Posted: 21 Nov 2017 07:04 AM PST
kaosenlared.netPor Alicia Armesto
Por: Suso del Toro
Por:
Suso del Toro Si algo ocurre es porque puede ocurrir. Rajoy hizo lo que
hizo porque pudo. Porque la Unión Europea se lo permitió, aunque con
matices, y porque la sociedad española lo permite. La sociedad española,
en su conjunto, es capaz de avalar la intervención por la fuerza en
Catalunya. Es lo que […]
Por: Suso del Toro
Si
algo ocurre es porque puede ocurrir. Rajoy hizo lo que hizo porque
pudo. Porque la Unión Europea se lo permitió, aunque con matices, y
porque la sociedad española lo permite. La sociedad española, en su
conjunto, es capaz de avalar la intervención por la fuerza en Catalunya.
Es lo que hay.
Contra los
pronósticos razonables y contra la propaganda con que nos ahogan, la
sociedad española es hoy más reaccionaria que hace cuarenta años. En
1977 Adolfo Suárez constató que si sometía a referéndum la jefatura del
estado los ciudadanos españoles de entonces optarían por una república.
Como la Transición ya estaba diseñada de antemano y se basaba en la Ley
de Sucesión y en la Ley de la Reforma Política aprobadas en Cortes,
evitó preguntar a los españoles y dio por hecho el establecimiento
nuevamente de la monarquía de la casa de Borbón y a Juan Carlos I como
sucesor de Franco. Pero si les preguntan a los españoles de hoy si
prefieren monarquía o república, ¿qué creen que contestarían esas
personas que cuelgan la bandera monárquica en sus balcones y los que
gritan “¡A por ellos!”? ¿Qué votaría esa “mayoría silenciosa” a la que
apela el Gobierno y a la que teme la oposición?
El
resultado de estas décadas pasadas, fuera de Catalunya, no fue una
población más informada y, sobre todo, más libre. Por el contrario,
consiguieron ahogar las voces disidentes y la ideología dominante es el
conformismo y la sumisión al poder establecido como algo natural. El
concepto borreguil de “mayoría silenciosa” supone una población
mayoritariamente incapaz de razonar y expresarse libremente y que actúa
como una masa amorfa a la que hay que conducir con la vara. Fue
introducido al final del franquismo por periodistas del Régimen, creo
recordar que Emilio Romero, y ahora acaba de ser recuperado
oportunamente en el debate político en este final de régimen y en esta
atmósfera de renovado franquismo.
Es
lógico que mucha gente crea que la monarquía es “lo normal” y que no se
atreva a pensar otra cosa y, mucho menos, manifestarlo. A eso se
refiere el presidente del gobierno más corrupto desde Arias Navarro
cuando apela “al sentido común” y “la gente normal”. En España “la gente
normal” tiene miedo a pensar y tiene miedo a expresarse. En el Reino de
España manda el miedo. Quedan para la triste historia de España los
discursos del Presidente del Gobierno y del rey Felipe anunciando la
intervención de la Generalitat y la ocupación de Catalunya. Son dos
discursos llenos de violencia, particularmente el de quien ostenta el
mando de las Fuerzas Armadas, en los que se amenaza a una población
desarmada y se les anuncia castigos. Ese lenguaje verbal y gestual, que
los mayores reconocemos perfectamente como franquista, sólo es posible
en un país con una población indefensa e incívica, que carece de respeto
por sí misma. Desde el punto de vista democrático esos discursos
agresivos y amenazantes son intolerables, sólo se comprenden en una
España que no salió del franquismo, simplemente lo continuó
reformándolo. Sólo la cárcel de la conciencia que es el sistema
mediático español al servicio del estado y el IBEX impide que la
población española vea lo que ve el mundo.
El
mundo ve un estado incapaz de gestionar sus contradicciones internas a
través del diálogo y la negociación y que, para enfrentar las
consecuencias de su autoritarismo, llega a planear el asalto militar al
parlamento de los catalanes. Un estado que no es democrático. El gran
mérito político de Aznar y la FAES, sobre el que descansa el reinado de
Rajoy, es haber transformado el franquismo sociológico existente en
franquismo político. Y es un franquismo sociológico y político que,
sobre todo en ciertos territorios del estado, es transversal a la
llamada izquierda y a la derecha, unidas ambas en un arco que tiene como
clave a la monarquía.
Se nos
suele ocultar que los generales que se rebelaron contra la República se
llamaban a sí mismos “nacionalistas” y que el régimen de Franco fue
ideológicamente un régimen nacionalista. El régimen nacionalista que nos
educó a varias generaciones con su relato de la historia castellanista,
la reina Isabel y demás, su ideología de la lengua castellana, su
incivismo borreguil y, sobre todo, su miedo. Prueben a decir en voz alta
“¡Viva la república!” en algún barrio donde campan ostentosamente esas
banderas borbónicas. Fuera de Catalunya el miedo es el aire invisible
que se respira, el miedo a expresarse. Precisamente lo que ha querido
hacer el Gobierno, y en parte lo ha logrado, es hacer que los catalanes
también tengan miedo.
“El miedo guarda la viña”, lo sabe la casta de privilegiados que se benefician del statu quo y
es el miedo lo que tienen interiorizado los habitantes de territorios
empobrecidos que son viables gracias precisamente a las transferencias
económicas de otros territorios. Los pobres en España, como en todas
partes, padecieron la violencia y la interiorizaron, eso es lo que hemos
visto cuando despedían con un “A por ellos” a sus hijos enviados a
Catalunya para castigar y someter a su población. A los oprimidos
primero se les castiga y luego se les utiliza como represores,
desplazando su rencor hacia sus congéneres que se rebelan. La casta de
la corte madrileña que parasita el estado, que saquea las empresas
creadas en otros territorios, se debió de partir de risa enviando buques
y caravanas de policías animados a pegar a ciudadanía catalana. Fue,
es, absolutamente obsceno. O sea, franquista.
Si
la sociedad catalana se amedrenta, si la vencen con el miedo, estará
perdida, será solamente otras provincias más sometidas a la corte y no
conseguirá nada. Hay un diálogo complejo entre la sociedad movilizada,
el movimiento cívico, y los partidos que tienen que buscar soluciones,
pero a lo que no debe renunciar la sociedad es a tener fuerzas políticas
propias. Tras las elecciones habrá negociación o imposición. Sólo
negocia quien tiene fuerza propia para hacerlo. Sólo tener partidos
propios permite la bilateralidad frente a los intereses y la fuerza de
la corte, ese agujero negro que parasita a este estado autoritario y
centralista.