Invisibilizar el sexo+universalizar el género= destruir el feminismo
por Raquel Rosario Sánchez, Resumen Latinoamericano, enero 2018
Camaradas, he aquí una opinión controversial: yo no aguanto la palabra género.
Ha llegado un punto que a mi hasta me molesta fonéticamente la
palabrita esa…. La ironía de la situación es intensa ya que durante mi
licenciatura hice una especialidad en Género, tengo un posgrado en
Género y acabo de empezar un doctorado en Género… La gente siempre dirá
que soy “una especialista en género” aunque me produzca una eterna
molestia interna. Esta aclaración es importante para mostrar que el
problema no es falta de conocimiento: es que mientras más aprendo sobre
género, más me rechina su universalización.
Verán, el lenguaje de género es una manera
despolitizada de hablar sobre feminismo. Decimos “perspectiva de género”
cuando en realidad lo que queremos decir es perspectiva feminista.
Hablamos mucho sobre “violencia de género” cuando en realidad lo que
queremos es decirles a los hombres, como clase social, que cesen
inmediatamente de estar violentando y asesinando mujeres y niñas. En la
academia, los Estudios de la Mujer tuvieron cabida aproximadamente
durante tres minutos y medio antes de que al status quo le diera una
taquicardia colectiva y lo transmutara todo a “Estudios de Género”.
Estudiar a las mujeres, a través de la historia, como entes
independientes y por derecho propio, pasó de moda.
La excusa es que también hay que trabajar las
masculinidades y las diversidades sexuales. Como siempre, las mujeres
tenemos que cargar con la responsabilidad histórica de deconstruirnos a
nosotras mismas y encima de eso hacerle el trabajo de deconstrucción a
los otros también. Eso de estudiar masculinidades y diversidades
sexuales está muy bien y lo apoyo 100%, pero ¿por qué no abrir
departamentos que se enfoquen específicamente en estos intereses y
visiones, tal y como lo hicieron las mujeres al fundar los Estudios de
la Mujer para enfocarse en los suyos? Pues no. A las mujeres que cedan
el minúsculo espacio que han escarbado para centrarse a sí mismas y que
abran paso a todo el mundo, que no se puede ser egoístas. Eso es
inclusividad… ¿o será que en el afán de ser inclusivas de los demás nos
estamos excluyendo a nosotras mismas?
el lenguaje de género es una manera despolitizada de hablar sobre feminismo. Decimos “perspectiva de género” cuando en realidad lo que queremos decir es perspectiva feminista.
Recuerdo algo que me marcó profundamente. Cuando yo
estaba haciendo la maestría en Estudios de la Mujer, Género y
Sexualidad, como departamento tuvimos un incidente muy feo. Un grupito
de estudiantes empezó a difamar profesoras (en particular a las que
tenían una ideología feminista radical) en esas comunidades de internet
que le gustan mucho a la gente joven. Como éramos un departamento
bastante hippie y todo lo resolvíamos bajo una visión de liderazgo
horizontal (o intentábamos), el profesorado convocó a una reunión dentro
de la universidad, en el Centro de la Mujer, para que sacáramos la
conversación del internet y dialogáramos frente a frente con franqueza y
honestidad. Ese Centro de la Mujer es histórico; tiene décadas y hace
un trabajo enorme para visibilizar a las mujeres; sean estudiantes,
conserjes, profesoras o investigadoras. Pues a la reunión acudió casi
todo el departamento, incluyendo aquel grupito de estudiantes
(literalmente, eran como cinco) que se identificaban mucho con la teoría
queer, quienes exigían que el simple hecho de que el Centro se llamara
Centro de la Mujer era “violentamente excluyente” para otras personas.
Descrito de esa manera, una se imagina que en el Centro se cometían
genocidios todos los martes y jueves de 9am a 2pm. Aprovecho la ocasión
para dejar por escrito que eso de tildar las ideas con las que no se
está de acuerdo como “violencia”, trivializa un tema bastante serio y me
molesta. Pues sí, no fue solo el Centro. Igual hicieron con el
programa; la queja en ese sentido venia porque en nuestro nombre
poníamos ‘Mujer’ delante (una decisión deliberada por parte del
profesorado). Esto también atentaba contra la diversidad y la inclusión.
A la directora del programa la vilipendiaron. Eso me dolió en el alma y
no sólo porque ella era mi asesora. Sino porque estamos hablando de una
mujer que ha batallado más de 30 años dentro de la academia, para
expandir los Estudios de la Mujer desde una especialidad que podía hacer
el estudiantado dentro de las licenciaturas, para ser luego una
licenciatura por si sola, pasando posteriormente a ser una maestría y
recientemente un doctorado. En el trayecto, el programa se ha ampliado
para que incluyera Genero y Sexualidad como parte del currículo de base y
se trabaja el enfoque transnacional, los estudios étnicos y la teoría
queer de manera transversal en todas y cada una de las clases. Pero esto
no era ni suficiente; según aquellos estudiantes que reclamaban en el
Centro, todavía se estaba centrando demasiado a la mujer.
nuestra socialización indica que todos los argumentos hay que cederlos, incluso los más lógicos, para acomodar a los demás, por más ilógicos que sean sus planteamientos
Entre sus difamaciones, acusaron a la directora del
programa, una mujer que se crío en las décadas de los 60 y 70 en el
sureste evangélico ultraconservador de los Estados Unidos como una
lesbiana abiertamente super butch y encima pobre, de ser La Gran
Opresora Patriarcal porque, según esos estudiantes, a pesar de ser
marginalizada en todos esos sentidos, la señora es blanca: un indicador
de que le faltaban algunos atributos para ganar la olimpíada de
opresión. El incidente fue muy desagradable, pero a algunas de nosotras
nos llamó mucho la atención que estos estudiantes nunca se hubiesen
presentado a los departamentos de Física o de Derecho o de Aeronáutica a
hacer esa rabieta. ¡Obvio que no, esos departamentos están llenos de
hombres! Es mejor acusar de opresoras a las mujeres y difamar como
“excluyente, no inclusivo ni diverso” el único espacio en el campus
universitario donde se prioriza a las mujeres… contrario a todos los
demás departamentos en la universidad donde la supremacía de los hombres
es eso: suprema.
A la reunión en el Centro de la Mujer, asistió
también el profesorado de otras áreas colegas como Estudios Étnicos,
Sociología, Literatura y Justicia Social, para ver si podían mediar el
asunto. Pero no entendían ni porque las tensiones habían caldeado tanto
ni porque un debate (técnicamente sobre diferencias ideológicas) sin
más, tenía que ser tan pero tan agrio. Todas las ramas del saber debaten
y muchas veces debaten durísimo. Es más, si algo caracteriza el
feminismo, como explica Jessica Filliol, “es el debate interno, el
cuestionarnos absolutamente todo lo que hemos aprendido, el asumir que
no tenemos pilares inamovibles pero sí principios innegociables”. Pero
no. La demanda es clara: invisibilizar a las mujeres, presentándolas
simplemente como opresoras y universalizar el género, a como dé lugar.
Lo más probable es que, si las mujeres no se dan cuenta de lo que está
pasando y reaccionan, con el tiempo el Centro deje de ser un Centro de
la Mujer. Le pondrán seguro algún nombre rarísimo como ‘Tercer Espacio’,
como ocurrió con aquel Centro de la Mujer en Canadá, supuestamente
“para hacerlo más incluyente”. Y poco a poco, el programa irá
descentralizando y borrando a las mujeres. Eso es la historia y siempre
ha sido así. Lo que duele es verlo en tiempo real.
Yo aprendí mucho de ese momento. Y también aprendí
mucho de la respuesta de nuestro departamento: acomodar a aquellos cinco
estudiantes, en vez de plantársele en dos patas y rebatirles claramente
todos los argumentos con determinación y contundencia. Pero es que eso
es un imposible, porque a nosotras nos socializaron como mujeres. Y
nuestra socialización indica que todos los argumentos hay que cederlos,
incluso los más lógicos, para acomodar a los demás, por más ilógicos que
sean sus planteamientos. Aparte de que, expresar abiertamente que
nosotras queremos, o peor aún, que el movimiento feminista requiere, por
definición, centrar la humanidad y las experiencias de las mujeres,
representaría un acto bastante egoísta… ¡y primero muertas que egoístas!
Como dice la compañera Magdalena Proust: “Cada vez que una mujer
muestra firmeza en sus argumentos y seguridad en sí misma es acusada de
demasiada vehemencia, de soberbia y de atacar a los demás. Nosotras
siempre tenemos que debatir flojito, sin molestar”. Es exactamente lo
mismo con el movimiento. Si, somos un movimiento que busca liberar las
mujeres de la subordinación patriarcal, pero ¿cómo vamos a andar por la
calle diciendo eso abiertamente? ¡Nos asustaríamos a nosotras mismas! Es
mejor sonreír mucho y hablar de aquella ubicua “igualdad de género” …
un concepto que es mejor pronunciarlo rápido y sin pensar porque si lo
analizamos mucho nos daríamos cuenta de que en realidad la igualdad de
género es más o menos una abominación porque el género es un conjunto de
estereotipos que sirven para perpetuar patrones de opresión y
dominación. ¿Por qué quería la clase dominante ser igual que la clase
subyugada y por qué querría la clase subordinada desempeñar el rol de
clase opresora? ¿Por qué yo querría asignar a una niña los estereotipos
que el género impone en los niños y a un niño las constricciones que el
género impone a las niñas? Yo abogaría por abolir el género de arriba
abajo.
Esa gente que piensa que mencionar la palabra misoginia o sexismo hará que se le caiga un testículo y peor aún, que si las menciona ambas en un mismo artículo u oración, se les caerán los dos.
Como explica la escritora Victoria Smith, el
género es una ideología que promueve la conformidad. El género es lo que
dicta que las mujeres, por ser mujeres, deben ser sumisas, tiernas,
débiles y malas en las matemáticas. El género es lo que dicta que los
hombres deben ser agresivos, bruscos, autoritarios y que nunca, pero
nunca, pueden llorar. Decir que la estrategia del feminismo es promover
la igualdad de género es decir que queremos que los estereotipos que el
género asigna a los hombres se les impongan a las mujeres y viceversa.
Tengo la certeza de que, como movimiento, podemos aspirar a mucho más
que eso.
Para algunas compañeras, universalizar el género es
una estrategia que busca apelar a la gente que todavía piensa que hablar
abiertamente sobre feminismo, como movimiento político, es demasiado…
estridente. Esa gente que piensa que mencionar la palabra misoginia o
sexismo hará que se le caiga un testículo y peor aún, que si las
menciona ambas en un mismo artículo u oración, se les caerán los dos.
Esa gente son los hombres y a veces somos nosotras las mujeres las que
matizamos todo para, consciente o subconscientemente, seguir agradando a
nuestros amiguitos los hombres. Mi respeto a todas las compañeras que
entienden que esa estrategia es necesaria, pero no comparto su posición.
Es más, creo que esa posición le un daño terrible al movimiento. En
estos momentos es extremadamente difícil formular este tipo de análisis
porque a mucha gente se le ha metido en la cabeza (¿o le han metido en
la cabeza?) que el sexo y el género son literalmente lo mismo y que
incluso si fuesen diferentes, ¿pues qué importa si al final todo en la
vida es “una construcción social”? Aquí hay que respirar profundo,
llenarse de paciencia y no dejarse exasperar por los argumentos tan
casualmente inclementes de ese nihilismo tan chic, el posmodernismo. Al
posmodernismo, no lo vamos a combatir ni tirando la computadora por la
ventana ni quemando los libros llenos de esa prosa tan desganada y
relativista de Butler y Foucault, no. Lo vamos a combatir con
razonamientos lógicos y argumentos sopesados: los alergénicos de todo
oscurantismo. A ver… Argumentar que el sexo biológico es “una
construcción social”, no solo significa desconocer como funciona todo el
engranaje patriarcal, sino que también representa una tremenda bofetada
a las mujeres y niñas que se mueren todos los días por causa de
opresiones basadas en sexo. Como explica la organizadora sindicalista Natasha Vargas-Cooper:
“Argumentarle a la mujer que se encuentra de cuclillas en una choza,
partiéndose en dos para dar vida, una función de las hembras y
peligrosamente de las hembras, que esta experiencia es simplemente una
construcción no solo te hace sonar imprudente, sino también cruel”.
El sexo biológico determina quien pertenece a la clase dominadora o subordinada
Algunas mujeres son lo suficientemente afortunadas
de vivir vidas en que ser mujer nunca le ha traído ninguna desavenencia y
que bueno. Yo las felicito. Pero que usted nunca se vea en la necesidad
de tener un aborto clandestino para salvar su vida, un embarazo
forzado, una histerectomía innecesaria, que le nieguen un trabajo por el
simple hecho de que su potencial empleador crea que en un futuro usted
podría quedar embarazada y decida “de manera preventiva” no contratarla
para no tener que pagarle los meses de maternidad, que a usted nunca la
hayan obligado a dormir en una choza, congelándose y expuesta a todo
tipo de animales, porque su útero esta menstruando… todo eso es un
tremendo privilegio y feminismo que aboga exclusivamente por y para las
privilegiadas no es feminismo. Hay incluso más postulados porque las
maneras en que el sexo biológico es utilizado como factor de opresión en
un sistema patriarcal son infinitas y como feministas, es nuestra
responsabilidad… no, perdón, es nuestra obligación improrrogable siempre
recordarlas. ¿Significa esto que como feministas solo podemos apoyar
las mujeres y niñas que se ven oprimidas en base a sus funciones
reproductivas? No, porque el sexo biológico es más que reproducción. El
sexo biológico determina quien pertenece a la clase dominadora o
subordinada sin importar que la persona se reproduzca o no. De hecho, en
muchos países y contextos, la persona ni siquiera tiene que nacer para
que esto se determine. Piensen en los feticidios: en el mundo
actualmente son abortadas millones de fetos simplemente por el hecho de
que su ultrasonido revelo que iban a ser niñas. Todo el engranaje de
género que dice que una mujer representa un peso para su familia, que no
será igual de “productiva” para el capitalismo que un hombre… todo eso
se le impone a un feto (¿una feto?) basado en una imagen pequeñita, un
ultrasonido que quizás quepa en una mano, en la que se puede distinguir
un factor crucial: que tiene vulva y no pene. Pero el sexo biológico que
mucho más que eso. La medicina ha sido diseñada, desde su inserción en
el sistema capitalista, para tratar a la mujer como un derivado del
hombre. Las medicinas son, en su gran mayoría, puestas a prueba en los
cuerpos de los hombres. Por lo tanto, la ciencia aun asume que los
síntomas del hombre son universales. Todas y cada una de las mujeres que
han muerto a causa de enfermedades y dolencias que no pudieron ser
identificadas a tiempo porque no presentaban los síntomas que presentan
esas mismas enfermedades y dolencias en el cuerpo de los hombres, fueron
ejecutadas en base a su sexo biológico. Y sí, la palabra que quiero
utilizar como escritora es ejecutadas.
Un movimiento emancipatorio no puede ser sostenible si no entendemos por qué peleamos ni contra qué peleamos.
Incluso después de muertas, el sexo de la mujer
viene a pasarle factura. Algunos estudios han demostrado que, a la hora
de investigar las muertes por causas no naturales, a los cadáveres de
los hombres se les otorga más importancia que al de las mujeres. Dicen
por ahí que la muerte es “la gran igualadora” de los seres humanos, pero
resulta que no. Incluso en la muerte, el sexo discrimina. Explica el
investigador Maxwell McLean, quien analizó los procesos de
investigación de las causas de muertes no naturales reportadas en
Inglaterra durante un periodo de diez años que “las muertes de los
hombres y de las mujeres reciben un trato diferenciado durante el
proceso de investigación en patología forense. Menos mujeres cruzan el
umbral de ser reportadas a patología, de que se abra una investigación o
que se confirme una muerte no natural. Cuando logran cruzar el umbral
de los casos que se investigan, la lista de veredictos existentes
tampoco es justa con las mujeres. Hasta el momento, el personal que
trabaja en patología forense es vulnerable a la acusación de que las
muertes de los hombres son consideradas más importantes que las de las
mujeres”. Es decir, los resultados de esta investigación argumentan que
si un hombre y una mujer mueren por causas sospechosas o accidentales
(no naturales), es más probable que se abra una investigación para
determinar la muerte del hombre que de la mujer. El problema no es solo
que menos personas deciden abrir una investigación cuando su pariente
mujer muere por causas no naturales. Es que incluso cuando las y los
parientes tienen dudas y quieren abrir una investigación sobre la causa
de muerte de la mujer, la patología (profesión dominada por hombres
durante los 800 años de su existencia) demuestra una tendencia a
declarar la muerte como “muerte natural” si el cadáver es de mujer.
Detengámonos a pensar que aquí se aclara la cosa. Un cadáver no puede
ejecutar ningún rol ni estereotipo de femineidad ni masculinidad. Es
decir, un cadáver no tiene género. Es simplemente un cuerpo sexuado
muerto, y ese cuerpo sexuado está abierto a ser discriminado por lo que
presenta como cuerpo, no por lo que pudieron representar las ideas de
género cuando tenía vida. Si nuestros argumentos son tan contundentes,
¿por qué será que sus antítesis están calando tanto? Yo no les voy a
responder. Pregúntense ustedes quienes o que se beneficia de mezclar y
confundir todo este asunto.
¿Ya encontró la respuesta?
Un movimiento emancipatorio no puede ser sostenible
si no entendemos por qué peleamos ni contra qué peleamos. No
desmantelaremos el patriarcado si no entendemos cómo surge, con qué
propósito surge ni como se perpetua y el quid del asunto actual es,
precisamente, esta distinción entre sexo y género. Invisibilizar el sexo
y universalizar el género puede parecer una cuestión meramente
semántica, pero es instrumental para mantener el feminismo hablando en
círculos y que las mujeres y niñas nunca alcancemos nuestra liberación.
Este es un pronunciamiento bastante contundente, así que déjenme
repetirlo: este enmarañamiento que confunde el sexo con el género no es
ninguna coincidencia. Es una confusión fomentada intencionalmente para
que las mujeres y niñas no alcancen su liberación del yugo patriarcal
jamás. Mientras nosotras nos preocupamos de que al centrar nuestras
vidas e intereses estamos siendo egoístas, estridentes y antipáticas, el
patriarcado aprovecha esas inseguridades para desplazarnos de nuestro
propio movimiento.
Invisibilizar el sexo y universalizar el género puede parecer una cuestión meramente semántica, pero es instrumental para mantener el feminismo hablando en círculos y que las mujeres y niñas nunca alcancemos nuestra liberación.
El hecho de que el género, el mecanismo a través del
cual se legitima la subordinación de las mujeres y niñas, sea
reinterpretado en el mejor de los casos como neutral, y en el peor como
algo liberador, representa un rotundo éxito patriarcal y un indicador de
la gravedad del problema en el que nos encontramos las feministas
interesadas en la emancipación colectiva de mujeres y niñas. Para que
más y más personas comprendan estas dinámicas tomara muchísimo tiempo ya
que el engranaje ha sido profundo, multifacético y deliberado. Pero que
tome mucho tiempo no quiere decir que haya tiempo que perder.
Desenmarañar este enredo es labor de todas, ninguna se salva. Compañera,
si a usted le preocupa este movimiento, el momento de ponderaciones
intensas dentro de su cabeza se acabó. Pondere, sí. Pero empiece hoy a
ponderar con otras compañeras y con los aliados también, que le aseguro
que ellas y ellos también han estado ponderando. Es hora de formular
todas las preguntas difíciles en voz alta.
fuente: Tribuna feminista