Cervantes

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobretodo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia dondequiera que esté.

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha.
La Colmena no se hace responsable ni se solidariza con las opiniones o conceptos emitidos por los autores de los artículos.

21 de noviembre de 2015

Holocausto del Palacio comenzó en el Quindío (II parte)


Holocausto del Palacio comenzó en el Quindío II parte En 1979 se cumplió un consejo de guerra al M19 en la cárcel La Picota de Bogotá por el robo de 5.000 armas al Cantón Norte. Aparecen, entre otros, en esta imagen los presos políticos del M19, Gerardo Ardila, Rosalba Sánchez y Néstor García Buitrag
Tras el informe que LA CRÓNICA presentó en su edición de ayer sobre la toma de Génova por parte del M19, hoy entrega a sus lectores la segunda parte de este especial en el que se cuenta la historia de la incursión que esta misma guerrilla hizo en el batallón Cisneros, el 19 de octubre de 1985, 18 días antes de la toma al Palacio de Justicia, la que luego fue catalogada como holocausto.
En estas páginas se narran los testimonios de diferentes personas que tuvieron relación con este hecho, preludio de lo que sucedió en Bogotá los días 6 y 7 de noviembre de 1985, como el de un soldado que prestaba servicio militar en ese batallón para la fecha de lo acontecido, el alcalde de la capital quindiana en ese año, un exintegrante del M19 y testigos del enfrentamiento —habitantes de las zonas cercanas al batallón—.

Así atacó el M19 el Cisneros
La noche del 19 de octubre de 1985, el grupo de Fuerzas Especiales del Movimiento 19 de Abril, M19, inició su incursión al batallón de Ingenieros Militares N° 8 Francisco Javier Cisneros, ubicado en el corazón de Armenia.
Los centinelas, apostados en los puestos de guardia, veían cómo se extinguía aquel sábado de un año oscuro para Colombia. El comando insurgente, con técnica vietnamita de arrastre bajo, se deslizó por la cancha de fútbol cuya iluminación era deficiente, lo que impedía que fueran vistos desde los puestos de guardia.
La misión era instalar artefactos explosivos y combatir contra la tropa acantonada. Antes de que se iniciaran las explosiones, habían estado casi una hora en el batallón ubicado contiguo al estadio San José. Se dirigieron hacia los alojamientos, donde descansaban los soldados.
Néstor García Buitrago, oficial primero político-militar y otros militantes de las estructuras urbanas del M19 ya habían acopiado información precisa de inteligencia. Fue 15 años después de que como parte del programa de servicio premilitar estudiantil había conocido el cuartel en su totalidad. Se graduó del Rufino y en 1974 ya era un cuadro del M19, el grupo que nació tras el denunciado fraude electoral que le dio la presidencia a Misael Pastrana Borrero sobre el general Gustavo Rojas Pinilla.
Después de estar adelante en las elecciones, Rojas Pinilla resultó perdedor. En las emisoras los números lo acompañaban, pero luego de que el ministro de Gobierno, Carlos Augusto Noriega, les prohibiera entregar la información de los comicios a medianoche aparecieron los votos de unas veredas de Nariño y la balanza se inclinó a favor de Pastrana. Colombia se enardeció.
Integrantes de la Alianza Nacional Popular, Anapo, partido de Rojas Pinilla, y exintegrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, formaron el Movimiento 19 de Abril, M19.
La Anapo estaba en contra del Frente Nacional, la coalición política pactada entre liberales y conservadores para dar fin a la guerra bipartidista —que se inició con el asesinado de Jorge Eliécer Gaitán (1948)—, que se mantuvo vigente entre 1958 y 1974 y que consistía en turnarse la presidencia.
Aquel 19 de octubre, la operación comenzó a las 10:00 p. m. A las 11:00 p. m., García Buitrago se encontraba a punto de cumplir su tarea, derribar la torre de energía ubicada en el sector de Regivit, en el norte de Armenia.
El plan tendría que ser preciso. Primero se estudió la posibilidad de instalar explosivos en la sede de la Central Hidroeléctrica de Caldas, Chec, en el centro de la ciudad, pero la comandancia consideró que el daño para la ciudadanía sería muy grande.
Entonces esa torre era la mejor opción. El santo y seña para García y uno de sus camaradas sería el sonido de las primeras explosiones en el batallón. En ese momento deberían dinamitarla para dejar sin luz a la ciudad.
Fueron 24 los guerrilleros los que ingresaron al Cisneros. Una escuadra permanecería en la periferia de la cancha para cubrir la retirada. Los 18 restantes ingresarían hasta el corazón de la unidad militar.
En 1984, algunos integrantes del M19 habían recibido amnistías por parte del presidente Belisario Betancur, entre ellos el médico Carlos Francisco Toledo Plata. Se disponía a asumir como director del hospital San Juan de Dios cuando fue baleado. Sucedió el 10 de agosto.
Al día siguiente, 11 de agosto de 1984, a las 6:30 p. m., un comando del M19 encabezado por Carlos Pizarro León Gómez y el profesor Rosemberg Pabón, el ‘comandante Uno’, realizan la toma a Yumbo, Valle del Cauca, donde incendiaron la alcaldía.
Los yumbeños reconocieron a Pabón: era el profesor del pueblo, el exalcalde. Tras este hecho, el 24 de agosto se firmó el cese al fuego bilateral, enmarcado en Los Acuerdos de Corinto, entre la guerrilla —también el Epl— y el Estado. Sin embargo, el cese terminó en enero de 1985.
En realidad los acuerdos se habían firmado en dos lugares. En Corinto, Cauca, lo hicieron los líderes guerrilleros Iván Marino Ospina y Carlos Pizarro Leongómez, y en El Hobo, Huila, Gustavo Arias, comandante Boris, y Germán Rojas Niño, comandante Raúl.
No obstante, los militantes del M19 calificaban los acuerdos como una tregua falsa, pues dicen que el Ejército Nacional nunca dejó de perseguirlos y atacó sus campamentos —en especial los de Cauca, con énfasis en Yarumales— y a sus desmovilizados.



En febrero del 1985, habían programado un congreso en Bogotá y no fue autorizado por el gobierno. Entonces lo realizaron en Cauca ante la mirada de desaprobación de los ministerios.
Ospina y Pizarro contrarrestaron varios atentados en su contra y estudiaron el fin del cese, pero finalmente lo respetaron. Sin embargo, no resistieron el golpe más fuerte en su contra, producido el 23 de mayo de 1985, cuando parte de su cúpula fue atacada mientras realizaba una reunión en Cali, ciudad a la que llegaron con protección del Estado.
Al hospital Universitario fueron llevados Carlos Alonso Lucio, Antonio Navarro Wolf y una guerrillera embarazada. Navarro presentaba heridas en su cuello y cabeza y perdió la pierna izquierda. Tras dejar el centro médico, fue trasladado a Cuba, donde inició su recuperación.
Esa fue la ‘gota que rebosó el vaso’.  Ante la posición del gobierno y la arremetida en su contra, el M19 se sintió traicionado en lo firmado. Entonces su comandancia puso en marcha un plan que según informaron a su interior que terminaría con una acción con la que cambiarían la historia del país.
Solo la cúpula sabía detalles de la operación final. Habría una cadena de hechos, los primeros militares y el último de carácter político. Los militantes como García Buitrago recibieron instrucciones; primero el M19 mostraría su potencial en el campo.
El 28 de junio, el grupo atacó el municipio de Génova. Libardo Parra Vargas, el comandante Óscar, cabeza de la columna Antonio José Sucre, buscaba armamento y dinero, motivo por el que incursionaron en dos bancos, Agrario y Cafetero; sin embargo, solo hallaron unas cuantas monedas. El saldo fue de 18 muertos.
Por esos días, en julio del 85, el quindiano Gustavo Arias Londoño, comandante Boris, estuvo cerca de La Tebaida, donde dirigiría una toma que finalmente no se concretó.
Para dar muestras de su fuerza, también atacarían un batallón de Artillería, el de Ipiales, Nariño; uno de comunicaciones, en Bogotá Alto del Cable, y uno de ingeniería, prefiriendo el de Armenia por encima del de Cartago, dado el conocimiento que García tenía del terreno.
Los 24 hombres que incursionaban en el batallón Cisneros, integrantes de las Fuerzas Especiales del M19, seguían órdenes del comandante general de la guerrilla para esa época, Álvaro Fayad Delgado.
La labor era compartimentada. Los hombres solo conocían a los integrantes de sus respectivas escuadras. García no sabía quiénes ingresaban en ese momento a la base militar.
Era la tercera vez que realizaban una infiltración a dicho batallón. Como preparación habían cumplido dos más, ambas con 12 hombres, en septiembre e inicios de octubre. Los militares no se enteraron.
Ese 20 de octubre en la madrugada ubicaron 50 artefactos explosivos e iniciaron la retirada en arrastre bajo, ocultos con su camuflaje de grama natural.
Cuando la primera carga explotó, después de la 1:00 a. m., García encendió la mecha de medio metro que llegaría hasta la dinamita ubicada en la base de la torre de Regivit. 30 segundos después la ciudad quedó en tinieblas.
García y su camarada regresaron al jeep Willys que habían estacionado cerca e iniciaron su movilización. García llegó a Calarcá y de allí se desplazó, tras tomar un Expreso Bolivariano, a Bogotá, donde esperó contacto con sus superiores, pero al no recibir comunicación viajó a Ibagué, desde donde operaba.
Su parte lo entregó después en tierras caucanas en el batallón América, organización móvil de guerrillas que fue dada a conocer en enero de 1986 pero que nació en el 85. De esta hicieron parte el Movimiento Armado Quintín Lame, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru de Perú, el Alfaro Vive de Ecuador y los Tupamaros de Uruguay.
Allí se enteró que en el batallón Cisneros habían muerto tres soldados y tres de sus compañeros: Bertha, profesora de la universidad Pedagógica de Bogotá; Óscar, hijo de Idela Zuluaga, que era cónsul de Colombia en Ecuador, y otro de los integrantes del comando.
Después de la toma al batallón Cisneros, el 5 de noviembre García llegó a Ibagué. No sabía qué sucedía, pero era claro que algo grave pasaba. Al día siguiente escuchó en la radio detalles sobre la toma al Palacio de Justicia.
Pensó en las acciones del ministro de Gobierno, Jaime Castro, y el de Defensa, general Fernando Landazábal Reyes, que había contradicho en varias ocasiones al presidente Betancur. “Es hora de que escuche a sus generales”, había manifestado frente a los medios antes de darle paso al general Gustavo Matamoros D’Acosta.
García no sabe aún qué sucedió en Bogotá y dice que quizás la única militante del M19 que sobrevivió, Clara Helena Enciso Hernández, pudo relatarle a la periodista Olga Behar lo que pasó.
Dicen que su objetivo era político, modificar la Constitución, razón por la que entre los infiltrados estaban los guerrilleros constitucionalistas Andrés Almarales y Alfonso Jacquin Gutiérrez.
Jacquin murió tras la llegada del Ejército, y Almarales, dijeron algunos, salió con vida y está desaparecido, sin embargo la historia indica que su cuerpo fue encontrado en uno de los baños con un disparo en la cabeza. De Clara Helena se supo que falleció de cáncer en México, convirtiéndose en una metáfora de la verdad.



“El M19 quería quitarle al enemigo el arma con la que atacaba, los helicópteros”: David Barros Vélez
Para David Barros Vélez, alcalde de Armenia en el momento de la toma al batallón, lo que el M19 quiso fue destruir dos helicópteros con los que el Ejército lo estaba atacando en el cañón de Garrapatas, que estaban estacionados y estaban siendo cargados en la cancha de fútbol.
Relató que esa noche él estuvo junto al entonces coronel Rosso José Serrano, comandante de la Policía en el Quindío, en la universidad La Gran Colombia como jurados de un reinado que allí se realizaba.
“Terminó el evento y nos despedimos. No habían pasado 20 minutos cuando recibí una llamada suya en la que me dijo lo que estaba ocurriendo, que él había tenido que salir de su casa con sombrero y una ruana y me pidió que hiciera lo mismo porque los guerrilleros estaban hostigando las viviendas”.
Relató que los subversivos ‘volaron’ la torre de energía que había junto a la escuela República de Francia, frente al colegio San Luis Rey, y así dejaron a oscuras toda la ciudad, lo que necesitaban para poder tomarse la ciudad. Allí no existía el CAI que funciona ahora.
Con esto, empezaron a disparar en el parque Los Fundadores y a las casas fiscales que había allí al frente, donde estaba la del coronel Serrano.
Barros Vélez hizo lo recomendado, salió de su apartamento ubicado en el edificio El Triángulo, en el sector de Laureles y se metió a otra residencia, de donde llamó al entonces gobernador del Quindío, Rodrigo Gómez, y le informó lo que pasaba.
Mientras el alcalde y el gobernador esperaron escondidos, los guerrilleros también se tomaron el comando de Policía, en el barrio Uribe, para evitar que los uniformados reaccionaran, lo que el coronel vio cuando llegó a este sitio.
De acuerdo con Barros Vélez, los subversivos ingresaron al batallón por los cafetales del barrio La Clarita —donde habían alquilado una casa—, al primero que asesinaron fue al guardia del armerillo, para que no los fueran a atacar; con bombas incendiaron los alojamientos y lograron destruir 3 de ellos, lo que no lograron con los helicópteros, máxima arma de combate con que contaba el Ejército, pues cuando la guerrillera ‘La Chiqui’ iba en camino con una bomba para ello, fue asesinada.
A las 8:00 a. m. del otro día, el alcalde y el gobernador fueron informados sobre el cese al fuego y pudieron salir hacia el batallón. Aclaró que las autoridades civiles no fueron hostigadas.
Aseguró que los días posteriores fueron de mucha zozobra y pánico en la ciudadanía, pues el Quindío, que en ese entonces era un ‘remanso de paz’, ya había sufrido la violencia partidista.
“El Quindío no era el objetivo, sino que sufrimos el coletazo de lo que se vivía en el Valle del Cauca”.
Afirmó que lo ocurrido con el batallón Cisneros, “que fue lo más desafiante”, y en el resto de la ciudad esa noche fue consecuencia de la orden del entonces presidente Belisario Betancur, que por los diálogos de paz que se sostuvieron con el M19, pidió no cerrar los corredores entre el Valle del Cauca y el Quindío, que eran bien conocidos por el Ejército y que fue precisamente por donde los guerrilleros ingresaron al departamento. En esta zona existe hoy el batallón de alta montaña.
“El presidente era un hombre tranquilo, pacifista, mientras que el Ejército y la Policía eran guerreristas y no querían obedecerle”.
Por eso los militares, que estaban en contra del proceso, fueron los protagonistas de la retaliación en la toma del Palacio de Justicia, como cobro a lo que había ocurrido en el Quindío.




“Los polvorines no fueron volados gracias a la contraguerrilla San Mateo”
A pesar de que fue un hecho que se lamentó no solo en el departamento sino en el país entero, la tragedia pudo haber sido peor si no es por la intervención de la contraguerrilla del batallón San Mateo, que ese día por cosas de la vida, sus soldados se quedaron a descansar en el Cisneros.
Así lo relató William Orozco Manrique, comerciante independiente de Armenia, quien para 1985 era un soldado raso perteneciente a la contraguerrilla Galeras 5, equipo entrenado para el combate en Boquía, Salento, pero que sicológicamente no estaba listo.
“Ellos fueron los que defendieron el batallón porque estaban bien entrenados, gracias a ellos los polvorines no fueron volados, porque el objetivo de esa guerrilla era destruir todo el sector. Si los insurgentes lograban esa misión no existiría el barrio El Recreo, Las Américas y otros sectores aledaños, la destrucción hubiera sido masiva”, indicó.
Agregó que esa toma empezó 15 días antes, cuando ellos estaban en acuartelamiento en primer grado, solo comían, se bañaban y dormían camuflados en el mismo lugar, porque debían vigilar el batallón por más de 24 horas seguidas.
“Estábamos en alerta roja, sabíamos que la guerrilla se iba a tomar el lugar. Me tocó vigilar 3 días seguidos el polvorín que quedaba aledaño al estadio San José. Este se encontraba enterrado a 12 metros de profundidad, sin embargo era muy vulnerable y fácil de volar”.
La toma también comenzó porque integrantes del M19 que no despertaban sospecha y que se ubicaron en las casas fiscales de esa época, monitoreaban el lugar. “Nosotros estábamos extenuados, porque tuvimos enfrentamientos en Génova y límites con Tolima, además  vigilamos el batallón y el día que descansamos fue la toma”.
Lo primero que se escuchó fue una detonación en el baño de los soldados que estaba cerca a los alojamientos de Galeras 6: “Atacó el frente Quintín Lame que tenía infiltrados en el Ejército, entre ellos el capitán Báez. Esa gente le dio indicaciones al M19 de dónde estaban los polvorines y los alojamientos que querían desaparecer, sin embargo ignoraron que la contraguerrilla del San Mateo estaba descansando”.
Orozco Manrique aseveró que la explosión no le dio tiempo de reaccionar y lo que se pudo hacer en ese momento fue correr.
“Hubo un cabo que me dio un uniforme y su fusil, le pregunté por qué me daba su dotación y me contestó que no estaba listo para ese tipo de enfrentamientos. Tenía miedo y mejor se quedaba con los reclutas, lo mismo pasó con el teniente Peña, quien estaba escondido en la tienda del soldado y era el que nos mandaba. No voy a negar, estaba muy asustado, pero era mi vida la que debía defender. Yo en ese momento había violado los códigos porque ese día dormí sin uniforme y sin arma”.
Los únicos alojamientos que el M-19 pudo volar fueron los de las contraguerrillas, por fortuna las bombas colocadas no afectaron a ninguno del equipo donde estaba Orozco Manrique.
“Uno de mis compañeros que estaba en la garita fue degollado y le robaron el armamento. Que yo recuerde fueron 4 las bajas de soldados, en total fueron 12 los muertos, aunque no sé si se ocultaron más víctimas”.
Luego de la toma hubo acuartelamiento de primer grado por casi cuatro meses, no pudieron salir a la calle y dormían en los polvorines porque no se descartaba un nuevo ataque.



Los gritos afuera, el silencio adentro . Historias de los vecinos
A los habitantes del sector del barrio San José de Armenia los despertó una explosión. En un instante, el sueño apacible se transformó en zozobra y poco a poco la incertidumbre se convirtió en temor tras los disparos incesantes, gritos ininteligibles y más explosiones.
Aunque no estaba seguro de lo que sucedía, para José Jairo Buitrago era fácil intuirlo: el batallón Cisneros estaba siendo atacado por  la guerrilla. Su familia llevaba tres años viviendo frente a uno de los puestos de guardia y diagonal a las oficinas de la inteligencia del Ejército.
En ese momento, don José tenía 45 años y mientras escuchaba los ecos del combate, su único pensamiento era mantener a salvo a su familia.
Le ordenó a sus seres queridos mantenerse en el piso, en silencio y que se arrastrara con cuidado hasta la habitación del fondo.
“Cada explosión hacía retumbar la casa, como si se fuera a caer”, recuerda. 30 años transcurridos no han sido suficientes para olvidar aquella madrugada.
Su hijo, Luis Gabriel Buitrago, que para ese entonces tenía 6 años, afirma que las remembranzas le llegan por ráfagas, como los destellos que se alcanzaban a percibir esa noche a través del velo de las cortinas.
“Las imágenes son un tanto fugaces, pero lo más impresionante se queda en la memoria. Recuerdo que me despertaron tirándome de la cama. Mi hermana mayor me agarró y me lanzó al suelo y nos fuimos arrastrando hasta la habitación del fondo de la casa”.
Don José Jairo asegura que aproximadamente a las 5:30 de la mañana, los estallidos, las explosiones y los gritos se fueron apagando hasta diluirse con el alba. Su familia resultó ilesa y la casa terminó sin rastros de disparos.
“Después de la toma,  los comentarios, de los que la vivieron allá adentro, era que antes de comenzar, entraron dos jeep camuflados que habían confundido a todo el mundo. Nos contaron que el almacén de las armas estaba cerrado y que los únicos que estaban armados eran los centinelas. Nos dijeron que los primeros muertos fueron los centinelas de abajo, cerca a la cañada, porque horas antes unas muchachas habían estado seduciéndolos y terminaron degollándolos. También recordaban a una guerrillera que gritó: ‘Me dieron’ y le respondieron: ‘Suicídese’”.
***
A solo cuadra y media de la casa de los Buitrago, está ‘La garita del batallón Cisneros’, una miscelánea con 40 años de tradición en el barrio San José, que siempre ha tenido a la cabeza, a su propietaria, doña Mónica Herrera. Ella tiene muy presente que el día de la toma,  veía una película, mientras sus hijos y la señora que le colaboraba dormían.
“Escuché disparos, gritos y explosiones, me asomé un poquito por la ventana y alcancé a ver a personas armadas. Pasaban agachadas, tratando de ocultarse de la guardia. Entonces la señora que cuidaba a mis hijos nos dijo: ‘No se asomen por las ventanas, que se entró la guerrilla, se meten todos debajo de la cama’. Sin embargo, yo me subí para la terraza y desde allí podía ver más gente gritando”.
Doña Mónica relata que una hora más tarde, los bomberos  intentaron entrar a apagar un conato de incendio en los cuarteles pero que los balazos los hicieron retroceder. “Solo hasta a las 4:00 de la mañana lograron entrar”.
Como propietaria de la tienda, a donde a diario acudían los militares, doña Mónica conoció más historias de la toma, de primera mano, que cualquier otro vecino.
“Contaban que el centinela, que estaba cuidando del lado de la cañada, escuchó que lo llamaban muchachitas en chort tratando de seducirlo, pero que él no cayó en la trampa, trató de avisar pero lo atacaron y lo hirieron. También contaban de una guerrillera con una granada en la mano, desesperada buscando el polvorín, pero que un soldado la vio e intentó detenerla, entonces la granada  explotó y los mató. Hablaban de un cabo al que la guerrilla metió dentro de una zanja y lo torturaba con ácido para que les dijera dónde estaba el polvorín”.
Más allá de las historias, en la memoria de doña Mónica quedó grabado para siempre la madrugada histórica cuando un comando de la guerrilla se quiso tomar el batallón Cisneros y ella, desde la terraza de su casa, se convirtió en testigo de excepción.
***
Al otro lado de la ciudad, en el barrio El Recreo vivía Dorita Arbeláez González, quien recuerda que horas antes, hombres armados habían pasado alertando a los civiles para que se resguardarán en sus casas.
También trae a su memoria que, una vez empezada la toma, por las ventanas se veía como los guerrilleros, subidos en los techos de los vecinos disparaban hacia el batallón. Y que ella, con el resto de su familia, trataba de guardar silencio, no hacer ruido para no llamar la atención, mientras afuera los disparos y los gritos de ambos bandos se confundían en medio del desespero y la incertidumbre propiciada por la oscuridad. Todos los miembros de su familia se escondieron debajo de las camas, mientras su padre no paraba de orar.
“Al otro día, salimos de la casa y lo primero que me llamó la atención fue ver a una guerrillera muerta, tirada en la cancha, supuestamente ella era la que iba a tirar la granada al polvorín”.
Hoy, a sus 56 años, Dorita comprende que la toma del batallón Cisneros, representó una noche de terror, de la cual nunca se olvidará pero que por fortuna no se volverá a dar.

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