por Carlos Aznárez
Se olía en el aire que este domingo iba a ser un gran día para el pueblo catalán y los pueblos del mundo que luchan por el derecho de autodeterminación. Sin embargo, no caben dudas que el asombro con que el mundo ha contemplado la gigantesca patriada protagonizada por hombres y mujeres de Catalunya ha generado una descarga eléctrica de solidaridad internacional.
Por un lado, se pusieron en práctica todas las tácticas de resistencia, preparadas al correr de esta pasada semana, sabiendo que el enemigo que se enfrentaba era nada menos que el poderoso y brutal imperio español. Un régimen que abreva desde hace décadas en la opción continuista del franquismo, aunque en algunos períodos se disfrazara de transición, de socialdemocracia o apostara directamente a reafirmarse en el fascismo como ocurre actualmente con el gobierno de Mariano Rajoy. Teniendo claro que el desafío era de gran envergadura pero a la vez urgentemente necesario, la actual administración catalana, compartida por Juntos por el Si y la Candidatura de Unidad Popular (CUP), se propusieron dar los pasos necesarios para que sea la democracia popular, a pie de calle, la que le pusiera sal y pimienta al referéndum independentista. De allí en más, se planificó la batalla del 1/O contando con un plan A, un plan B y sucesivamente todas las letras del abecedario a fin de concretar el objetivo anhelado de votar. Simplemente eso, votar, lo que para el gobierno ultraderechista español se convirtió en algo más que un desacato a sus leyes nonárquicas y por ende medievales. A partir de ese momento, miles de personas se manifestaron en las calles durante toda la semana, se consiguieron unificar solidaridades de un amplísimo espectro, desde los Mossos (la policía catalana autonómica), los bomberos, los empresarios, los estudiantes, la totalidad de las centrales sindicales, los campesinos montados en sus tractores y hasta las más pequeñas pero utilísimas (por su poder de militancia) organizaciones sociales y populares. O sea, privó desde el comienzo la unidad férrea de quienes se iban a convertir en protagonistas de una jornada excepcional.
Eso es lo que comenzó a desarrollarse en la noche del sábado cuando cientos de personas ocupaban los colegios electorales donde se iban a depositar las urnas, algunos eran centros reales de votación y otros, solo señuelos para entretener a las fuerzas represivas (guardias civiles y policías españoles) cuando sus amos decidieran soltarles la cadena y les ordenaran cumplir el mandato fascista de “a por ellos”.
Pero cuando un pueblo se empodera nada puede con él: ni siquiera la estrategia más violenta del terrorismo estatal, tantas veces puesta en juego por el gobierno de Madrid contra los primos de los catalanes, las y los independentistas vascos. Vale la pena recordar que algunas de las escenas más violentas vividas este domingo en las calles de Catalunya fueron moneda corriente desde 1936 hasta hace muy poco tiempo en las calles de la Nación vasca.
En la mañana del domingo los acontecimientos se aceleraron: primero llegó el aviso de los obreros portuarios de Barcelona, incluidos como tantos en el plan general de Resistencia, advirtiendo que miles de Guardias Civiles (la temible policía franquista de ayer y de hoy) habían descendido de los barcos que los habían trasladado hasta Catalunya, y avanzaban como jauría cebada por el odio, dispuesta a impedir que el referéndum se realizara. Armados con porras y armas de fuego chocaron contra una multitud cuyo único método de defensa fueron sus propios cuerpos y una dignidad a la que jamás podrán aspirar las tropas de asalto españolistas.
Así fueron destruidas puertas de lugares donde se aprestaban a sufragar miles de personas, robadas boletas, que rápidamente eran reemplazadas por otras, golpeados ancianos, niños, mujeres (a varias de ellas se las arrojó escaleras abajo de uno de los colegios electorales, hiriéndolas con saña). Sin embargo, el referéndum siguió con más fuerza aún. Por cada ofensiva policial, se iba sumando el número de heridos (al final del día superaban los 800 y uno de ellos en grave estado) pero nada arredraba a quienes querían ejercer su derecho a elegir y no a arrodillarse frente a la prepotencia colonial. Si un colegio electoral era clausurado, se corría la voz entre las largas colas de votantes que había que dirigirse hacia otro centro similar, ubicados a veces en los sitios más inimaginables, despistándose así en varias oportunidades a los perros de caza con uniforme. Las órdenes del gobierno catalán y del comando de “operaciones” de la Resistencia, eran cumplidas con rigor. A los “Mossos” se les impidió entrar en combate contra los invasores españoles ya que ello hubiera terminado en una balsera imparable, pero a la vez se les propuso asegurar que la votación funcione. Fueron muchos los integrantes de esta policía local que lloraban de impotencia al ver cómo sus vecinos eran golpeados con saña o quitados del medio como paquetes desechables en los muros humanos que protegían los colegios electorales.
En un momento del día, también se decidió que era válido votar en diferentes sitios no prefijados, y si esto tampoco fuera posible, hacerlo por internet, lo que también en algunas zonas fue impedido por el bloqueo informático dispuesto por Madrid.
Resultó de un heroísmo sin par este pueblo catalán en su decisión de resistencia pacífica y activa, ya que en su construcción de una moderna Fuenteovejuna se permitió desafiar a lo peor del régimen en materia represiva. Al final del día, la compensación vino de la mano de haber obtenido más de 2 millones de votos para el SI independentista contra solo 176 mil del NO, habiéndose perdido unos 700 mil votos por la clausura violenta de numerosos colegios.
El franquismo de Rajoy y el Partido Popular, contando con la complicidad reiterada a lo largo del tiempo del PSOE, desconoció el Referéndum, como era previsible, y lo consideró una “simple escenificación”. En otro andarivel, volvió a repetirse la actitud ambigua de Izquierda Unida y de quienes se dicen “progresistas” (alineados en Podemos e instancias similares, siempre con el “pero…” en la boca a la hora de apoyar causas justas), mostrando la hilacha de su adhesión, por sobre todas las cosas, a la España unida territorialmente, y no aceptando que nadie se salga de ese redil.
La conclusión de esta jornada histórica, deja muchas enseñanzas. Antes que nada, confirmar que cuando un pueblo se une en pos de la emancipación nacional, dejando atrás diferencias que no son nimias pero pueden postergarse en virtud de enfrentar al enemigo principal, la victoria se convierte en algo posible. Victoria agridulce, es cierto, porque obligatoriamente pesan en el debe y el haber, los cientos de heridos y heridas y hasta la posibilidad cierta de que un pacífico votante esté al borde de la muerte por la paliza recibida sobre su cuerpo por parte de un policía enardecido. ¿Pero cuándo en el camino hacia la independencia de los pueblos no hubo que soportar situaciones de violencia, de terror y de muerte? Lo importante es que nadie en Catalunya, desde el presidente Luis Puigdemont hasta el último voluntario y voluntaria del Referendum, bajó la guardia y retrocedió.
Otra circunstancia a destacar, es que este 1/O es un camino sin retorno. “Nada será igual a partir de ahora”, declaró una diputada de la CUP, y es bien cierto. A Rajoy y a su banda criminal (incluida la monarquía instalada por la mano del dictador Franco), siempre tan preocupados por los derechos humanos en Venezuela, les va a salir el tiro por la culata ya que todo el mundo observó con angustia, como este domingo las calles de Barcelona y del resto de Catalunya retrocedieran en el tiempo 80 años atrás, cuando el franquismo convirtió ese mismo territorio en un espacio de persecución y terror.
Esta vez, como en aquella ocasión, la barbarie estuvo a cargo de los herederos de quienes torturaron y mataron a miles y miles de personas. La gran diferencia, es que en las actuales circunstancias un muro popular les hizo frente. Gente de a pie, de todas las clases sociales, completamente desarmados, y los derrotó, para escarnio de la dirigencia fascista y de ese sector de la sociedad, mezcla de lúmpenes neo nazis y nostálgicos del franquismo. No resultó extraño que como lo hicieron a partir de 1936, usaran la consigna anquilosada de “salvar a España de los separatistas, por Dios, por la Patria y el Rey”.
La independencia está a la vuelta de la esquina en Catalunya. Luego vendrá el País Vasco (donde 30 mil almas salieron este fin de semana a la calle para apoyar la gesta catalana), los andaluces, los gallegos y una larga fila de naciones sin estado, a la que esa entelequia apellidada España conquistó a sangre y fuego en los mismos años en que generaron el mayor de los holocaustos de pueblos originarios en Abya Yala. Cuando los nietos y nietas de los cientos de miles que hoy, en las calles de Catalunya, se jugaron la piel en defender su tierra y su memoria histórica, les pregunten qué pasó ese 1 de octubre de 2017, la respuesta se llenará de recuerdos llenos de emotividad: “Se puso la primera piedra de esta Independencia que ahora te parece tan natural. Costó sangre, sudor y lágrimas pero lo logramos”.