En días recientes el profesor Tomás Mulian obtuvo el Premio Nacional de Humanidades 2015 entregado por el Ministerio de Educación Chile, premio que alegra a todos y todas quienes hemos tenido oportunidad de cursar estudios con él pues sabemos cuánto se lo merece. Aprovechando la ocasión, hago paráfrasis del que creo es su mejor trabajo Chile actual: anatomía de un mito (1997), donde hace una radiografía de las consecuencias económicas, sociales y culturales de la dictadura y el legado de la misma administrado por La Concertación. Es mi forma de rendierle homenaje en especial el día de hoy, en un nuevo aniversario del golpe de Estado que acabó con el gobierno de la Unidad Popular y la vida de tantos y tantas hombres y mujeres.
La historia del golpe de Estado facho-neoliberal contra Allende y la democracia chilena el 11 de septiembre de 1973, es historia conocida. Las condiciones del mismo fueron creadas por diversas vías, pero ninguna como la guerra económica destacó tanto. Se ha escrito sobre ello, e inclusive, para la posteridad quedaron las reiteradas declaraciones de representantes del gobierno norteamericano –incluyendo al propio Nixon y su Secretario de Estado Henry Kissinger -, así como comunicaciones y documentos –como los Documentos secretos de la ITT revelados por el periodista norteamericano Jack Anderson.
A este respecto, vale la pena destacar dos cosas. La primera, la manera cómo reaccionó la burguesía chilena y transnacional ante la política inclusiva del Gobierno de la Unidad Popular. De entrada, Allende adelantó una reforma agraria con el claro propósito no solo de democratizar la tierra, sino de aumentar la producción y con ella la disponibilidad de alimentos para la población, al tiempo que se ocupó en defender el salario de los trabajadores y aumentar el poder adquisitivo, de las cuales, valga decir, las propias clases medias anti-Allende fueron especialmente beneficiadas. Como resultado, para 1971, tanto la producción como el consumo aumentaron al tiempo que se reducían la inflación y el desempleo.
Sin embargo, la política inclusiva de Allende comenzó a ser acusada, entre otras cosas, de “consumismo socialista” por la derecha pero también por sectores de la izquierda “radical”. Con el comienzo de la confrontación lanzada por la derecha para polarizar a la población y, finalmente, derrocar a Allende, la producción en el sector privado se fue reduciendo, encargándose los voceros de los gremios empresariales de presionar al gobierno y para conceder aumentos de los precios o devaluar la moneda para reducir las “distorsiones macroeconómicas”.
Así las cosas, a política de inclusión social lanzada por la Unidad Popular como estrategia para saldar la deuda histórica de exclusión, y al mismo tiempo, crear las condiciones para un salto adelante socialista, fue acusada de ser un “modelo fracasado”. ¿Por quienes? Pues, por los profetas del exceso, los alumnos chilenos de Milton Friedman, los chicos de Chicago, la manada de expertos económicos a sueldo educados en para servir a las corporaciones desde las instancias públicas, en manipular a favor los efectos que sobre la economía generan los saboteos inducidos por ellos mismos.
La negativa de inversión por parte de los sectores empresariales chilenos llevó al gobierno de Allende a tomar varias medidas, entre ellas, aumentar las importaciones y buscar créditos en el extranjero. Pero también Allende avanzó en la confiscación de empresas de capital extranjero y especialmente norteamericanas, ligadas a la principal industria nacional: el cobre. Los norteamericanos tomaron el mensaje y agudizaron la guerra económica aprobando las famosas Enmiendas Hickenlooper y González, que instruían a los representantes de Estados Unidos en instituciones de crédito multilaterales (BID, FMI, etc.) a votar contra los préstamos a países que expropiaban compañías norteamericanas sin pagar compensación. Esta orden se haría extensiva por la vía de hecho a otros países aliados a Nixon en su guerra contra Allende. Fue el frente externo de la guerra económica.
La segunda cuestión, pasó por la manipulación de la crítica de “izquierda” para dividir, desmoralizar y debilitar las filas populares y facilitar el trabajo de la reacción. Desde luego, sería injusto meter en un mismo saco a tan variados críticos del gobierno de Allende incluyendo a quienes, como Miguel Henríquez, murieron resistiendo a la dictadura. Sin embargo, no puede pasarse por alto la siniestras actuaciones de sujetos como Osvaldo Romo, quien durante los tiempos de la Unidad Popular se haría célebre como combativo y radical líder de la “izquierda”, que al menos una vez, públicamente increpó a Allende acusándolo de reformistay de pactar con la derecha, de ser un obstáculo más que una vía para el socialismo. Caído Allende, Romo se revelaría como lo que desde el principio fue: un oficial de Ejército infiltrado como agente dentro de las filas del movimiento popular incluyendo al propio MIR, cuyo papel además de azuzar divisiones fue el de identificar a los más activos y valiosos miembros de la izquierda militante para eliminarlos. Esta información resultó muy valiosa para desmantelar al MIR y a la Resistencia durante la dictadura. Pero Romo no fue solo un delator: fue el torturado más furioso y sádico de las hordas pinochetistas.
A todas estas, la parte de la historia no suficientemente contada es que las recetas de los neoliberales nunca resultaron exitosas para aliviar los desequilibrios económicos utilizados como argumentos para justificar el golpe de Estado. Y ese fue particularmente el caso de la inflación. En el último año de Allende, la inflación inducida por la especulación, el acaparamiento, la huelga de inversiones privadas y el estrangulamiento externo, llegó al 500%. Pero de hecho, en el primer año de la dictadura (1974) llegó al 746,2% y durante toda la misma siempre sería superior a los dos dígitos excepto en un solo año (1981), siendo el promedio anual de 87,7%. Ciertamente, cualquiera diría que pasar de 746% en el primer año a 21% en el último es una reducción exitosa. Pero además del hecho de que en los propios cánones neoliberales un 20% de inflación es señal de un “modelo fracasado”, lo cierto es que tal reducción se alcanzó luego de una brutal devaluación y precarización del poder adquisitivo de la población, que hizo bajar la inflación por la vía del subconsumo, es decir, porque la gente fue dejando de comprar. Este último efecto obligaría a los neoliberales y a los propios jefes de la dictadura a replantearse las cosas, no por consideraciones de orden social o humanitario sino preocupados por la propia sobrevivencia del régimen y la rentabilidad de las empresas. Pero la vía escogida fue la de devolver el poder adquisitivo de la población no mejorando su salario o abaratando los precios, sino promoviendo el endeudamiento familiar e individual en medio de un modelo económico que promueve (oh paradoja) el “exceso “de liquidez y el consumismo pero de tal forma que termina siendo un negocio extraordinario para la banca y el gran comercio. De tal suerte, al final de la dictadura, pero especialmente durante los años de La Concertación, se conformaría la trampa crediticia de la que se encuentra prisionera la población chilena hasta la actualidad: precios relativamente bajos y estables con respecto a su pares regionales, pero inaccesibles para la gran mayoría dada la precariedad salarial y laboral, que solo puede acceder a los bienes que consume y los servicios (incluyendo la salud y la educación a todos los niveles) endeudándose, de manera que paga todo como si dijéramos dos veces: al momento que los adquiere con un dinero que no es suyo, y al momento en que debe pagar las cuotas e intereses del crédito que recibió para adquirirlos.
La crisis de la sociedad chilena al menos desde 2008, cuando estalló la burbuja crediticia mundial, es que dicho modelo es cada vez más insostenible, dado que la acumulación de deuda por parte de las familias supera con creces su ingreso mensual, ingreso buena parte del cual lo utiliza para pagar las deudas adquiridas, lo que las lleva a adquirir nuevas deudas para costearse el diario y así sucesivamente.