Las
más recientes decisiones del gobierno de Donald Trump no parecen ir -ni
en la política interna ni en la exterior- en la dirección de quienes
cometen el error sobre el que alertaba Nicolás Maquiavelo al Príncipe:
Confundir la realidad con los deseos.
La
decisión gubernamental de armar maestros en las escuelas, que solo
incrementa el negocio para los vendedores de artefactos mortales no ha
cedido frente a las grandes protestas estudiantiles. Trump ya impuso los
aranceles a las importaciones de acero y las limitaciones de
transferencia tecnológica a China que han llevado a hablar de “guerra
comercial” con ese país; ha insistido en edificar el muro con México que
ya tiene un presupuesto inicial; ha hecho más cambios en el gabinete
presidencial al que han ascendido personas muy comprometidas con las
políticas más reaccionariamente escandalosas de la administración de W.
Bush como la nueva directora de la CIA, Gina Haspel, y el nuevo asesor
de seguridad nacional, John Bolton; dio un ultimatum a los europeos
para imponer condiciones más duras en el pacto nuclear con Irán, se
retiró del acuerdo de París sobre el cambio cimático y ha sobrecumplido
sus promesas de campaña al lanzar un programa armamentístico espacial
contra Rusia y China que recuerda la Iniciativa de Defensa Estratégica o
“Guerra de las Galaxias” de los tiempos de Ronald Reagan y que traerá
grandes ganancias a las empresas del Complejo Militar Industrial.
El
fortalecimiento de las políticas antinmigrantes, el proteccionismo
comercial y la agresividad contra Venezuela y Cuba han marcado su agenda
hacia América Latina, que tocó su punto más alto con la reivindicación
de la añeja Doctrina Monroe (“América para los americanos”) por el ex
Secretario de Estado Rex Tillerson.
En
vísperas de la Cumbre de las Américas, Washington ha anunciado un plan
de 1200 millones de dólares para la región que prioriza he llamado
“Triángulo Norte” (Guatemala, El Salvador y Honduras), donde más de la
mitad de ese dinero debe ser destinado fundamentalmente a combatir la
emigración ilegal hacia a EE.UU., Mexico recibe 152 millones para el
mismo propósito. La tercera parte de ese financiamiento es para Colombia
con el objetivo esencial del combate al narcotráfico y también labores
“antiterroristas”. Perú, sede de la Cumbre, y envuelto en una crisis de
gobernabilidad y escándalos de corrupción que han llevado a la renuncia
del empresario Pedro Pablo Kuczynski a la presidencia, recibe 34
millones de los que la información difundida por la agencia de prensa AP no da el objetivo,
así como 20 y 15 millones de dólares “para promover la democracia en
Cuba y Venezuela”, en el caso cubano estos fondos se suman a los aun
mayores destinados a Radio y Tv Martí. Ese presupuesto, tiene muchas más
similitudes que diferencias con las asignaciones que hacía la
administración Obama y comparte sus mismos objetivos: asegurar los
propósitos de lo que Washington entiende en la región como necesidades
de Seguridad nacional.
Los
receptores del dinero estadounidense tampoco han cambiado, mucho menos
en Cuba y Venezuela. Si se mira el Twitter del Secretario Adjunto
Francisco Palmieri el jueves 22 de marzo se hayan varios de los nombres
con los que se solían reunirse el Presidente Barack Obama y sus
funcionarios para hablar de los dos países privilegiados por EE.UU.
“para promover la democracia”, y asignar fondos en los que el primer
presidente negro estableció récord de asignaciones monetarias. La
diferencia estaría en que mientras Obama buscaba debilitar a Cuba a
través de la guerra económica contra su principal aliado y mantenía los
aspectos esenciales del bloqueo y la subversión en pie, estimulaba el
contacto con todos los sectores de la sociedad cubana, incluyendo el
gobierno, para promover el cambio, mientras Trump ha vuelto al
aislamiento como centro de su estrategia, aunque manteniendo aquellas
áreas de intercambio que tributan a los intereses de seguridad
estadounidenses como control de fronteras, medio ambiente y persecución
al delito.
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