Por: José Sant Roz | Sábado, 20/01/2018 02:22 AM
| Versión
para imprimir
La oligarquía no recoge sus bajas
del campo de batalla
y estará siempre dispuesta
incluso a vender la soga
con que la van a ahorcar.
Lenin
Uno
siempre piensa con mucha benevolencia hacia los ignorantes, estúpidos y
habladores de pasillo que opinan de todo con grandilocuencia, con absoluta fe
en sus bazofias dichas además con estrafalaria pompa y exquisita soltura.
(Señores
de la oposición conozcan este hecho: No hubo nunca jamás un hombre que odiase
más la fecha del 23 de enero de 1958, que Rómulo Betancourt. Lo he dicho mil
veces y lo probaré una vez más).
Entiendan,
pequeñas y dulces criaturas, eufóricos ignorantes, que cuando un gobierno no se
pliega a los intereses gringos, éstos le envían la siguiente y escueta nota:
"Haré de ti un monstruo, y cuando esa idea haya calado en el mundo,
llegaré y te daré un tiro en la nuca. Y seré aplaudido por el mundo civilizado
y además agradecido por muchos de tus propios ilusos que hoy te apoyan
obcecadamente. Sépalo…".
Si en el
mayor de los surrealistas ensueños, el señor Óscar Pérez hubiese logrado dar un
golpe de estado provocando una gran matazón de gente, inmediatamente habría
sido reconocido de primerito por el KKK (EE UU), HRW, Amnistía Internacional,
la OEA, la misma ONU, la Unión Europea, el grupito de Lima,… El coronel Marcos
Pérez Jiménez en su alzamiento contra Isaías Medina Angarita mató a gran parte
de los estudiantes de la Academia Militar de Venezuela. Esto lo deben saber los
militares del presente y si quieren hagan un gran trabajo de investigaciones sobre
este horrible hecho. Isaías Medina Angarita había sido un insigne y amado
profesor de la Academia Militar de Venezuela.
Inmediatamente, los que estaban
impulsando la creación de la OEA enviaron una sólida felicitación a don Rómulo
Betancourt y al coronel Marcos Pérez Jiménez. La gente hoy no saben cómo se
llegaron a amar (entre 1945-1948) Betancourt y Pérez Jiménez, apoyados en todos
sus planes por el bandido de Nelson Rockefeller.
El golpe
del 18 de octubre de 1945, pues, contra Isaías Medina Angarita fue todo un
éxito gracias a la "bendita" mano de Harry (El Sucio) S. Truman. El
mismo Truman que luego derrocará a Rómulo Gallegos. Dwight D. Eisenhower será
quien le dará el toletazo de gracia a Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de
1958: "-A usted se le ha acabado el contrato, amigo", le mandó a
decir con el doctor Gonzalo Ramírez Cubillán. Pérez Jiménez llegó a creer que
él podía gobernar soberanamente Venezuela y se puso a hacer planes en los que
no tomó en cuenta a Estados Unidos, ¡insólito!, y luego del congreso de Panamá
de 1956, ¡Dwight D. Eisenhower viene y le da contundente palo cochinero!
Señores
exquisitos estudiosos de la historia, curiosos, embadurnadores de revistas y
periódicos, investigadores o habladores de pasillo: Quien realmente tumba gobiernos
en el mundo, se llama Estados Unidos. Los gringos van por el mundo mirando que
se cogen, cómo se adueñan de los recursos del planeta, qué plan se adecúa para
imponer sus políticas en cada región y llevan el famoso stick que prestamente
manejaba don Teodoro Roosevelt, etc. (Por cierto, Rómulo Betancourt sentía un
orgásmico pánico por ese stick de don Teodoro: lo pueden leer en su obra
"Venezuela, política y petróleo"). Ese fue el stick con el que
jodieron a Cipriano Castro y nos impusieron a Juan Vicente Gómez; el mismo
stick con zurraron horriblemente a los colombianos y les quitaron el Canal de
Panamá. Nada menos. Cuando a Betancourt le nombraban el stick de Teodoro se
cagaba.
A partir
de 1958, contra Rómulo Betancourt hubo muchos intentos de golpe de estado pero
todos fracasaron porque no contaban con el apoyo del Departamento de Estado
norteamericano. Todos los golpes de Estados en América Latina fueron obras de
aberrados, abominables y sicópatas militares que contaban con el visto bueno de
la Casa Blanca para hacer con sus pueblos lo que les diese la gana. Millones
obreros y campesinos segó y ha segado la mano criminal del imperio gringo con
apoyo también de los poderes imperiales de Europa, y siempre estos malditos
están hablando de crisis humanitarias, de terrorismo en su contra, de derechos
humanos, libertad y democracia además de otras monsergas en sus delirios
invasores y homicidas…
Y todo
esto viene a propósito, ahora cuando celebramos sesenta años de la caída de
Pérez Jiménez. Poco después de derrocado, confesó el dictador: «Yo acabé
haciéndome enemigo de Estados Unidos, Colombia y las compañías petroleras y
fueron éstos los que me tumbaron».
El 23 de
enero sale el dictador, con siquiera tiempo para cargar con algunos trajes. Se
dirige a La Carlota de madrugada donde le espera el 7-ATI, con el Escudo
Nacional de lado y lado: el avión que también fue nave presidencial de Harry
(El Sucio) Truman. Se retira, pues, escotero, a República Dominicana, con su
mujer doña Flor de Chalbaud, sus hijas, su suegra doña Angelina Castro Tejera y
el coronel Alberto Paoli Chalbaud (primo de doña Flor). Cuando el dictador está
ascendiendo al avión, con los motores encendidos, unos oficiales que se le
cuadran para despedirse, le preguntan: «General, ¿y a quién nombramos?» Pérez
Jiménez les grita: —¡Escúchenme bien: Roberto Casanova, Abel Romero Villate ni
Pedro José Quevedo sirven para encargarse del nuevo gobierno. Miren, búsquense
a Wolfgang Larrazábal. Él es un hombre sencillo, tranquilo, simpático y el
menos complicado de todos. Nómbrenlo para que dirija una junta de gobierno. Ese
es el mejor. Que Dios los proteja. Adiós!"
El pueblo
de Caracas continuaba temeroso de participar activamente en las luchas
callejeras. No aparecían realmente los dirigentes revolucionarios necesarios,
con las ideas claras, para enrumbar al país ante la nueva realidad nacional.
Ocurrió en lo interno y con el tiempo, un fenómeno que merece investigarse:
casi todos los funcionarios importantes del perezjimenismo pasarán a formar
parte del régimen victorioso que asumiría Rómulo en 1959. Los jueces seguirían
en sus cargos, las llamadas fuerzas vivas seguirían siendo las mismas, la gente
de la prensa que guardó silencio durante la dictadura y visitaba regularmente a
Pérez Jiménez en su Presidencia (por ejemplo, Miguel Otero Silva, Miguel Ángel
Capriles, Luis Teófilo Núñez…), seguiría con los mismos directores; entre los
sindicalistas que pasarían luego a vivir en el Country Club (y que en pleno
gobierno adeco, ante cualquier estornudo de un general en algún cuartel
amenazaban con echar a la calle un millón de obreros), y que emularían durante
cuatro décadas al coleccionador de leones, monos y tigres, estaba José González
Navarro.
A
Betancourt se le había explicado en Washington que se quería un gobierno como
el de Pérez Jiménez en sus primeros años, pero con cierta apertura hacia los
partidos democráticos y con ninguna participación de los comunistas. Que lo
mejor era mantener la misma estructura, e ir haciendo todo lo posible por
ganarse, para esta nueva etapa, a los militares perezjimenistas. Por ello, el
general Moreán Soto declararía: —¡Qué sabio es Betancourt! Ha sido capaz de
convencer a los oficiales perezjimenistas de la necesidad de la democracia y se
los está trayendo a todos. ¡Cómo los atrae, cómo los convence! Parece un mago,
un hipnotizador". Por su parte los oficiales perezjimenistas dirán:
"¡Betancourt está entrando por el aro, está coincidiendo con
nosotros…!"
A
mediados de febrero había llegado desde Nueva York la misma orden que se
impartió contra la Junta Patriótica, esta vez con relación a Hugo Trejo:
"No conviene para la democracia ni muchos menos para los partidos, hay que
sacarlo del juego".
Ciertamente,
por un lado, el 23 de enero de 1958 fue un arreglo político para que las cosas
continuaran tal cual las dejaba Pérez Jiménez. Más aún, todos los militares que
habían participado en el alzamiento contra el dictador, quedarían marcados como
sediciosos, y rápidamente serían puestos en cuarentena. Se habían convertido
indudablemente en elementos peligrosos para la estabilidad del país, y por eso
un grupo de altos oficiales que nada había hecho en contra de la tiranía, sería
el que tomaría el timón en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.
¿Quiénes
estaban dictando estas normas?, pues el imperio, porque los cargos claves los
tomó la burguesía, el poder económico. Los que toman el poder ya han decidido
que el país debe seguir funcionando en lo social y en lo económico, como lo
venía haciendo desde el Siglo XIX. Los asesores de la Junta de Gobierno, José
Giacopini Zárraga (último ministro de Hacienda de Pérez Jiménez), Edgar
Sanabria y Alirio Ugarte Pelayo (de URD), todos ultra conservadores,
auspiciaban la conformación de un gobierno que ni remotamente oliera a
revolución, para que en Estados Unidos se entendiera que prácticamente entre
nosotros nada había cambiado.
De
inmediato, los oligarcas se movilizaron, el presidente de Fedecámaras (o
Fedécame, como le decían), Ángel Cervini, propuso una tregua obrero-patronal a
los sindicatos para que no hicieran huelgas, lo que resultó una verdadera
patraña para robarle combatividad al proletariado y con ello reducir los
riesgos de un verdadero cambio revolucionario.
La gesta
más chabacana de aquella acción, digna de ser estampada en los anales de AD,
vendría luego: se trata de una expresión de Gonzalo Barrios y que los partidos
Acción Democrática y Copei han celebrado mucho: el 23 de enero se encontraba
este ambiguo personaje de Gonzalo Barrios durmiendo en un lujoso apartamento en
Nueva York, al cual van con frecuencia Betancourt y Jaime Lusinchi.
Muy de mañana le notifican la buena nueva; el ex secretario de Gallegos, al
enterarse, exclama: —"Caramba, ¿a quién se le ocurre tumbar a un dictador
a estas horas de la madrugada?" Los dos políticos irrumpen en carcajadas
espantosas, vulgaridad inefable profundamente arraigada en el partido del
pueblo.
Entre las
semanas siguientes comienzan a llegar oleadas de exiliados, y el más numeroso
grupo proviene de Costa Rica, en un avión que ha puesto a la disposición el
conocidísimo agente de la CIA «Pepe» Figueres. En él vienen, entre otros, Raúl
Leoni, Domingo Alberto Rangel, Carlos Andrés Pérez, Octavio Lepage, Antonio
Léidenz, Guido Grooscors. Cada connotado líder que va llegando, pronuncia un
espectacular discurso en el aeropuerto de Maiquetía, que es retransmitido por
las radiodifusoras más poderosas a toda la nación. Los discursos más vibrantes
fueron los de Jóvito Villalba y Rafael Caldera. Sobre el discurso de Jóvito, le
llegó a Rómulo un minucioso informe: Habló de Estados Unidos, censurando su
política de apoyo a los dictadores y de tacañería para ayudar el desarrollo de
Latinoamérica. Exaltó al pueblo norteamericano y a la buena política
roosveltiana de la buena vecindad. Habló de sí mismo. Se refirió a su largo
contacto —de 17 años— con la universidad. Sus primeros estudios seguidos desde
la cárcel; los segundos estudios seguidos desde el destierro. Dijo que era un
eterno estudiante. Envió un saludo a todos, desde el clero hasta los
comunistas.
Sabemos
que Caldera salió a última hora de Venezuela, y que su partido no había luchado
contra la dictadura; él lo explica de esta manera: «El papel básico de Copei en
el derrocamiento del régimen, fue el mantenimiento de un clima de resistencia
espiritual. Aunque fue silenciada por el terror, esa resistencia fue necesaria
para que florecieran en esta feliz oportunidad las brillantes jornadas que nos
han devuelto el crédito y el afecto de los pueblos hermanos de América».
Jóvito,
ante cinco mil personas que le esperaban, exclamó: «Este no es un golpe frío
sino la lucha hombro a hombro del pueblo, al lado de la juventud militar».
Como
dentro del traumatizado aparato de gobierno han quedado enquistados jefes del
pasado, como los coroneles Roberto Casanova y Abel Romero Villate, el «genial»
oligarca Arturo Sosa, a quien le tocará jugar un papel crucial en la
democracia, propone que se les dé a cada uno cien mil dólares para que se vayan
y cojan las de villadiego.
Estas
genialidades se pagan muy bien en Venezuela, de inmediato Arturo Sosa, gran
camaleón de las finanzas nacionales y del Grupo Vollmer, fue premiado
adjudicándosele el Ministerio de Hacienda. Así comenzó funcionando la Junta de
Gobierno presidida por un hombre totalmente inculto como Wolfgang Larrazábal. Por
su parte, José Giacopini Zárraga, que venía ocupando desde el 10 de enero de
1958 el Ministerio de Hacienda, se lo traspasa a Sosa, el 24 de enero; éste
recibe en Caja 2.580 millones de bolívares y un mil millones de dólares en
reservas internacionales (sin contar lo de las regalías petroleras y lo
relativo al Impuesto sobre la Renta). Hasta entonces, ningún presidente había
acudido al crédito internacional para hacer frente a nuestros problemas
económicos. En muy poco tiempo Sosa se encargará de dilapidar estos enormes
recursos, y en Caja se descubrirá un faltante de mil millones de bolívares, a
la vez que las reservas internacionales, para fines de 1958, caen a 801
millones de dólares.
Betancourt
ordenó a su partido que se ejerciera toda la presión posible para exigir la
ampliación de la Junta Patriótica. Ya Jóvito estaba dando piruetas verbales
contra Estados Unidos sin esperar las órdenes impartidas por el Departamento de
Estado para la farsa. Se había acordado en Nueva York, que tanto Rómulo como
Jóvito, para confundir al pueblo utilizasen algunos latiguillos
antiimperialistas. Ya sabían que en la medida que transcurriera el tiempo, se
harían inevitables las divisiones dentro de los partidos, pero que había que
adelantarse en cuanto al tema de la propaganda mientras se controlaban los
puntos estratégicos del poder. Jóvito estaba desaforado por ser el primero en
llegar a Miraflores. Con el Departamento de Estado, Betancourt, Villalba y Caldera
acordaron que el vicepresidente Richard Nixon debía presentarse en Venezuela,
lo que sería un gran acto de amistad del poderoso país del norte hacia
nosotros. Era necesario hacer ver que Estados Unidos nada tuvo que ver con la
dictadura de Pérez Jiménez, y que se estaba en condiciones de iniciar una nueva
relación política y comercial, vigorosa y firme.
A
Larrazábal se le escapa decir que pronto deben hacerse elecciones libres y
directas, y aquello fue una bomba que rápidamente estremeció a todos los
partidos: algo que además celebró con entusiasmo el pueblo.
El día 25
de enero, la Junta de Gobierno fue engrosada por dos civiles, Eugenio Mendoza
(de los prominentes acreedores privados) y Blas Lamberti. Ese mismo día por la
noche, Larrazábal muestra claramente el tipo de hombre que es al declarar: «El
gobierno mantiene absoluto control de la situación y muy pronto podrá anunciar
la suspensión de las medidas que para mantener el orden se han dictado, para
que, en esa forma, todos los venezolanos podamos disfrutar de nuestros
espectáculos públicos, de nuestras carreras de caballos y del aire libre que
respira la nación». Resulta increíble que el PCV haya decidido dar todo su
apoyo a un hombre tan débil y vacuo como el vicealmirante.
Pero eso
no es lo peor; el PCV se dedica con frenesí a pedir «elecciones ya», sin caer
en cuenta que caía en la vil trampa que constituía la propuesta del grupo
radical de la derecha, manejada por Betancourt.
Para ese
enero de 1958 tenemos en Caracas 40 mil ranchos, y en toda Venezuela un 25 por
ciento de población analfabeta.
El 9 de
febrero de 1958, llegan Betancourt y su familia a Maiquetía. En su estilo
retórico y camaleónico, con su voz atiplada e hiriente dice: "Regreso a mi
patria sin ánimo de venganzas, sin apetito de gobierno, pero sí con la idea y
con la convicción de una tregua política, durante la cual los partidos deberán
reorganizar sus filas en forma serena y sin ninguna impaciencia [...] Debo
decir que de inmediato iré al cementerio, donde sobre la tumba de mis padres y
de mis compañeros muertos en la lucha por la libertad, juraré ser un hombre sin
ambiciones personales ni deshonestas".
Entre los
que fueron a recibir a Betancourt, temblorosos de emoción, se encontraba Simón
Sáez Mérida, secretario general de AD. La juventud adeca deliraba entusiasmada
por aquel mítico hombre, sobre todo Moisés Moleiro (luego traidor), Héctor
Pérez Marcano, Jesús María Casal (luego traidor), Gumersindo Rodríguez (luego
traidor), Rómulo Henríquez (hijo) y Américo Martín (luego traidor).
Éstos,
podía decirse, eran los que se habían quemado el pecho enfrentando la dictadura
sin irse por los caminos del dorado exilio. Betancourt prefería confiar en los
que emigraron a Estados Unidos, Puerto Rico, Costa Rica y México. El padre de
todos estos «muchachos» acabaría siendo luego el terrible panfletario Domingo
Alberto Rangel, el más lúcido, el más talentoso ideológica e intelectualmente,
de cuantos adecos había entonces, pero quizás por ello mismo el más sensible y
el menos audaz políticamente. Era básicamente un intelectual, un académico que
perdió su talento dedicándose al formulismo rancio y retórico de las teorías
economicistas, por lo general casi todas equivocadas. Todo un profesor, pues.
Aunque hay que decir, también, que Domingo Alberto era demasiado vanidoso y
petulante, y por esto mismo débil de carácter. Malinterpretó a Rómulo y éste no
lo perdonó.
Lo que
sorprende a este grupo de jóvenes, que están recibiendo con júbilo al líder más
glorioso de su partido, al batallador incansable por la libertad y defensa de
la soberanía nacional y el progreso de su patria, es observar que allí mismo en
el aeropuerto, al tocar tierra venezolana, un grupo de amigos empresarios le
están haciendo entrega de un automóvil convertible. Lo escoltan estos amigos,
Rómulo alza la mano, trata de abrirse paso entre sus muchachos, los que han
dado la pelea en la resistencia y que adonde él se dirija allí van ellos
gritando «¡Viva el gran líder Rómulo Betancourt!», «¡Viva Acción Democrática!»
El héroe entra al descapotado vehículo especial para la ocasión, impecablemente
vestido de blanco, se quita el sombrero, alza su mano con la infaltable pipa,
se despide y ahora se encamina hacia la terrible Caracas, preñada de
convulsiones, de la que estuviera ausente casi diez años.
La simple
entrada de Rómulo a la capital le planteó un serio problema al gobierno de
transición; inmediatamente el general Jesús María Castro León le advirtió al
gobierno que con Betancourt en Venezuela, él no respondía de lo que le pudiera
suceder a las Fuerzas Armadas. Castro León, le tenía un morboso pánico a
Betancourt.
Ya Rómulo
tenía armado su propio CEN para imponerse, el cual integraban: Raúl Leoni,
Gonzalo Barrios, Luis Augusto Dubuc, el sindicalista José González Navarro y el
mismísimo Domingo Alberto Rangel. Un día Rómulo se presenta sorpresivamente a
este CEN, hermético y serio. Abraza a medias, saluda a medias, procurando
descubrir qué hay detrás de aquellas miradas y sonrisas. Como para sorprender
intenciones solapadas o posiciones irresolutas, calibrar el poder de los
zarpazos que podría recibir, estudiar las dobleces de los que se declaran
adictos a su persona. Pide que le entreguen un informe sobre los planes en los
que anda Hugo Trejo, sobre quiénes son los amigos de este oficial y bajo qué
ordenes actúa, quiénes en AD creen en él; en qué consiste su propuesta de
lucha, su verdadera relación con Wolfgang Larrazábal, y con los que comandan
tropas.
Estando
en estos pormenores, recibe un sobre con una ayuda económica del empresario
Alejandro Hernández. Su rostro permanece inalterable. Comenzaban a
manifestarse, por vía del gran apoyo que está recibiendo de la embajada
norteamericana, los primeros aportes para la campaña electoral. En redondo, la
ayuda de Alejandro Hernández superará los 250.000 bolívares. Habiendo concluido
la visita a su partido, se dirigió a Fedecámaras para verse con don Salvador
Salvatierra con quien suscribió, para la misma causa de la lucha por la
candidatura, un pagaré de su banco por 100.000 bolívares. Por otro lado, los
banqueros Julio Pocaterra y Leopoldo Correa se comprometieron a pasarle un
aporte regular para el pago de sus guardaespaldas. Estos hechos que se
conocieron en el seno del AD decente, serían parte de algunas chispas que iban
a ir alimentando un severo cisma dentro del partido. Lo que nadie sabía en AD,
era que la honda preocupación de Betancourt por los pasos que estaba dando Hugo
Trejo, tenía que ver con los contactos tan frecuentes y muy amistosos que
estaba teniendo con los empresarios. Taimado, con ese aspecto de honda
preocupación con el que se disfrazaba para evitar los saludos de la «gente
innecesaria e inútil», se traslada a la quinta Miramar, calle Maury, de la
urbanización Las Mercedes. Poco antes de que se retiren sus compañeros, les
dice casi en susurro y con aparente indiferencia: «Vengo, así debe entenderlo
todo el partido, sin ambiciones políticas ni interés por el poder».
Es esta
una pose muy adecuada para dejar contenta y confusa a la masa, pero en el
círculo de sus más íntimos y leales amigos del partido (entre ellos no se
contaba Domingo Alberto Rangel) su posición era otra. A ellos les habló por
todo el cañón:
- Señores, quiero que sepan que vengo decidido a gobernar. Además quiero que se enteren que ya está escrito que seré el próximo presidente de Venezuela, y espero que ustedes sepan las razones de por qué se los digo. Supongo que no se necesitarán explicaciones de ningún tipo. Ustedes irán recibiendo mis órdenes a su debido momento, y con nadie más deben comentar esto que les estoy expresando. De momento dejemos correr toda clase de bolas y cuentos, y a mí únicamente, por reglas estratégicas, me corresponderá declarar, cuando sea necesario, lo que tenga que ver con posibles candidatos de AD. Se darán a conocer unos candidatos independientes, y no hay que alarmarse en absoluto por eso. Buenas noches, señores.
Betancourt
conservará por el resto de su vida un gran sentimiento de desprecio y odio
hacia los acontecimientos del 23 de enero, y conseguirá trasmitirlo a todos los
miembros de Acción Democrática.
Paradoja,
si se toma en cuenta que fue debido en parte, a la resistencia adeca que se
consigue hacer tambalear al dictador. Pero es que dentro de la vieja guardia
este sentimiento resultaba chocante. Cada vez que haya disturbios callejeros,
Betancourt frenético de indignación gritará: «¡La fauna de añoradores del
paraíso perdido del 23 de enero!» Porque en verdad, él mismo reconocía que el
más grande error histórico fue haberle permitido a la juventud venezolana
adueñarse de una posición antiimperialista. Aquel era el gran momento para un
cambio total hacia un verdadero régimen de justicia y de igualdad social. Como
en ningún otro momento de nuestra historia se tuvo un momento más hermoso, más
auténticamente patriótico. Betancourt habría de trastocarlo y destruirlo todo.
(Extractos
de mi libro "El Procónsul Rómulo Betancourt…")
@jsantroz