Alemanes y británicos se ven obligados a soportar los desprecios y mentiras del presidente de EEUU
El vídeo duele.
Los flashes suenan en el Despacho Oval. Ante la insistencia de los
fotógrafos, una sonriente Angela Merkel le dice a Trump en un inglés
perfectamente comprensible: "¿Quieres que nos demos la mano?".
El presidente hace un gesto difícilmente interpretable. No escucha o no
quiere escuchar. Se queda quieto. A pesar del ruido, es imposible no
apreciar un silencio incómodo. Merkel hace otro gesto difícilmente
interpretable.
¿Ha sido a propósito? Quién sabe. Con él, quién sabe
nada. Desde luego la imagen no ayuda a reparar una relación que, aunque
Trump solo lleve dos meses en la Casa Blanca, tiene ya mucho pasado.
Cuando era candidato, le encantaba amenizar sus mítines con esos cuentos
de ciudades europeas tomadas por el islamismo radical en las que ningún
blanco está seguro. Alemania era un objetivo perfecto y su canciller,
también. "Solía pensar que era una gran líder pero lo que ha hecho es
una desgracia, ¿en qué demonios estaba pensando?".
"Lo que ha hecho", por supuesto, es acoger refugiados. Un pecado capital
en el mundo de Trump, claro. Y por supuesto no podía dejar de ir un
poco más allá. "La gente en Alemania se va a levantar. Van a derribar su gobierno".
Música para los oídos de los xenófobos de Alternative für Deutschland
(AfD), con unas elecciones que llegan en unos meses. Todo eso flotaba el
viernes en el ambiente mientras no se daban la mano.
La "paz americana" que salió de la Segunda Guerra Mundial se desmorona.
A Trump no le importa destruir las alianzas del pasado o tal vez piensa
en alianzas nuevas. Alemania era la gran base estadounidense para
mantener a raya a Rusia durante la Guerra Fría. Todavía aloja a miles de
soldados estadounidense pero, ¿no parece que Trump está más interesado
en mantener a raya a Berlín que a Moscú? Quién sabe.
También el Reino Unido
¿Quién sabe qué es lo que de verdad pretende Trump? Sabemos que
Alemania es la tierra de sus antepasados pero que, como cualquier
estadounidense, se siente mucho más cercano a los británicos. Apoyó,
pronosticó y celebró el Brexit como una "liberación" que presagiaba su
propio triunfo en EEUU. Acertó. Si embargo, no le ha importado insultar
también al Reino Unido en las últimas 24 horas.
Cualquiera que conozca medianamente a Trump sabe que nunca da marcha
atrás. Inventará, porfiará, negará sus propias palabras y sus propios
actos, pero nunca repetirá la fórmula juancarlista de "lo siento mucho,
me he equivocado, no volverá a ocurrir". Trump rara vez rectifica y rara
vez consiente que los suyos lo hagan. Y es ahí donde empieza nuestra
otra crisis diplomática del día.
Hace unos días, en un momento tuitero de calentón, Trump acusó a Obama de haberle espiado durante la campaña.
Los siguientes días han sido un ejemplo perfecto de su alergia a la
rectificación: el FBI, el espionaje, su propio partido... todo el mundo
le ha dicho que no hay pruebas, que no pasó. Pero él no quiere
retractarse ni mucho menos pedir perdón. En una ridícula defensa de lo
indefendible, ha obligado a los suyos a justificarle con argumentos
absurdos hasta que su portavoz leyó en voz alta en la sala de prensa de
la Casa Blanca la teoría de un tertuliano de FOX News. En ella acusaba a
la inteligencia británica de haber espiado a Trump a petición de Obama
para "no dejar huellas americanas".
En Downing Street
ya habían tenido que tragarse un par de sapos de Trump pero esto era
demasiado. La agencia acusada, el normalmente silencioso Government
Communications Headquarters (GCHQ) –similar a la NSA norteamericana– publicaba una nota para
calificar las acusaciones: "Un sinsentido. Totalmente ridículas y
deberían ser ignoradas". ¿Les parece ya una seria crisis diplomática?
Pues esto acaba de empezar.
A las pocas horas se
filtra que el portavoz de la Casa Blanca Sean Spicer y el consejero de
Seguridad Nacional de Trump, el general McMaster, han hablado con el
embajador británico y con Londres para pedir disculpas. "Las ridículas
afirmaciones no se repetirán más", recoge la prensa británica.
Pero dar marcha atrás es un crimen en el universo de Trump. A las pocas
horas la Casa Blanca rectifica la rectificación: en ningún caso se ha
pedido disculpas, sólo se ha tomado nota de las quejas y se ha reiterado
la versión inicial. ¿Qué versión, la del tertuliano de FOX News? Eso ya
da igual.
Así acaba otro día más en la diplomacia
estadounidense de esta nueva era. Una en la que se prefiere ofender a
los dos principales aliados en Europa que dar marcha atrás en una
menudencia que se dijo para no dar marcha atrás en otra menudencia.
Defender la integridad de un tuit presidencial es más importante que la
relación con el Reino Unido. Lo fundamental es no aparentar debilidad,
aunque así se debilite uno más. La era de Trump: quién sabe.