Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

27 de abril de 2015

Me van a perdonar, pero esto ya es de locos

Por Sumito Estévez | 25 de abril, 2015
Me van a perdonar, pero esto ya es de locos; por Sumito Estévez 640
Ponga en remojo, cubriendo completamente con agua durante 24 horas, medio kilo de cualquier grano que desee cocinar, de esos que uno compra en cualquier supermercado. Pasadas 24 horas elimine el agua y cubra las hinchadas semillas con un papel absorbente humedecido en un lugar fresco y aireado. Dependiendo de la semilla, entre uno y cuatro días después, de cada grano comenzará a brotar un germen poderoso cargado de proteínas. Cada una de esas semillas germinadas podrá ser una planta en el futuro… o un puchero nutritivo, si decide cocinarlas.
¿De dónde han sacado esas semillas la energía para que, de la nada, brote la vida? ¿Cómo es posible semejante prodigio si esas semillas no están tomando nutrientes de la tierra?
La semilla no es más que un gran depósito de alimento para que, llegado el momento, el dormido germen que reposa en su interior tenga cómo crecer. Y cuando el germen ha consumido todo ese alimento, ya con un par de hojitas que predicen futuro, llega el momento de trasplantar la planta para que otro ser vivo, la tierra, la siga acunando hasta que sea una adulta dispuesta a seguir con el ciclo de la vida.
Pero una cosa es germinar y otra muy distinta lograr que una semilla germinada crezca hasta poder ser la madre de otras semillas y sea nuestro alimento. ¿En cuál época del año debe hacerse? ¿A cuánta distancia debe estar una planta de otra? ¿CUáles otras plantas deben estar cerca para nutrir la tierra y combatir las plagas? ¿Cuánta humedad necesita esa planta para ser vigorosa y no secarse ni pudrirse? ¿Cuándo deben recogerse las nuevas semillas? ¿Cómo decidir cuántas y cuáles de las nueva semillas deben guardarse para siembra y cuántas para comer? ¿Cómo guardar las semillas para que, meses o años después, sean tanto fértiles como alimenticias?
Las respuestas a estas preguntas, así como todas las surgidas durante el proceso de aprender a criar ganado para alimento, le tomaron a la humanidad 10.000 años. Pasar de ser nómadas recolectores y cazadores en el Neolítico a ser humanos sedentarios que domesticaron la semilla fue el salto que nos hizo humanos.
La palabra agricultura significa crianza del campo (si nos vamos a sus raíces lingüísticas). Domesticar ese gran depósito de energía que es una semilla sin germinar nos dio la posibilidad de dejar de vagar constantemente y, por primera vez, usar nuestro tiempo para pensar y crear. Un logro y saber inmensos que fuimos pasando de generación a generación, mediante esos garantes de conocimiento que son los campesinos.
Y estamos tan desquiciados que en apenas cien años hemos destruido (destruido: literalmente) el 75% de esos 10.000 años que nos definen.
Jamás en nuestra historia la humanidad estuvimos tan al borde del abismo, en manos de tan pocos avariciosos.
II
Un informe (en inglés) de la FAO (el organismo de las Naciones Unidas para el manejo de alimentos) sobre el estatus de la agrodiversidad en la tierra es lapidario. A la hora de analizar en números hasta qué punto la humanidad está al borde del abismo, leemos que durante los últimos 100 años el 75% de toda diversidad genética de plantas que había en la tierra desapareció, junto al 50% de las razas criadas para alimento.
De paso, los 17 espacios de pesca que hay en la tierra están siendo explotados por encima de su capacidad de sustentabilidad. Y, más grave aun, cuando se habla de 75% de desaparición de plantas se hace referencia a aquellas comestibles y no comestibles. Es decir: de las aproximadamente 300.000 plantas comestibles que el hombre aprendió a domesticar, 90% desaparecieron en 100 años y apenas contamos con unas treinta mil.
Y aunque tenemos treinta mil especies vegetales comestibles luchando por no desaparecer, hoy el hombre sólo está sembrando 200 para alimento y el 60% de las calorías y proteínas de plantas que consume la humanidad provienen de apenas 3 (¡Sí, sólo tres!) plantas: arroz, maíz y trigo.
El informe al que hago mención es de hace 16 años (1999) y desde entonces no se ha hecho nada para revertir esta estupidez colectiva.
Todo lo contrario.
Se estima que cada 24 horas se están extinguiendo 200 especies de la Tierra (desde algas hasta ballenas) y este número no proviene de los escritos paranoicos de un ecologista apocalíptico, sino desde el mismo corazón del programa para el ambiente de la Naciones Unidas: UNEP, por sus siglas en inglés. Ya está claro que este ritmo de desaparición llegó a un punto en que la tierra ya no es capaz de autoregenerarse, tal como puede leerse en el informe The living planet report, uno de los reportes más aterradores que me ha tocado leer de lo que es esta página triste de la humanidad signada por la avaricia.
Estamos tan desquiciados que vemos como una gracia que en Noruega, muy cerca del Polo Norte, tengamos bajo tierra una bóveda del fin del mundo, donde se han guardado las semillas de casi un millón de plantas  (comestibles y no comestibles), preparándonos para la catástrofe global.
Diez mil años de trabajo paciente del hombre agricultor están ahi, literalmente enterrados y congelados.
Hace cien años habían 7.500 variedades de manzana. Hoy China y Estados Unidos (que suman el 56% de la producción mundial) sólo están sembrando 18 variedades. Eso no significa necesariamente que las otras 7.482 desaparecieron (siempre hay uno que otro agricultor testarudo que insiste en preservar la vida), pero indica lo que sucederá: si una planta deja de sembrarse, dejan de recolectarse sus semillas y termina por desaparecer. Lo mismo ha pasado con el tomate, la cebolla, el maíz o cualquier planta que sea negocio vender.
Ésas son las dos palabras claves detrás de esta masacre: vender y negocio.
III
Con el falso argumento de que sembrar grandes extensiones de un solo cultivo rendidor (forma de siembra conocida como monocultivo) es la única forma de poder alimentar a una humanidad que decidió procrearse exponencialmente en los últimos tres siglos (en 1700 la población de humanos de todo el planeta era de apenas 600 millones), la tierra se la cogieron unas pocas corporaciones que decidieron sembrar sólo aquellas plantas que dieran más dinero. Es decir: aquellas que producen más kilos por hectárea en un año y aquellas por las que el mercado está dispuesto a pagar más.
Es tal nuestro apego a formas de monocultivo que nos han puesto a hablar en genérico: ya no conocemos el nombre de las diferentes papas, maíces o tomates, y nos limitamos a decir simplemente la papa, el maíz, el tomate.
Es un estado de fragilidad inaudito que la humanidad esté dependiendo de apenas un puñado de alimentos que, a su vez, dependen de dosis masivas de agroquímicos para no desaparecer.
Pero el problema es más grave aun: como bien nota la Organización Mundial de la Salud, en un breve escrito sobre diversidad biológica, el 60% de la población mundial depende de la medicina tradicional (es decir: la que proviene del reino vegetal) para estar sana.
Cada planta extinta es una posible medicina que nunca llegaremos a descubrir o una conocida con la que ya no contaremos.
En cien años perdimos 75% de nuestra libertad de elección, buena parte de nuestra cultura y conocimiento, el equilibrio de dieta que define nuestra salud. Y, en consecuencia, somos mucho más vulnerables a nivel de seguridad alimentaria.
Más vulnerables que nunca.
Así que o comenzamos a preguntarles a los campesinos (y no a las corporaciones) cómo, cuándo y qué es lo que debemos sembrar, o nos comemos el planeta.
Me van a perdonar, pero no puede ser que estemos tan locos.

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