(Adjuntamos otro
comentario de Nac & Pop)
Por: Rosa Miriam
Elizalde
Ignacio
Ramonet. Foto: Archivo.
Palabras
de Rosa Miriam Elizalde, Vicepresidenta de la UPEC, en la presentación
de “El imperio
de la vigilancia”, de Ignacio
Ramonet, en laFeria
Internacional del Libro de La Habana, el 12 de febrero de
2017.
La
distopía de sociedad que representó 1984, la novela de George Orwell, repleta de
recursos increíbles para la vigilancia, nos tiene zambullidos hoy en un mundo
extraño y contradictorio. El pasado ha vuelto. Facebook ha
rescatado los “dos minutos de odio” diarios, aquel ejercicio obligatorio de los
ciudadanos de Oceanía en el que todos entraban en trance, descargando su ira
verbal contra el que disiente del sistema orwelliano. Los flujos de
información van y vienen, invisibles por el aire y quedan almacenados en
cascadas de servidores. El Big Data permite a la información
interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones. Es un indicador
de cuánto saben las grandes empresas de nosotros y lo más preocupante, expone lo
fácil que está siendo convertir a las cacareadas democracias en dictaduras de la
información dispuestas a encerrar a cada ciudadano en una burbuja observable,
parametrizada y previsible.
El
imperio de la vigilancia, de Ignacio Ramonet, parece estar escrito por Winston
Smith, el protagonista de 1984, tras resucitar con el campanazo deEdward
Snowden, el ex agente de la CIA que reveló las escandalosas
violaciones y el espionaje masivo de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), de
los Estados Unidos. Pero
el tono de la lúcida aproximación a los “estados orwelianos” que ofrece este
libro, parece estar marcado no tanto por lo que dijo Snowden el 7 de junio de
2013 -él en definitiva dio cuerpo a lo que ya sabíamos-, sino por la escasa
conciencia o la indiferencia frente al ejército de la vigilancia y el control
mundial, que hace su agosto en nombre de la lucha contra el terrorismo y al
amparo del proceso de centralización que ha sufrido Internet en los últimos
años.
Ramonet,
director de Le Monde Diplomatique en español, especialista en geopolítica y
estrategia internacional, consultor de la ONU, cofundador de Media Watch Global,
autor de Cien horas con Fidel y de Hugo Chávez: Mi primera vida,
formidable periodista por más señas, en esta ocasión explora a grandes trazos la
historia del gran sistema de vigilancia basado en las nuevas tecnologías, que
comenzó a fraguarse hace casi 8 décadas y que ha terminado cambiando la
estructura del control, antes un poder casi exclusivo del Estado, ahora en manos
públicas y privadas.
Tras
la Segunda Guerra Mundial, EEUU y Reino Unido crearon UKUSA, la alianza de cinco
países para hacer frente a los soviéticos. De ahí nació la red Echelon, el
sistema mundial que intercepta comunicaciones privadas y públicas, y que no ha
dejado de crecer y extenderse a todos los nuevos medios de
comunicación. A la cabeza de esta red está la NSA y su núcleo, la
Special Source Operations (SSO), el servicio de información más poderoso de la
Tierra. Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft y otras grandes compañías
de Internet le suministran una ingente masa de información y, a la vez, sacan
enorme provecho económico del pastel on line.
“Con
la centralización de Internet, la ‘democracia digital’, en la que se pudo creer
en los albores, se ha revelado como una impostura y un
engañabobos”,
escribe Ramonet, quien aporta tal profusión de pruebas de lo que dice que
incluso aquel lector familiarizado con estos temas quedará sobrecogido. En esa
misma dirección avanzan, en la segunda parte del libro, las entrevistas con
Julian Assange, fundador de Wikileaks y refugiado en la Embajada de Ecuador en
Londres, y con Noam Chomsky, el académico que revolucionó la lingüística moderna
y ha hecho la crítica más feroz a los medios de comunicación convertidos en
empresas privadas, muchas de ellas transnacionales y siempre afiliadas a la
dominación ideológica. (Una lectura, por cierto, que deberíamos reemprender los
cubanos a la luz de los cambios económicos y comunicacionales que estamos
viviendo).
El
conocimiento y la evidencia empírica contrastada le dan la razón a Ramonet.
Cuando terminé de leer el libro no pude dejar de recordar una entrevista
reciente que le hicieron a Martin Hilbert, experto en redes digitales que ha
dirigido un ambicioso proyecto para determinar cuánta información digital hay en
las redes de este mundo. Él decía que la última vez que se actualizó el
estudio reveló que había 5 Zetabyte de datos en Internet. Un ZB es un 1 con
21 ceros, que no dice mucho al lector común. Pero si se traslada ese volumen de
información a libros, por ejemplo, convirtiendo las imágenes a su equivalente en
letras, 5 ZB significa que se podrían hacer 4500 montañas que lleguen hasta el
sol. Solo en los dos últimos años se han creado tantos datos como los
que se generaron desde la prehistoria hasta el 2014. Cada 30 meses se
duplica toda la información precedente, de modo que ahora mismo existen unos 10
ZB en disco duro. Es decir, 10 mil montañas de libros hacia las
estrellas.
Mientras
la información de casi todo lo que hacemos día tras día crece a esos niveles
casi inconcebibles, el poder de computación aumenta tres veces más rápido. Se
duplica en menos de un año y mejora la capacidad que tienen las máquinas de
crear redes neuronales que funcionan de manera muy similar al cerebro y que
organizan en cuestiones de milisegundos millones de datos
dispersos.
El
imperio de la vigilancia devela esa realidad y nos recuerda que “a nuestro
alrededor merodea permanentemente un Big Brother”. Todo es espiado en la
sociedad exhibicionista de la vigilancia y el control, que se da el lujo de
tener millones de “soplones voluntarios”, como llama Ramonet a quienes se
colocan alegremente un grillete electrónico. Este libro es una alerta
precavida de lo que ha comenzado siendo el siglo XXI, una cibergeografía viciada
de totalitarismo, no sólo político sino mental. Facebook es supuestamente
gratis, pero vale billones de dólares por la información de todos nosotros que
posee y subasta. Los robots de Google leen los correos electrónicos que
se envían y reciben a través de su servicio de correo, Gmail, para incluir en
ellos publicidad relevante y de supuesto interés para el
internauta.
Hoy
la huella de que una persona existe es su teléfono. Con los datos del celular,
con los llamados metadatos, o sea sin escuchar cada conversación ni saber con
quién se habla, sino sólo con qué frecuencia y con qué duración se utiliza el
móvil, se puede hacer ingeniería inversa y reproducir el 90 por ciento de los
resultados de un censo. De las diez empresas del mundo tasadas a un
precio más alto, cinco son proveedoras de información. Esas pocas compañías
poseen tantos datos y tal magnitud de procesamiento para identificar
correlaciones, que han adquirido la capacidad de predecir lo que va a ocurrir e
identificar el “pre-delito”, como en la película Minority Report. Y
como saben muy bien los informáticos, cuando algo se puede predecir, también se
puede programar. A máquinas y a personas.
No
pasó ni un año de la primera edición de “El imperio de la
vigilancia” y nuevos hechos confirman los argumentos de Ramonet. Hemos
visto como en Estados Unidos se han manipulado a los electores estadounidenses
sin ningún escrúpulo a través de las redes. A partir de algoritmos que han
probado que con 100 likes de una persona en Facebook se puede predecir su
orientación sexual, sus opiniones religiosas y políticas, su nivel de
inteligencia y de felicidad; que con 250 likes, se puede adivinar el resultado
de un test de personalidad mejor que como lo haría la pareja del individuo, y
que con unos pocos likes adicionales, se puede saber más de una persona que ella
misma, la compañía Cambridge Analytica construyó un perfil psicométrico personal
para cada adulto de EEUU, a través de bases de datos comerciales y análisis de
redes sociales. Su herramienta le permitió a los expertos de la campaña
de Donald Trump ajustar los mensajes exactamente a los intereses y gustos
particulares de cada individuo, proporcionando así el margen clave para la
victoria del republicano, que pagó 5 millones de dólares a Cambridge
Analytica.
Casi
todos los mensajes emitidos por Trump se basaban en datos y estaban dirigidos a
bloques específicos de electores, de modo que su aparente dispersión no fue sino
un cuidadoso reparto personalizado para persuadir a los votantes. El mecanismo
es diabólico y un arma de fragmentación al servicio de esa dictadura
informacional de la cual nos habla Ramonet, que opera sin ningún amarre
jurídico, y que puede traer consecuencias devastadoras para el
planeta.
Como
lo fue la novela de Orwell a fines de la década del 40 del siglo pasado, este
nuevo libro es un retrato de la sociedad de la vigilancia y un aviso de lo que
podría ser la sociedad humana bajo un régimen semejante. Nos dice que el
Gran Hermano es un poder tosco al lado de la red de organismos supranacionales
no democráticos que se han ido creando e imponiendo, y demuestra de una manera
eficaz, indiscutible y hasta elegante que el verdadero problema del futuro no es
la tecnología, sino la política. Desde tiempos inmemoriales, la
autoridad política ha estado estructurada de manera que, hacia dentro, unos
pocos han gobernado a otros muchos mientras que, hacia fuera, el sistema
internacional se ha organizado de forma jerárquica con un pequeño centro de
poder y una gran periferia. En los dos casos, la dominación se ha basado en la
superior capacidad tecnológica ¿Por qué iban a ser las cosas diferentes ahora en
el imperio de la vigilancia, básicamente se pregunta su
autor?
Pero
no hay que suicidarse: Ramonet llama a actuar a los ciudadanos bajo la
consigna “¡Contra la vigilancia masiva, resistencia masiva!” Reivindica
la lucha individual por mantener un pensamiento crítico, preservar los datos
personales y encriptar los mensajes… También, reclama voluntades a favor de una
Carta universal que dé garantías jurídicas a nuestros derechos en Internet y nos
convoca a que asumamos riesgos, como Snowden, Assange y Bradley Manning, “tres
héroes de nuestro tiempo”.
Gracias,
Ignacio, por este libro. Gracias a la Editorial José Martí por esta edición. Y a
ustedes, mi recomendación más entusiasta: no dejen de leerlo.
(Tomado
de Cubaperiodistas.cu)