Por Atilio A. Boron, Resumen Latinoamericano, 13 diciembre 2017
En esta nota nos ocuparemos de la primera,
dado que en estos días se está celebrando en Buenos Aires la reunión
Cumbre de esa organización. La OMC es la sucesora del Acuerdo General de
Comercio y Aranceles Aduaneros pactado a la salida de la Segunda Guerra
Mundial. Creada el 1ª de Enero de 1995 durante los años del apogeo del
infausto Consenso de Washington (hoy repudiado por el gobierno
estadounidense) tiene por misión, al igual que el acuerdo que le
precedió, sentar las bases comerciales, financieras y jurídicas (el
derecho de propiedad, sobre todo intelectual para preservar las marcas y
las patentes de los gigantescos oligopolios que dominan la economía
mundial) en el marco del neoliberalismo global; organizar la aplicación
de todo tipo de sanciones y represalias sobre los países que violan sus
reglas y regulaciones; y perpetuar la actual división internacional del
trabajo por la cual los países ricos lo son cada vez más mientras que
los pobres se distancian cada vez más de los primeros.
Por supuesto, las reglas de la OMC jamás
fueron sometidas a discusión democrática alguna y es la expresión más
refinada del orden mundial que desea el imperialismo y sus grandes
transnacionales. Podría decirse que la OMC es el ministerio de hacienda
del imperio. Se trata de una agrupación con tintes mafiosos, que se
encarga de organizar el chantaje y la extorsión ejercidas por el
imperialismo y sus principales aliados y empresas sobre los países más
débiles. Por ejemplo, sólo algunos gobiernos tienen acceso a la
sistemática recopilación de datos sobre comercio y aranceles que maneja
la OMC. Las organizaciones sociales, representantes de la enorme mayoría
de la población mundial no tiene acceso alguno a sus deliberaciones –¿o
conspiraciones?- e inclusive, como se ha demostrado escandalosamente
en la Cumbre de Buenos Aires, tampoco se permite la participación
efectiva de organizaciones interesadas en promover un orden
internacional más justo. Por otra parte, es evidente que nada funciona
en el seno de la OMC si no existe un acuerdo entre Estados Unidos y la
Unión Europea. El problema actual es que el gobierno de Donald Trump se
ha parcialmente apartado de la OMC porque, a su juicio, la expansión del
neoliberalismo global ha terminado por debilitar a la economía
norteamericana, no así a sus grandes transnacionales y la Casa Blanca
está retomando las nunca del todo abandonadas banderas del
proteccionismo. Y la Unión Europea, lo sabemos, es “librecambista” en
los rubros que le conviene y en el campo de la retórica, pero
furibundamente proteccionista en los demás, sobre todo en agricultura.
La estructura mafiosa de la OMC se revela,
entre muchas otras cosas, en una cláusula que exige a los nuevos
miembros su adhesión completa de la totalidad de los acuerdos
pre-existentes, los cuales no pueden ser sometidos a revisión. Quien
entra acepta todos, y si no se queda afuera y sufre las consecuencias de
la marginación del comercio mundial. Pero esto no es lo más grave. Hay
otras dos reglas que deben aceptar todos los miembros de esta mafia de
cuello blanco, que apadrina paraísos fiscales, el control monopólico de
los mercados y la preeminencia de las grandes potencias. Uno, el
compromiso de garantizar la “liberalización progresiva” de los diversos
sectores de la economía y la irreversibilidad de las reformas
neoliberales. El papel ideológico-político se torna absolutamente
evidente a partir de este compromiso de estabilizar el holocausto
social, económico y ambiental producido por las políticas neoliberales.
Dos, gracias a las presiones del gobierno de George W. Bush en la época
de gloria del Consenso de Washington la OMC comenzó a incluir en su
jurisdicción el “comercio de servicios” y no, como antes, tan sólo el de
bienes manufacturados, minerales y productos agropecuarios. Así,
pasaron progresivamente a ser regulados por esta organización lo
intercambios de “servicios” tales como las comunicaciones, las finanzas,
el transporte, el turismo pero también la salud y la educación,
adquiriendo de este modo el rango universal de mercancías y sepultando
la noción de que se trataba de derechos de exigencia imperativa no
susceptibles de ser regulados por las leyes del mercado.
Esto quiere decir que a menos que los
pueblos salgan a defender con fuerza e inteligencia sus derechos en
pocos años más absolutamente toda la vida económica y social del planeta
estará regida por las leyes del mercado. Y en materia educativa, por
ejemplo, será ilegal sostener a la educación pública porque sería
considerada por la OMC como una práctica discriminatoria que impide la
libre competencia en el mercado educativo mundial. Así como se sanciona a
un país que subsidia a un producto de exportación se haría lo mismo con
quien subsidie su educación o su salud, con las desastrosas
consecuencias que son de esperarse. Por eso la OMC se ha ganado en buena
ley esta caracterización como una organización mafiosa y criminal, que
ha sembrado pobreza y explotación económica a lo ancho y a lo largo
del planeta, como lo muestran las láminas que acompañan esta
presentación. Por eso también es necesario diseñar una estrategia
mundial para neutralizar el proyecto planetario de la OMC. Luchas
nacionales o locales aisladas, por abnegadas y heroicas que sean, no
controlarán a esta mafia criminal. Se requiere la organización de todos
los pueblos del mundo en una “anti-OMC”, o una nueva internacional de
los pueblos, que coordine las luchas en los diferentes países para
defenderse de la catástrofe que nos amenaza si los planes de la OMC
llegaran finalmente a prevalecer. Por algo hablaba Chávez de la
necesidad de fundar un Quinta Internacional.