Por Rodrigo Londoño Echeverry / Timo
Presidente de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común
El candidato a Premio Nobel en Economía, Albert Berry, dice en su reciente libro “Avance y fracaso en el agro colombiano siglos XX y XXI” que para el año 1936 “los grandes latifundistas montaron una campaña sofisticada en contra del gobierno que destacaba la hostilidad de la élite hacia cualquier intervención del Estado en asuntos relacionados con la tierra, declaraba que el Gobierno estaba tratando de destruir la propiedad privada y alertaba sobre la amenaza de una revolución.” El problema se resolvió a favor de los terratenientes y Colombia perdió la oportunidad de ir por la senda de la inclusión, la paz y el progreso.
En cambio se generaron las condiciones para la confrontación armada. El campo colombiano se cubrió de sangre y muerte. El gran líder popular Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado, igual suerte corrieron más de 300 mil personas. Casi el 20% de la población campesina fue desplazada, perdiendo sus parcelas, fincas y demás posesiones. Nuevamente derrotados y desterrados los campesinos se dispersan por el territorio nacional colonizando nuevas tierras y corriendo la frontera agrícola.
En Marquetalia, Riochiquito, El Pato, Guayabero y muchas otras regiones se asientan estos campesinos a producir la tierra: como única ayuda tienen la experiencia, el sacrificio permanente, la solidaridad entre ellos y la convicción profunda de que del Estado solo cabe esperar represión e injusticia. No pudieron recoger muchas cosechas como era la ilusión, porque los incendiarios (literalmente) discursos en el Congreso de la República del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, sumados a la nueva política norteamericana del “enemigo interno”, prendieron la siguiente guerra contra los campesinos. Habló el joven Álvaro de “repúblicas independientes”, de zonas liberadas, de la pérdida de soberanía del Estado, todas estas falacias contra un puñado de campesinos desplazados y arrinconados en el pliegue de una montaña.
La resistencia heroica de 48 campesinos produjo la formidable fuerza guerrillera de las FARC-EP que se desplegó por todo el país por más de 50 años, poniendo en jaque a los poderes reaccionarios en Colombia.
Medio siglo después de la cruenta confrontación bélica, el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP, con la comunidad internacional como garante, firman un Acuerdo de Paz, que es recibido y acogido con alborozo por la inmensa mayoría del pueblo colombiano.
A golpe de fusil, en Colombia habíamos aprendido el valor de la democracia, de la justicia social y el costo del atraso económico. Aprendimos y cambiamos. Hasta Álvaro Gómez Hurtado murió siendo otro: crítico de la institucionalidad, promotor de pactos políticos y convencido de que “las cosas pueden ser de otra manera”[1].
Desafortunadamente hay quienes pretenden corromper el hilo de la historia y repetir posiciones obsoletas que le costaron tanto al país. El joven Rodrigo Lara es hoy el Álvaro Gómez del siglo pasado, este último por lo menos defendía a la clase política a la que pertenecía, Lara -a los responsables intelectuales del asesinato de su padre.
Rodrigo Lara Bonilla, el padre, es un héroe. Tal vez el último ministro de justicia que hizo honor a su cargo, por eso lo mataron, no se dejó comprar, denunció a Álvaro Uribe Vélez dueño de una de las aeronaves encontradas en Tranquilandia, el mayor laboratorio de cocaína en la historia. Como hombre altruista siendo muy joven gritó en el mismo Congreso donde su hijo hoy se opone a las curules de paz para las víctimas: “la democracia no se defiende atropellando los Derechos Humanos”. No le tememos al hijo, porque tenemos en el padre la inspiración para luchar sin descanso por el mejor país que él soñó.
Convencidos de que el Acuerdo abre el camino difícil de la construcción de una mejor nación, donde quepamos todos, donde pensar distinto o luchar contra el hampa no sea razón para morir. Desmontaremos una a una las trabas a la implementación de las reformas a la paz. Con la fuerza de la conciencia de millones de jóvenes siempre dispuestos a luchar por su futuro, con la experiencia de otros tantos millones de trabajadores que saben cómo lograrlo, con el heroísmo de millones de campesinos que resistieron la guerra, con académicos e intelectuales, poetas, actrices, con lo mejor de las Fuerzas Armadas y de Policía al servicio de la Patria y no de latifundistas mafiosos y corruptos.
Sabemos que ningún país en el mundo se ha transformado de un día para otro. Hasta a Dios le tomo siete días la creación del mundo y para ser exactos “siete periodos”. De ninguna manera pueden ser días solares porque estos los creó Dios, dice la leyenda, solo hasta el cuarto día. Entonces no sabemos a ciencia cierta cuanto tiempo se tomó la Génesis, tampoco si hubo contra ésta uribismo, ordoñismo, paramilitarismo que es lo mismo pero no igual, 526 años de sometimiento a intereses y fuerzas extranjeras, aunque se dice que en el momento de la creación “había tinieblas”.
Todo tenemos que hacerlo de nuevo porque como está no funciona. Y eso se toma su tiempo, hay que despertar la creatividad y la organización de la sociedad a todos los niveles. Aprovechar que hoy en Colombia se debaten los temas por doquier, no hay rincón del país donde no se debatan los problemas más graves de la sociedad: la salud, el trabajo, la vivienda, la corrupción, la educación, la cultura. Hay un rechazo mayoritario de los colombianos frente al Congreso, a los viejos partidos políticos, a los medios de comunicación, a la justicia, a los empresarios. Es decir, los colombianos no creen ni en el Estado ni en sus instituciones. Esa es la verdadera crisis y al mismo tiempo la gran oportunidad de cambio.
El nuevo Partido del Común, como partido revolucionario debe ver con claridad el momento histórico de transformaciones en Colombia y en el mundo. Nuestro proyecto político es el de las reivindicaciones políticas, económicas y sociales de la nueva nación colombiana, de la justicia social, de la equidad, de las oportunidades para todos, es libertad plena para negros, blancos, rosados y con rayitas. Nunca el futuro del Partido del Común había sido tan cierto, porque jamás hemos existido por las dádivas de nadie, porque la razón de ser la hemos construido hombro a hombro con millones de colombianos, esa es nuestra historia y nuestra certeza. ¡Venceremos!