Por
Pedro Grima Gallardo
A
nivel planetario el mayor peligro sigue siendo la guerra. La historia de la
Humanidad es una guerra constante con
algunos breves tiempos de paz. El militarismo ha sido esencial al desarrollo de
los Imperios. No hay uno solo Imperio que haya sido capaz de unir a los países (sectas,
tribus, familias, comunidades) usando como aglutinante un mensaje de paz,
solidaridad, igualdad. El militarismo es cruel, su objetivo es la muerte. No
solo la de sus enemigos, sino la de sus propios soldados. En la guerra todo se
vuelve obsoleto en pocos años. Todo es desechable, incluyendo los soldados. Eso
la hace muy costosa y una vez asumida irreversible. Se gana o se pierde, sin
términos medios. Si Dios y la Pachamama no nos ayudan, nosotros o nuestros
hijos o nietos, serán testigos de la locura humana desatada en toda su
intensidad. Afortunadamente las grandes potencias se tienen miedo porque la
potencia de fuego puesta al servicio de la guerra supera la supervivencia de la
vida en el planeta varias veces. Si Fukushima es apenas un punto y ha
contaminado una gran parte del océano Pacífico, imaginen por un momento un
ataque masivo a las centrales nucleares de los países en conflicto.
En
el ajedrez cuando el centro está trancado se juega por los flancos. La presión
crea puntos rojos de conflicto. Uno de ellos es América Latina y
particularmente Venezuela. Otro evidente y sin discusión es el Medio Oriente.
La intervención de Rusia debe servir para traer la paz al Medio Oriente y no
para aumentar el conflicto, como pareciera es el objetivo de otros países. El
reto es construir la paz antes de que las partes se destruyan.
En Venezuela, a pesar de las fuerzas diabólicas que buscan un
estado de enfrentamiento, éstas no han conseguido una base social que les
permita su locura a escala nacional. El nuestro es un país de paz, desafortunadamente
penetrado por los siete grandes pecados propios del capitalismo (antes
mercantilismo) que gobernó estas tierras desde la época colonial: la soberbia,
la envidia, la avaricia, la lujuria, la gula y la pereza. Estos pecados no son
nuestros valores. Los venezolanos no
somos así. Somos algo creídos, pero para nada envidiosos ni avariciosos, somos
felices con lo que tenemos y extremadamente solidarios: damos y ofrecemos lo
que no tenemos. No somos lujuriosos, somos latinos. Nos gusta comer (¿a quién
no?). Y no somos perezosos, lo que pasa es que no nos gusta que nos exploten y
mucho menos que nos esclavicen, como pretendían esos españoles del siglo XV. Los
venezolanos originarios prefirieron la muerte a ser esclavizados. Esa voluntad
de ser libres estaba en la sangre de Simón Bolívar y su Pueblo. La guerra de
independencia contra España nos costó la mitad de nuestra población.
Estados Unidos nos está haciendo mucho daño sin necesidad.
Están apoyando una derecha que no se puede mantener en el poder. La única forma
es que nos invadan y masacren a la mitad de la población. ¿Serán capaces de
tanto horror? Nosotros por el contrario le ofrecemos la visión de Simón
Rodríguez, la de una sola América. Más grande que la Gran Colombia: la Gran
América. Eso sucederá algún día, aunque sea por la simple razón que los latinos
follamos como conejos y ya los tenemos invadidos: el 25% de la población de
Estados Unidos ya es latina.