M añana ya habremos votado. Lo hicimos antes de ir a votar. Votamos por nosotros y por los que no están. Votamos por los que tienen que nacer. Votamos hace días por mantenernos erguidos sin ese orgullo testosterónico siempre tan presente. Votamos de pie en la calle defendiendo nuestros derechos. Votamos ser, aunque estemos equivocados. Igualmente somos. Votamos porque entendimos que no nos hablaba la historia. Nosotros éramos la historia.
La incertidumbre no vacía las plazas. Las familias se rompen por lo que se han roto siempre. Porque las familias se rompen. Claro que hay posiciones radicales. Es muy radical defender la libertad de expresión en el siglo XXI. Es muy extremo llegar a lo que hemos llegado. Fuimos advertidos. «Nos van a obligar a llegar donde no queremos llegar». ¿Van? ¿Quienes? Hay un poder superior que no alcanzamos a ver. «Yo no quería. Ha sido culpa tuya». Nadie debe ir dónde no quiere y todo el mundo debería poder llegar a su sitio. No tenemos miedo porque el miedo es el que te dice «la culpa es tuya». No hay culpas. Lo que hay es voluntad incontestable de realizar un acto absolutamente justo. La legalidad no lleva implícita la justicia. Y no tengo espacio para poner ejemplos. Recientes.
El 1 de octubre de 1931 las Cortes españolas aprobaron el derecho a voto de las mujeres. Las mujeres pudieron votar en 1933. Les tocaba una nueva cita en el 36. No pudo ser. No volvieron a las urnas hasta 1977. Las mujeres siempre han tenido que luchar un peldaño más. O escaleras enteras. Mañana votaremos las mujeres sin pedir permiso y los hombres. Sin nosotras no habrá república en la que queramos estar. Votamos también por nuestro sitio. Para dejar de ser la mayoría silenciada. Porque siempre estamos a tiempo de dar nuestra versión de la historia.
Mañana es 1-O. Mañana las catalanas y los catalanes ya habremos votado. Marcaremos los días felices en nuestro calendario. Lo fueron. Así los vivimos. Ahora solo nos falta poner un sobre en una urna. Pero ya nos votamos.