Por Eugenio Viñaspor La pupila insomne |
La influencia del videoclip en la sociedad es integral y las consecuencias que el investigador oriolano Jon E. Illuescas vierte en La dictadura del videoclip (El
Viejo Topo, 2015) son tan preocupantes como la extensión de una
pandemia. Cuatro de cada 10 vídeos subidos a YouTube, la tercera web más
visitada del mundo, son videoclips. Los 10 vídeos más vistos allí, son
videoclips. El 90% de entre los 500 primeros ha sido producido y
promocionado por tan solo tres empresas: Universal, Warner o Sony.
El 100% de estos ha sido aprobado por el máximo responsable de la
empresa con unos fines de consumo muy precisos. Sus firmantes en el
título de crédito, un trasunto de artista más próximo al concepto de
marca o producto que al de artista (sin esconder esta condición), ocupan
7 de las 10 primeras posiciones por seguidores en Twitter, la red
social más utilizada por los jóvenes según Illescas durante el decenio
de análisis. El dominio del videoclip como arma cultural de éxito es incontestable.
“El videoclip es una mercancía cultural y un reproductor de hegemonía”, idea que Illescas estira a partir de los preceptos de Antonio Gramsci.
El también profesor lo demostró así durante la presentación del libro
dentro de las actividades del Festival Internacional de Cine Documental DocsValència.
Espai de No Ficció, que se celebra hasta el próximo domingo día 21. Una
argumentación que destripó todos los condicionantes esenciales que se
unifican en esos 500 videoclips más vistos en la primera década del
universo YouTube con miles de millones de usuarios. La receta básica de
la homogenización incluye individualismo posesivo, exaltación del
narcisismo, competitividad permanente e hipersexualizacón.
Una industria empeñada en desconectar el pensamiento
La búsqueda de un producto lo más efectivo posible tiene -según pone en valor el estudio de Illescas- una relación directa con la juventud.
Es el principal público que, durante los 15 y los 24 años, vive su
mayor producción hormonal. En ese cenit, el lóbulo frontal del cerebro,
el que los homínidos empleamos para pensar o reflexionar, se desactiva
de forma precisa dejando que las imágenes se establezcan de manera
directa. Ese consumo obsesivo, irrefrenable y adictivo, tiene
algunas consideraciones propias de la actual generación, como la
capacidad para digerir un mayor número de planos o la aparición del
hombre dentro de la objetualización del cuerpo; eso sí, por cada hombre en ropa interior o de baño, aparecen 2,5 mujeres en estos vídeos.
Una vez desconectado el pensamiento, el posicionamiento comercial de marcas se impone. El
culto al dinero, la visualización positiva del consumo de drogas, la
riqueza material como sinónimo de felicidad humana, la cosificación de
las personas y, como fijo Karl Marx en sus Manuscritos de economía y filosofía "la
desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la
valorización del mundo de las cosas". Para que la catarsis materialista
suceda, en la deshumanización o la falta de representación de la
condición humana, la hegemonía cultural del videoclip (Britney Spears,
Taylor Swift, Lady Gaga, Bruno Mars, Lil Wayne, Eminem, Miley Cyrus,...
siga la serie) contiene una infrarepresentación de las miserias
del sistema. En concreto, según el trabajo de investigación de Illescas,
muy inferior al 1%. De hecho, la representación de la pobreza
en estos vídeos, según el baremo de pobreza que marca Estados Unidos, es
30 veces inferior a la realidad.
Estrellas sin luz propia
La
dictadura del videoclip abunda en la búsqueda de beneficios con la
agresividad como actitud triunfante. Illescas destacó que "es paradójico
que canciones de melodías muy alegres se expongan en vídeos de
contenido agresivo o violento". Uno de cada tres tienen ese tipo de
contenido de manera explícita. En el caso del rap gangster, el tipo de
rap imperante "desde que MTV desplazara a artistas izquierdosos como Public Enemy en los 90", incluyen manifiestos a favor del tráfico de drogas, el consumismo compulsivo y el trato vejatorio a los más débiles.
En ningún caso se cuestionan las jerarquías, cosa que las justifica en
una actitud escapista hacia los problemas vitales. Una manera evasiva
que, el autor asegura, invita recurrentemente a "olvidarte de todo. bebe
hasta reventar. Bebe hasta que mañana no te acuerdes de lo que has
hecho".
El caso de Public Enemy no es el único de exclusión por el desarrollo de propias ideas. Illescas puso en valor casos como el de Prince "que desapareció cuando se enfrentó a Warner" o el de Michael Jackson,
cuyos problemas por tratar de sacar adelante sus ideas se evidenciaron
cuando grabó el video clip de 'The Don't Care About Us' en una prisión y tuvo que rehacerlo
para que la compañía lo promocionara. "Y hablamos de el mayor
superventas de la historia de la música pop", destacó Illescas, que
focalizó como el sistema de transmisión de canciones en el mundo
pertenece a una estrecha oligarquía con ejemplos como los anteriores. La
pasividad política y el conformismo se oficializa con las declaraciones
de los responsables de los 40 Principales en el libro, que contestan al
investigador que para ello ya hay otras radios.
La
pasividad política y el conformismo encuentra ciertas y sospechosas
salvedades con el respeto a las jerarquías y símbolos patrios. El paso
paradigmático lo puede representar, por ejemplo, esta historia de
fracaso amoroso de Kate Perry a la que el Pentágono contribuyó con la
producción del material militar y la supervisión y aprobación exigida
del producto final. El videoclip hegemónico impone esa idea cruzada del
militarismo y de una ideología política más que concreta. Además, por ir
más allá, como novedad también de la presente generación, el amor se
presenta habitualmente como una inversión no rentable: "lo chulo parece
hacer orgías", apunta el autor. Ahí se conecta la idea predominante del
machismo y la misoginia donde el obviable y ya casi olvidado Robin
Thicke reina con su 'Blurred Lines'.
"Que este tipo de vídeos existan, que suceda, es posible porque se
promociona desde las altas esferas de la industria. No se promociona
otra cosa; se promociona esto". Es decir, que se promociona -y volvemos
al lóbulo frontal del cerebro- el empobrecimiento cognitivo.
El irreversible empobrecimiento musical
El
empobrecimiento no es solo cognitivo. Tiene una relación directa con el
empobrecimiento de la industria. Si bien la música popular pudo
alcanzar a lo largo del siglo XX sus cotas más altas de riqueza armónica
y variedad tonal, también de su especialización con instrumentos
acústicos y eléctricos sobre el escenario, desde hace al menos 20 años
vivimos un pronunciado descenso a la sustitución de músicos por
ordenadores. ¿La razón? "Es más barato. Menos personas cobrando. No hay
que comprar ni reparar instrumentos, no hay que pagar seguros, evitar
accidentes... es todo un ahorro para los empresarios".
El
trabajo disminuye para los músicos cualificados, como detalla en el
libro Illescas, y las inversiones para los estilos musicales que no se
realizan por ordenador van disminuyendo: "basta con ver una lista de
éxitos de los 40 Principales hace 30 años y ahora". Más evidencias se
encuentran en el trabajo de Joan Serra para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y publicado en Scientific Reports.
El español analizó 464.111 canciones entre los años 1955 y 2010 (1.200
días de música ininterrumpida) para concluir que en poco más de medio
siglo la música ha sufrido una drástica reducción de timbres,
estructuras y acotado su variedad tonal. Solo un aspecto musical se ha
incrementado: el volumen.
Una supremacía imparable
"No".
El también profesor de adolescentes asegura que su trabajo y
experiencia "apenas son una gota en un mar de este tipo de contenidos.
Los artistas se han convertido en "rentistas del cuerpo". Desde esa
posición, su papel dentro de las industrias culturales va ligado a la
imagen y no tiene relación con la expresión artística musical. Quizá
algo más con la estética o el audiovisual. Esa "mercancía cultural", ese
ariete imparable que ejerce de "reproductor de la hegemonía cultural"
se sincroniza con otra idea más de Marx: "la producción no solamente
produce un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el
objeto". Es decir, que, como avanza Illescas, estamos en la enésima
vuelta de tuerca del proceso capitalista de la música. Las industrias
buscan la estimulación constante, subiendo un peldaño más y sin retirar
un centímetro de sus posiciones.
"Si
un día un artista aporta una canción que hable, por ejemplo, de la
amistad. No habrá problema. Se le dejará. El problema es que como vuelva
a la próxima con algo así, en la oligarquía le van a preguntar, '¿de
qué vas?'". Illescas, aunque cree que no hay esperanza, cree que donde
se libra esta batalla es en las industrias culturales: "se ha de
ganar la batalla desde allí. Igual que puede haber una inversión en
cine, los gobiernos deben invertir desde el dinero público.
Vivimos en una sociedad donde muchos padres y profesores no son
conscientes de cuál es la influencia o de dónde viene. Si hay videoclips
maravillosos, interesantes, no llegan. Con dinero público, con una
estrategia social, se puede premiar a aquellos trabajos que no atenten
con los valores de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. La
petición es así de básica".
Illescas insiste que la única forma de revertir la situación es "una revolución cultural". Insiste también en la idea de la "batalla cultural" y que "sin industria cultural no hay nada que hacer".
Advierte que, poniendo como ejemplo a uno de sus alumnos, un día le
preguntó por qué le oía a menudo hablar de cocaína. Por qué si no tenía
relación con ella por su edad. El alumno le contestó que no lo sabía bien e Illescas le preguntó si veía Narcos. Este no solo le dijo que sí, si no que le gustaba mucho.
Así que el círculo se ensancha rápidamente al audiovisual desde hace
tiempo y la violencia y la obscenidad campan a sus anchas por imposición
o por omisión: "ninguna de las 500 canciones más vistas en YouTube en
su primera década hace mención a la crisis y el mundo ha vivido su mayor
crisis económica desde 1929".
En
el libro también se da un espacio al videoclip contrahegemónico. El rap
o el trap son estilos habitualmente abiertos a ello, aunque Illescas
insiste que "la cima de esos artistas, como por ejemplo Los Chijos del Maíz o Sons of Aguirre
más recientemente, apenas supondrían un millón de reproducciones de sus
canciones frente a miles de visualizaciones en el mundo". El panorama
es apocalíptico y en el mainstream apenas queda oxígeno: "si Sia no sale en sus videoclips es porque ella y la compañía saben que si sale se venderá menos. Y punto pelota".