No es casualidad que el Perú, aquella "joya de la Corona Española", se independizara más de una década después que sus pares sudamericanos y México.
Publicado: 2015-07-29
Los peruanos del siglo XVIII e inicios del
XIX, en especial la sección cuyos intereses comerciales, mercantilistas y
financieros navegaban tanto entre Lima como en Madrid, nunca fueron -antes, durante y después de la emancipación- muy afectos a separarse de la Corona y lo que esto significa. Desearon seguir de súbditos del rey de las Españas, de esta católica majestad y continuar echando la siesta como cualquier godo lo haría.
Desde el siglo XVIII, no sólo la casta criolla ennoblecida por la Corona (el Perú concentró el mayor número de títulos nobiliarios de América), sino la naciente burguesía criolla, mestiza e india "algo resistían" a la idea de una nación independiente de la metrópoli.
Veamos en este post, cómo se desarrolló este proceso emancipador en el espíritu colonial local de aquella época y la contradanza de intereses económicos, políticos y hasta emocionales que se levantaron a propósito de este capítulo histórico y económico peruano.
Y quiénes fueron sus principales actores...
TÚPAC AMARU: LA REALIDAD DE UN EMPRESARIO REBELDE
Los levantamientos indígenas antes que criollos, que se dieron de manera precoz en el Perú del siglo XVIII: Túpac Amaru II nacido como don José Gabriel Condorcanqui, el errático Pumacahua, Túpac Katari, etc. fueron más en son de protesta económica que iniciativa patriótica. Cosa que no los invalida de ninguna manera, pues la prosapia financiera resultó en ensayos (fallidos por la represión colonial) de un "proyecto nacional".
Decantaron para bien -eso sí- en los grupos de poder locales (más comprometidos con una propuesta económica o de clase antes que nacional).
La asonada de Túpac Amaru en concreto, fue para la Corona española traducida en pronunciamiento independentista. Él, autotitulado "Inka" y quien reclamó esta merced ante el rey Carlos III (con todos los beneficios que un marqués, conde o duque tenía en aquella época como la exención del tributo de lanzas y anatas por ejemplo), tuvo una suerte de requerimiento ante lo que él consideraba un error de mercado. En su agenda: beneficios impositivos, nuevas rutas comerciales y mejores sistemas de precios para su boyante empresa comercial que rentabilizaba -entre muchos negocios- un intercambio de productos entre el Virreinato del Río de la Plata y el peruano. Su "bandera" en todo caso, fue más "libertaria" en el sentido micro y macroeconómico del término. Las reformas borbónicas de 1760, auparon su reclamo en todo caso.
No obstante, como empresario ilustrado que era, Túpac Amarú II se rodeó de intelectuales y académicos que en sus viajes a Lima (pues él residía en el Cusco), le otorgaron un matiz y una lectura a su reivindicación que la historia leyó en una figura levantisca. Pero no lo fue en su totalidad, pues él siempre reservó un espacio para rendir homenaje al escudo de Castilla y León.
Siguiendo la lógica empresarial, Túpac Amaru deseó exoneraciones y menores sobrecostos a su quehacer de negocio. En el camino, se topó con reclamos emancipadores pero no perdió la brújula hispanista y fidelista. Para él la revolución la debía hacer la Corona. Como empresario y líder indígena, él debía ser motor de este cambio. Dando el ejemplo con detalles tan críticos como el incluir a peninsulares y criollos en su esfuerzo. Le costó cara la rebelión de 1780: el ajusticiamiento no sólo de él, sino de familia y allegados fue brutal. Pese a que no renegó del rey.
GUERRAS AMERICANAS: ¿A QUIÉN LE DISPARÓ EL PERÚ?
Llegados ya a los tumultuosos lapsos de las guerras americanas durante los primeros veinte años del siglo XIX, los peruanos no dudaron en plantar pica en Flandes a favor de España.
Ejemplo de ello es que ante la "casi" ausencia de delegados del virreinato del Río de la Plata, Nueva Granada y el fangoso "cuartel" que era la Gobernación de Chile, el Perú envió a sus mejores hijos a defender la Corona y soberanía española ante el ataque del francés usurpador. Vicente José Morales y Duárez, jurista, noble e intelectual limeño llegó a ser no sólo presidente de las Cortes de Cadiz en 1810 sino uno de los autores de la Constitución española de 1812. Murió en la porfía y fue enterrado en España, con honores que sólo se le daba a un Infante o Grande de España.
Un historiador argentino, Julio Mario Luqui- Lagleyze, en su estudio sobre los ejércitos durante las campañas en las guerras americanas tiene una curiosa visión del aporte bélico del Perú a la sección castrense rebelde: este apoyo fue casi nulo en hombres y pertrechos. Basadre y Guerra Martiniere realizan otro ejercicio similar. De hecho, si uno revisa la conformación de los bandos enfrentados cae en cuenta que aproximadamente nueve de cada diez oficiales del Real Ejército del Perú entre 1817 y 1824 eran peruanos, ni que se diga de la soldada. El mejor ejemplo de ello, está en Ramón Castilla, quien antes de enrolar a las filas del ejército libertador en 1822, fue lancero del rey. Otro caso icónico es el de Felipe Santiago Salaverry, oficial del Regimiento español Numancia, devenido después en cuerpo emancipador. Caso contrario ocurría en el ejército y milicia libertaria compuesta por oficiales y soldados argentinos, colombianos, venezolanos, chilenos (aunque O'Higgins al final retirará este soporte sureño a Bolívar).
Salvo la extraña acción de un oficial peruano como José Andrés Razurí el 6 de agosto de 1824, en Junín. Que -de manera poco profesional- desobedeció una orden de La Mar y picó espuelas a su caballo contra las fuerzas realistas y junto al binomio, el único regimiento "totalmente" peruano de caballería que los siguió en la carga: los por ese entonces llamados Húsares del Perú y quienes dieran un giro a la gresca, con ese inesperado ataque en la pampa a favor de la causa independentista; bien, salvo esa acción no se percibe mayor suministro táctico peruano a su independencia.
El academicismo local rebelde –por otra parte- fue tímido y limitado al principio. Pero tomó brío cuando se anularon los esfuerzos de general español Canterac y el virrey golpista La Serna en Ayacucho en 1824. Sólo quedaban Rodil y sus milicias acantonadas rebeldes ellas, en el Castillo del Real Felipe en el puerto de El Callao. Recién ahí, la intelectualidad local avivó fuego a sus cañones académicos a favor de la emancipación.
No es raro imaginar por ejemplo, a un Antonio José de Sucre, mandando literalmente al carajo a José de La Riva Agüero, marqués de Montealegre y primer presidente del Perú, cuando éste le pidió atajar a sus enemigos políticos en el recién e improvisado Congreso Nacional. Ahí, Sucre -al dejar Lima y adentrarse a las sierras del Perú en 1823- debió caer en cuenta de que para los peruanos, al menos para los mentados grupos de poder, el país debía ser una suerte de continuación de la memoria monárquica. Una torta que repartir.
Los peruanos -todo indica- no dispararon (mucho) contra España. Contra ellos mismos sí, que es distinto.
LA TRANSICIÓN REPUBLICANA QUE FRACASÓ
Años antes de Junín y Ayacucho. En 1822. Advertido de esta melancolía monárquica, José de San Martín intentó sembrar un proceso "poco traumático" para los peruanos: de pasar "en frío" y directamente a una república representativa, propuso "importar un rey de Europa" y con él, una constitución.
En efecto, San Martín tentó crear -en el Perú- una monarquía constitucional ante el resquemor que en los palacios y salones de Lima se sentía contra su figura y presencia como “Protector del Perú”. El punto culminante -juego con la idea tan sólo- habrá sido cuando en general argentino prohibió a los nobles peruanos el uso del prefijo "de" en sus apellidos y nobles títulos, el comercio de esclavos, se especula que la montó también contra las corridas de toros y otras mercedes que durante tres siglos alimentaron la cotidianidad de la vida en Lima y otras ciudades. Todo ello, alimentado y aconsejado en San Martín por Bernardo de Monteagudo, el muy odiado secretario del protector argentino por la racista nobleza limeña: el argentino consejero Monteagudo, era mulato.
Otro tanto, Bolívar odiaba a los peruanos por estas mañas y resabios.
El proyecto de un Perú decimonónico monárquico fracasó. Primó la república. Y con ella, una retahíla de anarquismo que nos pasa la cuenta -institucionalmente en lo principal- hasta hoy.
LA EMANCIPACIÓN POR FIN ACEPTADA: DE UN SÓLO REY A MUCHOS REYEZUELOS
Consumada esta suerte de independencia "a la fuerza", en Junín y Ayacucho en 1824 (más de una decena de años después que la independencia de Argentina o Chile) y donde la actuación de la infantería, caballería y artillería argentina, colombiana o venezolana fue más crítica que el magro aporte peruano, empezó la sangría y repartija del Perú por parte de las clases dominantes locales vía el caudillismo militar y en asociación con el civilismo mercantilista.
¿En qué momento se jodió el Perú? Una tentadora respuesta a la propuesta ficcional hecha por el Nobel de Literatura se halla en el 9 de diciembre de 1824, fecha de la batalla de Ayacucho. Podría ser. No porque el Perú debió seguir siendo territorio español, sino porque a partir de ese día -se puede decir- el militarismo y su siniestra conjunción de fuerzas con la Iglesia Católica, el civilismo empresarial y comercial y los medios de comunicación iniciaron la "jodienda" al Perú y de paso, no permiten que éste salga del barroco colonial.
Estos poderes, se levantaron como pequeños cacicazgos en el Perú, pequeños principados o en muchos casos, reyezuelos con corona, moneda, poder político, económico y religioso propios: todo, en un ecosistema que -lo dicho- sigue siendo cuasi colonial.
Esta paradójica (por nueva y a la vez añeja) casta, vería en la independencia -al inicio "no deseada" pero después querida como a un invitado forzado a la mesa- como una clara oportunidad para afianzar su poder económico, político y social.
Al final el punto para la reflexión es: la mentada independencia del Perú fue importada, no fue #MarcaPerú y menos iniciativa aprobada por los peruanos quienes -más preocupados por sus intestinos intereses- se alejaron física y emocionalmente de un proyecto nacional. No obstante y a propósito de este alejamiento, fue digerida y conducida hacia sus propios fueros económicos y políticos.
Feudos de los que hasta hoy acusamos recibo los peruanos: que después de casi dos siglos de vida "independiente", seguimos sin un proyecto nacional sólido.
***
Tomemos nota de esta curiosidad a propósito de esta independencia no querida pero deglutida: aún hoy, flamea la bandera peruana en el mes de julio con un blanco y rojo que corresponde a los colores de la Casa de los Austrias, los primeros gobernantes del Perú al momento de la conquista.
Desde el siglo XVIII, no sólo la casta criolla ennoblecida por la Corona (el Perú concentró el mayor número de títulos nobiliarios de América), sino la naciente burguesía criolla, mestiza e india "algo resistían" a la idea de una nación independiente de la metrópoli.
Veamos en este post, cómo se desarrolló este proceso emancipador en el espíritu colonial local de aquella época y la contradanza de intereses económicos, políticos y hasta emocionales que se levantaron a propósito de este capítulo histórico y económico peruano.
Y quiénes fueron sus principales actores...
TÚPAC AMARU: LA REALIDAD DE UN EMPRESARIO REBELDE
Los levantamientos indígenas antes que criollos, que se dieron de manera precoz en el Perú del siglo XVIII: Túpac Amaru II nacido como don José Gabriel Condorcanqui, el errático Pumacahua, Túpac Katari, etc. fueron más en son de protesta económica que iniciativa patriótica. Cosa que no los invalida de ninguna manera, pues la prosapia financiera resultó en ensayos (fallidos por la represión colonial) de un "proyecto nacional".
Decantaron para bien -eso sí- en los grupos de poder locales (más comprometidos con una propuesta económica o de clase antes que nacional).
La asonada de Túpac Amaru en concreto, fue para la Corona española traducida en pronunciamiento independentista. Él, autotitulado "Inka" y quien reclamó esta merced ante el rey Carlos III (con todos los beneficios que un marqués, conde o duque tenía en aquella época como la exención del tributo de lanzas y anatas por ejemplo), tuvo una suerte de requerimiento ante lo que él consideraba un error de mercado. En su agenda: beneficios impositivos, nuevas rutas comerciales y mejores sistemas de precios para su boyante empresa comercial que rentabilizaba -entre muchos negocios- un intercambio de productos entre el Virreinato del Río de la Plata y el peruano. Su "bandera" en todo caso, fue más "libertaria" en el sentido micro y macroeconómico del término. Las reformas borbónicas de 1760, auparon su reclamo en todo caso.
No obstante, como empresario ilustrado que era, Túpac Amarú II se rodeó de intelectuales y académicos que en sus viajes a Lima (pues él residía en el Cusco), le otorgaron un matiz y una lectura a su reivindicación que la historia leyó en una figura levantisca. Pero no lo fue en su totalidad, pues él siempre reservó un espacio para rendir homenaje al escudo de Castilla y León.
Siguiendo la lógica empresarial, Túpac Amaru deseó exoneraciones y menores sobrecostos a su quehacer de negocio. En el camino, se topó con reclamos emancipadores pero no perdió la brújula hispanista y fidelista. Para él la revolución la debía hacer la Corona. Como empresario y líder indígena, él debía ser motor de este cambio. Dando el ejemplo con detalles tan críticos como el incluir a peninsulares y criollos en su esfuerzo. Le costó cara la rebelión de 1780: el ajusticiamiento no sólo de él, sino de familia y allegados fue brutal. Pese a que no renegó del rey.
"La revolución de Túpac Amaru debe ser analizada atendiendo fundamentalmente a sus particularidades. Sus reivindicaciones arrancaban, antes que nada, de la propia sociedad colonial, y no apuntaban directamente respecto a una emancipación política respecto a España. Sólo al final de su lucha, y sabiendo que se acercaba el momento de la derrota final, Túpac Amaru se decidió a cuestionar el principio de legitimidad monárquica", comenta el historiador chileno Fernando Mires.Y es que la idea de "nación" en el Perú del siglo XVIII e inicios del XIX, estaba más vinculada a España que al Perú en sí. Y Lima, la capital de este rico virreinato se comportaba con mayor fidelidad a la Corona que ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona de ese entonces. Aún hoy, ya quisieran los españoles tener el patriotismo ibérico que poseían los peruanos de aquellos años.
GUERRAS AMERICANAS: ¿A QUIÉN LE DISPARÓ EL PERÚ?
Llegados ya a los tumultuosos lapsos de las guerras americanas durante los primeros veinte años del siglo XIX, los peruanos no dudaron en plantar pica en Flandes a favor de España.
Ejemplo de ello es que ante la "casi" ausencia de delegados del virreinato del Río de la Plata, Nueva Granada y el fangoso "cuartel" que era la Gobernación de Chile, el Perú envió a sus mejores hijos a defender la Corona y soberanía española ante el ataque del francés usurpador. Vicente José Morales y Duárez, jurista, noble e intelectual limeño llegó a ser no sólo presidente de las Cortes de Cadiz en 1810 sino uno de los autores de la Constitución española de 1812. Murió en la porfía y fue enterrado en España, con honores que sólo se le daba a un Infante o Grande de España.
Y es que la idea de "nación" en el Perú, estaba más vinculada a España que al Perú en sí. Y Lima, la capital de este rico virreinato se comportaba con mayor fidelidad a la Corona que ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona de ese entonces. Aún hoy, ya quisieran los españoles tener el patriotismo ibérico que poseían los peruanos de aquellos años.Durante las guerras americanas, el Perú era la piedra en la bota de los jefes del ejército libertador como José de San Martín [rioplatense (argentino)] y Simón Bolívar [grancolombiano (venezolano)] pues eran "conocedores de la nostalgia" que hacia la Corona se sentía y respiraba no sólo en Lima, sino en TODO el Perú.
Un historiador argentino, Julio Mario Luqui- Lagleyze, en su estudio sobre los ejércitos durante las campañas en las guerras americanas tiene una curiosa visión del aporte bélico del Perú a la sección castrense rebelde: este apoyo fue casi nulo en hombres y pertrechos. Basadre y Guerra Martiniere realizan otro ejercicio similar. De hecho, si uno revisa la conformación de los bandos enfrentados cae en cuenta que aproximadamente nueve de cada diez oficiales del Real Ejército del Perú entre 1817 y 1824 eran peruanos, ni que se diga de la soldada. El mejor ejemplo de ello, está en Ramón Castilla, quien antes de enrolar a las filas del ejército libertador en 1822, fue lancero del rey. Otro caso icónico es el de Felipe Santiago Salaverry, oficial del Regimiento español Numancia, devenido después en cuerpo emancipador. Caso contrario ocurría en el ejército y milicia libertaria compuesta por oficiales y soldados argentinos, colombianos, venezolanos, chilenos (aunque O'Higgins al final retirará este soporte sureño a Bolívar).
Salvo la extraña acción de un oficial peruano como José Andrés Razurí el 6 de agosto de 1824, en Junín. Que -de manera poco profesional- desobedeció una orden de La Mar y picó espuelas a su caballo contra las fuerzas realistas y junto al binomio, el único regimiento "totalmente" peruano de caballería que los siguió en la carga: los por ese entonces llamados Húsares del Perú y quienes dieran un giro a la gresca, con ese inesperado ataque en la pampa a favor de la causa independentista; bien, salvo esa acción no se percibe mayor suministro táctico peruano a su independencia.
El academicismo local rebelde –por otra parte- fue tímido y limitado al principio. Pero tomó brío cuando se anularon los esfuerzos de general español Canterac y el virrey golpista La Serna en Ayacucho en 1824. Sólo quedaban Rodil y sus milicias acantonadas rebeldes ellas, en el Castillo del Real Felipe en el puerto de El Callao. Recién ahí, la intelectualidad local avivó fuego a sus cañones académicos a favor de la emancipación.
No es raro imaginar por ejemplo, a un Antonio José de Sucre, mandando literalmente al carajo a José de La Riva Agüero, marqués de Montealegre y primer presidente del Perú, cuando éste le pidió atajar a sus enemigos políticos en el recién e improvisado Congreso Nacional. Ahí, Sucre -al dejar Lima y adentrarse a las sierras del Perú en 1823- debió caer en cuenta de que para los peruanos, al menos para los mentados grupos de poder, el país debía ser una suerte de continuación de la memoria monárquica. Una torta que repartir.
Los peruanos -todo indica- no dispararon (mucho) contra España. Contra ellos mismos sí, que es distinto.
LA TRANSICIÓN REPUBLICANA QUE FRACASÓ
Años antes de Junín y Ayacucho. En 1822. Advertido de esta melancolía monárquica, José de San Martín intentó sembrar un proceso "poco traumático" para los peruanos: de pasar "en frío" y directamente a una república representativa, propuso "importar un rey de Europa" y con él, una constitución.
En efecto, San Martín tentó crear -en el Perú- una monarquía constitucional ante el resquemor que en los palacios y salones de Lima se sentía contra su figura y presencia como “Protector del Perú”. El punto culminante -juego con la idea tan sólo- habrá sido cuando en general argentino prohibió a los nobles peruanos el uso del prefijo "de" en sus apellidos y nobles títulos, el comercio de esclavos, se especula que la montó también contra las corridas de toros y otras mercedes que durante tres siglos alimentaron la cotidianidad de la vida en Lima y otras ciudades. Todo ello, alimentado y aconsejado en San Martín por Bernardo de Monteagudo, el muy odiado secretario del protector argentino por la racista nobleza limeña: el argentino consejero Monteagudo, era mulato.
Otro tanto, Bolívar odiaba a los peruanos por estas mañas y resabios.
El proyecto de un Perú decimonónico monárquico fracasó. Primó la república. Y con ella, una retahíla de anarquismo que nos pasa la cuenta -institucionalmente en lo principal- hasta hoy.
LA EMANCIPACIÓN POR FIN ACEPTADA: DE UN SÓLO REY A MUCHOS REYEZUELOS
Consumada esta suerte de independencia "a la fuerza", en Junín y Ayacucho en 1824 (más de una decena de años después que la independencia de Argentina o Chile) y donde la actuación de la infantería, caballería y artillería argentina, colombiana o venezolana fue más crítica que el magro aporte peruano, empezó la sangría y repartija del Perú por parte de las clases dominantes locales vía el caudillismo militar y en asociación con el civilismo mercantilista.
¿En qué momento se jodió el Perú? Una tentadora respuesta a la propuesta ficcional hecha por el Nobel de Literatura se halla en el 9 de diciembre de 1824, fecha de la batalla de Ayacucho. Podría ser. No porque el Perú debió seguir siendo territorio español, sino porque a partir de ese día -se puede decir- el militarismo y su siniestra conjunción de fuerzas con la Iglesia Católica, el civilismo empresarial y comercial y los medios de comunicación iniciaron la "jodienda" al Perú y de paso, no permiten que éste salga del barroco colonial.
Estos poderes, se levantaron como pequeños cacicazgos en el Perú, pequeños principados o en muchos casos, reyezuelos con corona, moneda, poder político, económico y religioso propios: todo, en un ecosistema que -lo dicho- sigue siendo cuasi colonial.
Ahí, Sucre -al dejar Lima y adentrarse a las sierras del Perú en 1823- debió caer en cuenta que para los peruanos, al menos para los mentados grupos de poder, el Perú debía ser una suerte de continuación de la memoria monárquica. Una torta que repartir.
Esta paradójica (por nueva y a la vez añeja) casta, vería en la independencia -al inicio "no deseada" pero después querida como a un invitado forzado a la mesa- como una clara oportunidad para afianzar su poder económico, político y social.
Al final el punto para la reflexión es: la mentada independencia del Perú fue importada, no fue #MarcaPerú y menos iniciativa aprobada por los peruanos quienes -más preocupados por sus intestinos intereses- se alejaron física y emocionalmente de un proyecto nacional. No obstante y a propósito de este alejamiento, fue digerida y conducida hacia sus propios fueros económicos y políticos.
Feudos de los que hasta hoy acusamos recibo los peruanos: que después de casi dos siglos de vida "independiente", seguimos sin un proyecto nacional sólido.
***
Tomemos nota de esta curiosidad a propósito de esta independencia no querida pero deglutida: aún hoy, flamea la bandera peruana en el mes de julio con un blanco y rojo que corresponde a los colores de la Casa de los Austrias, los primeros gobernantes del Perú al momento de la conquista.
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- Foto de portada: "La capitulación de Ayacucho". Óleo del pintor peruano Daniel Hernández (Panoramio).
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RESEÑA: Metáfora y realidad de la Independencia del Perú. Heraclio Bonilla, Instituto de Estudios Peruanos, 2001.
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