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- agosto 19º, 2017
“I en un murmuri
de cançó, dir-te:
t’estime Barcelona”
Ovidi Montllor
Las pesadillas -las malas y las peores- suelen abolir el tiempo. Todavía bajo el impacto emocional de la ciudad herida, de la hibris de
la brutalidad nihilista, de la evidencia de la fragilidad que somos y a
menudo olvidamos, y del fuego cruzado de retrotopías políticas que
creen en un pasado fortificado que no volverá, cuesta escribir. Incluso
es posible que sea mejor enmudecer solidariamente -un silencio
ensordecedor y colectivo, resistente e indomable- para apoyar a las
víctimas hasta que el dolor deje paso al luto y podamos retomar, tocados
y traumatizados, nuestras vidas compartidas.
Hay días de los miserables en que las
palabras no encajan, momentos trágicos en que llueve la certeza de que
el mundo puede ser todavía un lugar peor y lugares comunes que recuerdan
que los refugiados que huyen, y que todavía no acogemos, huyen
precisamente de lo mismo que ayer se huía en la Rambla.
Y si las muertes -las de aquí y las de
allá, sin ninguna jerarquía- ya son sobrecogedoramente irreversibles,
las hipotéticas consecuencias funestas y nefastas hay que evitarlas de
raíz y desde hoy mismo.
Aun sin tenerlas todas consigo en
sociedades edificadas sobre castillos de arena que se tambalean por un
solo golpe: como si todo estuviera construido sobre el aire y una
furgoneta lo mandara a paseo y lo echara por tierra.
Pero con Barcelona dolorida y golpeada,
habrá que recordar que las víctimas del fundamentalismo yihadista global
son, mayoritariamente, musulmanas.
Que el mundo, repleto de violencias
cotidianas, estalla cada día en diferentes latitudes; que los zarpazos
ya son universales, y que nos hace falta urgentemente una internacional
del dolor.
Ayer, 30 muertos a Maiduguri -y niños decapitados en Molai-. Hoy, Barcelona.
Y si erramos el diagnóstico, erraremos la resolución. La Fundació per la Pau nos recordaba ayer mismo la evidencia de que “la violencia, como la paz, no es un hecho aislado ni casual, es un resultado”.
De todo lo que se ha hecho -y no se ha hecho- antes.
De lo que habrá que hacer a partir de ahora, incesantemente, para cambiarlo.
Quién crea que Boko Haram, que la
destrucción de Alepo, que el Dáesh, que las mujeres libres de Kobane,
que las muertes de Niza, que el trío de las Azores, que la posverdad de
Trump-Putin-Erdogan, que el 11-M o que Faluya devastada no tienen nada
que ver ni están estrechamente interrelacionadas con la globalización
del miedo y el terror, con la miseria criminal de la geopolítica, con
las dictaduras toleradas o amparadas y con la metástasis de las
desigualdades, las pobrezas y las corrupciones por todas partes tendrá
imposible hacer del mundo un lugar común algo mejor.
En el tablero de la perversión concurre el
riesgo de que el miedo se salga con la suya y que islamofobia y
radicalización yihadista se retroalimenten en una terrible espiral de
cismogénesis complementaria, que amenace con romper cohesiones
imprescindibles, atizar segregaciones inaceptables y desatar sandeces
políticas irracionales.
La fantasía, en política, suele derivar en infierno.
Y la condición humana, extremadamente ambigua, es capaz todavía de lo terrible y de lo sublime.
No hay que competir a ver quién es más bestia.
En la fragilidad consciente que hoy nos
hace paradójicamente más resistentes a sabiendas de todo lo que podemos
perder es cuando hay que preservar más que nunca lo que todavía tenemos y
que hemos construido entre todas y todos.
En la misma ciudad del Diari de la Pau de
1991, de las manifestaciones multitudinarias desbordando las calles
contra la guerra ilegal que devastó Iraq, en la Barcelona que se sintió
Madrid el 11-M, en las avenidas que llenamos en febrero en solidaridad
con los refugiados, en los barrios de las trescientas lenguas maternas
que definen el país caleidoscópico -plural, complejo, diverso- que vamos
siendo.
Sin miedo -a pesar del miedo- contra el
miedo quiere decir también que ayer mismo la solidaridad se escampaba
por abajo: que los taxistas bajaban la bandera, que las puertas de
cualquier portal se abrían de par en par, que los vecinos drenaban agua
contra la jaula del miedo, que cada pintada ultraderechista era borrada
con colores, que la justa huelga de Eulen se suspendía, que nos
reconocíamos en cada uno de nuestros servicios públicos y que las colas
de vida desbordaban hospitales. Juntos, sí. Que es cuando todavía
podremos.
No es ningún santo de mi devoción, pero en
1941, sobre las bombas que nos llovían en 1938, Churchill escribió: “No
quiero infravalorar la severidad de la prueba que cae sobre nosotros,
pero confío en que nuestros conciudadanos serán capaces de resistir como
lo hizo el valiente pueblo de Barcelona”. Que así sea, aunque soy ateo,
por todos los dioses.
Pese a que ingenuamente (para decirlo todo
entre paréntesis) creyera que los proxenetas del dolor, los
doctrinarios apolegetas del shock, los aprovechados de los réditos
políticos malos y las grises operaciones mediocres de estado tardarían
algo más en salir.
También más convencido que ayer de que si
los políticos tienen que dimitir cuando toca, algunos periodistas
también: no diré ningún nombre, dado que el autorretrato de la brutal
mediocridad se lo han hecho solos.
Contra la impotencia del sufrimiento
evitable que ensombrece el presente queda mucho por hacer. Pero si
renunciamos -si ya no nos creemos-, si nos debilitamos -si nos
autoagrietamos-, si desistimos -si ya no defendemos que paz, cooperación
y justicia son el futuro-, esto equivaldría a decir que ellos ya han
ganado.
Evitémoslo: la internacional del dolor, de
la esperanza en las dos orillas del Mediterráneo, se tiene que
reconstruir comunitariamente en cada barrio, en cada café y en cada
escalera de vecinos.
Hoy, más que nunca, nos tenemos que
sentir, sin fronteras ni barreras, como un antifascista en
Charlottesville, como un musulmán europeo en una banlieue,
como un judío del gueto de Varsovia, como un cristiano copto de Egipto,
como una mujer kurda activista en Kobane, como una exiliada siria que
no sabe cuando volverá: el mundo donde todavía caben todos los mundos
menos los que niegan los de los otros.
Contra el rompecabezas del miedo, hagamos
de esta ciudad nuestro refugio. De pie, con las heridas abiertas de hoy y
las cicatrices que nos quedarán mañana, pero de pie. Por más que hagan,
que nunca más pasen: ni los unos ni los otros. Nunca más. En ninguna
parte. Contra nadie.
18/08/2017
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- agosto 19º, 2017
“I en un murmuri
de cançó, dir-te:
t’estime Barcelona”
Ovidi Montllor
Las pesadillas -las malas y las peores- suelen abolir el tiempo. Todavía bajo el impacto emocional de la ciudad herida, de la hibris de
la brutalidad nihilista, de la evidencia de la fragilidad que somos y a
menudo olvidamos, y del fuego cruzado de retrotopías políticas que
creen en un pasado fortificado que no volverá, cuesta escribir. Incluso
es posible que sea mejor enmudecer solidariamente -un silencio
ensordecedor y colectivo, resistente e indomable- para apoyar a las
víctimas hasta que el dolor deje paso al luto y podamos retomar, tocados
y traumatizados, nuestras vidas compartidas.
Hay días de los miserables en que las
palabras no encajan, momentos trágicos en que llueve la certeza de que
el mundo puede ser todavía un lugar peor y lugares comunes que recuerdan
que los refugiados que huyen, y que todavía no acogemos, huyen
precisamente de lo mismo que ayer se huía en la Rambla.
Y si las muertes -las de aquí y las de
allá, sin ninguna jerarquía- ya son sobrecogedoramente irreversibles,
las hipotéticas consecuencias funestas y nefastas hay que evitarlas de
raíz y desde hoy mismo.
Aun sin tenerlas todas consigo en
sociedades edificadas sobre castillos de arena que se tambalean por un
solo golpe: como si todo estuviera construido sobre el aire y una
furgoneta lo mandara a paseo y lo echara por tierra.
Pero con Barcelona dolorida y golpeada,
habrá que recordar que las víctimas del fundamentalismo yihadista global
son, mayoritariamente, musulmanas.
Que el mundo, repleto de violencias
cotidianas, estalla cada día en diferentes latitudes; que los zarpazos
ya son universales, y que nos hace falta urgentemente una internacional
del dolor.
Ayer, 30 muertos a Maiduguri -y niños decapitados en Molai-. Hoy, Barcelona.
Y si erramos el diagnóstico, erraremos la resolución. La Fundació per la Pau nos recordaba ayer mismo la evidencia de que “la violencia, como la paz, no es un hecho aislado ni casual, es un resultado”.
De todo lo que se ha hecho -y no se ha hecho- antes.
De lo que habrá que hacer a partir de ahora, incesantemente, para cambiarlo.
Quién crea que Boko Haram, que la
destrucción de Alepo, que el Dáesh, que las mujeres libres de Kobane,
que las muertes de Niza, que el trío de las Azores, que la posverdad de
Trump-Putin-Erdogan, que el 11-M o que Faluya devastada no tienen nada
que ver ni están estrechamente interrelacionadas con la globalización
del miedo y el terror, con la miseria criminal de la geopolítica, con
las dictaduras toleradas o amparadas y con la metástasis de las
desigualdades, las pobrezas y las corrupciones por todas partes tendrá
imposible hacer del mundo un lugar común algo mejor.
En el tablero de la perversión concurre el
riesgo de que el miedo se salga con la suya y que islamofobia y
radicalización yihadista se retroalimenten en una terrible espiral de
cismogénesis complementaria, que amenace con romper cohesiones
imprescindibles, atizar segregaciones inaceptables y desatar sandeces
políticas irracionales.
La fantasía, en política, suele derivar en infierno.
Y la condición humana, extremadamente ambigua, es capaz todavía de lo terrible y de lo sublime.
No hay que competir a ver quién es más bestia.
En la fragilidad consciente que hoy nos
hace paradójicamente más resistentes a sabiendas de todo lo que podemos
perder es cuando hay que preservar más que nunca lo que todavía tenemos y
que hemos construido entre todas y todos.
En la misma ciudad del Diari de la Pau de
1991, de las manifestaciones multitudinarias desbordando las calles
contra la guerra ilegal que devastó Iraq, en la Barcelona que se sintió
Madrid el 11-M, en las avenidas que llenamos en febrero en solidaridad
con los refugiados, en los barrios de las trescientas lenguas maternas
que definen el país caleidoscópico -plural, complejo, diverso- que vamos
siendo.
Sin miedo -a pesar del miedo- contra el
miedo quiere decir también que ayer mismo la solidaridad se escampaba
por abajo: que los taxistas bajaban la bandera, que las puertas de
cualquier portal se abrían de par en par, que los vecinos drenaban agua
contra la jaula del miedo, que cada pintada ultraderechista era borrada
con colores, que la justa huelga de Eulen se suspendía, que nos
reconocíamos en cada uno de nuestros servicios públicos y que las colas
de vida desbordaban hospitales. Juntos, sí. Que es cuando todavía
podremos.
No es ningún santo de mi devoción, pero en
1941, sobre las bombas que nos llovían en 1938, Churchill escribió: “No
quiero infravalorar la severidad de la prueba que cae sobre nosotros,
pero confío en que nuestros conciudadanos serán capaces de resistir como
lo hizo el valiente pueblo de Barcelona”. Que así sea, aunque soy ateo,
por todos los dioses.
Pese a que ingenuamente (para decirlo todo
entre paréntesis) creyera que los proxenetas del dolor, los
doctrinarios apolegetas del shock, los aprovechados de los réditos
políticos malos y las grises operaciones mediocres de estado tardarían
algo más en salir.
También más convencido que ayer de que si
los políticos tienen que dimitir cuando toca, algunos periodistas
también: no diré ningún nombre, dado que el autorretrato de la brutal
mediocridad se lo han hecho solos.
Contra la impotencia del sufrimiento
evitable que ensombrece el presente queda mucho por hacer. Pero si
renunciamos -si ya no nos creemos-, si nos debilitamos -si nos
autoagrietamos-, si desistimos -si ya no defendemos que paz, cooperación
y justicia son el futuro-, esto equivaldría a decir que ellos ya han
ganado.
Evitémoslo: la internacional del dolor, de
la esperanza en las dos orillas del Mediterráneo, se tiene que
reconstruir comunitariamente en cada barrio, en cada café y en cada
escalera de vecinos.
Hoy, más que nunca, nos tenemos que
sentir, sin fronteras ni barreras, como un antifascista en
Charlottesville, como un musulmán europeo en una banlieue,
como un judío del gueto de Varsovia, como un cristiano copto de Egipto,
como una mujer kurda activista en Kobane, como una exiliada siria que
no sabe cuando volverá: el mundo donde todavía caben todos los mundos
menos los que niegan los de los otros.
Contra el rompecabezas del miedo, hagamos
de esta ciudad nuestro refugio. De pie, con las heridas abiertas de hoy y
las cicatrices que nos quedarán mañana, pero de pie. Por más que hagan,
que nunca más pasen: ni los unos ni los otros. Nunca más. En ninguna
parte. Contra nadie.
18/08/2017
Cinco ideas para una Barcelona #SensePor
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- agosto 20º, 2017
El ataque de Barcelona, todavía muy
cercano, ha conmocionado a los catalanes. Durante las últimas horas
hemos vivido sometidos al ingente impacto comunicativo y psicológico que
supone cualquier acción terrorista de estas proporciones.
Pero, más allá de las noticias de actualidad que llegan por Twitter, Whatsapp o Facebook, creemos que en estos momentos hace falta tomar distancia para pensar.
En este artículo os proponemos una serie de reflexiones básicas después del ataque de Barcelona.
Barcelona: marca turística y ciudad símbolo
La elección de la Rambla de Barcelona y
también la réplica abortada por los Mossos d’Esquadra en Cambrils dejan
claro que una de las motivaciones principales de los autores ha sido
focalizar el ataque en centros de alta densidad turística para que
afectara a ciudadanos de múltiples nacionalidades y amplificar así la
repercusión de los hechos a escala global.
Es una estrategia similar a la que hemos visto en ciudades como Londres, Berlín, Niza o París.
Pero no debemos olvidar que la Barcelona
actual es mucho más que una marca turística. Barcelona es símbolo de una
ciudad cosmopolita, abierta, internacionalista y, políticamente, es
vista como urbe liberal, rebelde y de izquierdas.
Encrucijada del Mediterráneo. Acogedora de
pueblos. Solidaria con las causas de más allá. Siempre partidaria del
diálogo intercultural. Defensora de las libertades sexuales.
Queriendo acoger a los refugiados que
huyen de Siria o de Irak empujados por la acción criminal del
autodenominado Estado Islámico que ahora nos ha golpeado.
Barcelona es probablemente la ciudad de
Europa donde ha habido más y mayores manifestaciones masivas a favor de
la acogida de refugiados y contra las políticas de cierre de fronteras
de la Unión Europea. Y no es cosa de un día.
La capital catalana había acogido ya las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak motivando que incluso George Bush padre afirmara en un congreso de empresarios petroleros de 2003: “la política de seguridad de los Estados Unidos no puede depender de si sale mucha o poca gente a la calle en Barcelona”
Por todo eso resulta especialmente
simbólico que el vehículo utilizado para el ataque se detuviera,
precisamente, en el mural de Joan Miró situado en el suelo de la Rambla
de Barcelona.
Miró, un artista comprometido con la lucha
antifascista, representante de la cultura catalana más comprometida,
planteó esta obra, ubicada en suelo público, como un mural de bienvenida
a toda la gente que llegaba a la ciudad de Barcelona, sin importar su
origen. La impugnación de estos valores forma parte de la estrategia
subyacente al ataque de Barcelona.
Por eso hay que defenderlos a tope. Sin
miedo, sin renuncias. “Si renunciamos, si aflojamos, si desistimos –si
no defendemos que paz, cooperación y justicia son el futuro– ellos ya
habrán ganado”, afirma el ex-diputado de la CUP David Fernández en su último artículo en el diario Ara (también enviento sur).
Evitar la islamofobia y plantar cara a la extrema derecha
No estamos inmunizado contra la barbarie.
El huevo de la serpiente se está incubando en dos direcciones
antagónicas en barrios, escaleras de vecinos y barras de bar.
Por una parte algunos jóvenes catalanes y
de otras ciudades europeas en proceso de radicalización han decidido
marchar a combatir en Siria y, como estamos viendo ahora, algunos, una
parte pequeñísima, imperceptible, decide atentar contra sus propias
ciudades. La mayoría de atentados en Europa los están cometiendo
ciudadanos europeos de origen árabe.
La periodista de TV3 Anna Teixidor en su
libro “Combatents en nom d’Al·là” (Ara Llibres) sobre los catalanes
yihadistas, explica que el rechazo hacia los que se ven como “enemigos”
alimenta la frustración y la “inadaptación” de los europeos musulmanes.
El periodista Joan Roura, de la sección internacional de TV3, explicaba hace unos meses en una entrevista en Crític que
“buena parte de los musulmanes que viven en Europa se han sentido
discriminados alguna vez: hay un problema de integración y de diálogo en
nuestras sociedades.
Aquí no son nadie, no les dan trabajo, son
subestimados, y allí se pueden convertir en héroes. Para unos pocos de
ellos, muy pocos, puede ser tentador. Es evidente que aquí hay un
problema”. Pero, según Roura, “es un problema para una ínfima minoría de
musulmanes.
En Europa hay 7 u 8 millones de musulmanes
europeos y, según las policías europeas, en Siria hay unos 2 000 o 3
000 yihadistas europeos”.
Dolors Bramon, islamóloga y profesora de la Universidad de Barcelona aseguraba, en unaentrevista en Crític, que
“Terrorismo e islam son dos palabras que no pueden ir unidas” y que “No
es cierto que hagan la yihad, porque lo que hacen es terrorismo. Yihad
es una defensa legítima y no arrojar bombas a inocentes”.
Por otra parte se incuba la serpiente de
la extrema derecha, que aprovecha estos estallidos de violencia para
desarrollar un discurso contra los musulmanes y contra una falsa
“islamización de Europa” dirigido a menudo hacia gente trabajadora y en
situación económica precaria.
La islamofobia está creciendo, tanto en
forma de agresiones físicas a musulmanes como de quejas contra la
construcción de oratorios islámicos. En Barcelona muchos de los ataques
organizados por la extrema derecha van en esta dirección.
Se trata de un discurso endeble que hay
que desmontar con datos, rigor y contexto. No podemos ignorar que la
mayoría de las acciones del autodenominado Estado Islámico o,
anteriormente, de Al Qaeda y sus franquicias afectan a musulmanes y
suceden en países de tradición musulmana.
Como informaba eldiario.es,
el 87% de los atentados yihadistas registrados desde el año 2000 se han
producido en países de mayoría musulmana, causando más de 63 000
víctimas. Miriam Hatibi, portavoz de la asociación barcelonesa Ibn
Batuta, explicaba que los musulmanes catalanes pueden ser igualmente
víctimas de la violencia en un ataque como el de las Ramblas: “Han
atentado contra mi ciudad en nombre de mi religión”.
Compromiso histórico de Junts pel Sí y los Comunes
Los discursos de Carles Puigdemont y de
Ada Colau durante la tarde y la noche de los atentados demostraron que
los principales espacios políticos del país apostaban por un discurso
que marcaba distancias con los relatos centrados en las medidas de
seguridad o militaristas con los que buena parte de los partidos y
gobiernos de Europa y de los Estados Unidos afrontan el terrorismo.
Los discursos duros y vengativos han sido a
menudo muy transversales en estas situaciones: desde las derechas
populistas del holandés Geert Wilders o la francesa Marine Le Pen, hasta
la Administración de Donald Trump, pasado por algún gobierno
supuestamente de izquierdas como el de Hollande o Manuel Valls, que
lanzó inútiles misiles a Siria como respuesta a los ataques de París.
En Catalunya este relato ha sido
claramente impugnado por los dos principales espacios políticos del
país: el independentismo y los Comunes. Las reacciones de Junts pel Sí
(Puigdemont y Junqueras) y de Barcelona en Comú (Ada Colau) están lejos
de los discursos de la mayoría de gobiernos europeos.
Los principales líderes políticos
catalanes han llamado a la apertura, la interculturalidad, la libertad y
la tolerancia de la sociedad. Esta tendencia no debería pasar
desapercibida.
El relato de Puigdemont y de Colau ha
marcado distancias también con el discurso de Rajoy, más defensivo y
repleto de lugares comunes y de la habitual llamada a la unidad contra
el terrorismo. El presidente español ha quedado relegado a un segundo
plano político durante las últimas horas.
Una de las consecuencias prácticas del
atentado de Barcelona ha sido pues la articulación, probablemente
informal pero muy relevante en términos políticos, de una particular
versión catalana del compromiso histórico italiano entre dos de los grandes espacios políticos centrales del país.
En un momento tan duro para la sociedad
catalana y, en especial para la ciudadanía barcelonesa, sería lógico ver
en las próximas semanas una tregua política entre comunes y
independentistas que evitara la instrumentalización política de los
atentados y la demagogia de cualquier tipo, para centrar la atención en
las posibles consecuencias negativas del ataque en forma de xenofobia e
islamofobia o de los previsibles intentos de reducir las libertades en
favor de discursos de seguridad más cerrados.
Hay que valorar el trabajo de los Mossos, pero la polícia no es suficiente
Hay que valorar la tarea antiterrorista
realizada por los Mossos d’Esquadra. Es importante que se haga también
desde la izquierda y desde aquellos espacios que a menudo han sido
críticos con determinadas actuaciones de la policía.
A falta de conocer más detalles sobre la
investigación resulta evidente que la policía catalana, sobre el
terreno, ha actuado al nivel de cualquier otra policía europea ante una
amenaza de estas características. Ha sido una tarea fundamental que deja
en ridículo los discursos maniqueos que han querido presentar a menudo
los Mossos como una policía de feria frente a la Guaria Civil o la policía española.
Todos los responsables políticos y
policiales han hablado en las últimas horas de coordinación efectiva y
constante entre las diferentes fuerzas y cuerpos de seguridad.
Pero esta colaboración… ¿se estaba
realizando ya antes a todos los niveles? En este sentido hay que
destacar que fue el pasado mes de julio, a raíz de la convocatoria de la
junta de seguridad por primera vez en ocho años, cuando los Mossos se
integraron en el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen
Organizado (CITCO) y en la mesa de evaluación del riesgo terrorista,
donde hasta entonces sólo habían asistido como invitados.
El ministerio, según explicaba el diario El País, también se comprometió en julio a estudiar la integración en los foros europeos de intercambio de información (Europol).
¿Cómo se entiende que los Mossos
d’Esquadra, la policía integral de Catalunya, no esté todavía plenamente
integrada en estos espacios?
¿Es posible que el Estado español haya tratado a los Mossos con desconfianza, como si fueran una policía de segunda?
A la luz de lo ocurrido resulta
incomprensible que la policía catalana no estuviera integrada desde hace
tiempo con total plenitud en estos espacios vinculados a los servicios
de inteligencia.
Al tiempo que se reconoce el trabajo de
los Mossos, también es evidente que sólo con la policía no se puede
eliminar el riesgo de atentados como el de Barcelona.
Los gobiernos occidentales han optado por
aumentar las medidas de seguridad, los controles policiales y, los que
pueden, han decidido atacar posiciones del Estado Islámico en Siria e
Irak como soluciones contra el terrorismo. Todas estas decisiones se han
mostrado ineficaces hasta el momento: pueden reducir riesgos, pero no
eliminarlos completamente.
La policía española y la catalana han
detenido 186 personas desde que se elevó a 4 el nivel de alerta, lo cual
hizo crecer exponencialmente las causas por este tipo de terrorismo en
la Audiencia Nacional. Todos los expertos policiales y en
contraterrorismo afirman a menudo que no es posible tener un 100 % de
seguridad ante un ataque de estas características.
En este sentido es importante que tanto el
conseller de interior Joaquim Forn como Ada Colau y Barcelona en Comú
se hayan opuesto al establecimiento del nivel 5 sobre 5 de alerta
antiterrorista, el cual prevé el despliegue del ejército español en las
calles.
Colau ha hecho un llamamiento explícito a
evitar este recorte de libertades en nombre de un discurso securitario,
una declaración poco habitual en boca de un liderazgo institucional de
este nivel.
Analizar las causas del terror: mirar más las raíces que los efectos
Si no elaboras un estrategia diferente, no
puedes esperar resultados diferentes. Hay que plantear otra forma de
luchar contra el terror. Poner el foco en las raíces y no solo en los
efectos y las consecuencias. Hay muy poco políticos que se hayan
atrevido a hablar de las raíces del problema.
Uno de los factores más directos del auge
del terrorismo de raíz islamista de los últimos años es, según la
mayoría de expertos, la invasión del Irak de Saddam Hussein el año 2003
por parte de los gobiernos de Busch, Blair y Aznar.
Pero según un experto en la cuestión como
Joan Roura, “para explicarlo bien hay que ir más lejos”. Si no, no se
entiende nada de lo que nos pasa a nosotros actualmente.
Para los árabes musulmanes fue un momento
gravísimo cuando los franceses y los británicos se repartieron el
control de la zona árabe mediante los acuerdos de Sykes-Picot después de
la primera guerra mundial.
“Los europeos no tienen ni idea de lo que
es Sykes-Picot pero los árabes que han ido a la escuela lo saben
perfectamente”, dice el periodista catalán. “Ello tienen la conciencia
de haber sido humillados por Europa”.
El conflicto árabe-israelí, la guerra del
Líbano, el apoyo occidental a las dictaduras árabes de Egipto o Siria y,
finalmente, las invasiones de Afganistan e Irak crearon el avispero.
Joan Roura concluye: “aquí creemos que es un problema de seguridad o de
terrorismo. Pero es un problema político de muy larga duración y de
raíces muy profundas”.
El veterano corresponsal en Oriente Próximo Robert Fisk alertaba hace poco en una entrevista en Crític que
“si se quiere parar la radicalización y el ISIS lo que faltan son
universidades, no bombas”. El mítico reportero residente en Beirut
explicaba que “en muchos lugares del Próximo Oriente hay una completa
falta de lo que yo llamaría educación humanista.
Está muy bien ir a la universidad y aprender sobre la religión y el Corán, pero también hay que aprender música y pintura.
También vale la pena echar una ojeada a Karl Marx, aunque el Corán no lo cite”.
En general Fisk cree que uno de los
problemas a solucionar es que “en Occidente hay una falta completa de
comprensión de lo que está pasando y mucha ingenuidad por parte de la
gente que vive en el Próximo Oriente”.
Expertos del CIDOB, IEMED, de la Escola de
Cultura de Pau o de la Lliga dels Drets dels Pobles y referentes sobre
el islam como Santiago Alba Rico, Ignácio Alvárez-Ossorio, Ferran
Izquierdo, Leila Nachawati o el israelí Sergio Yahni explicaban hace
unos meses a Críticuna decena de vías e instrumentos para intentar poner fin al terrorismo de Estado Islámico.
Doctrina del shock y recorte de las libertades
En el libro “La doctrina del shock. El
auge del capitalismo del desastre”, la periodista y economista Naomí
Klein habla sobre las consecuencias de los atentados del 11S en los
Estados Unidos. Denuncia que las crisis que provocan shocks traumáticos
en una sociedad son “paréntesis en la actividad política habitual en los
cuales no parece necesario el consenso social”. Siempre se desarrolla
la misma estrategia: esperar que se produzca una crisis o un estado de
shock social y después, mientras los ciudadanos se recuperan del trauma,
vender los servicios públicos al sector privado o hacer leyes más
restrictivas de las libertades.
“Esto sucedió, por ejemplo, en los Estados
Unidos después del 11-S, en el Sudeste asiático después del tsumani o
en Irak después de la invasión”, explica Klein. ¿Aprovecharan ahora el
estrés postraumático a que estamos sometidos los barceloneses?
Habrá que estar atentos al aumento de los
presupuestos en gastos policial y militar, a los intentos de recortar
libertades por parte del gobierno español y a las consecuencias de un
posible despliegue del ejército en las calles de Barcelona.
19/08/2017