Carlos
Leyba
El Producto por habitante, la medida
más razonable de las posibilidades de bienestar de una sociedad, en estos días,
es menor al de 2011; y la mejora esperada para 2017 no va a representar, en el
mejor de los casos, un gran
avance.
El apaciguamiento de la inflación,
logrado a base de tasas de interés y reducción de la demanda interna, como
consecuencia de la política tarifaria, manifestó este mes un respingo inclusive
en algunos rubros de la inflación núcleo.
La UCA informa de un reciente
incremento en la pobreza; y la oficina estadística de la Ciudad apunta un
incremento en el desempleo.
El consumo no repunta; muchos
industriales acusan “desleal” competencia importada; en las fronteras se agolpan
los que cruzan a la búsqueda de oportunidades de importación.
No es ayer. Es
hoy.
Todo eso da torta menguada. Un
escenario complejo en el que la posibilidad de evitar escalada de conflictos es
baja.
Así como la inflación no se puede
combatir sin política de ingresos, que coordine tarifas e impuestos, tampoco el
crecimiento se puede lograr con un catalejos para observar brotes verdes. En
rigor requiere de una concepción global y sistémica de la política económica. Es
lo que sin duda hoy está ausente.
No es serio ni sólido cerrar la
valija cortando lo que sobra: cuando lleguemos nos faltarán piernas y mangas y
el traje no habrá llegado.
Ni mesas sectoriales, ni
convenciones colectivas, que son parciales, pueden resolver un conflicto global:
el todo no es lo mismo que la suma de las partes. No hay soluciones simples para
problemas complejos. Y lo que se hace sin tiempo no
dura.
Estas condiciones propias de “la
política” (el todo, lo global y simultáneo, lo complejo, darse tiempo) poco
tiene que ver con las condiciones típicas de la gestión empresaria. En ésta,
probablemente, la velocidad y los arreglos parciales pueden dar frutos
acumulativos.
El gobierno necesita entender que no
estamos ante problemas de gestión sino ante problemas de política. O que no es
lo mismo la pedagogía que el marketing. La confusión siempre extravía. Caminar,
dentro del tren en marcha, en dirección contraria a la de la locomotora no nos
retorna a la estación de origen.
La política es la administración de
lo colectivo: no hay posibilidad de desplazar problemas en el tiempo y en
el espacio. No hay afuera.
La gestión empresaria, por el
contrario, es la administración de lo particular: el desplazamiento es posible y
tal vez meritorio.
La política armoniza. La gestión
compite. La gestión PRO ¿lo entiende? La cultura CEO parece por ahora marcar el
ritmo. Es una respuesta.
La continuidad de este modo de
pensar y de hacer, hasta ahora, no ha logrado resultados suficientes como para
insolventar los conflictos.
Es que la manera de pensar y de
actuar del gobierno obnubila la observación, en todas sus dimensiones, del
Estado de Malestar en el que estamos.
Y es el Estado de Malestar lo que
explica los conflictos y marchas que se han sucedido en estos días, más allá del
aprovechamiento político que pretenden obtener aquellos que han profundizado los
males que hoy sufrimos.
La multitudinaria marcha de la
CGT ha puesto en blanco y negro la imperiosa necesidad de abandonar el
“vamos por parte”. Señaló que no se solucionan los problemas dividiéndolos o
tratándolos en “mesas
sectoriales”.
La CGT marchó para reclamar, a
quienes gobiernan y a todas las fuerzas políticas y al empresariado, que deben
comprender que el malestar que se ha expresado en la calle y que reflejan las
encuestas, es consecuencia de un problema global y no de cuestiones
particulares.
Todas las mediciones de los últimos
días coinciden en la caída de la confianza en el gobierno y la disminución
de las expectativas positivas acerca del futuro.
Puertas adentro expectativas flojas
y, en la calle, intensidad de la protesta. Y los anhelados “inversores del
exterior”, con esa información, están en la otra orilla esperando con más dudas
que entusiasmo. Como diría JJ Ortega y Gasset: “inversores a las cosas”. No
están.
El Estado de Malestar no ha sido
causado por este gobierno. Pero a él sí le caben responsabilidades
proporcionales a la brevedad de su presencia. Sin embargo, y esto es lo más
grave, hay una enorme responsabilidad en ciernes que la marcha de la CGT ha
denunciado.
Esa responsabilidad en ciernes es la
de la cultura o ideología económica que, al menos, mucho miembros de este
gobierno dicen compartir.
Un signo evidente de la vigencia de
esa cultura es el reducir el objetivo de la política económica a la lucha contra
la inflación; y el pretender hacerlo con una sola herramienta que es la tasa de
interés. Y detrás de ese signo de por sí elocuente, del otro lado del espejo,
esta la construcción de una política de endeudamiento externo y revaluación del
tipo de cambio.
Uno de los más prestigiosos
economista que integra el gobierno ha declarado que “deberemos convivir por
mucho tiempo con el retraso
cambiario”.
Es decir estamos ante el propósito
de un ancla cambiaria. Ancla atada al cuello de una economía que hace cinco años
que no crece y que no invierte. Si esa economía es lanzada al mar – abriendo
aceleradamente la economía al libre comercio – sin flotadores (sin una
estrategia de desarrollo), justamente cuando los excedentes de los países
exportadores de industria se acrecientan, a causa de las barreras del gran
consumidor americano, estamos condenados a un ahogo inevitable. Aceleración
librecambista más ausencia de estrategia de desarrollo significa la
profundización del malestar y un incremento de la conflictividad.
El gobierno no es el responsable del
malestar. Pero si lo será de sostener los mismos errores de la cultura económica
que destruyó el Estado de Bienestar y nos sumió hace 40 años en este Estado de
Malestar. Estado sufriente a veces suavizado, por un tiempo, por los flujos de
la deuda o por los ingresos de la soja. No hay suficiente suavizante a la vista.
La soja no volverá, el petróleo no aumentará y la deuda es una
enfermedad.
La marcha de la CGT advierte más
allá de los problemas de empleo y de salarios, las causas del malestar. Expuso
la medición del termómetro social que “las redes sociales” no
comunican.
El acto reivindicó el derecho de las
organizaciones de los trabajadores a participar en el diseño de las políticas y
no sólo a participar sectorialmente de las discusiones salariales y de las
condiciones de trabajo.
Es la concepción y la ejecución de
la política, tanto la de coyuntura como la de largo plazo, la que determina el
nivel de empleo y el valor real de los salarios. Y es legítimo, y además
conveniente, que las voces de los trabajadores, los empresarios, y por qué no de
las demás fuerzas políticas, sean escuchadas (que no es lo mismo que oír) en la
discusión de la estrategia, del rumbo, del largo plazo.
Esta razón de la marcha ha sido
explicitada una y otra vez por los dirigentes de la CGT. Y además no es una
concepción nueva.
Sostener y garantizar esa visión,
participar y comprometerse en la definición del rumbo de la Nación, le costó la
vida a José Ignacio Rucci que fue asesinado por los “imberbes” que entendían que
esa concepción superior del movimiento obrero, la concepción nacional, era la
claudicación de la “burocracia sindical”. Los “imberbes” en plena democracia
militaron en la doctrina de “cuando peor, mejor”. Conocemos la consecuencia de
esa provocación.
En este acto, con la misma
lógica, los herederos de las dos consignas, “burocracia sindical” y
“cuánto mejor, peor”, se hicieron presentes en un reclamo al que no habían sido
invitados. Un reclamo que básicamente no comparten. La prueba es trataron de
impedir la aclaración del
mensaje.
Esos grupos, incapaces de convocar y
proponer, históricamente han tratado de copar las manifestaciones, de manera
violenta, para callar la voz de los que sí tienen capacidad de representación y
convocatoria.
Es muy importante que todos lo
tengamos en cuenta.
La CGT construye oportunidades
políticas con la generosidad de los que representan a los que más sufren del
Estado de Malestar.
El Movimiento Obrero reclama
participar junto con el empresariado y las demás fuerzas políticas, y el
gobierno convocando, en la discusión de la estrategia de construcción del Estado
de Bienestar.
Es necesario que la mezquindad de
las tácticas electorales no impida identificar el conflicto principal que es la
realidad. Una realidad que hay que gobernar y que no hay que dejarse gobernar
por ella.
Si el gobierno pretende minimizar el
acontecimiento, es decir, reducir la marcha a las escenas de violencia; o si le
adjudica a la CGT la vocación de un programa partidista, pequeño, entonces habrá
caído en la trampa de los
provocadores.
El gobierno a partir de esta marcha
y la pérdida de expectativas de la mayor parte de la sociedad, está obligado a
una profunda y honesta reflexión sobre el estado de la Nación; y a una
conversión de la soberbia imprudente en humildad de
escucha.
Muchos jóvenes, con pensamiento
sorprendentemente, viejo repiten en el seno del gobierno, como tantas otras
veces, la complicación de los “traductores”. “Traduttore traditore”.
Siempre la traducción, por
definición, llega tarde, y conlleva el riesgo del lavado de cerebro del mensaje
de los países centrales: “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.
La CGT les reclama que se ocupen de
estudiar lo que realmente hacen los países exitosos de ayer y de ahora. Estudiar
y pensar, y no repetir traduciendo, es el primer paso para salir del Estado de
Malestar en el que peligrosamente nos estamos internando.
La CGT y muchos empresarios que los han
acompañado, advierten los peligros que otros no ven. La construcción de consenso
para salir del Estado de Malestar es un segundo paso que tenemos que dar: no hay
alternativa.