Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

17 de noviembre de 2014

Superar la trampa del tercermundismo y el subdesarrollo

A los venezolanos se nos ha dicho, nos hemos dicho, durante décadas, algo que somos pero que no somos. Hemos creído eso que nos han dicho que somos. En algún momento en nuestra reflexión colectiva como país caímos en la trampa y en los dilemas del "subdesarrollo".

 
Dicho de otra forma, cuando Venezuela se circunscribió en el sistema-mundo capitalista se consolidó como factoría petrolera, generadora de materias primas, con un talante de brindar a otros condiciones para su desarrollo. A expensas de la desigualdad social desatada, la pobreza y sus flagelos, nos consolidamos al tiempo como un país sumergido en el atraso y en el subdesarrollo.
 
Nos vendieron el modelo desarrollista para luego decirnos que no vamos pa'l baile. Nos preocupamos en mirar cómo "deberíamos ser", sin mirar lo que ya éramos. Luego de eso vino el complejo nuestro de vivir en un país tropical, despelotado, donde el jolgorio caribe y la informalidad son entendidos como condicionantes que nos impiden ir al pináculo del país desarrollado como "deberíamos ser". 
 
La sensación de malestar de país siempre se conjuga con el reconocimiento de nuestros problemas, pero también con la no valoración de nuestra realidad nacional. A los venezolanos se nos ha dicho, nos hemos dicho, que no valoramos lo que tenemos, que tenemos escasa memoria para recordar de dónde venimos, que no somos capaces de crear mejores condiciones para nosotros teniendo nuestro caudal de recursos, y esto puede ser parcialmente cierto.
 
Lo que sí es totalmente cierto es que nos lo creemos, muchos de nosotros. Esto, en el imaginario social, se conjuga con nuestros complejos. En algún punto, los venezolanos comenzamos a creer que todo el mundo está mejor que nosotros, son mejores que nosotros, hacen todo mejor que nosotros. Empezamos a compararnos y a ocuparnos poco de construir nuestra propia vía, a nuestro propio estilo, rumbo al bienestar social. 
 
Atacar el alma nacional ha sido un arma de chantaje y de desmoralización proveniente de quienes verdaderamente destruyeron el cuerpo nacional. Me refiero a la vieja lógica adeca, anquilosada en nuestra cultura, que hoy conocemos desde el imaginario oposicionista. Hablar mal del país es casi un deporte opositor. La queja, el malestar eterno, la inconformidad absoluta, se conjugan con los complejos del subdesarrollo. Consiste en asumir siempre que estamos mal, que todo lo hacemos mal, que no servimos para un carajo, que todos en otras partes están mejor, que no somos felices, que somos flojos, que somos amargados, que todo es un desastre y que seguiremos así, a menos que pongamos a un tipo de la derecha para que nos resuelva la vida y nos brinde ese estadio de felicidad esperada.
 
La desmoralización es un arma muy bien usada por la derecha. Es efectiva, e incontrolable. Penetra nuestro imaginario social, se resemantiza, se hace verbo común en cada circunstancia, se convierte en nuestra manera de pensar y de analizar lo que hacemos, lo que vivimos. 
 
Si bien Venezuela ha tenido y sigue teniendo problemas objetivos, concretos, reales, que hay que reconocer y afrontar, lo cierto es que quienes políticamente quieren verse de vuelta en el poder, intentan tergiversar nuestra forma de comprenderlos y afrontarlos, usando la desmoralización como herramienta, como elemento discursivo, como elemento sociocultural que viene a formar parte de nuestro sentido identitario: ese que reza que todo está mal y el problema somos nosotros.
 
Ya basta. Ya tuvimos bastante de eso. Un día comenzamos a mirar a los demás países y luego nos concentramos en nuestro ombligo, sin mirar lo que hacemos con las manos y lo que resulta de nuestro sudor. Ya basta. Ya tuvimos bastante de eso. 
 
Casi sin darnos cuenta, algo ocurrió en nosotros. Me refiero a la ruptura de nuestra lógica sostenida de "pensar en pequeño", pues comenzamos a mirarnos como una sociedad que empieza a ocuparse de sí misma. Sin lugar a dudas, la Revolución Bolivariana vino a darle un giro dramático a nuestro imaginario de país. Y esto tiene mucho que ver en el hecho de que los venezolanos, quizá de manera desarticulada, pero de manera colectiva y según la perspectiva de cada quien, hemos comenzado a repensar nuestra identidad, nuestras aspiraciones y nuestras cualidades (buenas y malas) como sociedad. Los opositores desde su malestar perenne, los chavistas desde nuestra inconformidad a querer lograr todo y a indignarnos porque muchos hacemos las cosas mal. 
 
El complejo del subdesarrollo nos ha inhibido de encontrarnos con eso que estamos comenzando a ver: el potencial nuestro como gran comunidad identitaria, llamada venezolana, y que es en esencia creadora, que hoy se ocupa de sí misma y está dejando de mirar a los lados. 
 
Hay un memorable documento histórico, con unas frases inocultables como el sol por su belleza. Se trata de una carta que Bolívar escribe a su maestro Simón Rodríguez en 1824. Entre ellas destacan unas líneas en las que Bolívar le dice a Robinson: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso". Creo que por nuestra casi patológica actitud colectiva de trivializar y pasar por alto lo mejor de nosotros, no nos dimos cuenta de que Chávez forjó nuestro corazón para lo grande y para lo bueno. Para lo hermoso. 
 
En algún punto se pierde de vista que Chávez no vino a nosotros como mesías obligado a proveernos la felicidad tan ansiada. No vino a "desarrollarnos". Vino a conducirnos y a enseñarnos a hacerlo por nosotros mismos. Vino a explicarnos lo que necesitábamos comprender, para madurar y ocuparnos de nosotros mismos como sociedad. Chávez nos convocó a superar la trampa del tercermundismo y el subdesarrollo, para construir un sistema de bienestar social a nuestra manera, siguiendo nuestras aspiraciones. Chávez bautizó esa aspiración como "Socialismo Bolivariano". 
 
Venezuela es el país que gracias a Chávez tiene más sistemas de transporte masivo en construcción en América Latina (13 en total, por ahora)
 
Nuestros complejos de país nos impiden ver que en un año alfabetizamos a 1 millón 700 mil venezolanos(as) que estaban excluidas de su derecho a leer y a escribir. En sólo 10 años rompimos todo pronóstico en materia de superación de la pobreza, logrando en ese tiempo lo que otros países de economías industrializadas tardan 30 años, llegando al piso de pobreza extrema por Índice de Necesidades Básicas en 6% cuando en 1999 era de 24%.
 
En poco más de tres años de la Gran Misión Vivienda se han entregado 642 mil viviendas, al tiempo que otras 400 mil estarán en construcción en 2015, siendo esa una labor que supera tres veces lo construido en tres años en Europa luego de la Segunda Guerra Mundial en el marco del Plan Marshall. Venezuela es el país que gracias a Chávez tiene más sistemas de transporte masivo en construcción en América Latina (13 en total, por ahora), que se erigen de manera sostenida y simultánea.
 
Nuestra población universitaria pasó en menos de 8 años, a ser de 700 mil estudiantes a 2 millones 400 mil, siendo el país de Sudamérica que tiene más estudiantes universitarios per cápita, quinto lugar a nivel mundial en el tamaño de nuestra matrícula. La escolaridad en todos los grupos de edad y estratos sociales despegó, pues somos hoy, luego de Cuba, el país del continente más escolarizado, donde más personas forman parte de un programa educativo. 
 
Somos el tercer país del continente que más lee. Somos el país que tiene la más grande política de abordaje cultural del continente, con programas que van desde el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles hasta las Redes de Cultores Populares, aumentando a niveles exponenciales la difusión y sensibilización del hecho artístico. Venezuela, sin ser un país plenamente industrializado, cuenta con la cuarta economía más grande de América Latina, sólo detrás de Brasil, México y Argentina.
 
Venezuela es el país con el más consolidado sistema de seguridad social, universal y adecuado al ingreso de salario mínimo (incluyendo aguinaldos). Nuestro desempleo de 18% en 1999, alcanza en 2014 el 7%, la única vez que una proeza similar se realizó fue precisamente en Europa luego del Plan Marshall de reconstrucción. La cifra de médicos por habitante en Venezuela en 1999 era similar a la de un país africano y en 2013 era idéntica al promedio estándar de Europa. Pasamos de ser el país más desigual del continente, a ser el más igualitario según la forma del Coeficiente de Gini. Y las proezas siguen siendo incontables. 
 
Venezuela tiene paradojas y contradicciones económicas generadas también desde las políticas recientes. Cuenta con la gasolina más barata del mundo, superada sólo por Arabia Saudita. Es la primera en generación eléctrica por habitante en América Latina, pero es al mismo tiempo la que más consume. Igualmente sucede con el agua potable. Venezuela cuenta con los servicios de telefonía y datos más baratos del continente, porque son proveídos por su propio satélite, pues somos el primer país de América Latina que ha contado con un satélite de telecomunicaciones de propiedad estatal, hoy día hay dos satélites y pronto vendrá un tercero.
 
Las paradojas de nuestro modo de consumo no se han hecho esperar: en 90 años de historia automotriz venezolana el parque automotor alcanzó su pico de 2 millones 200 mil unidades de vehículos particulares en 1999, esa cifra es hoy de 4 millones 300 mil unidades, sólo 15 años de revolución bastaron para duplicar la cifra, "pero no hay carros". Nuestras mujeres son las que más gastan en promedio de sus ingresos mensuales en belleza en todo el continente, superando a las gringas. Somos un país que en promedio gasta el 22% de sus ingresos mensuales en entretenimiento y diversión, cosa que no sucede en otro país de la región. 
 
Excluyendo la harina de trigo, producimos el 75% de los alimentos que consumimos e importamos el diferencial. En 1999 consumíamos 11 kg de harina de maíz por habitante al año, en 2014 la cifra es de 24 kg por habitante al año; producimos más maíz que nunca, pero consumimos más que nunca y debemos importar. Pasamos del problema de la desnutrición infantil al de la obesidad infantil. Los niveles de población adulta con sobrepeso eran de 19% en 1999, y pasaron a 35% en 2014. Importamos el 92% de la ropa, calzado que consumimos, pero en 1999 importábamos el 98%. Somos un país monoexportador, pero a diferencia de los demás países monoexportadores de petróleo en el mundo árabe, nosotros sí queremos dejar de serlo y tenemos con qué. Nos pesa mucho ser monoexportadores. 
 
Nuestras grandes proezas y contradicciones se pierden de vista. No conformes con eso, Chávez nos dijo en 2012 que había que encaminar todo el esfuerzo nacional para hacer posible una meta de exportación de 6 millones de barriles de petróleo al día para 2019. Esto indica que siendo nuestro nivel actual de exportación de 3 millones de barriles de petróleo al día, virtualmente duplicaríamos en 6 años nuestra mayor fuente nacional de ingresos. En una economía industrializada como Brasil, Francia o Alemania, las metas para duplicar sus ingresos en divisas se proyectan entre 30 y 40 años. Nosotros queremos hacerlo en 6.
 
Lo logremos o no, el aumento en el caudal de recursos será cuantiosísimo, para recomponer el crecimiento y continuar impulsando la redistribución del ingreso mediante una consistente política social. Es una meta, más que revolucionaria, nacional. Pues Chávez nos enseñó a construir colectivamente nuestro objetivo nacional, a concentrar todo nuestro esfuerzo en ocuparnos de nosotros, nuestras necesidades, nuestro bienestar, nuestro futuro pese a nuestros errores, nuestros desaciertos y pese a que haya quienes no quieran tributar algo positivo a estas grandes necesidades nacionales. 
 
Quizá por creer eso que nos han dicho, que nos hemos dicho que somos, perdemos de vista que Chávez, como buen maestro y con su ejemplo, formó nuestro corazón "para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso". Nos enseñó a mirar qué éramos y a pensar qué queremos ser. 
 
El presidente Maduro en días recientes lanzó una frase afilada y perturbadora para el legado cultural que nos heredaron. Tenemos que pasar del "dame lo que es mío" para ir a "construir lo nuestro". Esta reflexión sobre populismo, parte de una cuestión muy obvia: debemos superar nuestros resabios culturales y entender nuestra realidad social. El propósito de tal cosa no es superar el subdesarrollo y el tercermundismo y así satisfacer nuestro complejo de ser lo que "deberíamos ser". No. Es un dilema más profundo. Es pensar, más bien, cómo podemos llegar a ser más justos, más equitativos, más colaboradores, más unidos y más felices como sociedad. 
 
Pensar y transformar la realidad nacional será un proceso siempre inacabado, pero debe estar signado por desatar la fuerza creadora de los que creemos y los que luchamos. Pues todo lo que hemos logrado en revolución no ha sido posible sin un esfuerzo colectivo. Con Chávez aprendimos a lograr lo que logramos. 
 
Nuestros problemas, nuestra cultura, nuestras contradicciones se conjugan en el legado de lo que siempre fuimos y lo que podemos llegar a ser. Ante esa realidad subjetiva, colectiva, Chávez nos enseñó a que desde nuestra realidad debíamos construir nuestra propia senda a la felicidad social, llámese eso "desarrollo", o llámese eso que el mismo Chávez describió como "ser una Venezuela potencia, en lo político, social, económico y cultural. En lo humano". Chávez también nos ensenó a ser inconformes, a mirar críticamente nuestra realidad nacional, a cuestionar nuestros vicios, nuestros resabios y nos conminó a organizarnos para transformarnos como sociedad, como país. 
 
Mucho habrá de pasar para que se siga definiendo el destino nacional. Si consolidaremos o no de manera perdurable una sociedad más justa, más equitativa, más feliz. Lo cierto es que con los fantasmas del adecaje y los flagelos del viejo modelo, será imposible. A la sombra de la reedición de lo mismo, no será posible. Sin la Revolución Bolivariana como proyecto integrador, articulador de las grandes aspiraciones nacionales, no será posible. 
 
Aquella carta de Bolívar a Rodríguez, aquella frase que he reseñado acá con insistencia, tiene una coletilla que debemos parafrasear y dedicársela a Chávez. Es nuestra tarea pendiente. En ella se resume lo que nos corresponde asumir como individuos y en sumatoria colectiva, para superar la trampa del tercermundismo y la desmoralización. Dice en tan poderosas líneas: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló". 
Seguir el sendero es lo que nos corresponde. Como dice otra gran frase: "Vacilar, es perdernos".

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