Por Carolina Vásquez Araya
El teléfono me sobresaltó. Estaba justo llevándome a la boca un pedazo de pollo como solo María Teresa lo sabe hacer y no me apetecía en lo más mínimo que me interrumpieran. Contesté un poco de mala gana pensando en un problema de la oficina, pero no. Era una joven de voz artificial, lo más artificial que puede ser una voz: “¿Señora Fulana de Tal? ¡Mucho gusto! Aquí la saluda Zutanita. Soy representante de Hoteles Villa Nosecuántos y la llamo para informarle que ha sido premiada con una cámara profesional marca Sony con todos sus aditamentos y un elegantísimo estuche de cuero… ¿es usted casada?” –me espetó sin darme tiempo a reaccionar, todo a una velocidad que denotaba un extenuante entrenamiento.
“Si no lo es, no tenga pena, igual puede pasar a recoger su premio a la dirección tal… ¿estaría dispuesta a otorgarnos 90 minutos de su valioso tiempo para presentarle nuestro producto? Claro que antes, si no es molestia, quisiera que me diera algunos datos personales”. Los “datos personales” eran nombre, dirección, estado civil, tarjeta de crédito, nombre del esposo, edad, color favorito y, obviamente, nivel de ingresos. Indiferente a mi molestia porque su cuero de danta era parte de la capacitación, terminó el interrogatorio con una exactitud que me dejó admirada por su capacidad de resultar antipática tan pronto.
No. No soy casada “¡Ah, pero debe tener pareja ¿no?!” –preguntó con un cierto tono de conmiseración. Ya algo mosqueada, le contesté que eso no era de su incumbencia y era un abuso hacer preguntas de carácter personal solo para vender un plan de tiempo compartido en un mal hotel famoso por su mal servicio. Lanzó, sin inmutarse, otro rosario de explicaciones del cual no logré retener ni siquiera la idea general y cerró la plática haciéndome prometer que al día siguiente llegaría por mi cámara Sony, repitiendo la marca para demostrarme su buena voluntad a pesar de mi grosería.
Al día siguiente le pedí a un colega que me acompañara. Investigaríamos cómo funcionaba el timo. No puedo negar que lo de la cámara no había caído en saco roto. Aunque al principio la marca no me atrajo gran cosa, al comentarlo en la oficina alguien me iluminó… ¿no será una cámara de video? Bueno… conseguiría una cámara de vídeo a cambio de 90 minutos de mi escaso tiempo. También me hablaron de otro caso parecido, pero el obsequio consistía en tres días y dos noches en un resort del que nadie había oído nada bueno. A la víctima le habían cobrado 100 dólares de su tarjeta de crédito en cuanto se la había sacado de la billetera y pretendían cobrarle algo así como 30 diarios por persona, solo por comidas. Calculando que con su esposa y sus dos hijos sumaban cuatro bocas, el chiste le salía más caro que un hotel de cinco estrellas en Miami con pasajes incluidos. Así es que me preparé para la pelea.
El miércoles, de nuevo mientras almorzaba, recibí la segunda llamada. Esta vez era otra joven de voz almibarada quien obviamente tenía mi ficha en la mano y conocía hasta mi huella dactilar. “Señora Fulana del Tal, mucho gusto… Yo soy Perenceja y represento al hotel Villa Nosecuánto… Usted ha reservado su visita para hoy a las seis y media y quiero confirmar su asistencia.” Rápida como el rayo, aproveché para preguntarle por el premio. “Ah, sí, usted ha ganado una cámara profesional Sony, es suya y sin sorteo alguno”.
A las seis y media en punto estaba en la puerta con mi colega. El lugar era un hervidero de gente. El salón era amplio y lleno de mesitas rodeadas de macetas con palmeras. Sonaba un bolero insoportablemente relamido. Por lo menos, nadie fumaba. Al instante se nos acercó una joven y antes de permitirle pronunciar palabra, le pedí ver la cámara. Se le desorbitaron los ojos pero no perdió la compostura. –“Un momentito, por favor…” Y se alejó veloz hacia una de las mesas del fondo. Antes de poder hacer el comentario que moría por hacer, apareció un tipo de mano sudorosa –“Mucho gusto, mi reina…” –“Señora, por favor” le espeté quitándole mi mano de entre sus sudores. “No se moleste, se lo digo con mucho respeto” insistió ya medio mosqueado por mi rechazo. “Me dicen que usted desconfía de nosotros y jamás hemos decepcionado a nuestros clientes”.
-Nada de eso, me han hablado de una cámara Sony profesional con todos sus aditamentos y estuche de cuero y quiero verla, insistí.
“Siento mucho que desconfíe de nosotros, una promesa es una promesa y jamás nadie ha tenido queja alguna, dicho lo cual se despachó un discurso sobre la ética en los negocios con tal frenesí que temí me lanzara por la ventana del onceavo nivel.
Finalmente, y haciendo gala de un increíble control de sus emociones, fue a buscar al gerente de mercadeo y nos lo arrojó como víctima propiciatoria de nuestra absoluta descortesía. El pobre no sabía qué decir pero terminó enseñándonos la cámara marca Sony profesional con todos sus aditamentos y su elegantísimo estuche de cuero, que resultó ser una cámara fotográfica de una marca que no figura en ningún catálogo. Frente a la corte de empleados que parecía el tribunal de la santa inquisición, le pregunté a mi colega –fotógrafo profesional- ¿cuánto vale esta cámara? pensando en que quizá había valido la pena el sacrificio. –Cien quetzales, me contestó en voz baja. Acabo de verlas en una feria de fotografía… la venden como juguete para niños.