremos o no, el aumento en el caudal de recursos será
cuantiosísimo, para recomponer el crecimiento y continuar impulsando la
redistribución del ingreso mediante una consistente política social. Es
una meta, más que revolucionaria, nacional. Pues Chávez nos enseñó a
construir colectivamente nuestro objetivo nacional, a concentrar todo
nuestro esfuerzo en ocuparnos de nosotros, nuestras necesidades, nuestro
bienestar, nuestro futuro pese a nuestros errores, nuestros desaciertos
y pese a que haya quienes no quieran tributar algo positivo a estas
grandes necesidades nacionales.
Quizá por creer eso que nos han dicho, que nos hemos dicho que
somos, perdemos de vista que Chávez, como buen maestro y con su ejemplo,
formó nuestro corazón "para la libertad, para la justicia, para lo
grande, para lo hermoso". Nos enseñó a mirar qué éramos y a pensar qué
queremos ser.
El presidente Maduro en días recientes lanzó una frase afilada y
perturbadora para el legado cultural que nos heredaron. Tenemos que
pasar del "dame lo que es mío" para ir a "construir lo nuestro". Esta
reflexión sobre populismo, parte de una cuestión muy obvia: debemos
superar nuestros resabios culturales y entender nuestra realidad social.
El propósito de tal cosa no es superar el subdesarrollo y el
tercermundismo y así satisfacer nuestro complejo de ser lo que
"deberíamos ser". No. Es un dilema más profundo. Es pensar, más bien,
cómo podemos llegar a ser más justos, más equitativos, más
colaboradores, más unidos y más felices como sociedad.
Pensar y transformar la realidad nacional será un proceso siempre
inacabado, pero debe estar signado por desatar la fuerza creadora de los
que creemos y los que luchamos. Pues todo lo que hemos logrado en
revolución no ha sido posible sin un esfuerzo colectivo. Con Chávez
aprendimos a lograr lo que logramos.
Nuestros problemas, nuestra cultura, nuestras contradicciones se
conjugan en el legado de lo que siempre fuimos y lo que podemos llegar a
ser. Ante esa realidad subjetiva, colectiva, Chávez nos enseñó a que
desde nuestra realidad debíamos construir nuestra propia senda a la
felicidad social, llámese eso "desarrollo", o llámese eso que el mismo
Chávez describió como "ser una Venezuela potencia, en lo político,
social, económico y cultural. En lo humano". Chávez también nos ensenó a
ser inconformes, a mirar críticamente nuestra realidad nacional, a
cuestionar nuestros vicios, nuestros resabios y nos conminó a
organizarnos para transformarnos como sociedad, como país.
Mucho habrá de pasar para que se siga definiendo el destino
nacional. Si consolidaremos o no de manera perdurable una sociedad más
justa, más equitativa, más feliz. Lo cierto es que con los fantasmas del
adecaje y los flagelos del viejo modelo, será imposible. A la sombra de
la reedición de lo mismo, no será posible. Sin la Revolución
Bolivariana como proyecto integrador, articulador de las grandes
aspiraciones nacionales, no será posible.
Aquella carta de Bolívar a Rodríguez, aquella frase que he reseñado
acá con insistencia, tiene una coletilla que debemos parafrasear y
dedicársela a Chávez. Es nuestra tarea pendiente. En ella se resume lo
que nos corresponde asumir como individuos y en sumatoria colectiva,
para superar la trampa del tercermundismo y la desmoralización. Dice en
tan poderosas líneas: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la
justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que
usted me señaló".
Seguir el sendero es lo que nos corresponde. Como dice otra gran frase: "Vacilar, es perdernos".